La paz y el gozo de saber que el Salvador vive
Tomado de un discurso pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young el 10 de diciembre de 2002. Para leer el texto completo en inglés, visite speeches.byu.edu.
Como uno de los Doce Apóstoles, afirmo que los miembros de los Doce atesoran el privilegio de enseñar y testificar de nuestro amado Salvador. Con mucho gusto compartimos nuestros testimonios de Su vida, de Su ministerio y de Su misión en la mortalidad.
A pesar de que sabemos que no ocurrió en diciembre, en esta época del año conmemoramos el humilde nacimiento del Salvador. Es más probable que el Señor haya nacido en abril; tanto la evidencia de las Escrituras como la evidencia histórica sugieren una época del año en la primavera, cerca de la pascua judía (véase D. y C. 20:1).
Las Escrituras declaran que Su madre, María, estaba desposada con José (véase Mateo 1:18; Lucas 1:27). Esa promesa podría compararse al compromiso matrimonial moderno, al que más tarde le sigue la propia ceremonia de matrimonio.
En el relato de Lucas se registra la aparición del ángel Gabriel a María cuando se le informó de su misión mortal:
“Y entrando el ángel a donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres…
“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.
“Y he aquí, concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús.
“Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1:28, 30–32).
Fíjense en las letras mayúsculas H y A. Nuestro Padre Celestial es el Altísimo; Jesús es el Hijo del Altísimo.
“Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? Porque no conozco varón.
“Y respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:34–35).
Antes de que José y María se allegasen, ella estaba esperando a ese Santo Niño. José deseaba proteger a María (véase Mateo 1:18–19), con la esperanza de librarla del castigo que se imponía a la mujer que quedara embarazada sin haber contraído matrimonio. Mientras meditaba esas cosas, el ángel Gabriel se le apareció a José, y le dijo:
“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu desposada, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.
“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:20–21).
No era necesario que a María y a José se les enseñara el profundo significado del nombre Jesús. La raíz hebrea de la cual derivaba, Yehoshua o Jehosua, significa “Jehová es salvación”1. De modo que la obra del Señor Dios Jehová, quien pronto se llamaría Jesús, era la salvación. Él llegaría a ser el Salvador del mundo.
En el Libro de Mormón leemos una conversación que Nefi tuvo con un ángel que le preguntó: “¿Comprendes la condescendencia de Dios?”.
Nefi contestó: “Sé que ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas.
“Y me dijo: He aquí, la virgen que tú ves es la madre del Hijo de Dios, según la carne.
“…vi que fue llevada en el Espíritu; y después que hubo sido llevada en el Espíritu por cierto espacio de tiempo, me habló el ángel, diciendo: ¡Mira!
“Y miré, y vi de nuevo a la virgen llevando a un niño en sus brazos.
“Y el ángel me dijo: ¡He aquí, el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno!” (1 Nefi 11:16–21).
Perspectiva que ofrece el relato de Lucas
Se adquiere una valiosa perspectiva mediante la preciada y conocida historia que relatamos en la época de Navidad, según se encuentra registrada en Lucas, capítulo 2: “Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de parte de Augusto César, que toda la tierra fuese empadronada” (Lucas 2:1).
En realidad, eso era un impuesto en base al número de personas, era un censo y una inscripción, o sea, un registro de los ciudadanos del imperio de Roma. El rey Herodes había dado órdenes de que se contara a las personas en la tierra de sus antepasados. María y José, que en aquel tiempo vivían en Nazaret, tuvieron que viajar hacia el sur, a la ciudad de David, una distancia de aproximadamente 145 km. Es probable que hayan tenido que viajar más si tuvieron que rodear la hostil provincia de Samaria que se encontraba entremedio.
Es casi seguro que viajaron con parientes que también habían sido convocados a la tierra de sus antepasados. Sin duda realizaron ese difícil viaje con sus animales, como perros y burros; y es muy posible que hayan acampado varias noches, ya que el trayecto les habría tomado tres o cuatro días. Cuando llegaron a Belén, llegó el momento del nacimiento del Santo Niño.
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
Este versículo encierra gran significado, el cual se realza al conocer una palabra del texto original del Nuevo Testamento griego, así como al entender la cultura de esa época y lugar. El término del cual se tradujo “mesón” es kataluma2. El prefijo griego kata (o cata) significa “abajo” refiriéndose a una época o lugar. Cuando kata se une a luma, la palabra significa un lugar donde la gente se dispersa, o toma un descanso de su jornada. En el Nuevo Testamento griego, la palabra kataluma aparece sólo en otros dos pasajes, pero en cada caso no se tradujo como “mesón”, sino como “aposento” (Marcos 14:14; Lucas 22:11).
En esa época y lugar, un mesón en Asia no era como un hotel moderno. En aquel entonces, un lugar donde hospedarse proporcionaba alojamiento para las caravanas que viajaban, tanto para las personas como para sus animales. Las caravanas se quedaban en lo que en aquel tiempo se conocía (y aún se conoce) como caravanera, o khan. En el diccionario se definen esos términos como una posada en los países orientales (o asiáticos) que rodea un patio y donde las caravanas descansan por la noche3.
Ese tipo de instalación tenía por lo general forma rectangular, en la que había un patio central para los animales rodeado de cubículos amurallados donde la gente descansaba. Esos cubículos permitían que los huéspedes estuvieran un poco más arriba que los animales, con portales abiertos para que los dueños pudieran vigilarlos. En la Traducción de José Smith de Lucas 2:7 [en inglés] se indica que no había lugar para ellos en los “mesones”, lo que da a entender que todos los cubículos de la caravanera estaban ocupados.
La idea de que los dueños de las posadas eran poco hospitalarios o incluso hostiles, probablemente sea incorrecta. Sin duda, la gente de aquella época era, como lo es hoy día, hospitalaria. Eso debe de haber sido así en particular en una época en la que la población normal de Jerusalén, y de la ciudad vecina de Belén, habría aumentado debido a los muchos familiares de los ciudadanos locales.
En una caravanera de Asia, se ponía a los animales en un lugar seguro en el rincón del patio para que pasaran la noche. En ese patio habría burros, perros, ovejas, posiblemente camellos y bueyes, junto con el excremento y los olores de todos esos animales.
Debido a que los aposentos que rodeaban el patio estaban llenos, tal vez José tomó la decisión de atender el alumbramiento de María en el patio central de una caravanera, junto con todos los animales. Es totalmente posible que el Cordero de Dios haya nacido en esas humildes circunstancias.
Dos veces se hace referencia en Lucas 2 a pañales. ¿Qué significa la frase “lo envolvió en pañales” (Lucas 2:7)? Tengo la impresión de que su significado va más allá del uso de un simple pañal o manta para envolver al niño. En el texto griego del Nuevo Testamento, en vez de las cinco palabras que se usan en el texto en inglés para esa frase, se utiliza sólo una; esa palabra es sparganoo, un verbo que significa envolver al recién nacido con tiras de una tela especial, las cuales se pasaban de un lado al otro4. La tela probablemente llevaba una marca particular de la familia. Ese procedimiento se aplicaba especialmente al nacimiento del hijo primogénito.
El ángel anunció: “Y esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lucas 2:12). La tela de Sus envolturas seguramente habría sido fácilmente reconocible y distintiva.
¿Qué podemos decir en cuanto al pesebre? En inglés, la palabra manger, que traducimos como pesebre, es un comedero o una caja abierta en un establo en la que se ponía alimento para los animales. Por estar elevado del piso del patio contaminado, un pesebre era probablemente el lugar más limpio que había disponible. ¡Un comedero como esos se convirtió en una cuna para nuestro Señor!
El origen singular del Salvador
Más importante que el humilde lugar del nacimiento del Salvador es Su origen singular. En varios pasajes de las Escrituras se hace la pregunta: “…y su generación, ¿quién la declarará?” (Isaías 53:8; Hechos 8:33; Mosíah 14:8; 15:10). Eso significa: “¿Quién declarará Su genealogía?”. Hoy, dos mil años más tarde, proclamamos que Jesús el Cristo nació de un Padre inmortal y de una madre mortal. De Su Padre inmortal, Jesús heredó el poder de vivir para siempre; de Su madre mortal, heredó el destino de la muerte física.
Jesús reconoció esas realidades, ya que afectaban Su propia vida: “Nadie me la quita”, dijo Él, “sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:18).
Esos singulares atributos de Su origen eran esenciales para Su misión de expiar los pecados de toda la humanidad. Por lo tanto, Jesús el Cristo nació para morir y después levantarse otra vez a vida eterna (véase 3 Nefi 27:13–15). Él murió a fin de que pudiéramos vivir nuevamente; Él nació para que todas las personas pudieran ser aliviadas del aguijón de la muerte y vivir más allá del sepulcro (véase 1 Corintios 15:55; Mosíah 16:7–8; Alma 22:14; Mormón 7:5).
Su expiación se llevó a cabo en Getsemaní, donde sudó grandes gotas de sangre (véase Lucas 22:44), y en el Gólgota (o Calvario), donde Su cuerpo fue levantado sobre una cruz en el “lugar de la calavera”, que significaba la muerte (Marcos 15:22; Mateo 27:33; véase también 3 Nefi 27:14). Esa Expiación infinita libraría al hombre de la muerte perpetua (véase 2 Nefi 9:7). La expiación del Salvador hizo que la resurrección fuese una realidad y la vida eterna una posibilidad para todos. Su expiación llegó a ser el acto central de la historia de toda la humanidad.
El profeta José Smith recalcó la importancia de ésta cuando dijo: “Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y de los profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente apéndices de eso”5.
Esa declaración fue la inspiración ratificadora que guió a la Primera Presidencia y al Quórum de los Doce Apóstoles hace algunos años, cuando se aproximaba el aniversario número dos mil del nacimiento del Salvador. Nosotros, los quince hombres a quienes se confiaron las llaves del reino, preparamos nuestro testimonio escrito y lo intitulamos: “El Cristo Viviente: El testimonio de los Apóstoles”6. Cada uno de los quince apóstoles que vivían en aquella época adjuntó su firma a ese testimonio.
Toda persona que tenga un testimonio del Señor tiene el privilegio, por fe, de saber acerca de Su origen divino y de testificar que Jesús es el Hijo del Dios viviente. El testimonio verdadero abarca el hecho de que el Padre y el Hijo se aparecieron al profeta José Smith, cuyo nacimiento conmemoramos el 23 de diciembre. Ese testimonio también abarca el hecho de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera y un Señor viviente la guía mediante profecía y revelación por medio de administradores autorizados que reciben dirección de Él y que responden a ella.
Aun en los tiempos de mayor inquietud de la vida moderna, este conocimiento nos brinda paz y gozo. “Sed de buen ánimo…”, dijo el Maestro, “y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir” (D. y C. 68:6). Amorosamente nos aferramos a Su bendita promesa.
Nuestro obsequio para Él
Vendrán días difíciles; el pecado se está extendiendo. Pablo previó que los miembros de la Iglesia soportarían persecución (véase 2 Timoteo 3:1–13; D. y C. 112:24–26). Pedro aconsejó: “…si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios en ello” (1 Pedro 4:16). Así como Jesús descendió debajo de todo a fin de ascender por encima de todas las cosas, Él espera que sigamos Su ejemplo. Atados a Su yugo, cada uno de nosotros puede superar sus desafíos, no importa cuán difíciles sean (véase Mateo 11:29–30).
Tomando en cuenta todo lo que el Salvador ha hecho —y sigue haciendo— por nosotros, ¿qué podemos hacer nosotros por Él? El obsequio más grande que podríamos darle al Señor durante la Navidad, o en cualquier otra época, es mantenernos sin mancha del mundo, dignos de asistir a Su santo templo; y Su obsequio a nosotros será la paz de saber que estamos preparados para comparecer ante Él cuando llegue el momento.
La plenitud del ministerio del Maestro yace en el futuro. Las profecías de Su segunda venida aún están por cumplirse. Durante la Navidad, naturalmente, nos enfocamos en Su nacimiento; y Él volverá a este mundo. Durante Su primera venida, Jesús vino casi en secreto; únicamente algunos mortales supieron de Su nacimiento. Durante Su segunda venida, la humanidad entera sabrá de Su regreso. Entonces vendrá, no como “hombre que viaja por la tierra” (D. y C. 49:22), sino que “…se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá” (Isaías 40:5; véase también D. y C. 101:23).
Como testigo especial de Su santo nombre, testifico que Jesús el Cristo es el Hijo divino del Dios viviente. Él los amará, los elevará y se manifestará a ustedes si lo aman y guardan Sus mandamientos (véase Juan 14:21). En verdad, los hombres y las mujeres sabios aún le adoran.