Un testimonio seguro
Por haberme criado en una familia Santo de los Últimos Días activa, pienso que crecí teniendo un testimonio. Jamás dudé seriamente de la veracidad del Evangelio. Al igual que muchos adolescentes, en ocasiones cuestionaba algunas cosas en mi mente, pero nunca sentí que la Iglesia no fuera verdadera.
Fue esa fe lo que me inspiró a servir en una misión. Sabía que tenía que prestar servicio; no obstante, aunque no tenía dudas serias en cuanto a la Iglesia, me di cuenta de que debía obtener un testimonio propio.
Comencé la misión en febrero de 1961, pasando del invierno de Salt Lake City al calor del verano argentino. En aquella época no había capacitación de idiomas para los misioneros. Sin embargo, mi presidente de misión nos prometió que hablaríamos español con fluidez después de leer todo el Libro de Mormón en voz alta. Yo había aprendido español cuando era niño y ya hablaba con fluidez después de las primeras semanas, pero aún así, seguí las instrucciones de mi presidente de misión.
En la primera localidad a la que se me asignó, mi compañero y yo nos alojábamos en una vivienda que estaba detrás de una antigua tienda. No podíamos hacer proselitismo durante la siesta de Argentina, de modo que utilizaba ese tiempo para orar y leer el Libro de Mormón en la entrada principal de la tienda.
Un día, a miles de kilómetros de mi hogar, en el frente de aquella tienda, me detuve a pensar acerca de lo que estaba leyendo. Cuando se ora y se medita sobre el Libro de Mormón, el Espíritu puede ejercer Su influencia. Medité sobre lo que el Libro de Mormón enseñaba, pensé en que José Smith había traducido las planchas y me sobrevino un sentimiento repentino. En ese momento supe que todo lo que se me había enseñado mi vida entera era cierto. De pronto, fue muy claro para mí que José Smith era un profeta y que yo estaba leyendo la palabra de Dios. Todo era verdad.
Aquel sentimiento repentino fue electrizante; me recorrió todo el cuerpo, de la cabeza a la punta de los pies. No fue un escalofrío, ni un ardor; sin embargo, fue un testimonio seguro.
Jamás he olvidado aquel día, y he sentido el Espíritu Santo muchas veces desde entonces. Debido a aquella experiencia, reconozco cuando el Espíritu Santo me testifica de algo. El sentimiento no siempre es exactamente el mismo, pero siempre es cálido y seguro.
Aunque el Espíritu nos habla individualmente, la promesa de Moroni es para todos (véase Moroni 10:3–5). La promesa de Moroni del Libro de Mormón es que el Espíritu nos testificará de la veracidad del Libro de Mormón si lo leemos, lo estudiamos, lo meditamos y luego oramos con verdadera intención. Esa promesa se aplica a mí, a ustedes y a todas las personas del mundo. Quienes lo busquen, recibirán un testimonio seguro.