Baterías y vientos fríos
C. Lee Bendixsen, Idaho, EE. UU.
Un día, después de terminar mi turno como obrero en el Templo de Idaho Falls, Idaho, me ofrecí para llevar a dos hermanos a su automóvil que había quedado averiado en la carretera, justo al sur de Idaho Falls, Idaho, EE. UU. Una amable pareja se había detenido ese frío día de diciembre y había llevado al hermano Thompson y al hermano Clark el resto del camino hasta el templo.
El hermano Thompson estaba convencido de que su auto necesitaba una batería nueva. Lo llevé a comprar una a una tienda de repuestos cercana y, como tenía herramientas en mi auto, me dispuse a cambiarla.
Afortunadamente, tenía un par de guantes nuevos y mi chaqueta de invierno. Levanté el capó del auto y me preparé para quitar la batería vieja y colocar la nueva.
Para cambiar la batería, tuve que desmontar y mover algunas piezas del auto, entre ellas el depósito de agua del limpiaparabrisas. No tardé en descubrir que mis herramientas no se ajustaban a todas las tuercas de medida métrica, y ni siquiera podía aflojar los tornillos. Utilicé diferentes herramientas y probé diferentes posturas, pero nada dio resultado. La temperatura exterior era de unos -15° C y los camiones que pasaban por la carretera creaban vientos que producían un frío intenso. Había llegado a un crudo y frustrante punto muerto.
Acudí a la única ayuda disponible. Oré con todas mis fuerzas, explicando mi necesidad a mi Padre Celestial y pidiéndole que aflojara las tuercas y los tornillos o que me ayudara a encontrar una manera de hacerlo. Al terminar mi oración, una vez más tomé unos alicates y agarré un tornillo que no había podido aflojar. ¡Ya estaba suelto! En silencio y con fervor expresé gratitud, quité el tornillo y seguí adelante.
Poco después encontré otra tuerca dura y difícil de aflojar más adentro del auto. Una vez más, completamente frustrado, oré con más fervor, pidiendo ayuda con mayor confianza. Esta vez sentí que debía quitar unas tuercas de más abajo primero, y luego girar la abrazadera de la batería, lo cual hice. La tuerca que no cedía se soltó con facilidad. En pocos momentos saqué la vieja batería.
Coloqué la nueva y con los dedos entumecidos volví a colocar todas las piezas de la mejor manera posible. Entonces volví a poner los cables eléctricos. El hermano Thompson giró la llave y sonrió al oír arrancar el motor. Cerré el capó con agradecimiento. Había estado afuera como una hora y tenía las piernas y los pies entumecidos al entrar con esfuerzo a mi auto.
Seguí al hermano Thompson y al hermano Clark para asegurarme de que llegaran bien. Mientras conducía, la calefacción resultaba muy agradable, y lentamente las piernas y los pies comenzaron a entrar en calor. Le agradecí enormemente a mi Padre Celestial Su ayuda. A cambio, sentí la impresión de saber que Él había contestado la oración de esos hermanos al enviarme a mí como Su siervo. A Su manera maravillosa, Él había provisto de lo necesario para ellos y había reafirmado mi fe.