Los zapatos de papá
Priscilla Costa Xavier, São Paulo, Brasil
Hace varios años, mientras mis padres estaban ayudando a la Sociedad de Socorro a organizar ropa, zapatos y otros artículos para donar a los necesitados, mi padre se fijó en un par de zapatos en muy buenas condiciones en medio de un montón de cosas. En ese momento sintió una fuerte impresión de quedarse con los zapatos.
Mi madre se echó a reír y dijo: “Ese par de zapatos es tres números más pequeño que el tuyo; ¡ni siquiera te entran!”.
Sin embargo, mi padre siguió insistiendo. Después de varias bromas de las hermanas, por fin le permitieron quedarse con los zapatos.
En cuanto llegó a casa, los limpió, los rellenó con papel de periódico y los colocó en una caja encima de la cómoda. Recibimos instrucciones de no tocar la caja. Durante cinco años permanecieron en el mismo lugar.
Un día, una nueva familia se mudó a la casa de al lado. Tenían dos hijas y un bebé de seis meses. Mi hermana y yo inmediatamente nos hicimos amigas de sus dos hijas, que eran de nuestra misma edad. Compartimos con nuestras nuevas amigas lo que aprendíamos en la Iglesia, y las invitamos a la Primaria. Estaban muy emocionadas y ansiosas por aprender más sobre lo que habíamos compartido con ellas.
Después de regresar a casa de la Primaria, no dejaron de hablar de la Iglesia con sus padres. Nuestros padres invitaron a toda la familia a escuchar las charlas misionales y a que fueran a la Iglesia, lo cual aceptaron gustosamente. A ellos les encantaron las lecciones y nosotros estábamos entusiasmados por asistir a la Iglesia con ellos.
Pero cuando llegó el sábado, sus hijas parecían estar desanimadas. Cuando les preguntamos qué les pasaba, dijeron que sus padres ya no querían ir a la Iglesia.
Estábamos decepcionadas y le pedimos a papá que hablara con los padres de ellas. Cuando les habló acerca de las bendiciones de asistir a la Iglesia, el padre respondió: “Sí, todo eso lo sé. El problema es que en mucho tiempo no he usado ningún otro tipo de calzado más que mis zapatillas deportivas y sé que tenemos que ir a las reuniones de la Iglesia bien vestidos”.
En ese momento mi padre miró a mi madre. Ella sabía exactamente qué hacer. Los zapatos que estaban en la caja encima de la cómoda de papá le quedaban al padre de nuestras amigas a la perfección, y toda la familia fue a la Iglesia. Fue un domingo maravilloso para ellos y para nosotros. Al poco tiempo se bautizaron en la Iglesia y hoy son una hermosa familia eterna.
Yo sé que mi padre recibió la guía del Espíritu Santo para guardar aquellos zapatos. Como resultado de ello, siempre procuro Su guía cuando busco familias que estén dispuestas a escuchar el Evangelio. Él prepara familias, y sé que tenemos que buscarlas y llevarlas a Cristo.