Reconocer la mano de Dios en nuestras bendiciones diarias
De un discurso de una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia realizada el 9 de enero de 2011. Para el texto completo en inglés, visite speeches.byu.edu.
El pedir y recibir el pan de cada día de la mano de Dios es parte esencial de aprender a confiar en Él y de sobrellevar los desafíos de la vida.
Lucas registra que uno de los discípulos del Señor le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lucas 11:1). Jesús entonces dio un modelo de oración que se ha llegado a conocer como el Padrenuestro (véase Lucas 11:2–4; véase también Mateo 6:9–13).
En el Padrenuestro se incluye la petición: “Danos hoy el pan nuestro de cada día” (Mateo 6:11; véase también Lucas 11:3). Todos tenemos necesidades diarias para las cuales nos dirigimos a nuestro Padre Celestial. Para algunos es literalmente el pan, es decir, la comida que se precisa para sobrevivir ese día. También puede ser la fortaleza espiritual y física para enfrentar otro día de una enfermedad crónica o de una lenta y penosa recuperación. En otros casos, puede ser una necesidad menos tangible, como algo relacionado con las obligaciones o actividades del día, como por ejemplo, enseñar una lección o tomar un examen.
Jesús nos enseña a nosotros, Sus discípulos, que debemos acudir a Dios cada día por el pan —la ayuda y el sustento— que precisemos ese día en particular. La invitación del Señor de buscar nuestro pan de cada día de la mano de nuestro Padre Celestial es evidencia de un Dios amoroso que está al tanto aun de las pequeñas necesidades diarias de Sus hijos y que desea ayudarlos, uno a uno. Él dice que podemos pedir con fe a ese Ser que “…da a todos abundantemente y sin reproche, y le será [dado]” (Santiago 1:5). Eso es, por supuesto, tremendamente tranquilizador, pero hay detrás de ello algo más importante que sólo la ayuda para sobrevivir día a día. Al buscar y recibir el pan divino de cada día, nuestra fe y confianza en Dios y en Su Hijo aumentan.
Busquemos a Dios a diario
Después de su gran éxodo de Egipto, las tribus de Israel pasaron cuarenta años en el desierto antes de entrar en la tierra prometida. Esa gran multitud de más de un millón de personas tenía que alimentarse. Sin duda, ese número de personas en un solo lugar no podía subsistir por mucho tiempo de la caza, y su estilo de vida seminómada de ese momento no permitía plantar cultivos ni criar ganado en cantidad suficiente. Jehová resolvió el problema proporcionándoles milagrosamente su pan diario del cielo: el maná. Por medio de Moisés, el Señor instruyó a la gente a que cada día recogieran suficiente maná para ese día, con la excepción del día antes del día de reposo, cuando debían juntar suficiente para dos días.
A pesar de las instrucciones específicas de Moisés, algunos trataron de juntar más de lo que necesitaban para un día y guardar lo que sobrara:
“Y les dijo Moisés: Ninguno deje nada de ello para mañana.
“Mas ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para el otro día, y crió gusanos y hedió” (Éxodo 16:19–20).
Sin embargo, como se había prometido, cuando recogieron el doble de la cantidad normal diaria de maná el sexto día, no se echó a perder (véase Éxodo 16:24–26). No obstante, una vez más, algunos no podían creer sin ver y salieron a recoger maná el día domingo, pero “no hallaron nada” (véase Éxodo 16:27–29).
Al darles sustento un día a la vez, Jehová estaba tratando de enseñar fe a una nación que a lo largo de un período de 400 años había perdido gran parte de la fe de sus padres; les estaba enseñando a confiar en Él. En esencia, los hijos de Israel tenían que caminar con Él cada día y confiar que Él les daría suficiente comida para el día siguiente al día siguiente y así sucesivamente. De esa manera, Él nunca estaría muy lejos de sus mentes y corazones.
Una vez que las tribus de Israel estuvieron en condiciones de proveer de lo necesario por sí mismas, se les requirió hacerlo. Del mismo modo, al rogar a Dios por nuestro pan diario, por ayuda en el momento en que no podemos sustentarnos a nosotros mismos, aún debemos seguir esforzándonos por hacer y proporcionar aquello que esté a nuestro alcance.
Confiemos en el Señor
Un tiempo antes de que me llamaran como Autoridad General, me encontré en una situación económica difícil que duró varios años; aumentaba y disminuía en seriedad y urgencia, pero nunca desapareció por completo. En ocasiones, esa situación amenazaba el bienestar de mi familia, y pensé que tal vez quedaríamos en la ruina. Oré para que alguna intervención milagrosa nos librara. Aunque ofrecí esa oración muchas veces con gran sinceridad y profundo deseo, al final, la respuesta era no. Finalmente, aprendí a orar de la forma que lo hizo el Salvador: “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Busqué la ayuda del Señor en cada pequeño paso a lo largo del camino hacia una solución final.
Hubo ocasiones en las que había agotado todos mis recursos, cuando no tenía ni dónde ni a quién acudir por ayuda para cumplir con los compromisos que afrontaba. Sin ningún otro recurso, más de una vez me puse de rodillas ante mi Padre Celestial, pidiendo Su ayuda entre lágrimas; y Él me ayudó. A veces sólo era una sensación de paz, un sentimiento de seguridad de que las cosas saldrían bien. Tal vez no veía cómo o cuál sería el camino a seguir, pero me hizo saber que, directa o indirectamente, Él abriría un camino. Tal vez cambiaban las circunstancias, se me ocurría una nueva idea útil, recibíamos una entrada de dinero inesperada o aparecía otro recurso en el momento justo. De algún modo, había una manera de resolverlo.
Aunque en aquél entonces sufrí, ahora estoy agradecido de que no hubo una solución rápida a mi problema. El hecho de que me vi obligado a buscar la ayuda de Dios casi a diario por un extenso período de años me enseñó la manera de orar verdaderamente y de recibir respuestas a esas oraciones; y me enseñó de manera práctica a tener fe en Dios. Llegué a conocer a mi Salvador y a mi Padre Celestial de un modo y hasta un punto que no hubiera logrado de otra forma, o que me habría llevado mucho más tiempo. Aprendí que el pan de cada día es una posesión preciada; aprendí que el maná hoy en día puede ser tan real como el maná físico del relato bíblico; aprendí a confiar en el Señor con todo mi corazón; aprendí a caminar con Él día a día.
Solucionemos los problemas
Pedir a Dios nuestro pan de cada día en vez de nuestro pan de la semana, del mes o del año, es también una manera de centrarnos en las partes más pequeñas y manejables del problema. Para resolver algo grande, tal vez tengamos que encararlo en pequeñas porciones diarias. A veces de lo único que somos capaces de encargarnos es de un día, o quizás de sólo parte de un día, a la vez.
En la década de los cincuenta, mi madre sobrevivió una cirugía radical de cáncer, a la cual le siguieron una docena de dolorosos tratamientos de radiación. Ella recuerda que su madre le enseñó algo en esa época que siempre la ha ayudado desde entonces:
“Estaba tan enferma y débil que le dije un día: ‘Ay, mamá, no soporto tener que recibir dieciséis más de esos tratamientos’.
“Ella me preguntó: ‘¿Puedes ir hoy?’.
“‘Sí’.
“‘Bueno, cariño, eso es todo lo que tienes que hacer hoy’.
“Eso me ha ayudado muchas veces cuando me acuerdo de tomar un día o una cosa a la vez”.
El Espíritu puede guiarnos para saber cuándo ir más allá o cuándo debemos tratar sólo con este día, con este momento.
Alcancemos nuestro potencial
El pedir y recibir el pan de cada día de la mano de Dios es parte esencial de aprender a confiar en Él y de sobrellevar los desafíos de la vida. También necesitamos una porción diaria de pan divino para ser lo que debemos llegar a ser. El arrepentirse, mejorar y con el tiempo alcanzar “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13) es un proceso que se debe realizar paso a paso. El incorporar hábitos nuevos y sanos en nuestro carácter, o el sobreponernos a malos hábitos o adicciones, con frecuencia significa un esfuerzo hoy, seguido de otro mañana y luego otro, tal vez durante muchos días, incluso meses y años, hasta que logremos la victoria; pero es posible hacerlo porque podemos acudir a Dios por nuestro pan de cada día, por la ayuda que necesitamos a diario.
El presidente N. Eldon Tanner (1898–1982), Primer Consejero de la Primera Presidencia, dijo: “Al reflexionar en el valor de decidir ser mejores, determinemos disciplinarnos a fin de seleccionar detenidamente las resoluciones que tomemos, de considerar el propósito por el cual las hemos tomado y, por último, de comprometernos a mantenernos firmes en ellas, no permitiendo que ningún obstáculo se interponga. Al comenzar cada día, recordemos que es posible mantenernos fieles a un propósito por el término de ese día”1.
El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó hace poco que el ser constantes en las prácticas diarias simples como la oración familiar, el estudio de las Escrituras y la noche de hogar es crucial para establecer familias buenas y felices. “…nuestra constancia en acciones aparentemente pequeñas”, dijo él, “puede llevarnos a alcanzar resultados espirituales significativos”2.
El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994), al hablar sobre el arrepentimiento, dio este consejo: “…en nuestros esfuerzos por asemejarnos más a Dios, debemos tener cuidado de no desanimarnos y perder las esperanzas. El llegar a ser como Cristo es un proceso de toda la vida y, con frecuencia, implica progreso y cambio lentos, casi imperceptibles”3.
Busquemos la ayuda del Señor al prestar servicio
Recuerden que no debemos mirar sólo en nuestro interior al buscar una medida diaria del pan divino. Si queremos llegar a ser más semejantes al Maestro, Aquél que “…tampoco vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45), buscaremos Su ayuda para ser de servicio a las demás personas día a día.
El presidente Thomas S. Monson vive este principio mejor que cualquier otra persona que conozco. Siempre hay en su corazón una oración a fin de que Dios le revele las necesidades y los medios para que él pueda ayudar a aquellos que lo rodean en cualquier día o momento. Un ejemplo de cuando era obispo ilustra el hecho de que a veces un pequeño esfuerzo puede, con la influencia del Espíritu, producir frutos asombrosos.
“Una de las personas a quien el presidente Monson tendió una mano fue Harold Gallacher. Su esposa e hijos eran activos en la Iglesia, pero Harold no. Su hija Sharon le había pedido al obispo Monson si podía ‘hacer algo’ para que su padre se reactivara. Como obispo, sintió el impulso de visitar a Harold. Era un día caluroso de verano cuando golpeó en la puerta mosquitera de la casa de Harold. El obispo podía ver a Harold sentado en su silla, fumando un cigarrillo y leyendo el periódico. ‘¿Quién es?’, preguntó Harold con tono áspero y sin levantar la vista.
“‘Su obispo’, respondió Tom. ‘Vine a conocerlo y a instarlo a que asista a nuestras reuniones con su familia’.
“‘No, estoy muy ocupado’, respondió con desdén y nunca alzó la vista. Tom le agradeció que los hubiera escuchado y se alejó de la puerta. La familia se mudó sin que Harold asistiera ni una vez a la Iglesia.
“Años más tarde… el hermano Gallacher llamó a la oficina del élder Thomas S. Monson y pidió una cita para verlo.
“…Cuando un tiempo después los dos se encontraron, se abrazaron. Harold dijo: ‘He venido a disculparme por no levantarme de mi silla y por dejarlo en la puerta ese día de verano hace tantos años’. El élder Monson le preguntó si estaba activo en la Iglesia. Con una leve sonrisa, Harold respondió: ‘Ahora soy el segundo consejero del obispado de mi barrio. Su invitación para que asistiera a la Iglesia y mi respuesta negativa me acosaban tanto que decidí hacer algo al respecto’”4.
Tomemos decisiones diarias
El pensar en nuestro pan diario nos hace conscientes de los detalles de nuestra vida, de la importancia de las cosas insignificantes que colman nuestros días. La experiencia nos enseña que en el matrimonio, por ejemplo, un torrente constante de bondad, ayuda y atenciones simples son mucho más eficaces para mantener vivo el amor y nutrir una relación que un gesto grande y costoso realizado esporádicamente.
Del mismo modo, en nuestras decisiones diarias podemos evitar que entren en nuestra vida ciertas influencias insidiosas y lleguen a ser parte de quienes somos. En una conversación informal que el élder Neal A. Maxwell (1926–2004) y yo tuvimos hace unos años, concluimos que uno puede evitar gran parte de la pornografía y las imágenes pornográficas, simplemente al tomar decisiones correctas. La mayoría de las veces, se trata simplemente de un asunto de autodisciplina el no ir adonde es posible que haya pornografía, ni física ni electrónicamente. Reconocimos, no obstante, que debido a que es tan trágicamente penetrante, la pornografía podría asaltar por sorpresa a una persona que no esté haciendo nada malo. “Sí”, observó el élder Maxwell, “pero puede rechazarla de inmediato; no tiene que invitarla a entrar y ofrecerle un asiento”.
Lo mismo sucede con otras influencias y hábitos destructivos. El prestar atención cada día a fin de evitar el comienzo de ese tipo de cosas puede protegernos de que en un día futuro nos demos cuenta de que por causa de no estar atentos, se ha arraigado en nuestra alma un mal o una debilidad.
En realidad, no hay muchas cosas de un día que sean totalmente insignificantes. Incluso las cosas mundanas y repetitivas pueden ser elementos pequeños pero significativos que con el tiempo establezcan la disciplina, el carácter y el orden necesarios para lograr nuestros planes y nuestros sueños. Por lo tanto, al pedir en oración el pan de cada día, consideren seriamente sus necesidades, tanto aquello que no tengan como aquello de lo que deban protegerse. Al ir a dormir, piensen en los logros y los fracasos del día y en lo que hará que el día siguiente sea un poco mejor; y agradezcan a su Padre Celestial el maná que Él ha puesto en el camino de ustedes y que los ha sostenido durante el día. El reflexionar en ello aumentará la fe que tengan en Él y reconocerán Su mano ayudándolos a sobrellevar algunos aspectos y a cambiar otros. Podrán regocijarse en un nuevo día, un paso más hacia la vida eterna.
Recordemos al Pan de Vida
Más que nada, recuerden que tenemos a Aquél de quien el maná era un modelo y un símbolo, el Redentor.
“Yo soy el pan de vida.
“Vuestros padres comieron el maná en el desierto y están muertos.
“Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que de él coma no muera.
“Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Juan 6:48–51).
Doy mi testimonio de la realidad viviente del Pan de Vida, Jesucristo, y del infinito poder y alcance de Su expiación. En última instancia, Su expiación y Su gracia es lo que constituye el pan nuestro de cada día. Deberíamos buscarlo a Él a diario, hacer Su voluntad cada día y llegar a ser uno con Él, como Él es uno con el Padre (véase Juan 17:20–23). Al hacerlo, ruego que nuestro Padre Celestial nos conceda nuestro pan de cada día.