Necesitamos orar ¡ahora!
Jeffery R. McMahon, Alberta, Canadá
Nuestra familia regresaba de un paseo de fin de semana en Peace River, Alberta, Canadá, aproximadamente cinco horas al norte de donde vivíamos en Edmonton. La noche ya había caído en el paisaje del norte y, aunque el viento con nieve pegaba salvajemente de frente en la ruta, todo parecía tranquilo y calmo dentro del vehículo.
De repente, una luz de alerta que no presagiaba nada bueno apareció en el tablero. Sólo la había visto en otra ocasión, hacía muchos años, y ahora temía por lo que pudiera pasar. Rápidamente apagué todo lo innecesario que consumiera energía, pero el motor pronto se apagó. Sabía que habíamos viajado varios kilómetros desde la última ciudad y que faltaban muchos más para llegar a la próxima. Ni siquiera recordaba la última vez que nos habíamos cruzado con algún vehículo en cualquiera de las dos direcciones.
A medida que desesperadamente considerábamos nuestras opciones, nuestro hijo de 11 años, Casson, dijo: “Necesitamos orar ¡ahora!”. Hacía tres meses que Casson había quedado destrozado por la pérdida de su hermano menor, que había fallecido de cáncer. ¿Cuántas oraciones había elevado al cielo mientras se esforzaba por entender por qué había perdido a su único hermano?
Mi esposa y yo no estábamos seguros de cuán plenamente había entendido nuestra explicación de que las oraciones tienen que estar de acuerdo con la voluntad del Padre Celestial y no solamente con nuestros propios deseos. Aún así, nos estaba mostrando que necesitábamos acudir al Padre Celestial y seguir teniendo fe en Él.
No mucho tiempo después de que terminamos de orar, las luces de un vehículo que se aproximaba comenzaron a brillar en el espejo retrovisor. En cuestión de segundos, un camión de plataforma en dirección a Edmonton se detuvo enfrente de nosotros.
Cuando el conductor y yo nos acercamos el uno hacia el otro, preguntó con un acento franco-canadiense muy marcado: “¿Tiene niños en el vehículo?”. Cuando le dije que sí, dijo que había pasado otro vehículo hacía varios kilómetros, pero que no se había detenido por el mal tiempo. Sin embargo, al acercarse a nosotros, sintió la clara impresión de que teníamos niños que necesitaban su ayuda. Por esa razón se había detenido.
En unos minutos aseguró nuestro vehículo encima del camión y nos dirigimos a Edmonton. Fue un helado viaje de regreso pero sentimos la calidez de la dulce confirmación de que el Padre Celestial escucha las oraciones. Algunas veces las respuestas vienen de maneras que no prevemos, y otras veces las respuestas son más poderosas y directas de lo que nos podemos imaginar. Sólo necesitamos tener fe y confianza en el Señor.