Un regalo para la abuela
La autora vive en California, EE. UU.
Una simple carta para dar las gracias significó muchísimo para mi abuela.
Cuando yo era pequeña, mi abuela solía tener reuniones para mis primos y para mí. Éramos unos catorce y siempre nos entusiasmaba que la abuela nos invitara a cenar, a dormir en su casa, a tener noches de juegos y a pasar juntos los días festivos. ¡La casa de la abuela era el lugar perfecto!
Cada actividad en la casa de la abuela era divertida. Sin embargo, nunca me detuve a pensar en el tiempo y el trabajo que requería cada una de ellas; simplemente consideraba que eso era lo que hacían las abuelas, ¡y me encantaba!
Después de años de recuerdos divertidos con mis primos en casa de la abuela, nuestra familia se mudó. Más adelante, mi abuela fue a pasar un día especial con nosotros en nuestra nueva casa. Mi familia pensó mucho para tratar de encontrar el regalo perfecto para ella. La abuela tiene más cosas que cualquier persona que yo conozco; ¿qué podíamos regalarle a la abuela que lo tiene todo?
Le pedí ideas a mi padre y él me dijo lo mismo que dice cada año: “¿Por qué no le escribes una linda carta?”. No se me ocurría otra cosa, así que a la mañana siguiente, antes de que los demás se despertaran, me senté frente a la mesa de la cocina, con los pies sobre la fría baldosa, y le escribí una carta especial a mi abuela.
En un principio me preguntaba qué otra cosa podría escribirle que no fuera “¡Eres maravillosa! ¡Gracias por todo!”. Mientras miraba a través de la ventana de la cocina y veía las palmeras y el cielo, recordé las muchas cosas que la abuela había hecho por nosotros a lo largo de los años. Recordé que nunca le había dicho cuán importantes eran para mí aquellos momentos que habíamos pasado juntos, como familia.
En la carta, le dije cuánto la quería y le di las gracias por todos los recuerdos especiales. Le hice saber lo importantes que seguían siendo para mí, incluso después de tantos años. Luego coloqué la carta en un sobre, le puse una cinta roja alrededor y regresé a mi calentita habitación alfombrada.
Cuando llegó el momento de darle los regalos a la abuela, saqué mi carta lentamente. No sabía cómo sentirme con respecto a mi regalo para ella.
Pareció sorprendida cuando le entregué el sobre. La observé atentamente mientras abría con cuidado el sobre y sacaba la carta escrita en un angosto papel color rosa. Mientras la leía, empezó a sonreír y se le llenaron los ojos de lágrimas; nunca había visto llorar a la abuela. Alzó la vista pausadamente y sus cálidos ojos marrones se dirigieron hacia mí: “Gracias, gracias. Pensé que nadie lo recordaba”.
La abuela, que se había esforzando tanto por cultivar fuertes lazos en la familia, no se imaginaba que yo recordaba y agradecía aquellos momentos que habíamos pasado juntos. Se secó las lágrimas y dijo: “Kimberly, gracias. Éste es el mejor regalo que alguien podría darme”.
Al darle un abrazo grande a la abuela, sentí su suave piel contra mi mejilla y su aroma a “abuela”: una mezcla de talco para bebés y perfume. Me sentí muy agradecida por la idea que mi padre me había dado de escribirle una carta; no sabía que las palabras de gratitud y amor significaran más para la abuela que cualquiera de las chucherías, perfumes o pasteles de frutas que se podrían comprar con dinero.