2014
Si me amáis, guardad mis mandamientos
Mayo 2014


“Si me amáis, guardad mis mandamientos”

Élder Robert D. Hales

Utilizar nuestro albedrío para obedecer significa elegir “hacer lo que es correcto [y dejar] que las consecuencias ocurran”.

Hermanos y hermanas, de todas las lecciones que aprendemos de la vida del Salvador, ninguna es más clara y poderosa que la lección de la obediencia.

El ejemplo del Salvador

En el concilio premortal de los cielos, Lucifer se rebeló en contra del plan del Padre Celestial. Los que siguieron a Lucifer terminaron su progreso eterno. ¡Tengan cuidado de a quién eligen seguir!

Luego, Jesús expresó Su compromiso de obedecer diciendo: “Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”1. A lo largo de Su ministerio, Él “sufrió tentaciones pero no hizo caso de ellas”2. De hecho, “por lo que padeció aprendió la obediencia”3.

Porque nuestro Salvador fue obediente, Él expió nuestros pecados, de ese modo hizo posible nuestra resurrección y preparó el camino para que regresemos a nuestro Padre Celestial, quien sabía que cometeríamos errores mientras aprendíamos sobre la obediencia en la vida terrenal. Cuando obedecemos, aceptamos Su sacrificio, ya que “creemos que por la Expiación de [Jesucristo], todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes, ordenanzas y [mandamientos] del Evangelio”4.

Jesús nos enseñó a obedecer con palabras sencillas que son fáciles de comprender: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”5, y “Ven, sígueme”6.

Cuando nos bautizamos, “[tomamos] sobre [nosotros] el nombre de Cristo” y hacemos “convenio con Dios de [que seremos] obedientes hasta el fin de [nuestras] vidas”7. Todos los domingos renovamos ese convenio bautismal al tomar la Santa Cena y testificar que estamos dispuestos a guardar los mandamientos. Buscamos el perdón de todos los pensamientos, sentimientos o acciones que no estén en armonía con la voluntad de nuestro Padre Celestial. Cuando nos arrepentimos, apartándonos de la desobediencia y comenzando a obedecer otra vez, mostramos nuestro amor por Él.

Los tipos de obediencia

Al vivir el Evangelio, progresamos en nuestro entendimiento de la obediencia. A veces quizás tengamos la tentación de poner en práctica lo que yo llamo “la obediencia del hombre natural”, en la que de manera desobediente rechazamos la ley de Dios y damos preferencia a nuestra sabiduría, a nuestros deseos o aun la popularidad. Puesto que muchas personas practican eso ampliamente, esa distorsión de la obediencia menoscaba la importancia de las normas de Dios en nuestra cultura y en nuestras leyes.

A veces, los miembros participan en una “obediencia selectiva”, afirmando que aman a Dios y honran a Dios mientras que seleccionan cuáles de Sus mandamientos y enseñanzas —y qué enseñanzas y consejos de Sus profetas— seguirán completamente.

Algunas personas obedecen de forma selectiva porque no comprenden todas las razones de un mandamiento, así como los niños no siempre entienden las razones de las reglas y consejos de sus padres. Sin embargo, siempre sabemos la razón por la que seguimos a los profetas: porque ésta es la Iglesia de Jesucristo, y es el Salvador quien dirige a Sus profetas en todas las dispensaciones.

Conforme nuestra comprensión de la obediencia se profundiza, reconocemos la función esencial del albedrío. Cuando Jesús estaba en el Jardín de Getsemaní, Él oró tres veces a Su Padre en los cielos: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”8. Dios no anularía el albedrío del Salvador; sin embargo, misericordiosamente envió a un ángel para fortalecer a Su Hijo Amado.

El Salvador afrontó otra prueba en el Gólgota, donde Él podría haber llamado a legiones de ángeles para que lo bajaran de la cruz, pero tomó Su propia decisión de perseverar obedientemente hasta el fin y completar Su sacrificio expiatorio, aunque ello implicara un gran sufrimiento y aun la muerte.

La obediencia espiritualmente madura es “la obediencia del Salvador”; está motivada por el verdadero amor hacia nuestro Padre Celestial y Su Hijo. Cuando obedecemos de buena voluntad, como lo hizo nuestro Salvador, valoramos las palabras de nuestro Padre Celestial: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”9; y, al entrar en la presencia de nuestro Padre Celestial, esperamos con anhelo escuchar: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu señor”10.

Utilizar nuestro albedrío para obedecer significa elegir “hacer lo que es correcto [y dejar] que lleguen las consecuencias”11. Eso requiere autodominio y nos brinda confianza, felicidad eterna y un sentimiento de satisfacción a nosotros y, mediante nuestro ejemplo, a los que nos rodean. Además, siempre implica un compromiso personal y profundo de sostener a los líderes del sacerdocio y seguir sus enseñanzas y consejos.

Las consecuencias

Al decidir si obedeceremos, siempre resulta útil recordar las consecuencias de nuestras decisiones. ¿Entendían Lucifer y sus seguidores la consecuencia que traería el rechazar el plan de nuestro Padre Celestial? Si es así, ¿por qué tomaron tan terrible decisión? Podríamos hacernos una pregunta similar: ¿Por qué cualquiera de nosotros elige ser desobediente cuando entendemos las consecuencias eternas del pecado? Las Escrituras aportan una respuesta: la razón por la que Caín y algunos de los hijos de Adán y Eva escogieron desobedecer es porque “[amaban] a Satanás más que a Dios”12.

Nuestro amor por el Salvador es la clave para obedecer a la manera del Salvador. Al esforzarnos por ser obedientes en el mundo de hoy, manifestamos nuestro amor y respeto por todos los hijos de nuestro Padre Celestial. Sin embargo, ¡es imposible que ese amor por los demás modifique los mandamientos de Dios, que se dieron para nuestro bien! Por ejemplo, el mandamiento “no matarás, ni harás ninguna cosa semejante”13 se basa en la ley espiritual que protege a todos los hijos de Dios, aun antes de nacer. Muchas experiencias de la historia sugieren que cuando no hacemos caso a esa ley, el resultado es un dolor incalculable. A pesar de eso, muchos creen que es aceptable dar fin a la vida de un niño que todavía no ha nacido por razones de preferencia o conveniencia.

Justificar la desobediencia no cambia la ley espiritual ni sus consecuencias, sino que lleva a la confusión, la inestabilidad, al desvío por senderos extraños, a perdernos y al dolor. Como discípulos de Cristo, tenemos la obligación sagrada de sostener Sus leyes y mandamientos, y los convenios que asumimos.

En diciembre de 1831, se pidió a algunas de las Autoridades Generales que ayudaran a calmar los sentimientos hostiles que habían surgido hacia la Iglesia. Por medio del profeta José Smith, el Señor los dirigió de una manera inusitada, incluso sorprendente:

“Confundid, pues, a vuestros enemigos; invitadlos a discutir con vosotros en público y en privado…

“Por tanto, dejadlos que propongan sus potentes razonamientos en contra del Señor.

“…no hay arma forjada en contra de vosotros que haya de prosperar;

“y si hombre alguno alza su voz en contra de vosotros, será confundido en mi propio y debido tiempo.

“Así que, guardad mis mandamientos; son verdaderos y fieles”14.

Lecciones que se hallan en las Escrituras

Las Escrituras están repletas de ejemplos de profetas que han aprendido las lecciones de la obediencia por propia experiencia.

A José Smith se le enseñó acerca de las consecuencias de ceder a las presiones de su benefactor, amigo y escribiente, Martin Harris. En respuesta a las súplicas de Martin, José le pidió permiso al Señor para prestarle las primeras 116 páginas manuscritas del Libro de Mormón a fin de que Martin se las mostrara a su familia, pero el Señor le dijo a José que dijera que no. Martin le suplicó a José que le preguntara al Señor otra vez. Después de que José le pidiera por tercera vez, el Señor le dio permiso para que cinco personas específicas revisaran el manuscrito. “En un convenio de lo más solemne, Martin prometió atenerse a ello. Cuando llegó a su casa y lo presionaron, olvidó su solemne juramento y permitió que otras personas vieran el manuscrito, lo que trajo como resultado que, mediante una estratagema, lo perdiera”15 y se perdieron. Como consecuencia, el Señor reprendió a José y se le negó el permiso para seguir traduciendo el Libro de Mormón. José sufrió y se arrepintió de su transgresión de ceder a las presiones de los demás. Después de un corto período, a José se le permitió volver a traducir. ¡José aprendió una valiosa lección de obediencia que le sirvió por el resto de su vida!

El profeta Moisés constituye otro ejemplo. Cuando Moisés, de manera obediente, tomó a una esposa etíope, María y Aarón hablaron contra él. Pero el Señor los reprendió, diciendo: “Cara a cara hablaré con [Moisés]”16. El Señor utiliza este increíble incidente para enseñar a los miembros de la Iglesia en nuestra dispensación. En 1830, Hiram Page afirmaba recibir revelación para la Iglesia. El Señor lo corrigió y enseñó a los santos: “Y tú has de ser obediente a las cosas que le dé [a José], tal como Aarón”17, “…porque [las] recibe así como Moisés”18.

La obediencia trae bendiciones, “y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa”19.

La obediencia se enseña por medio del ejemplo. Mediante nuestra forma de vivir, enseñamos a nuestros hijos: “…aprende sabiduría en tu juventud; sí, aprende en tu juventud a guardar los mandamientos de Dios”20.

La obediencia nos hace gradualmente más fuertes, capaces de soportar fielmente pruebas y aflicciones en el futuro. La obediencia en el Getsemaní preparó al Salvador para obedecer y perseverar hasta el fin en el Gólgota.

Mis queridos hermanos y hermanas, las palabras de Alma expresan los sentimientos de mi corazón:

“Y ahora bien, mis queridos hermanos, os he dicho estas cosas a fin de despertar en vosotros el sentido de vuestro deber para con Dios, para que andéis sin culpa delante de él…

Y ahora quisiera que fueseis humildes, que fueseis sumisos y dóciles… siendo diligentes en guardar los mandamientos de Dios en todo momento”21.

Expreso mi testimonio especial de que nuestro Salvador vive. Debido a que Él obedeció, “toda rodilla se doblará, y toda lengua confesará… que él es [nuestro Salvador]”22. Ruego que lo amemos tan profundamente y creamos tan plenamente en Él con fe que también obedezcamos, guardemos Sus mandamientos y volvamos a vivir con Él para siempre en el reino de nuestro Dios es mi deseo. En el nombre de Jesucristo. Amén.