La alegre carga del discipulado
El sostener a nuestros líderes es un privilegio; conlleva la responsabilidad personal de compartir su carga y de ser discípulos del Señor Jesucristo.
El 20 de mayo del año pasado, un violento tornado dañó severamente los suburbios de la ciudad de Oklahoma, en la parte central de EE.UU., dejando un rastro de más de 1.6 km de ancho y de 27 km de largo. Esta tormenta, un torrente de tornados devastadores, cambió el panorama y la vida de las personas en su camino.
Sólo una semana después de que el violento tornado azotara, fui asignado a visitar el área donde las casas y pertenencias estaban dispersadas por los vecindarios arrasados y asolados.
Antes de ir, hablé con nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, quien se deleita en ese tipo de obra para el Señor. Con respeto, no sólo por su oficio, sino también por su bondad, pregunté: “¿Qué quiere que yo haga? ¿Qué quiere que yo diga?”.
Él tomó mi mano con ternura, como lo hubiera hecho con cada una de las víctimas y cada uno de los que ayudaba con la devastación si hubiera estado allí, y dijo:
“Primero, dígales que los quiero.
“Segundo, dígales que estoy orando por ellos.
“Tercero, por favor agradézcales a todos aquellos que estén ayudando”.
Como miembro de la Presidencia de los Setenta, sentí la importancia de esa responsabilidad de acuerdo con las palabras que el Señor le habló a Moisés:
“Reúneme a setenta hombres de entre los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales …
“Y yo descenderé y hablaré allí contigo; y tomaré del espíritu que está en ti [Moisés] y lo pondré en ellos, y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo”1.
Éstas son palabras de tiempos antiguos, pero la manera del Señor no ha cambiado.
Actualmente, en la Iglesia, el Señor ha llamado a 317 Setentas que sirven en 8 quórumes a fin de apoyar a los Doce Apóstoles para sobrellevar la carga que lleva la Primera Presidencia. Con gozo, yo siento esa responsabilidad muy dentro de mí, al igual que el resto de las Autoridades Generales. Sin embargo, no somos los únicos que ayudan en esta gloriosa obra. Como miembros de la Iglesia alrededor del mundo, todos tenemos la maravillosa oportunidad de bendecir la vida de los demás.
Nuestro querido Profeta me había enseñado lo que las personas afectadas por la tormenta necesitaban: amor, oraciones y agradecimiento por manos que ayudan.
Esta tarde, cada uno de nosotros levantará la mano y sostendrá a la Primera Presidencia y al Quórum de los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esto no es sólo una formalidad, ni está reservado para aquellos a quienes se llama como oficiales generales de la Iglesia. El sostener a nuestros líderes es un privilegio; conlleva la responsabilidad personal de compartir su carga y de ser discípulos del Señor Jesucristo.
El presidente Monson ha dicho:
“Estamos rodeados de personas que necesitan nuestra atención, nuestro estímulo, apoyo, consuelo y bondad, ya sean familiares, amigos, conocidos o extraños. Nosotros somos las manos del Señor aquí sobre la tierra, con el mandato de prestar servicio y edificar a Sus hijos. Él depende de cada uno de nosotros…
“‘En cuanto lo hicisteis a uno de éstos … a mí lo hicisteis’ [Mateo 25:40]”2.
¿Responderemos con amor cuando se nos presente la oportunidad de hacer una visita, una llamada, de escribir un mensaje o de pasar el día atendiendo a las necesidades de otras personas? ¿O seremos como el joven que declaró que obedecía todos los mandamientos de Dios?:
“Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?
“Le dijo Jesús: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”3.
Al joven se lo estaba llamando a un mayor servicio al lado del Señor para llevar a cabo la obra del reino de Dios en la tierra, pero él se apartó “porque tenía muchas posesiones”4.
¿Qué pensamos respecto a nuestras posesiones materiales? Vemos lo que un tornado puede hacer con ellas en sólo minutos. Es muy importante que cada uno de nosotros acumule tesoros en los cielos, utilizando nuestro tiempo, talentos y albedrío al servicio de Dios.
Jesucristo continúa extendiendo el llamado “Ven, sígueme”5. Él caminó por Su tierra con Sus seguidores de manera abnegada. Él sigue caminando a nuestro lado, apoyándonos y guiándonos. El seguir Su ejemplo perfecto es reconocer y honrar al Salvador, quien ha sobrellevado todas nuestras cargas por medio de Su expiación sagrada y salvadora, el máximo acto de servicio. Lo que Él nos pide a cada uno de nosotros es que seamos capaces y estemos dispuestos a llevar la alegre “carga” de ser un discípulo.
Mientras estuve en Oklahoma, tuve la oportunidad de conocer a algunas de las familias que resultaron afectadas por los fuertes tornados. Durante mi visita a la familia Sorrels, me conmovió en particular la experiencia de su hija, Tori, que entonces estaba en el 5o grado de la escuela primaria Plaza Towers. Ella y su mamá se encuentran aquí con nosotros hoy.
Tori y algunos de sus amigos se acurrucaron en un baño para refugiarse mientras el tornado azotaba con estruendo la escuela. Escuchen mientras leo las palabras de Tori sobre los acontecimientos de ese día:
“Oí que algo pegó contra el techo. Pensé que sólo era granizo. El ruido se hizo más y más fuerte. Hice una oración para que el Padre Celestial nos protegiera a todos y nos mantuviera a salvo. De pronto, escuchamos un sonido fuerte como de una aspiradora, y el techo justo arriba de nosotros desapareció. Había mucho viento y escombros que volaban y me golpeaban todo el cuerpo. Estaba más obscuro afuera y parecía que el cielo estaba negro, pero no era así, era la parte de adentro del tornado. Sólo cerré los ojos esperando y orando que pronto terminara.
“De repente hubo silencio.
“Cuando abrí los ojos, ¡vi un cartel con la señal de “alto” justo frente a mis ojos! Casi me tocaba la nariz”6.
Tori, su mamá, tres hermanos y muchos amigos que estuvieron en la escuela con ella, milagrosamente sobrevivieron ese tornado; pero no fue así con siete de sus compañeros.
Ese fin de semana los hermanos del sacerdocio ofrecieron muchas bendiciones a miembros afectados por la tormenta. Me sentí honrado de poder darle una bendición a Tori. Al poner mis manos sobre su cabeza, uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras me vino a la mente: “Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”7.
Le aconsejé a Tori que recordara el día en que un siervo del Señor puso las manos sobre su cabeza y declaró que ella había sido protegida por ángeles durante la tormenta.
Extender la mano para rescatarnos unos a otros, bajo cualquier circunstancia, es una medida eterna de amor. Ese es el tipo de servicio que presencié en Oklahoma esa semana.
A menudo, tenemos la oportunidad de ayudar a otras personas durante momentos difíciles. Como miembros de la Iglesia, cada uno tiene la sagrada responsabilidad de “llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”8, “consolar a los que necesitan de consuelo”9, y “[levantar] las manos caídas y [fortalecer] las rodillas debilitadas”10.
Hermanos y hermanas, cuán agradecido está el Señor con cada uno de ustedes por las innumerables horas y actos de servicio, tanto grandes como pequeños, que ustedes ofrecen cada día tan generosa y gentilmente.
El rey Benjamín enseñó en el Libro de Mormón: “Cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios”11.
El concentrarnos en servir a nuestros hermanos puede guiarnos a tomar decisiones divinas en nuestra vida cotidiana y nos prepara para valorar y amar lo que el Señor ama. Al hacerlo, testificamos, mediante nuestra propia vida, que somos Sus discípulos. Cuando participamos en Su obra, sentimos Su Espíritu con nosotros, y crecemos en testimonio, fe, confianza y amor.
Yo sé que vive mi Redentor, Jesucristo; y que Él habla con y por medio de Su profeta, nuestro querido presidente Thomas S. Monson, en éstos, nuestros días.
Ruego que todos encontremos el gozo que viene del sagrado servicio de llevar las cargas los unos de los otros, incluso las simples y pequeñas; en el nombre de Jesucristo. Amén.