“Donde esté vuestro tesoro…”
Si no tenemos cuidado, empezaremos a buscar lo temporal más que lo espiritual.
Poco después de la conferencia general de octubre de 2007, uno de mis hermanos me dijo que pasarían siete años antes de que yo volviera a tener esta estresante experiencia. Me sentí aliviado y le dije que los consideraría mis “siete años de abundancia”. Bien, pues aquí estoy; mis siete años de abundancia han llegado a su fin.
El pasado enero, mi esposa, Grace, y yo recibimos la asignación de visitar a los miembros de Filipinas que habían quedado desolados por un gran terremoto y un súper tifón. Nos regocijamos porque la asignación era una respuesta a nuestras oraciones y un testimonio de la misericordia y la bondad de un Padre Celestial amoroso, que calmó un poco nuestro anhelo de expresarles personalmente nuestro amor y preocupación.
La mayoría de los miembros con los que nos encontramos aún seguían viviendo en refugios temporales como carpas, centros comunitarios y centros de reuniones de la Iglesia. Los hogares que visitamos tenían sólo parte del techo o ningún techo en absoluto. Aquella gente no tenía mucho, y lo poco que tenían lo habían perdido en los desastres. Había lodo y escombros por todas partes. Sin embargo, estaban llenos de gratitud por la poca ayuda que habían recibido y estaban con buen ánimo a pesar de sus circunstancias tan difíciles. Cuando les preguntábamos cómo lo sobrellevaban, todos respondían con un firme: “Estamos bien”. Obviamente, su fe en Jesucristo les daba la esperanza de que, al final, todo saldría bien. Hogar tras hogar, carpa tras carpa, la hermana Teh y yo aprendimos de aquellos santos fieles.
En tiempos de calamidad o de tragedia, el Señor tiene una manera de volver a centrarnos a nosotros y a nuestras prioridades. De repente, todas las cosas materiales por las que tanto trabajamos dejan de tener importancia, y lo que verdaderamente importa es nuestra familia y las relaciones con los demás. Una buena hermana lo expresó así: “Cuando el agua bajó y llegó el momento de empezar a limpiar, contemplé mi casa y pensé: ‘¡Cuánta basura he acumulado todos estos años!’”.
Sospecho que esa hermana ha ganado una perspectiva mejor y, por tanto, será más cauta a la hora de decidir qué cosas son necesarias y aquellas de las que en verdad puede prescindir.
Al trabajar con muchos miembros al cabo de los años, nos ha complacido observar una abundancia de fortaleza espiritual; asimismo, hemos visto tanto abundancia como carencia de posesiones materiales entre esos fieles miembros.
Por cuestiones de necesidad, la mayoría de nosotros necesita ganar dinero y comprar algunos de los bienes materiales del mundo a fin de sostener a nuestra familia, lo cual requiere una buena cantidad de tiempo y atención. La oferta del mundo es infinita, así que es vital que aprendamos a reconocer cuándo “tenemos suficiente”. Si no tenemos cuidado, empezaremos a buscar lo temporal más que lo espiritual. Nuestra búsqueda de lo espiritual y lo eterno ocupará un segundo lugar, y no al revés. Tristemente, parece haber una fuerte inclinación por adquirir cada vez más cosas y poseer lo más novedoso y sofisticado.
¿Cómo nos aseguramos de que no vamos por ese camino? Jacob da el siguiente consejo: “Por lo tanto, no gastéis dinero en lo que no tiene valor, ni vuestro trabajo en lo que no puede satisfacer. Escuchadme diligentemente, y recordad las palabras que he hablado; y venid al Santo de Israel y saciaos de lo que no perece ni se puede corromper, y deléitese vuestra alma en la plenitud” 1.
Espero que ninguno de nosotros gaste dinero en aquello que no tiene valor, ni que trabaje por aquello que no satisface.
El Salvador enseñó lo siguiente tanto a los judíos como a los nefitas:
“No os acumuléis tesoros sobre la tierra, donde la polilla y el moho corrompen, y los ladrones minan y roban;
“sino acumulaos tesoros en los cielos, donde ni la polilla ni el moho corrompen, y donde los ladrones no minan ni roban.
“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”2.
En otra ocasión, el Salvador refirió esta parábola:
“Las tierras de un hombre rico habían producido mucho;
“y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?
“Y dijo: Esto haré: derribaré mis alfolíes y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes;
“y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete.
“Pero le dijo Dios: Necio, esta noche van a pedir tu alma; y lo que has guardado, ¿de quién será?
“Así es el que hace para sí tesoro y no es rico para con Dios”3.
No hace mucho el presidente Dieter F. Uchtdorf aconsejó lo siguiente:
“Nuestro Padre Celestial ve nuestro verdadero potencial. Él sabe cosas de nosotros que ni nosotros mismos sabemos. Durante nuestra vida, Él nos impulsa a cumplir con la medida de nuestra creación, a llevar una vida recta y a regresar a Su presencia.
“¿Por qué, entonces, dedicamos tanto tiempo y energía a cosas tan efímeras, de tan poca importancia y tan superficiales? ¿Nos negamos a ver la insensatez de ir en pos de lo trivial y pasajero?”4.
Todos sabemos que nuestra lista de tesoros terrenales incluye el orgullo, las riquezas, las cosas materiales, el poder y los honores de los hombres. Como no merecen que les dediquemos más tiempo y atención, me centraré, en su lugar, en las cosas que constituirán los tesoros del cielo.
¿Cuáles son algunos de los tesoros en los cielos que podemos acumular? Para empezar, nos vendrá bien adquirir los atributos cristianos de la fe, la esperanza, la humildad y la caridad. Se nos ha aconsejado repetidas veces que debemos “[despojarnos] del hombres natural, y… [volvernos] como un niño”5. El Salvador nos dio la admonición de que nos esforcemos por ser perfectos como Él y nuestro Padre Celestial6.
Segundo, necesitamos dedicarle más tiempo y esfuerzo de calidad al fortalecimiento de nuestras relaciones familiares. Después de todo, “la familia es ordenada por Dios. Es la unidad más importante que hay en esta vida y en la eternidad”7.
Tercero, servir al prójimo es el distintivo de un verdadero seguidor de Cristo. Él dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”8.
Cuarto, comprender la doctrina de Cristo y fortalecer nuestro testimonio, es una labor que nos brindará un gozo y una satisfacción reales. Necesitamos estudiar las palabras de Cristo consistentemente tal y como se hallan en las Escrituras, así como las palabras de los profetas vivientes. “Porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer”9.
Permítanme concluir con el relato de una viuda de 73 años a la que conocimos en el viaje a Filipinas:
Cuando el terremoto asoló la isla de Bohol, la casa en la que ella y su difunto esposo habían trabajado tanto se vino abajo, matando a su hija y a su nieto. Ella logró escapar con apenas unos cortes y magulladuras. Ahora está sola y necesita trabajar para mantenerse. Ha comenzado a lavar ropa (lo cual hace a mano) y tiene que subir y bajar un cerro bastante grande varias veces al día para ir por agua. Cuando la visitamos, aún vivía en una carpa.
Éstas son sus palabras: “Élder, acepto todo por lo que el Señor me ha pedido pasar. No guardo rencor. Atesoro mi recomendación para el templo y la guardo bajo la almohada. Sepa que pago un diezmo íntegro de lo poco que gano lavando ropa. No importa lo que suceda, siempre pagaré el diezmo”.
Testifico que nuestras prioridades, tendencias, inclinaciones, deseos, apetitos y pasiones tendrán un efecto directo en nuestro próximo estado. Recordemos siempre las palabras del Salvador: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Ruego que nuestro corazón se halle en el lugar correcto. En el nombre de Jesucristo. Amén.