Agradecidos en cualquier circunstancia
¿No tenemos razón para estar llenos de gratitud, a pesar de las circunstancias en las que nos encontremos?
A lo largo de los años, he tenido la sagrada oportunidad de reunirme con muchas personas cuyos pesares parecen haberles llegado hasta lo más profundo del alma. En esos momentos, he escuchado a mis amados hermanos y hermanas, y me he afligido con ellos por sus tribulaciones. He pensado en lo que podría decirles y me he esforzado por saber cómo consolarlos y apoyarlos en sus pruebas.
A veces, su angustia es el resultado de lo que para ellos parece ser un final; algunos se enfrentan al fin de una preciada relación, como la muerte de un ser querido o el distanciamiento de un familiar; otros piensan que afrontan el fin de la esperanza: la esperanza de casarse, de tener hijos, o de superar una enfermedad; otros quizás se enfrenten al fin de su fe, a medida que las voces confusas y conflictivas del mundo los tientan a dudar, e incluso a abandonar, lo que una vez supieron que era verdadero.
Tarde o temprano, creo que todos pasamos por tiempos en los que nuestro mundo parece venirse abajo, dejándonos solos, frustrados y a la deriva.
Le puede pasar a cualquier persona; nadie es inmune a ello.
Podemos ser agradecidos
La situación de cada persona es diferente, y los detalles de cada vida son únicos; no obstante, he aprendido que hay algo que quitaría la amargura que experimentemos en la vida. Hay algo que podemos hacer a fin de que nuestra vida sea más dulce, feliz y hasta gloriosa.
¡Podemos ser agradecidos!
Tal vez suene contrario a la sabiduría del mundo sugerir que la persona que esté llena de pesares le deba dar gracias a Dios. Sin embargo, aquellos que dejan a un lado la botella de la amargura y en vez de ello alzan la copa de la gratitud pueden encontrar una bebida purificante de sanación, paz y entendimiento.
Como discípulos de Cristo, se nos manda dar “las gracias al Señor [nuestro] Dios en todas las cosas”1, cantar “a Jehová con acción de gracias”2, y hacer que “rebose [nuestro] corazón de gratitud a Dios”3.
¿Por qué nos manda Dios que seamos agradecidos?
Todos los mandamientos del Señor se nos dan para poner bendiciones a nuestro alcance. Los mandamientos son oportunidades de ejercer nuestro albedrío y de recibir bendiciones. Nuestro amoroso Padre Celestial sabe que el elegir cultivar un espíritu de gratitud nos brindará verdadero gozo y gran felicidad.
Estén agradecidos por cosas
Pero algunos quizás se pregunten: “¿Qué es por lo que debo estar agradecido cuando mi mundo se viene abajo?”.
Tal vez el concentrarnos en qué es aquello por lo cual estamos agradecidos sea la manera equivocada de abordar el tema. Es difícil cultivar un espíritu de gratitud si nuestro agradecimiento sólo es proporcional al número de bendiciones que podamos contar. Es cierto que es importante “contar nuestras bendiciones” con frecuencia —y cualquiera que lo haya tratado sabe que son muchas— pero no creo que el Señor espere que seamos menos agradecidos en tiempos de dificultades que en tiempos de abundancia y comodidad. De hecho, en la mayoría de los pasajes de las Escrituras no se habla de estar agradecidos por las cosas, sino más bien se sugiere un espíritu o actitud general de gratitud.
Es fácil estar agradecido por cosas cuando la vida parece marchar sin problemas; pero, ¿qué ocurre con las ocasiones en las que lo que deseamos parece ser algo inalcanzable?
Permítanme proponer que consideremos la gratitud como una disposición, un modo de vida que es independiente de nuestra situación actual. En otras palabras, lo que quiero decir es que en vez de estar “agradecidos por cosas”, nos concentremos en estar “agradecidos en nuestras circunstancias”, cualesquiera que sean.
Hay una antigua anécdota de un mesero que le preguntó a un cliente si le había gustado la comida. Éste contestó que todo estuvo bien, pero que habría estado mejor si le hubieran servido más pan. Al día siguiente, cuando el hombre regresó, el mesero le dio el doble de pan, dándole cuatro rebanadas en vez de dos, pero aun así, el hombre no estuvo satisfecho. Al día siguiente, el mesero volvió a ponerle el doble de pan, pero sin ningún éxito.
El cuarto día, el mesero estaba resuelto a que ese hombre estuviese contento, de modo que tomó una hogaza de pan de tres metros de largo, la cortó a la mitad y, con una sonrisa, se la sirvió al cliente. El mesero casi no podía esperar ver su reacción.
Después de la comida, el hombre levantó la vista y dijo: “Delicioso, como siempre, pero veo que otra vez sólo dan dos porciones de pan”.
Ser agradecidos en nuestras circunstancias
Mis queridos hermanos y hermanas, la decisión es nuestra; podemos decidir limitar nuestra gratitud, basándonos en las bendiciones que pensamos que nos faltan, o podemos decidir ser como Nefi, cuyo corazón agradecido nunca flaqueó. Cuando sus hermanos lo ataron en el barco —que él había construido para llevarlos a la tierra prometida— los tobillos y las muñecas le dolían bastante y se le “habían hinchado mucho”; además, una fuerte tempestad amenazaba tragarlo en las profundidades del mar. Nefi dijo: “No obstante, acudía a mi Dios y lo alababa todo el día; y no murmuré contra el Señor a causa de mis aflicciones”4.
Podemos escoger ser como Job, quien parecía tenerlo todo pero después lo perdió por completo; no obstante, Job respondió diciendo: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré… Jehová dio y Jehová quitó: ¡Bendito sea el nombre de Jehová!”5.
Podemos escoger ser como los pioneros mormones, quienes mantuvieron un espíritu de gratitud durante la lenta y penosa travesía hacia el Gran Lago Salado, incluso cantando, bailando y gloriándose por la bondad de Dios6. Muchos de nosotros habríamos tenido la inclinación a alejarnos, quejarnos y a desesperarnos por la dificultad del trayecto.
Podemos escoger ser como el profeta José Smith, que mientras estaba encarcelado en deplorables condiciones en la cárcel de Liberty, escribió estas inspiradas palabras: “…muy queridos hermanos, hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo”7.
Podemos escoger ser agradecidos, pase lo que pase.
Este tipo de gratitud trasciende cualquier cosa que suceda a nuestro alrededor; supera la desilusión, el desaliento y la desesperación; florece con la misma hermosura en el helado panorama del invierno, así como en el agradable calor del verano.
Cuando somos agradecidos a Dios en nuestras circunstancias, podemos sentir una serena paz en medio de la tribulación; en la angustia, podemos elevar nuestro corazón en alabanza; en el dolor, podemos regocijarnos en la expiación de Cristo; en el frío del amargo dolor, podemos sentir la cercanía y la calidez del abrazo de los cielos.
A veces pensamos que el ser agradecido es lo que hacemos después de que se resuelven nuestros problemas, pero ésa es una perspectiva sumamente estrecha. ¿Cuánto pasamos por alto en la vida cuando esperamos ver el arco iris antes de darle gracias a Dios por la lluvia?
El ser agradecido en tiempos de aflicción no significa que estamos complacidos con nuestras circunstancias; lo que sí significa es que mediante los ojos de la fe podemos ver más allá de nuestras dificultades actuales.
Ésta no es una gratitud que proviene de los labios, sino del alma; es gratitud que sana el corazón y ensancha la mente.
La gratitud es un acto de fe
El ser agradecidos en nuestras circunstancias es un acto de fe en Dios que requiere que confiemos en Él y que tengamos esperanza en cosas que no se ven pero que son verdaderas8. Si somos agradecidos, seguimos el ejemplo de nuestro amado Salvador, quien dijo: “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”9.
La gratitud verdadera es una expresión de esperanza y testimonio que se recibe al reconocer que no siempre entendemos las pruebas de la vida, pero que confiamos en que algún día lo haremos.
En cualquier circunstancia, nuestro sentido de gratitud se nutre con las muchas sagradas verdades que sí sabemos: que nuestro Padre ha dado a Sus hijos el gran plan de felicidad; que mediante la expiación de Su Hijo Jesucristo podemos vivir para siempre con nuestros seres queridos; que al final, tendremos cuerpos gloriosos, perfectos e inmortales, libres de enfermedades o discapacidades; y que nuestras lágrimas de tristeza y pérdida serán reemplazadas con una abundancia de felicidad y gozo, “medida buena, apretada, remecida y rebosante”10.
Esa clase de testimonio es lo que debió transformar a los apóstoles del Salvador de hombres tímidos e inciertos a emisarios intrépidos y dichosos del Maestro. Horas después de Su crucifixión, a los apóstoles los consumía la desesperación y la angustia, ya que no podían comprender lo que acababa de ocurrir; pero un hecho cambió todo eso. Su Señor se les apareció y declaró: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy”11.
Cuando los apóstoles reconocieron al Cristo resucitado —cuando asimilaron la gloriosa resurrección de su amado Salvador— se convirtieron en hombres diferentes; nada podía impedirles cumplir su misión; aceptaron con valor y determinación la tortura, la humillación e incluso la muerte a las que estarían sujetos a causa de su testimonio12. No había nada que los disuadiera de alabar y de servir a su Señor; ellos cambiaron la vida de la gente de todas partes; cambiaron el mundo.
No es necesario que ustedes vean al Salvador, como lo hicieron los apóstoles, para pasar por esa misma transformación. El testimonio que tengan de Cristo, proveniente del Espíritu Santo, puede ayudarlos a pasar por alto los finales desalentadores de la mortalidad y ver el futuro brillante que el Redentor del mundo ha preparado.
No somos creados para los finales
En vista de lo que sabemos acerca de nuestro destino eterno, es comprensible que siempre que afrontamos los amargos finales de la vida éstos nos parecen inaceptables. Es como si algo en nuestro interior se opusiera a ellos.
¿Por qué razón? Porque somos creados de material eterno. Somos seres eternos, hijos del Dios Todopoderoso, cuyo nombre es Sin Fin13 y quien promete innumerables bendiciones eternas. Los finales no son nuestro destino.
Cuanto más aprendemos sobre el evangelio de Jesucristo, más nos damos cuenta de que los finales aquí en la tierra no lo son en realidad; son simplemente interrupciones, pausas temporales que un día parecerán pequeñas comparadas con el gozo eterno que les espera a los fieles.
Cuán agradecido estoy a mi Padre Celestial porque en Su plan no hay verdaderos finales, sólo comienzos eternos.
Los que sean agradecidos serán glorificados
Hermanos y hermanas, ¿no tenemos razón para estar llenos de gratitud, a pesar de las circunstancias en las que nos encontremos?
¿Necesitamos una razón más grandiosa para permitir que “[rebose nuestro] corazón de gratitud a Dios”?14.
“¿[No] tenemos mucha razón para regocijarnos?”15.
¡Qué bendecidos somos si reconocemos la mano de Dios en el maravilloso tapiz de la vida! La gratitud a nuestro Padre Celestial ensancha nuestra percepción y aclara nuestra vista; inspira humildad y fomenta la compasión hacia nuestro prójimo y hacia todas las creaciones de Dios. La gratitud es un elemento que promueve todos los atributos cristianos. El corazón agradecido es el padre de todas las virtudes16.
El Señor nos ha dado Su promesa de que aquél “que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, hasta cien tantos, sí, y más”17.
Ruego que “[vivamos] cada día en acción de gracias”18especialmente durante los finales aparentemente inexplicables que son parte de la vida terrenal. Que permitamos que nuestra alma se ensanche en agradecimiento hacia nuestro misericordioso Padre Celestial. Que siempre y constantemente elevemos nuestras voces y demostremos, en palabras y con hechos, nuestra gratitud a nuestro Padre Celestial y a Su Amado Hijo Jesucristo. Ruego por ello, y les dejo mi testimonio y bendición; en el nombre de nuestro Maestro Jesucristo. Amén.