Miren hacia arriba
De “Miren hacia arriba”, Liahona, noviembre de 2013, pág. 102.
“Velad, pues, orando en todo tiempo” (Lucas 21:36).
Tenía ocho años cuando mis dos primos y yo tuvimos que ir a un pueblo cercano a comprar provisiones. Al pensar ahora en ello, me asombra la gran confianza que mi abuela, mi tía y mi tío tenían en nosotros. El cielo matutino era claro y radiante mientras salimos en nuestros tres caballos.
En medio de la pradera, se nos ocurrió desmontar y jugar a las canicas. Estábamos tan concentrados en el juego que no miramos hacia arriba para ver los nubarrones negros que ocultaban el cielo. Para cuando nos dimos cuenta de que venía la tormenta, ni siquiera tuvimos tiempo de montar en los caballos. La fuerte lluvia y el granizo nos golpeaban con tal fuerza que sólo pudimos pensar en desensillar los caballos y cubrirnos bajo las mantas de las sillas de montar. Entonces nuestros caballos escaparon.
Sin caballos, mojados y con frío, comenzamos a caminar lo más rápido que pudimos hacia un pueblo cercano. Ya era tarde cuando encontramos una casa y llamamos a la puerta. La familia nos secó, nos alimentó con unos deliciosos burritos y luego nos ofreció un cuarto con un piso (suelo) de tierra.
Mis primos y yo nos despertamos a una mañana con un sol radiante y un cielo hermoso. Un hombre tocó la puerta buscando a tres niños perdidos. Jamás olvidaré lo que vimos durante el trayecto de vuelta a casa: una multitud de personas que había estado buscándonos durante toda la noche. Delante de todos ellos estaban mi amorosa abuela, mi tío y mi tía. Nos abrazaron y lloraron, rebosantes de alegría por haber encontrado a sus niños perdidos.
Nuestro amoroso Padre Celestial está al tanto de nosotros y aguarda ansioso nuestro regreso a casa. Hay señales de tormentas espirituales rodeándonos por todas partes; miremos hacia arriba y preparémonos fortaleciendo nuestro testimonio cada día.