Escuché a los niños
Joy Cromar, California, EE. UU.
La depresión clínica era algo que no quería volver a afrontar jamás; no obstante, después de haberme librado de ella durante doce años, regresó.
Me sentía atemorizada y turbada. Le preguntaba al Padre Celestial por qué y rogaba por la fortaleza para superar mi prueba. Además, le suplicaba que la depresión no durara cinco años, como lo había hecho la última vez.
Mi esposo y yo tenemos tres hijos —dos varones y una mujer— quienes nos han bendecido con trece nietos. Al enterarse del desaliento que sentía, mi hija organizó un día de ayuno y oración en familia. Todos los nietos, cuyas edades variaban desde 1 a 10 años, quisieron orar por la abuela, y los tres que ya se habían bautizado quisieron ayunar. Fue un gran consuelo saber que mi esposo, mis hijos y mis nietos ayunarían y orarían por mi bienestar.
Al día siguiente, al despertar de una siesta, los sentimientos de depresión no parecían ser tan fuertes. Al próximo día disminuyeron aún más; para el quinto día, la depresión había desaparecido por completo. Esa tarde, mientras contemplaba la manera en que había ocurrido aquel milagro, una voz me llegó al alma y me dijo: “Escuché a los niños”. El Padre Celestial los había escuchado en su inocencia y había contestado sus oraciones de humildad, fe y amor.
El Salvador enseñó:
“…si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3–4).
He escrito a mis nietos y les he agradecido que ayunaran y oraran por mi bienestar; les he dicho cuánto los amo; les he dicho que el Padre Celestial escuchó y contestó sus oraciones.
Conforme mis nietos se críen en el Evangelio, espero que recuerden la ocasión en que el Padre Celestial dijo a su abuela: “Escuché a los niños”; y espero que aquella experiencia fortalezca su testimonio y los ayude a mantenerse firmes en el Evangelio.