2014
La oración de fe
Octubre 2014


Mensaje de la Primera Presidencia

La oración de fe

A young woman kneeling by her bed in prayer.  There is a copy of the Book of Mormon on the bed in front of her.

La oración es más que palabras que expresamos a Dios; es una comunicación en dos direcciones entre Dios y Sus hijos.

Cuando la oración se hace en la forma debida, expresamos los sentimientos de nuestro corazón con palabras sencillas. Para responder, el Padre Celestial generalmente pone pensamientos en nuestra mente, acompañados de sentimientos. Él siempre escucha la oración sincera que ofrecemos cuando oramos con el compromiso de obedecerlo, sea cual sea Su respuesta y el momento en que llegue.

El Señor hace la siguiente promesa a todos los que lean y oren acerca del Libro de Mormón:

“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:4–5).

Esa promesa es segura. Millones de personas han puesto a prueba y constatado esa maravillosa promesa sobre la oración al recibir una bendición que ha llenado su vida de gozo y felicidad duraderos. Esa promesa se aplica a todas las oraciones que hacemos para conocer la mente y la voluntad de Dios con respecto a nosotros. Podemos aplicarla siempre que recibimos consejo de un siervo de Dios autorizado para darnos dirección. Por ejemplo, podemos confiar en ella cuando hemos escuchado un discurso en la conferencia general; podemos aplicarla cuando humildes misioneros llamados por Dios mediante el profeta viviente nos enseñan. Se aplica también al consejo que recibimos de nuestro obispo o presidente de rama.

Para que la oración funcione en nuestra vida, las reglas son sencillas. Debemos orar al Padre en el nombre de Jesucristo y pedir saber cuál es la verdad. Debemos preguntar con un corazón sincero, lo cual significa que debemos tener la verdadera intención de hacer cualquier cosa que la respuesta de Dios requiera de nosotros; y esa verdadera intención debe nacer de nuestra fe en Jesucristo.

El investigador que lee el Libro de Mormón antes de ser bautizado y confirmado puede recibir tanto la seguridad de que el Libro de Mormón es verdadero, como el testimonio de que José Smith lo tradujo por el poder de Dios. Después de ser confirmados miembros de la Iglesia, podemos tener el Espíritu Santo como compañero para que nos confirme otras verdades. De ese modo, siempre que oremos con fe podemos esperar que el Espíritu Santo nos testifique que Jesús es el Cristo, que Dios el Padre vive y que Ellos nos aman a nosotros y a todos los hijos del Padre Celestial.

Ésa es una de las razones por las que hay una promesa en el Libro de Mormón de que tendremos caridad en el corazón a medida que el Espíritu Santo nos testifique que Jesús es el Cristo. “…si un hombre es manso y humilde de corazón, y confiesa por el poder del Espíritu Santo que Jesús es el Cristo, es menester que tenga caridad…” (Moroni 7:44).

Cada domingo de ayuno nos brinda una extraordinaria oportunidad de crecer espiritualmente. El domingo de ayuno puede ayudarnos a tener una experiencia similar a la de Alma y los hijos de Mosíah, que oraron y ayunaron para conocer la verdad eterna a fin de poder enseñar a los lamanitas con poder, autoridad y amor (véase Alma 17:3, 9).

El domingo de ayuno combinamos la oración y el ayuno. Para la bendición de los pobres, entregamos una generosa ofrenda de ayuno al obispo o presidente de rama, la cual equivale por lo menos al valor de las comidas de las que nos abstenemos. Nuestros pensamientos y oraciones se dirigen hacia el Salvador y hacia aquellos a los que Él desea que sirvamos para aliviar sus necesidades espirituales y temporales.

Así, a medida que ayunamos para volvernos más mansos, sumisos y llenos de amor, nuestras oraciones y nuestros deseos comienzan a asemejarse a las oraciones y los deseos del Salvador; y, al igual que Él, oramos para conocer y cumplir la voluntad del Padre con respecto a nosotros.