Sobre la superficie de las aguas
El autor vive en Utah, EE. UU.
Le había estado suplicando a mi Padre Celestial que me quitara la inquietud y la desesperanza; pero sin esas pruebas, tal vez no hubiese llegado a la “tierra prometida” a la que Él me estaba conduciendo.
Aproximadamente seis meses después de graduarme de la universidad, empecé a tener ataques de pánico, episodios de ansiedad y olas de depresión. No tenía idea de dónde provenían esos sentimientos, pero eran fuertes y debilitantes,
y tenía que luchar por mantener la concentración. En el trabajo, era tal la ansiedad que me causaba cualquier tarea nueva que no podía permanecer quieto; mi mente iba a toda velocidad y el corazón me latía con tanta fuerza que pensaba que se me saldría del pecho. Eso siguió por días; y todos los días, cuando regresaba a casa del trabajo, me desplomaba exhausto en el sofá. Antes de darme cuenta, se acababa la noche y había comenzado otro día de trabajo.
Estuve así durante meses, incluso después de encontrar un nuevo trabajo y de buscar ayuda profesional.
Todas las mañanas, en el camino al trabajo, oraba para tener la fuerza de sobrevivir el día y volver a casa con mi esposa e hija. No le veía fin a mi lucha, y a menudo quería darme por vencido. Muchos días supliqué la ayuda del cielo con los ojos llenos de lágrimas; oraba con más fervor que nunca, suplicándole al Padre Celestial que me ayudara a entender esa prueba y que me librara de ella.
Me sentía perdido en la oscuridad y la desesperación cuando no sentía el Espíritu; pero cuando el Espíritu me sacaba de mi estado de desesperanza, encontraba la confianza para seguir adelante, aunque fuera sólo hasta la siguiente oración. Llegué a depender de mi Padre Celestial para más que la oración a la hora de comer o un rápido contacto por la noche.
Echados de un lado a otro sobre las olas
En medio de mi ansiedad y desesperación, volví a leer el relato de los jareditas que cruzaban el “gran mar” (Éter 2:25). Sólo puedo imaginar su ansiedad al entrar en los barcos. Quizás su trayecto sería peligroso, pero sabían que se dirigían a “una tierra escogida sobre todas las demás” (Éter 2:15).
En cuanto a ese trayecto, leemos:
“Y ocurrió que el Señor Dios hizo que soplara un viento furioso sobre la superficie de las aguas, hacia la tierra prometida; y así fueron echados de un lado a otro por el viento sobre las olas del mar.
“Y aconteció que muchas veces fueron sepultados en las profundidades del mar, a causa de las gigantescas olas que rompían sobre ellos, y también por las grandes y terribles tempestades causadas por la fuerza del viento.
“…cuando los envolvían las muchas aguas, imploraban al Señor, y él los sacaba otra vez a la superficie de las aguas.
“Y ocurrió que el viento no dejó de soplar hacia la tierra prometida mientras estuvieron sobre las aguas; y de este modo fueron impelidos ante el viento” (Éter 6:5–8).
Esos pasajes se volvieron personales para mí; sentí que estaba en mi propio barco, con los vientos de ansiedad que me azotaban y las olas de la depresión que me envolvían y me sepultaban en las profundidades de la desesperación. Al sentirme “envuelto” de esa manera, suplicaba al Señor y me era posible salir a la superficie; pero después me volvían a sepultar.
Leí el versículo 8 otra vez: “…el viento no dejó de soplar hacia la tierra prometida… y de este modo fueron impelidos ante el viento” (cursiva agregada). Entonces me di cuenta de algo: El mismo viento que hizo que las olas gigantescas sepultaran los barcos también bendijo a los jareditas en su trayecto. Le había estado suplicando a mi Padre Celestial que calmara el viento y las olas, pero, sin ellas, tal vez no llegaría a la “tierra prometida” a la que Él me estaba conduciendo.
Esos versículos cambiaron mi perspectiva de la vida. La ansiedad y depresión que padecía habían aumentado mi confianza en mi Padre Celestial. Sin el viento y las olas quizás nunca hubiese llegado a conocer a Dios como lo he hecho; y tal vez los jareditas nunca hubiesen llegado a la tierra prometida.
Por el momento, algunos años después de esa experiencia, los vientos de mi ansiedad han dejado de levantarse, y las olas de mi depresión han cesado de sepultarme; pero si regresa la tormenta, y cuando lo haga, acudiré al Señor y estaré agradecido por saber que los mares tranquilos no llevan a los barcos a la tierra prometida, sino que son los mares tempestuosos los que lo hacen.