La luz del día perfecto
El acumular toda la luz que nos sea posible es la clave para pasar con éxito la prueba de la vida mortal.
¿Les sorprendería saber que el éxito que logren en la vida depende de la cantidad de luz que obtengan mientras están aquí? El éxito no tiene que ver con cuánto dinero ganen, ni cuántas medallas obtengan ni cuánta fama logren; el verdadero objetivo de nuestra existencia es obtener luz.
Nuestro cuerpo físico aumenta de tamaño cuando lo alimentamos con comida nutritiva; nuestro espíritu resplandece más cuando lo nutrimos con luz. “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas” (1 Juan 1:5). Nuestro Padre Celestial fue una vez un hombre mortal que progresó gradualmente hasta que se convirtió en un Ser con una plenitud de luz. Él desea lo mismo para ustedes y para mí, ya que una plenitud de luz significa una plenitud de gozo.
Nuestro Padre Celestial nos ama tanto que cuando salimos de nuestra vida premortal para venir a la tierra, Él nos dio a cada uno un regalo de despedida: la Luz de Cristo, nuestra conciencia. Tal como dice en las Escrituras: “… el Espíritu da luz a todo hombre que viene al mundo” (D. y C. 84:46).
El deseo más grande de nuestro Padre Celestial es que sigamos la luz con la que nacimos a fin de que podamos recibir más luz. Si continuamos siguiendo la luz que nuestro Padre derrama sobre nosotros, recibimos más luz y llegamos a ser más como Él.
El don del Espíritu Santo —que se añade a la luz con la que nacimos— nos proporciona una gran ventaja. Es uno de los dones más grandiosos que podemos recibir en la tierra, ya que nos brinda más oportunidades de obtener luz y verdad. Sin el Espíritu Santo, somos como la persona que camina lentamente a casa en la oscuridad con solo una linterna como guía. Cuando aceptamos el evangelio de Jesucristo y somos bautizados, se nos proporciona un reflector y un guía que conoce el camino. Ahora podemos caminar más rápido y ver a dónde nos dirigimos durante nuestro trayecto a casa.
Aumentar en luz
“Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto” (D. y C. 50:24).
Ese versículo resume de manera perfecta nuestro propósito en la tierra. El progreso eterno simplemente significa aumentar en luz. A medida que nuestro espíritu resplandece más y más, nos esforzamos por alcanzar ese “día perfecto” en que podamos ser como Dios y estar con Él.
La próxima vez que asistan a una sesión de investidura en el templo, reflexionen sobre este concepto de la luz. Comienzan en un cuarto tenuamente alumbrado; al aumentar en conocimiento, la luz del cuarto se vuelve más brillante, y por fin, su recorrido de luz los lleva a un glorioso cuarto celestial. Nuestra experiencia en el templo simboliza nuestro trayecto en la tierra: las cosas se vuelven más y más resplandecientes hasta que por fin volvemos a entrar en la presencia del Señor.
La luz extremadamente brillante es un atributo de todo ser celestial resucitado. Cuando el ángel Moroni se apareció a José en su habitación, el joven profeta observó que la “faz [del ángel] era como un vivo relámpago” (José Smith—Historia 1:32). Mateo utilizó las mismas palabras para describir a los ángeles que se encontraban en el sepulcro del Señor, registrando que su “aspecto era como un relámpago” (Mateo 28:3 [véase también la Traducción de José Smith, Mateo 28:3, nota a al pie de página]).
Cuando llegue el tiempo de que cada uno de nosotros resucite, ¿cómo determinará el Señor si vamos a recibir un cuerpo telestial, un cuerpo terrestre o un cuerpo celestial? La respuesta es más fácil de lo que se imaginan. Si en nuestro espíritu hemos acumulado suficiente luz celestial, resucitaremos con un cuerpo celestial. Si hemos acumulado solo suficiente luz para merecer cuerpos terrestres o telestiales, esa es la gloria que recibiremos en la Resurrección.
En Doctrina y Convenios se explica:
“… vuestra gloria será aquella por medio de la cual vuestro cuerpo sea vivificado.
“Vosotros los que seáis vivificados por una porción de la gloria celestial, recibiréis entonces de ella, sí, una plenitud” (D. y C. 88:28–29).
En tanto que permanezcamos en el sendero estrecho y angosto, nos esforcemos por vivir los mandamientos y nos mejoremos, estamos acumulando luz. Sin embargo, ¿qué sucede cuando nos desviamos del sendero y quebrantamos los mandamientos? ¿Qué le sucede a nuestra luz?
Las Escrituras son claras al respecto: “… y al que no se arrepienta, le será quitada aun la luz que haya recibido” (D. y C. 1:33; cursiva agregada). En otras palabras, mientras algunas personas están obteniendo luz, otras la están perdiendo. Satanás puede quitarnos luz cuando desobedecemos la verdad (véase D. y C. 93:39).
Lo importante que hay que preguntar es: ¿Cómo podemos obtener más luz a fin de que se haga “más y más resplandeciente” en nuestro interior? Propongo cinco maneras.
Amar a los demás
Una de las mejores maneras de obtener luz es aprender a amar como nuestro Padre Celestial ama. A esa clase de amor la llamamos caridad. Mormón nos exhorta: “… pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor” (Moroni 7:48). El amor trae rápidamente más luz a nuestro espíritu; la contención y los celos hacen desaparecer la luz.
Recuerden que el primer mandamiento es amar al Señor con todo nuestro corazón, alma y mente (véase Mateo 22:37–38). La recompensa por amar a Dios y por ponerlo en primer lugar en la vida es enorme. Jesús enseñó: “Y si vuestra mira está puesta únicamente en mi gloria, vuestro cuerpo entero será lleno de luz” (D. y C. 88:67; cursiva agregada).
El segundo mandamiento es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Mateo 22:39). Tal vez ese sea más difícil de lograr, ya que nuestro prójimo no es perfecto. El verdadero secreto para aprender a amar a los demás se encuentra en prestarles servicio. Es por eso que el amar a nuestros hijos viene como algo natural, a pesar de que ellos estén muy lejos de ser perfectos.
Cuanto más servicio prestamos, más amamos, y cuanto más amamos, más luz recibimos. Los misioneros —tanto mayores como jóvenes— desarrollan un brillo personal que los demás pueden ver. La recompensa de prestar servicio todo el tiempo es una gran cantidad de luz espiritual.
Estudiar las Escrituras
No hay un atajo para aprender la verdad; hay que invertir tiempo en leer las Escrituras y las enseñanzas de los profetas. Si quieren progresar espiritualmente, tienen que alimentar su espíritu deleitándose todos los días en la palabra de Dios. Según dice en Doctrina y Convenios, la palabra verdad es simplemente otro nombre para luz (véase D. y C. 84:45).
Antes de que abran las Escrituras cada día, oren para que aprendan algo nuevo que añada luz a su espíritu; después, busquen nuevas perspectivas y entendimiento. También pregúntense: “¿En qué forma se aplica lo que estoy leyendo a mi vida?”. Si desean adquirir más luz, tienen que estar dispuestos a invertir más tiempo.
Otra fuente de luz para nuestro espíritu se encuentra en memorizar las Escrituras. El élder Richard G. Scott (1928–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha dicho: “Las Escrituras son como partículas de luz que iluminan nuestra mente” y que “se obtiene un gran poder al memorizar pasajes de Escrituras”1. Los pasajes que se han memorizado se convierten en un obsequio que se dan a ustedes mismos, un obsequio que continúa dando más y más luz.
Obedecer los mandamientos
A medida que descubran los mandamientos en las Escrituras, vayan y cúmplanlos. Por ejemplo, si leen el consejo divino “acostaos temprano” y “levantaos temprano” (D. y C. 88:124), será mejor que obedezcan. Si están leyendo Doctrina y Convenios y se encuentran el mandamiento “No hablarás mal de tu prójimo” (D. y C. 42:27), entonces tengan mucho cuidado con lo que digan de ahora en adelante. A medida que aprendan la verdad, deben aplicarla a fin de acumular luz.
Si adquieren luz pero no la utilizan, la pueden perder.
Escuchar al Espíritu Santo
Una forma en que el presidente Thomas S. Monson ha obtenido tanta luz es al escuchar al Espíritu; él ha aprendido a seguir las indicaciones y las impresiones que recibe. En las Escrituras se enseña: “… todo aquel que escucha la voz del Espíritu, viene a Dios” (D. y C. 84:47).
Si esperan recibir impresiones espirituales, las recibirán; y si actúan de acuerdo con ellas, recibirán más. Si el Espíritu Santo les pide que hagan algo difícil (como deshacerse de un mal hábito), y si escuchan y obedecen el susurro, experimentarán un aumento repentino de crecimiento espiritual y un gran incremento de luz.
Prestar servicio en el templo
Cuando pensamos en los templos del Señor, naturalmente pensamos en la luz. Por ejemplo, consideren lo que el profeta José Smith escribió sobre la dedicación del Templo de Kirtland en 1836: “La gente de la vecindad llegó corriendo (al escuchar un ruido extraordinario en el interior y al ver una luz brillante como una columna de fuego que descansaba sobre el templo)”2.
Hay tanta luz y verdad que se obtiene de prestar servicio en el templo que se hace referencia a este como la universidad del Señor. La luz del templo es incluso más benéfica para su espíritu que lo que es la luz del sol para su cuerpo. Considérense bendecidos si les es posible disfrutar de esa luz celestial con regularidad.
Ser una luz
Todo templo, todo centro de reuniones, toda oficina de misión, todo hogar Santo de los Últimos Días y todo miembro de la Iglesia debería ser una luz al mundo. Tal como Pedro les recordó a los santos de su época, Dios “os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Es mi oración que dediquemos toda nuestra vida a acumular cuanta luz nos sea posible en nuestro espíritu. Es mi testimonio que el hacerlo es la clave para pasar con éxito la prueba de la vida mortal. Testifico que podemos obtener luz al seguir las sugerencias que se han mencionado.