La expiación de nuestro Salvador
De un discurso de la Conferencia General de abril de 2004.
Creo que si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un hijo o una hija de Dios.
En enero de 2004 nuestra familia sufrió la trágica pérdida de nuestro nieto Nathan en un accidente aéreo. Nathan había servido en la Misión Báltica rusohablante; amaba a la gente y sabía que era un privilegio servir al Señor. Aquel accidente acabó con su vida tres meses después de que yo oficié en su matrimonio eterno a su querida novia Jennifer. El que Nathan fuera arrebatado tan repentinamente de nuestra presencia terrenal ha vuelto el corazón y la mente de cada uno de nosotros a la expiación del Señor Jesucristo. Aunque me es imposible expresar el pleno significado de la expiación de Cristo, ruego poder explicar lo que Su expiación significa para mí y para nuestra familia, y lo que también podría significar para ustedes y sus familiares.
El preciado nacimiento del Salvador, Su vida, Su expiación en el jardín de Getsemaní, el sufrimiento en la cruz, Su sepultura en la tumba de José y Su gloriosa resurrección se convirtieron en una renovada realidad para nosotros. La resurrección del Salvador nos asegura a todos que algún día también nosotros lo seguiremos y experimentaremos nuestra propia resurrección. Qué gran paz y consuelo nos da este don, el cual viene mediante la amorosa gracia de Jesucristo, el Salvador y Redentor de toda la humanidad. Gracias a Él, sabemos que podremos estar de nuevo con Nathan.
No hay mayor expresión de amor que la heroica expiación que efectuó el Hijo de Dios. Si no hubiera sido por el plan de nuestro Padre Celestial, establecido antes de que el mundo fuese, en verdad toda la humanidad —pasada, presente y futura— habría permanecido sin la esperanza de progreso eterno. Como resultado de la transgresión de Adán, los seres mortales fueron separados de Dios (véase Romanos 6:23), y lo estarían para siempre, a menos que se encontrase el modo de romper las ligaduras de la muerte. No iba a ser fácil, ya que requería el sacrificio vicario de uno que fuese sin pecado y que, por lo tanto, pudiese tomar sobre Sí los pecados de toda la humanidad.
Estamos agradecidos porque Jesucristo, valientemente, llevó a cabo ese sacrificio en la antigua Jerusalén. Allí, en la tranquilidad del jardín de Getsemaní, se arrodilló entre los torcidos olivos y, de una manera milagrosa que ninguno de nosotros puede comprender totalmente, el Salvador tomó sobre Sí los pecados del mundo. A pesar de que Su vida era pura y estaba libre de pecado, Él pagó el castigo máximo del pecado: el de ustedes, el mío y el de todos los que han vivido. Su agonía mental, emocional y espiritual fue tan grande que hizo que sangrara por cada poro (véase Lucas 22:44; D. y C. 19:18). No obstante, Jesús sufrió voluntariamente a fin de que todos pudiésemos tener la oportunidad de ser limpios mediante la fe en Él, al arrepentirnos de nuestros pecados, al ser bautizados por la debida autoridad del sacerdocio, al recibir el don purificador del Espíritu Santo mediante la confirmación y al aceptar todas las demás ordenanzas esenciales. Sin la expiación del Señor, ninguna de esas bendiciones estaría a nuestro alcance y no podríamos llegar a ser dignos ni estar preparados para regresar a morar en la presencia de Dios.
Creo que si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un(a) hijo o hija de Dios. Creo que el propósito eterno de nuestro Padre Celestial para con Sus hijos generalmente se logra mediante las cosas pequeñas y sencillas que hacemos unos por otros. La palabra un(a) es una parte importante de la palabra expiación en inglés. Si toda la humanidad lo comprendiera, nunca habría alguien de quien no nos preocuparíamos sin importar la edad, la raza, el género, la religión o el nivel social o económico; nos esforzaríamos por emular al Salvador y nunca seríamos descorteses, indiferentes, irrespetuosos ni insensibles con los demás.
Si en verdad entendiésemos la Expiación y el valor eterno de cada alma, iríamos en busca del joven, de la jovencita y de todo hijo descarriado de Dios; los ayudaríamos a saber del amor que Cristo tiene por ellos; haríamos todo lo que estuviese a nuestro alcance por ayudarles a prepararse para recibir las ordenanzas salvadoras del Evangelio.
Cuando pienso en mi nieto Nathan y lo mucho que lo queremos, puedo ver y sentir más claramente lo que nuestro Padre Celestial debe sentir por todos Sus hijos. No queremos que Dios llore porque no hicimos todo lo posible por compartir con Sus hijos las verdades reveladas del Evangelio. Ruego que cada uno trate de conocer las bendiciones de la Expiación y se esfuerce por ser digno de servir al Señor en el campo misional. Fue Jesús quien dijo: “Y si… trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (D. y C. 18:15; cursiva agregada). No solo eso, sino que grande será el gozo del Señor en el alma que se arrepiente, porque cada persona es valiosa para Él.
Nuestro Padre Celestial nos ha tendido la mano para que lleguemos a Él mediante la expiación de nuestro Salvador. Él invita a todos a “[venir] a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y [participar] de su salvación y del poder de su redención” (Omni 1:26). Él nos ha enseñado que por medio de nuestra fiel adherencia a los principios del Evangelio, al recibir las ordenanzas salvadoras que han sido restauradas, al servir de forma constante y al perseverar hasta el fin, podremos volver a Su presencia sagrada. ¿Qué otra cosa podríamos saber en este mundo que fuese más importante que esto?
Lamentablemente, muchas veces la importancia de la persona en el mundo actual la determina el tamaño del auditorio ante el cual se presenta. Así es como se clasifican los programas de deportes o de comunicación, como se determina la prominencia de las empresas y, a veces, como se obtiene el rango gubernamental. Tal vez esa sea la razón por la que las labores del padre, de la madre y del misionero rara vez reciben una gran ovación. Los padres, las madres y los misioneros “representan” su papel ante un público muy reducido. Sin embargo, a los ojos del Señor, tal vez haya solo un tamaño de auditorio que sea de importancia perdurable: el de uno, cada uno, ustedes y yo, y cada uno de los hijos de Dios. La ironía de la Expiación es que es infinita y eterna, y no obstante se aplica de forma individual, una persona a la vez.
Nunca jamás subestimen el valor de una persona. Recuerden siempre la sencilla admonición del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Esfuércense siempre por vivir dignos de las sagradas y plenas bendiciones de la expiación del Señor Jesucristo. En nuestro dolor por la separación de nuestro querido Nathan ha venido la paz que únicamente el Salvador y Redentor puede dar. Nuestra familia se ha vuelto a Él, uno por uno; y ahora cantamos con mayor agradecimiento y entendimiento:
Cuán asombroso es que por amarme así
muriera Él por mí.
Cuán asombroso es lo que dio por mí.
(“Asombro me da”, Himnos, núm. 118).
Ruego que den a los demás, y que reciban para ustedes mismos, toda bendición que brinda la expiación del Señor Jesucristo.