Sentir el espíritu de Instituto
La autora vive en Colombia.
El a veces entorno negativo de la universidad me agobiaba. Al percibir el ambiente de Instituto, supe que no estaba sola.
Cuando empecé la universidad, me encantaba formar parte del ambiente educativo y ver el entusiasmo de mis compañeros. Gracias a mi Padre Celestial, al Fondo Perpetuo para la Educación y al apoyo de mi familia, mi sueño se estaba haciendo realidad.
Durante las primeras semanas de clase, me di cuenta del trabajo arduo que me aguardaba durante los próximos cinco años: tareas, cuestionarios, exámenes y proyectos. Empecé a amar la carrera que había escogido y mi universidad, pero también me di cuenta de que hasta entonces había vivido en una burbuja. Veía con claridad que era diferente de los demás estudiantes universitarios. Ellos escuchaban música con letras obscenas y sus conversaciones solían ser sobre comportarse de forma inmoral, usar drogas ilegales y consumir alcohol durante los fines de semana.
Mis compañeros de clase me invitaron muchas veces a participar con ellos en sus actividades del fin de semana. Después de explicarles mis normas y mi religión, muchos respetaron mis puntos de vista y dejaron de insistir en que me uniera a ellos, pero muchos más ridiculizaron mis creencias. Intenté ser indiferente a esos comentarios, pero me preguntaba: “¿Podría vivir todo el tiempo con eso?”. Oraba constantemente para recibir fortaleza y no sentirme sola, pero no sentía que las oraciones fueran contestadas. Entonces me di cuenta de que lo que sucedía a mi alrededor en la universidad no iba a cambiar. Aunque estaba en la universidad, seguía asistiendo a las Mujeres Jóvenes, y un domingo, en la reunión sacramental, me enteré acerca de Instituto. Decidí ir a Instituto el miércoles siguiente para hacer una pregunta que tenía sobre el Fondo Perpetuo para la Educación.
Después de un día largo y ajetreado en la universidad, me dirigí a Instituto. Tomé el transporte público, me senté y empecé a leer el capítulo siguiente de mi tarea. Suspiré profundamente, como queriendo un respiro, y levanté la vista, pero solo para ver que algo inapropiado estaba sucediendo cerca de mí. Me bajé en mi parada y caminé hasta el edificio de Instituto, pensando mucho en las tareas que necesitaba entregar al día siguiente.
Si bien vivía las normas del Evangelio, el entorno de la universidad estaba empezando a agobiarme ese día cuando entré en el edificio de Instituto. Entré y vi a jóvenes adultos universitarios vestidos modestamente y los oí dirigirse unos a otros con respeto. ¿Qué clases iban a tomar ese semestre? ¿Doctrina y Convenios? ¿El Libro de Mormón? ¿Preparación misional?
Me acerqué al secretario, recibí la respuesta a la pregunta que había ido a hacer y me volví para irme. Cerca de la salida, me di la vuelta y percibí el ambiente de Instituto. Salí por la puerta mientras las lágrimas inundaban mis ojos por el gran gozo que sentía. Tomé el transporte público de regreso a casa, llorando y sonriendo. Acudió a mi mente un pensamiento imborrable: no estaba sola.
En ese momento recibí la respuesta a mis oraciones. Sentí el Espíritu, pensé en mi experiencia y di gracias a mi Padre Celestial por el gozo de creer en el Evangelio.
Al llegar a casa, abracé a mi mamá y le conté la maravillosa experiencia de sentir el amor de Dios. Él nunca me había abandonado y siempre había estado conmigo, como lo hace con cada uno de nosotros cuando más lo necesitamos. Asistí a Instituto todo el tiempo que estuve en la universidad y conocí a muchas personas que siguen siendo mis buenos amigos, pero Jesucristo es nuestra mejor fuente de amor y apoyo, y Él nunca nos abandona.