“Capítulo 3: Lección 2 — El plan de salvación del Padre Celestial”, Predicad Mi Evangelio: Una guía para compartir el Evangelio de Jesucristo, 2023
“Capítulo 3: Lección 2”, Predicad Mi Evangelio
Capítulo 3: Lección 2
El plan de salvación del Padre Celestial
El Evangelio restaurado de Jesucristo nos ayuda a responder las preguntas importantes del alma. Por medio del Evangelio, aprendemos sobre nuestra identidad divina y nuestro potencial eterno como hijos de Dios. El Evangelio nos da esperanza y nos ayuda a hallar paz, felicidad y propósito. Vivirlo nos ayuda a crecer y hallar fortaleza al afrontar las dificultades de la vida.
Dios quiere lo mejor para Sus hijos y desea darnos Sus mayores bendiciones, que son la inmortalidad y la vida eterna (véanse Moisés 1:39; Doctrina y Convenios 14:7). Debido a que Él nos ama, nos ha proporcionado un plan para que recibamos esas bendiciones. En las Escrituras, a ese plan se le llama el Plan de Salvación, el gran plan de felicidad y el plan de redención (véase Alma 42:5, 8, 11, 13, 15, 16, 31).
En el plan de Dios, cada uno de nosotros emprende un viaje desde la vida preterrenal, a través del nacimiento, la vida terrenal, la muerte, y la vida después de la muerte. Dios nos ha provisto de lo que necesitamos durante este viaje para que, después de morir, podamos finalmente regresar a Su presencia y recibir una plenitud de gozo.
Jesucristo ocupa el lugar central en el plan de Dios. Por medio de Su Expiación y Resurrección, Jesucristo hizo posible que cada uno de nosotros disfrutáramos de la inmortalidad y la vida eterna.
Durante la vida en la tierra, no recordamos nuestra vida preterrenal, ni tampoco entendemos completamente la vida después de la muerte. Sin embargo, Dios ha revelado muchas verdades sobre esas partes de nuestra travesía eterna. Tales verdades proporcionan suficiente conocimiento para que comprendamos el propósito de la vida, sintamos gozo y tengamos la esperanza de que hay cosas buenas por venir. Ese conocimiento es un tesoro sagrado que nos guía mientras estamos en la tierra.
Sugerencias para la enseñanza
Esta sección ofrece una reseña de ejemplo que le ayudará a prepararse para enseñar. Además, incluye ejemplos de las preguntas e invitaciones que podría utilizar.
Al prepararse para enseñar, considere con espíritu de oración la situación y las necesidades espirituales de cada persona. Decida lo que será de mayor ayuda para enseñar. Prepárese para explicar las palabras que las personas podrían no entender. Planifique según la cantidad de tiempo que tendrá, y recuerde mantener breves las lecciones.
Escoja los pasajes de las Escrituras que usará al enseñar. La sección “Fundamento doctrinal” de la lección contiene muchos pasajes útiles de las Escrituras.
Considere qué preguntas hacer mientras enseña. Planifique extender invitaciones que alienten a cada persona a actuar.
Recalque las bendiciones prometidas de Dios y comparta su testimonio de lo que enseñe.
Lo que puede enseñar a las personas en 15–25 minutos
Escoja uno o más de los siguientes principios sobre el Plan de Salvación a fin de enseñarlos. El fundamento doctrinal de cada principio se da después de esta reseña.
La vida preterrenal: el propósito y el plan de Dios para nosotros
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Todos somos hijos de Dios procreados como espíritus. Dios nos creó a Su propia imagen.
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Antes de nacer en la tierra, vivíamos con Dios. Somos miembros de Su familia. Él nos conoce y ama a cada uno de nosotros.
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Dios ha provisto un plan para nuestra felicidad y para que progresemos en esta vida y en la eternidad.
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En la vida preterrenal, elegimos seguir el plan de Dios. Eso significaba venir a la tierra para que pudiéramos dar el siguiente paso en nuestro progreso eterno.
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Jesucristo ocupa el lugar central en el plan de Dios; Él hace posible que tengamos la inmortalidad y la vida eterna.
La Creación
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Bajo la dirección de Dios, Jesucristo creó la tierra.
La caída de Adán y Eva
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Adán y Eva fueron los primeros hijos de Dios procreados como espíritus en venir a la tierra. Dios creó los cuerpos de ellos y puso a ambos en el Jardín de Edén.
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Adán y Eva transgredieron, fueron expulsados del Jardín y fueron separados de la presencia de Dios. A ese acontecimiento se le llama la Caída.
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Después de la Caída, Adán y Eva llegaron a ser mortales. Como seres mortales, podían aprender, progresar y tener hijos; también experimentaron el pesar, el pecado y la muerte.
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La Caída fue un paso hacia adelante para el género humano, e hizo posible que nosotros naciéramos en la tierra y progresáramos en el plan del Padre Celestial.
Nuestra vida en la tierra
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Según el plan de Dios, teníamos que venir a la tierra para recibir un cuerpo físico, y pudiéramos aprender y progresar.
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En la tierra, aprendemos a andar por fe. Sin embargo, el Padre Celestial no nos ha dejado solos; ha proporcionado muchos dones y guías para ayudarnos a regresar a Su presencia.
La Expiación de Jesucristo
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Todos pecamos y todos moriremos. Debido a que Dios nos ama, envió a Su Hijo, Jesucristo, a la tierra a fin de redimirnos del pecado y de la muerte.
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Gracias al sacrificio expiatorio de Jesucristo, podemos recibir el perdón y ser limpios de nuestros pecados, y nuestro corazón puede ser cambiado y mejorar, conforme nos arrepentimos. Esto hace posible que volvamos a la presencia de Dios y recibamos una plenitud de gozo.
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Gracias a la Resurrección de Jesús, todos resucitaremos después de morir. Eso significa que el espíritu y el cuerpo de cada persona se reunirán de nuevo, y cada uno de nosotros vivirá para siempre en un cuerpo perfeccionado y resucitado.
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Jesucristo nos ofrece consuelo, esperanza, y sanación. Su sacrificio expiatorio es la máxima expresión de Su amor. Todo lo que sea injusto en la vida podrá corregirse por medio de la Expiación de Jesucristo.
El mundo de los espíritus
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Cuando nuestro cuerpo físico muere, nuestro espíritu sigue viviendo en el mundo de los espíritus. Se trata de un estado temporal de aprendizaje y preparación antes de la resurrección.
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En el mundo de los espíritus, se enseña el Evangelio de Jesucristo y podemos seguir creciendo y progresando.
La resurrección, la salvación y la exaltación
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Después de estar en el mundo de los espíritus, la resurrección es el siguiente paso en nuestra travesía eterna.
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La resurrección es la reunión del espíritu y el cuerpo. Todos resucitaremos y tendremos un cuerpo físico perfeccionado. Viviremos para siempre. Esto es posible gracias a la Expiación y la Resurrección del Salvador.
El juicio y los reinos de gloria
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Luego que hayamos resucitado, Jesucristo será nuestro Juez. Salvo muy pocas excepciones, todos los hijos de Dios recibirán un lugar en un reino de gloria.
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Aunque todos resucitaremos, no todos recibiremos la misma gloria eterna. Jesús nos juzgará de acuerdo con nuestra fe, nuestras obras y nuestro arrepentimiento en la vida terrenal y en el mundo de los espíritus. Si somos fieles, podemos regresar a vivir en la presencia de Dios.
Preguntas que podría hacer a las personas
Se muestran a continuación unos ejemplos de preguntas que usted podría hacer a las personas. Estas preguntas pueden ayudarle a entablar conversaciones significativas y comprender las necesidades y el punto de vista de las personas.
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¿Cuál piensa que es el propósito de la vida?
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¿Qué le produce felicidad?
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¿Con qué tipo de dificultades necesita que Dios le ayude?
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¿Qué ha aprendido de las dificultades que ha afrontado?
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¿Qué sabe usted sobre Jesucristo? ¿De qué manera la vida y la misión de Él han influido en su vida?
Algunas invitaciones que podría extender
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¿Pedirá a Dios en oración que le ayude a saber si lo que le hemos enseñado es verdad? (Véase “Ideas para enseñar: La oración” en la última sección de la lección 1).
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¿Asistirá a la Iglesia con nosotros este domingo para aprender más sobre lo que le hemos enseñado?
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¿Leerá el Libro de Mormón y orará para saber que es la palabra de Dios? (Usted podría sugerir ciertos capítulos o versículos específicos).
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¿Seguirá el ejemplo de Jesús y se bautizará? (Véase “La invitación a ser bautizado y confirmado”, que precede inmediatamente a la lección 1).
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¿Podemos fijar el día y la hora de nuestra próxima visita?
Fundamento doctrinal
Esta sección le ofrece la doctrina y los pasajes de las Escrituras para su estudio a fin de fortalecer su conocimiento y testimonio del Evangelio, y para ayudarle a enseñar.
La vida preterrenal: el propósito y el plan de Dios para nosotros
Somos hijos de Dios y vivíamos con Él antes de nacer
Dios es el Padre de nuestro espíritu. Somos literalmente Sus hijos, creados a Su imagen. Cada uno de nosotros tiene una naturaleza divina como hijo de Dios. Ese conocimiento puede ayudarnos durante los momentos difíciles e inspirarnos a llegar a ser lo mejor que podamos ser.
Vivimos con Dios como Sus hijos procreados como espíritus antes de nacer en la tierra. Somos miembros de Su familia.
“Hay una identidad importante que todos compartimos ahora y por siempre, la cual no debemos perder nunca de vista y por la que debemos estar agradecidos. Esta es que ustedes son y siempre han sido hijos o hijas de Dios con raíces espirituales en la eternidad […].
“El comprender esa verdad —el comprenderla y abrazarla de verdad— es algo que les cambia la vida; les da una identidad extraordinaria que nadie les puede quitar jamás; pero aún más que eso, debe darles un inmenso sentimiento de importancia y una percepción de su infinito valor. Por último, les otorga un propósito divino, noble y digno en la vida” (M. Russell Ballard, “Children of Heavenly Father”, [devocional en la Universidad Brigham Young, 3 de marzo de 2020], pág. 2, speeches.byu.edu).
Nosotros decidimos venir a la tierra
Nuestro Padre Celestial nos ama y desea que lleguemos a ser semejantes a Él. Él es un Ser exaltado y tiene un cuerpo físico glorificado.
En nuestra vida preterrenal, aprendimos que Dios tiene un plan para que lleguemos a ser como Él. Una parte de Su plan era que dejáramos nuestro hogar celestial y viniéramos a la tierra para recibir un cuerpo físico. También teníamos que adquirir experiencia y desarrollar fe durante el tiempo en que estuviéramos fuera de la presencia de Dios. No recordaríamos haber vivido con Dios, sin embargo, Él nos proporcionaría lo que necesitáramos para poder regresar a vivir con Él.
El albedrío, es decir, la libertad y la capacidad de escoger, es una parte esencial del plan de Dios para nosotros. En la vida preterrenal, cada uno de nosotros eligió seguir el plan de Dios y venir a la tierra para poder dar el siguiente paso en nuestro progreso eterno. Entendíamos que, mientras estuviéramos aquí, tendríamos muchas nuevas oportunidades de crecer y sentir gozo. También entendíamos que afrontaríamos oposición. Experimentaríamos tentaciones, pruebas, tristeza y la muerte.
Al elegir venir a la tierra, confiamos en el amor y en la ayuda de Dios; confiamos en Su plan para nuestra salvación.
El Padre Celestial eligió a Jesucristo para que nos redimiera
Jesucristo ocupa el lugar central en el plan de Dios. Antes de venir a la tierra, supimos que no podríamos regresar a la presencia de Dios por nosotros mismos. El Padre Celestial eligió a Jesucristo, Su Hijo Primogénito, para hacer posible que regresemos a Él y que tengamos la vida eterna.
Jesús aceptó de buena voluntad; Él estuvo de acuerdo en venir a la tierra y redimirnos por medio de Su sacrificio expiatorio. Su Expiación y Resurrección permitirían que se cumplieran los propósitos de Dios para nosotros.
La Creación
El plan del Padre Celestial contemplaba la creación de la tierra, en la que Sus hijos procreados como espíritus recibirían cuerpos físicos y adquirirían experiencia. Nuestra vida en la tierra es necesaria para que progresemos y lleguemos a ser semejantes a Dios.
Bajo la dirección del Padre Celestial, Jesucristo creó la tierra y todos los seres vivientes. Luego, el Padre Celestial creó al hombre y a la mujer a Su propia imagen. La Creación es una expresión del amor de Dios y de Su deseo de que tengamos la oportunidad de crecer.
La caída de Adán y Eva
Antes de la Caída
Adán y Eva fueron los primeros hijos del Padre Celestial procreados como espíritus en venir a la tierra. Dios creó los cuerpos físicos de ellos a Su propia imagen, y puso a Adán y Eva en el Jardín de Edén. Allí vivían en inocencia y Dios proveía para sus necesidades.
Mientras estaban en el Jardín, Dios les mandó que no comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si obedecían aquel mandamiento, podrían permanecer en el Jardín; sin embargo, no podrían progresar, ya que no podían aprender de la oposición y de las dificultades de la condición mortal. No podrían conocer el gozo, pues no podían experimentar pesar ni dolor.
Satanás tentó a Adán y a Eva para que comieran el fruto prohibido, y ellos eligieron hacerlo. Debido a su decisión, fueron expulsados del Jardín y separados de la presencia de Dios. A ese acontecimiento se le llama la Caída.
Después de la Caída
Después de la Caída, Adán y Eva llegaron a ser mortales. Ya no estaban en un estado de inocencia, y comprendían y experimentaban tanto el bien, como el mal, podían usar el albedrío para escoger entre ambos. Debido a que Adán y Eva afrontaban oposición y dificultades, podían aprender y progresar; debido a que experimentaban pesar, también podían experimentar el gozo (véase 2 Nefi 2:22–25).
A pesar de las adversidades, Adán y Eva sentían que ser mortales era una gran bendición. Una de las bendiciones era que podían tener hijos, lo cual brindó el modo para que otros hijos de Dios procreados como espíritus vinieran a la tierra y recibieran un cuerpo físico.
En cuanto a las bendiciones de la Caída, tanto Adán como Eva se regocijaron. Eva dijo: “De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido [hijos], ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes” (Moisés 5:11; véase también el versículo 10).
Nuestra vida en la tierra
Muchas personas se preguntan: “¿Por qué estoy aquí en la tierra?”. La vida en la tierra es una parte esencial del plan de Dios para nuestro progreso personal. Nuestro propósito principal es prepararnos para regresar a la presencia de Dios y recibir una plenitud de gozo. A continuación se indican algunas de las maneras en que la vida terrenal nos prepara para ello.
Recibir un cuerpo físico
Uno de los propósitos de venir a la tierra es recibir un cuerpo físico en el que nuestro espíritu pueda morar. Nuestro cuerpo es una creación de Dios sagrada y milagrosa. Con el cuerpo físico, podemos hacer, aprender y experimentar muchas cosas que nuestro espíritu no puede. Podemos progresar de maneras que no podríamos como espíritus.
Puesto que el cuerpo es mortal, experimentamos dolor, enfermedades y otras pruebas. Tales experiencias pueden ayudarnos a aprender paciencia, compasión y otras cualidades divinas. Pueden ser parte de nuestra senda hacia el gozo. Con frecuencia, escoger lo correcto cuando es difícil hacerlo es el modo en que la fe, la esperanza y la caridad llegan a ser parte de nuestro carácter.
Aprender a usar el albedrío con sabiduría
Otro propósito de la vida terrenal es aprender a usar nuestro albedrío sabiamente; a escoger lo correcto. Aprender a usar el albedrío con sabiduría es esencial para llegar a ser semejantes a Dios.
El Padre Celestial y Jesucristo nos enseñan lo que es correcto y nos dan mandamientos para guiarnos hacia la felicidad. Satanás nos tienta a hacer lo incorrecto, pues quiere que seamos desdichados como él. Afrontamos oposición entre el bien y el mal, lo cual es necesario para aprender a usar el albedrío (véase 2 Nefi 2:11).
Conforme obedecemos a Dios, crecemos y recibimos Sus bendiciones prometidas. Cuando desobedecemos, nos distanciamos de Él y recibimos las consecuencias del pecado. Aunque a veces no parezca así, el pecado con el tiempo conduce a la infelicidad. Con frecuencia, las bendiciones de la obediencia —y los efectos del pecado— no son evidentes de inmediato o visiblemente notorios; sin embargo, son seguros, pues Dios es justo.
Incluso cuando hacemos nuestro mejor esfuerzo, todos pecamos y “est[amos] destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Sabiendo eso, el Padre Celestial proporcionó la manera de arrepentirnos para que podamos regresar a Él.
El arrepentimiento trae a nuestra vida el poder de nuestro Redentor, Jesucristo (véase Helamán 5:11). A medida que nos arrepentimos, llegamos a ser limpios del pecado mediante el sacrificio expiatorio de Jesucristo y el don del Espíritu Santo (véase 3 Nefi 27:16–20). A través del arrepentimiento, sentimos gozo. La senda de regreso a nuestro Padre Celestial está a nuestro alcance, pues Él es misericordioso (véase “El arrepentimiento”, en la lección 3).
Aprender a andar por fe
Otro de los propósitos de esta vida es adquirir la experiencia que solo puede adquirirse al estar separados del Padre Celestial. Debido a que no lo vemos a Él, tenemos que aprender a andar por fe (véase 2 Corintios 5:6–7).
Dios no nos ha dejado solos en esta travesía; Él ha provisto el Espíritu Santo para guiarnos, fortalecernos y santificarnos. También ha provisto las Escrituras, los profetas, la oración y el Evangelio de Jesucristo.
Cada parte de nuestras vivencias terrenales —los gozos y los pesares, los éxitos y los contratiempos— puede ayudarnos a crecer a medida que nos preparamos para regresar a Dios.
La Expiación de Jesucristo
Debido a la caída de Adán y Eva, todos estamos sujetos al pecado y a la muerte. No podemos vencer los efectos del pecado ni de la muerte por nosotros mismos. En el plan de salvación de nuestro Padre Celestial, Él proveyó la manera de vencer los efectos de la Caída a fin de que podamos regresar a Él. Antes que se creara el mundo, eligió a Jesucristo para que fuera nuestro Salvador y Redentor.
Solo Jesucristo puede redimirnos del pecado y de la muerte. Él es literalmente el Hijo de Dios; llevó una vida sin pecado y fue completamente obediente a Su Padre. Estaba preparado y dispuesto a hacer la voluntad del Padre Celestial.
La Expiación del Salvador abarca Su padecimiento en Getsemaní, Su padecimiento y Su muerte en la cruz, y Su Resurrección. Sufrió más allá de lo que podemos comprender; tanto que sangró por cada poro (Doctrina y Convenios 19:18).
La Expiación de Jesucristo es el acontecimiento más glorioso de toda la historia de la humanidad. Por medio de Su sacrificio expiatorio, Jesús puso en vigor el plan del Padre. Sin la Expiación de Jesucristo, estaríamos indefensos, pues no podemos salvarnos a nosotros mismos del pecado ni de la muerte (véase Alma 22:12–15).
El sacrificio de nuestro Salvador fue la expresión suprema de amor por Su Padre y por nosotros. “… la anchura, y la longitud, y la profundidad y la altura” del amor de Cristo exceden nuestro entendimiento (Efesios 3:18; véase también el versículo 19).
Jesucristo venció la muerte por todos
Cuando Jesucristo murió en la cruz, Su espíritu se separó de Su cuerpo; al tercer día, Su espíritu y Su cuerpo se reunieron, para ya no volver a separarse jamás. Él se apareció a muchas personas, mostrándoles que tenía un cuerpo inmortal de carne y hueso. A esa reunión del espíritu y el cuerpo se le llama resurrección.
Como seres mortales, todos nosotros también moriremos. Sin embargo, debido a que Jesús triunfó sobre la muerte, cada persona que nazca en la tierra resucitará. La resurrección es un don divino para todos, que se da por medio de la misericordia y la gracia redentora del Salvador. El espíritu y el cuerpo de cada persona se reunirán, y cada uno de nosotros vivirá para siempre en un cuerpo perfeccionado y resucitado. Si no fuera por Jesucristo, la muerte acabaría con toda esperanza de tener una existencia futura con nuestro Padre Celestial (véase 2 Nefi 9:8–12).
Jesús hace posible que seamos limpios de nuestros pecados
Para entender la esperanza que podemos recibir por medio de Cristo, tenemos que entender la ley de la justicia; se trata de una ley inmutable que ocasiona consecuencias por nuestras acciones. La obediencia a Dios trae consecuencias positivas y la desobediencia trae consecuencias negativas (véase Alma 42:14–18). Cuando pecamos, quedamos impuros y nada impuro puede vivir en la presencia de Dios (véase 3 Nefi 27:19).
Durante el sacrificio expiatorio de Jesucristo, Él tomó nuestro lugar, padeció y pagó el castigo por nuestros pecados (véase 3 Nefi 27:16–20). El plan de Dios da a Jesucristo el poder de hacer intercesión a nuestro favor; de interceder por nosotros ante la justicia (véase Mosíah 15:9). Debido a Su sacrificio expiatorio, Jesús puede reclamar Sus derechos de misericordia en nuestro beneficio, en tanto que nosotros ejerzamos fe para arrepentimiento (véase Moroni 7:27; Doctrina y Convenios 45:3–5). “… así la misericordia satisface las exigencias de la justicia, y [nos] ciñe […] con brazos de seguridad” (Alma 34:16).
Solo por medio del don de la Expiación del Salvador y de nuestro arrepentimiento podemos regresar a vivir con Dios. Al arrepentirnos, se nos perdona y somos hechos limpios espiritualmente. Se nos quita la carga de la culpa por nuestros pecados y se nos sana el alma. Somos llenos de gozo (véase Alma 36:24).
Aunque somos imperfectos y podemos volver a equivocarnos, hay más gracia, amor y misericordia en Jesucristo que fallas, defectos o pecados en nosotros. Dios siempre está presto y deseoso de abrazarnos conforme acudimos a Él y nos arrepentimos (véase Lucas 15:11–32). Nada ni nadie “nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:39).
Jesucristo tomó sobre Sí nuestros dolores, aflicciones y debilidades
En Su sacrificio expiatorio, Jesucristo tomó sobre Sí nuestros dolores, aflicciones y debilidades. Es por ello que sabe “según la carne […] cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos” (Alma 7:12; véase también el versículo 11). Él nos invita: “Venid a mí” y, a medida que lo hagamos, Él nos dará descanso, esperanza, fortaleza, perspectiva y sanación (Mateo 11:28; véanse también los versículos 29–30).
Conforme confiamos en Jesucristo y Su Expiación, Él puede ayudarnos a sobrellevar nuestras pruebas, enfermedades y dolores. Podemos ser llenos de gozo, paz y consuelo. Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la Expiación de Jesucristo.
El mundo de los espíritus
Muchas personas se preguntan: “¿Qué sucederá después de que muera?”. El Plan de Salvación proporciona algunas respuestas importantes a esa pregunta.
La muerte es parte del “misericordioso designio” de Dios para nosotros (2 Nefi 9:6). La muerte no es el final de nuestra existencia, sino que es el siguiente paso en nuestro progreso eterno. Para llegar a ser semejantes a Dios, tenemos que pasar por la muerte, y luego recibir un cuerpo perfeccionado y resucitado.
Cuando nuestro cuerpo físico muere, nuestro espíritu sigue viviendo en el mundo de los espíritus. Se trata de un estado temporal para aprender y prepararnos antes de la resurrección y del Juicio Final. Nuestro conocimiento de la vida terrenal continúa con nosotros.
En el mundo de los espíritus, quienes hayan aceptado el Evangelio de Jesucristo y lo hayan vivido “serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso” (Alma 40:12). Los niños pequeños también son recibidos en el paraíso cuando mueren.
Los espíritus que estén en el paraíso descansarán libres de sus inquietudes y pesares. Continuarán su crecimiento espiritual, al hacer la obra de Dios y ministrar a otras personas. Enseñarán el Evangelio a quienes no lo hayan recibido durante la vida terrenal (véase Doctrina y Convenios 138:32–37, 57–59).
En el mundo de los espíritus, las personas que no hubieran podido recibir el Evangelio en la tierra o que hubiesen decidido no seguir los mandamientos, tendrán algunas limitaciones (véase Doctrina y Convenios 138:6–37; Alma 40:6–14). Sin embargo, puesto que Dios es justo y misericordioso, ellos tendrán la oportunidad de que se les enseñe el Evangelio de Jesucristo. Si lo aceptan y se arrepienten, serán redimidos de sus pecados (véase Doctrina y Convenios 138:58; véanse también 138:31–35; 128:22). Se les recibirá en la paz del paraíso. Con el tiempo, recibirán un lugar en uno de los reinos de gloria según las decisiones que hayan tomado en la vida terrenal y en el mundo de los espíritus.
Permaneceremos en el mundo de los espíritus hasta que resucitemos.
La resurrección, la salvación y la exaltación
La resurrección
El plan de Dios hace posible que crezcamos y recibamos la vida eterna. Después de estar en el mundo de los espíritus, la resurrección es el siguiente paso en dicho crecimiento.
La resurrección es la reunión del cuerpo y el espíritu. Todos resucitaremos. Esto es posible gracias a la Expiación y la Resurrección del Salvador (véase Alma 11:42–44).
Cuando resucitemos, cada uno de nosotros tendrá un cuerpo físico perfeccionado, libre de dolores y enfermedades. Seremos inmortales, es decir que viviremos para siempre.
La salvación
Puesto que todos resucitaremos, todos seremos salvos —es decir, obtendremos la salvación— de la muerte física. Ese don se nos da por medio de la gracia de Jesucristo.
También podemos ser salvos —es decir, obtener la salvación— de las consecuencias que la ley de la justicia exija por nuestros pecados. Ese don es posible mediante los méritos y la misericordia de Jesucristo, conforme nosotros nos arrepentimos (véase Alma 42:13–15, 21–25).
La exaltación
La exaltación, es decir, la vida eterna, es el máximo estado de felicidad y gloria del Reino Celestial. La exaltación es un don condicional. El presidente Russell M. Nelson ha enseñado: “Estas condiciones de acceso abarcan la fe en el Señor, el arrepentimiento, el bautismo, recibir el Espíritu Santo y permanecer fieles a las ordenanzas y a los convenios del templo” (“La salvación y la exaltación”, Liahona, mayo de 2008, pág. 9).
La exaltación significa vivir con Dios para siempre en familias eternas; es conocer a Dios y a Jesucristo, llegar a ser semejantes a Ellos, y vivir la vida que Ellos disfrutan.
El juicio y los reinos de gloria
Nota: Al enseñar por primera vez sobre los reinos de gloria, enseñe a un nivel básico y según las necesidades y el entendimiento de la persona.
Cuando resucitemos, Jesucristo será nuestro justo y misericordioso Juez. Salvo muy pocas excepciones, cada uno de nosotros recibirá un lugar en un reino de gloria. Aunque todos resucitaremos, no todos recibiremos la misma gloria eterna (véanse Doctrina y Convenios 88:22–24, 29–34; 130:20–21; 132:5).
A las personas que no hubieran tenido la oportunidad de comprender plenamente las leyes de Dios y obedecerlas durante la vida terrenal, se les dará esa oportunidad en el mundo de los espíritus. Jesús juzgará a cada persona según la fe, las obras, los deseos y el arrepentimiento de cada una de ellas en la vida terrenal y en el mundo de los espíritus (véase Doctrina y Convenios 138:32–34, 57–59).
Las Escrituras enseñan sobre los reinos de gloria celestial, terrestre y telestial. Todos ellos son manifestaciones del amor, la justicia y la misericordia de Dios.
Quienes ejerzan fe en Cristo, se arrepientan de sus pecados, reciban las ordenanzas del Evangelio, guarden sus convenios, reciban el Espíritu Santo y perseveren hasta el fin serán salvos en el Reino Celestial. Ese reino también recibirá a las personas que no hubieren tenido la oportunidad de recibir el Evangelio durante la vida terrenal aunque “lo habrían recibido de todo corazón” y luego así lo hayan hecho en el mundo de los espíritus (Doctrina y Convenios 137:8; véase también el versículo 7). Los niños que hayan muerto antes de la edad de responsabilidad (los ocho años de edad) también se salvarán en el Reino Celestial (véase Doctrina y Convenios 137:10).
En las Escrituras, se compara al Reino Celestial con la gloria o el brillo del sol (véase Doctrina y Convenios 76:50–70).
Las personas que llevaron una vida honorable pero “no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, mas después lo recibieron” tendrán un lugar en el Reino Terrestre (Doctrina y Convenios 76:74). Lo mismo sucederá con quienes no sean valientes en el testimonio de Jesús. En las Escrituras, se compara a dicho reino con la gloria de la luna (véase Doctrina y Convenios 76:71–80).
Aquellos que sigan en sus pecados y no se arrepientan en esta vida ni acepten el Evangelio de Jesucristo en el mundo de los espíritus recibirán su galardón en el Reino Telestial. En las Escrituras, se compara a ese reino con la gloria de las estrellas (véase Doctrina y Convenios 76:81–86).
Reseña de lección corta a intermedia
La siguiente reseña es un ejemplo de lo que podría enseñar a alguien si solo tuviera una cantidad de tiempo limitada. Al utilizar esta reseña, elija uno o más principios para enseñar. El fundamento doctrinal de cada principio se ha proporcionado anteriormente en la lección.
Al enseñar, haga preguntas y escuche. Extienda invitaciones que ayuden a las personas a aprender cómo acercarse más a Dios. Es importante invitar a la persona a que se reúna con ustedes nuevamente. La duración de la lección dependerá de las preguntas que usted haga y de cuánto escuche.
Lo que puede enseñar a las personas en 3–10 minutos
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Todos somos hijos de Dios procreados como espíritus. Somos miembros de Su familia. Él nos conoce y ama a cada uno de nosotros.
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Dios ha provisto un plan para nuestra felicidad y para que progresemos en esta vida y en la eternidad.
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Según el plan de Dios, teníamos que venir a la tierra para recibir un cuerpo físico, aprender y progresar.
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Jesucristo ocupa el lugar central en el plan de Dios. Él hace posible que tengamos la vida eterna.
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Bajo la dirección de Dios, Jesús creó la tierra.
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Lo que vivamos aquí en la tierra tiene el fin de ayudar a prepararnos para volver a la presencia de Dios.
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Todos pecamos y todos moriremos. Debido a que Dios nos ama, envió a Su Hijo, Jesucristo, a la tierra a fin de redimirnos del pecado y de la muerte.
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Todo lo que sea injusto en la vida podrá corregirse por medio de la Expiación de Jesucristo.
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Cuando nuestro cuerpo físico muere, el espíritu sigue viviendo. Con el tiempo, todos resucitaremos. Eso significa que el espíritu y el cuerpo de cada persona se reunirán de nuevo, y cada uno de nosotros vivirá para siempre en un cuerpo perfeccionado y resucitado.
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Cuando resucitemos, Jesucristo será nuestro Juez. Salvo muy pocas excepciones, todos los hijos de Dios recibirán un lugar en un reino de gloria. Si somos fieles, podemos regresar a vivir en la presencia de Dios.