Capítulo 15
La felicidad en el matrimonio
La perspectiva elevada del matrimonio que ofrece la Iglesia se describe expresivamente en estas cinco palabras de la sección cuarenta y nueve de Doctrina y Convenios: “…el matrimonio lo decretó Dios…” (D. y C. 49:15)1.
Introducción
David O. McKay y Emma Ray Riggs se casaron en el Templo de Salt Lake el 2 de enero de 1901, y fueron la primera pareja que se selló en el templo ese año. Su unión de sesenta y nueve años ejemplifica la constante devoción que marido y mujer se demostraron el uno al otro. Tanto para amigos como para extraños era evidente la fortaleza de su unión matrimonial. La hermana McKay contó la siguiente experiencia:
“Una vez en que acompañé a mi esposo a la dedicación de un centro de reuniones en Los Ángeles, nos detuvimos en el bulevar Wilshire para que nos lavaran el auto. Me había sentado en un banco a esperar, mientras que mi esposo se encontraba junto al coche, cuando de pronto oí a mi lado una vocecita que me decía: ‘Señora, me parece que aquel hombre que está allá la quiere mucho’. Miré sorprendida, y vi a un hermoso niñito, de unos siete años, con pelo oscuro rizado y grandes ojos castaños. ‘¿Qué dijiste?’, le pregunté.
“ ‘Le dije que me parece que aquel hombre que está allá la quiere mucho’.
“¡Ah! Claro que me quiere; es mi marido. ¿Por qué se te ocurrió eso?’
“ ‘Y… por la forma en que le sonreía. ¿Sabe? Yo daría cualquier cosa porque mi papá le sonriera así a mi mamá’ ”2.
Hasta el día en que el presidente McKay se vio obligado a andar en silla de ruedas, siempre se ponía de pie cuando su esposa entraba en el cuarto, le sostenía la silla para que se sentara y le abría la puerta del auto; también la recibía y se despedía de ella con un beso cariñoso. Esto último continuó aun cuando ambos estaban en sillas de ruedas. Una vez, cuando llevaban al presidente McKay en su silla de ruedas a una reunión, él exclamó: “¡Tenemos que volver! No le di un beso a Ray para despedirme”. Y tuvieron que llevarlo de regreso para cumplir ese amoroso ritual que había pasado a formar parte de su relación3.
Una joven pareja que se preparaba para casarse rindió un hermoso tributo al matrimonio McKay. Uno de los hijos de los McKay, David Lawrence, relató la experiencia de esta manera:
“Cuando mis padres vivían en la calle South Temple, número 1037 Este [en Salt Lake City], un día llegó en auto una pareja joven, se bajaron y procedieron a sentarse en el césped del frente de la casa. Allí, el joven le propuso matrimonio a su novia. Más adelante, en una oportunidad en que contaba eso a un miembro de su familia, explicó su acción con estas palabras: ‘Lo hice porque quiero que nuestra vida de casados sea tan ideal como la del presidente y la hermana McKay’ ”4.
Las enseñanzas de David O. McKay
El convenio del matrimonio eterno trae gozo y fortalece el amor
Según las enseñanzas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la familia tiene suprema importancia en el desarrollo del individuo y de la sociedad. “Felices, el triple de felices, son los que gozan de una unión ininterrumpida, cuyo amor, nunca quebrantado por quejas, no se disolverá hasta el último día.” Pero no se disolverá nunca si ha sido sellado para la eternidad por la autoridad del Santo Sacerdocio. La ceremonia matrimonial, así sellada, produce una felicidad y un gozo que ninguna otra experiencia en el mundo podrá superar. “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” [Marcos 10:9]5.
La condición eterna del convenio del matrimonio es una gloriosa revelación que, cuando es sellada por el Santo Sacerdocio, da a los corazones unidos por el broche de oro del amor la tranquilidad de que su unión es eterna6.
Quiero decir algo sobre la condición eterna del convenio matrimonial… Fijémonos en el principio que lo rige. ¿Tendrían la bondad de pensar en cuál es el atributo más divino del alma humana?… El amor es el atributo más divino del alma humana y, si se acepta la inmortalidad del alma, o sea, si ustedes creen que la personalidad continúa después de la muerte, entonces tienen que creer asimismo que el amor también vive. ¿No es lógico que sea así? Y pregunto ahora: ¿A quién habremos de amar cuando reconozcamos a esas personalidades en el mundo venidero?
Es cierto que se nos exhorta a amar a todos; y debemos amarlos ahora, pero bien sabemos que amamos a aquellos a quienes mejor conocemos… Cuando nos encontremos con esas personalidades en el reino eterno, las reconoceremos; y las conoceremos por las experiencias de esta vida. Y esa unión de corazones que se aman perdurará después de esta vida. Por eso nos casamos —nos sellamos— por esta vida y por la eternidad. Esto no se limita a ser sólo un dogma de la Iglesia, sino que es una verdad fundamental para la vida y la felicidad de toda la humanidad. Es, entonces, sabiduría elegir la Casa del Señor para [prometerse] amor mutuo y consagrar sus votos7.
Por contar con el elevado ideal del matrimonio que se reveló al profeta José Smith, los miembros de la Iglesia deberían aspirar a una sola meta, la de tener siempre presente el hecho de que el matrimonio, el fundamento de la sociedad, es “ordenado por Dios” [D. y C. 49:15] con el fin de que se edifiquen hogares permanentes en los cuales se pueda criar a los hijos de forma apropiada y enseñarles los principios del Evangelio8.
Substituyamos la tendencia presente a mirar el matrimonio con cierto desprecio por la de la elevada perspectiva que Dios le da. Ayer estuve ante el altar del templo, como muchas otras veces, y vi cómo dos corazones, dos almas, se fundían en una, como dos gotas de rocío en un pétalo de rosa cuando el sol se asoma por la mañana, una fundiéndose con la otra para formar una sola. Pienso que la forma elevada de considerar el matrimonio de parte de aquel novio y el punto de vista de la novia al contemplar la santidad de la unión se cuentan entre las cosas más sublimes de este mundo. Tenían una perspectiva noble del matrimonio en lugar de la mezquina forma de verlo como un medio de satisfacer la pasión. Contemplemos el matrimonio como una obligación sagrada y un convenio, si es posible, un convenio eterno9.
Los lazos del matrimonio deben ser tan eternos como el amor, el atributo más divino del alma humana. Ciertamente, entonces, esos lazos deben continuar en tanto el amor siga un atributo del espíritu10.
Debemos protegernos de los peligros que acechan al matrimonio.
Las señales de los tiempos indican sin duda que la santidad del convenio matrimonial está peligrosamente amenazada. Hay lugares donde se puede llevar a cabo la ceremonia de casamiento a cualquier hora del día o de la noche y sin arreglos previos. Mientras la pareja espera, se les prepara la licencia [el permiso] y luego se lleva a cabo la ceremonia. Muchas parejas que han caído en la trampa de esas facilidades han visto que su matrimonio termina en el desengaño y el pesar. En algunos casos, esos lugares no son más que oportunidades de legalizar la inmoralidad. ¡Ah, cuán lejos están del verdadero ideal! En todo lo que nos sea posible, debemos prevenir a las parejas jóvenes de los peligros de esos casamientos secretos y apresurados.
Es también vital que contrarrestemos las influencias insidiosas de las publicaciones que hablan de “la quiebra del matrimonio”, que defienden las uniones “de prueba” y que ponen en planos iguales las relaciones sexuales de personas no casadas entre sí con las relaciones amistosas entre personas en la misma situación11.
El matrimonio es una relación sagrada en la que se entra con propósitos bien reconocidos, el principal de los cuales es tener una familia. Algunos observadores perceptivos afirman que nuestra actual vida moderna tiende a frustrar esos propósitos12.
A veces, hombres y mujeres de bajas tendencias y poca voluntad permiten que sus pasiones, como caballos desbocados, dejen de lado el buen juicio y el dominio propio y les hagan cometer pecados que les quemarán la conciencia y les dejarán en el corazón un remordimiento permanente.
En esta época en que el recato se tira por la borda y la castidad se considera una virtud pasada de moda, yo les ruego que mantengan su alma intacta y sin mancha de ese pecado cuya consecuencia los golpeará y los atormentará hasta dejarles la conciencia embotada y el carácter despreciable… Recuerden también la trascendencia de lo que dijo el Salvador de que si alguien comete adulterio, aunque sea en el corazón, no tendrá el Espíritu sino que negará la fe y sentirá temor [véase D. y C. 63:16]13.
Hace veinticuatro años, cuando el vapor Marama ancló antes de llegar al arrecife de coral que rodea la isla de Rarotonga, un pasajero que deseaba desembarcar le preguntó al capitán por qué no se acercaba más al embarcadero. Al responderle, el experimentado marino mencionó aguas traicioneras y le señaló el motor de un barco, el Maitai, y la proa de otro que todavía asomaban a la superficie, ambos como muda evidencia del peligro de anclar demasiado cerca de la orilla de esa isla rodeada de corales. “Anclamos aquí”, le dijo, “porque es más seguro para evitar que el barco se haga pedazos, como esos otros dos cuyos restos han quedado en los peligrosos arrecifes”.
La manera liviana de contemplar el matrimonio, la idea desatinada de casarse con el compromiso de no tener hijos y de disolver la unión si ambas partes están de acuerdo, sin que ninguno sea responsable ante el otro; la diabólica teoría de experimentar la relación sexual con distintas personas y los tribunales que facilitan el divorcio son todos arrecifes peligrosos en los cuales naufragan muchos barcos familiares14.
Cuanto más tiempo pasen con su esposa, más felices serán. El trabajo los aleja del hogar, mientras que ella se queda sola allí. No permitan que la asociación con otras mujeres divida su afecto; y esto se aplica a la mujer tanto como al hombre. En una época, pensé que esto no era así, que el hombre era el único culpable de las inquietudes, los desacuerdos y los pesares que se ven con demasiada frecuencia; pero he tenido que modificar mi opinión. El compañerismo es el medio de perpetuar ese amor que los llevó a unirse en primer lugar15.
Otra amenaza para nuestra sociedad es el incremento de divorcios y la tendencia a considerar el matrimonio como un simple contrato que se puede romper a la primera dificultad o mal entendido que surja.
Una de nuestras posesiones más preciadas es nuestra familia. Las relaciones familiares preceden y, en la vida presente, tienen más valor que cualquier otro vínculo social. Son las que dan al corazón sus primeras emociones y en él abren el torrente del amor. El hogar es la escuela principal donde se adquieren las virtudes humanas. Las responsabilidades, los gozos, los pesares, las sonrisas, las lágrimas, las esperanzas y la abnegación que genera abarcan los intereses primordiales de la vida humana…
Cuando una persona pone el trabajo o el placer por encima de su hogar, en ese momento comienza un descenso hacia el debilitamiento de su alma. Cuando el club es más atractivo para el hombre que su hogar, es el momento en que debe confesar con vergüenza que ha fracasado en la oportunidad suprema de su vida y que no ha pasado la prueba final de su verdadera hombría… La choza más humilde en la que el amor prevalezca y haya una familia unida tiene para Dios y para el futuro de la humanidad más valor que cualquier riqueza. En un hogar como ése, Dios puede hacer milagros, y los hará16.
Un matrimonio de éxito exige romance, esfuerzo y compromiso continuos.
Quiero instar a que exista un romance continuo entre la pareja, y aplicarlo a las personas mayores. Hay muchas parejas que vienen ante el altar del matrimonio con la idea de que la ceremonia señala el fin del romance en lugar del principio de un romance eterno. No olvidemos que al llevar las cargas de la vida de hogar —y las habrá—, las palabras tiernas de aprecio y los actos de cortesía se estimarán aún más que durante los románticos días y meses del noviazgo. Después de la ceremonia y durante las pruebas que surgen diariamente en la vida de hogar es cuando las palabras “gracias”, “perdóname” y “hazme el favor de”, provenientes del marido o de la mujer, contribuyen a aumentar el amor que los llevó al altar. Es bueno que tengamos presente que se puede matar de hambre al amor tanto como al cuerpo cuando no se le sustenta. El amor se alimenta con bondad y amabilidad. Es interesante notar que la primera cláusula de lo que se conoce en el mundo cristiano como “salmo del amor” dice: “El amor es sufrido, es benigno” [véase 1 Corintios 13:4]. El anillo de casamiento no da al hombre el derecho de ser cruel o desconsiderado, ni a la mujer el derecho de ser desaseada, malhumorada o desagradable.
El siguiente factor contribuyente a un matrimonio feliz que deseo mencionar es el autodominio. Pueden sucederles pequeñas cosas que los fastidien, y entonces hablan impulsivamente, de forma cortante y fuerte, y así hieren el corazón del compañero. No sé de ninguna otra virtud que pueda contribuir más a la felicidad y paz del hogar que la gran cualidad del dominio de la lengua. Si se sienten heridos o ven algo en el otro que les ofenda, refrénense de las palabras ásperas que les vengan a la boca. Se dice que durante el noviazgo se deben tener los ojos bien abiertos, pero que después del matrimonio deben mantenerse sólo entreabiertos…
“El matrimonio es una relación que no puede sobrevivir en medio del egoísmo, la impaciencia, el despotismo, la desigualdad y la falta de respeto. Es una relación que prospera con la aceptación, la igualdad, la abnegación, la generosidad, la solicitud, el esfuerzo de ambas partes, el aprendizaje juntos y el buen humor”17.
Resten importancia a las faltas y encomien las virtudes. Después que pasan las primeras emociones de la luna de miel, las parejas empiezan a ver las faltas y los detalles de la idiosincrasia que no habían notado antes. La mujer asume las responsabilidades de la maternidad; empiezan las dificultades de pagar las deudas; y así nos volvemos propensos a criticar. Debemos tratar de dominarnos en ese respecto…
Considero un hecho indiscutible que en un matrimonio donde no estén presentes el Espíritu de Cristo, el esfuerzo diario por demostrar amorosa obediencia a Sus mandamientos divinos y, especialmente, la oración vespertina para expresar gratitud por las bendiciones recibidas, no pueden existir verdadera paz, amor, pureza, castidad y felicidad.
Que Dios nos ayude a fundar hogares donde se pueda sentir el espíritu del cielo en la tierra; nosotros sabemos que eso es posible, que no es un sueño ni una teoría. Podemos lograr que haya entre marido y mujer ese dulce compañerismo que se hace cada día más preciado a medida que surgen los problemas de la vida. Podemos tener hogares en los cuales los niños jamás oigan a sus padres discutir acaloradamente ni pelear. Que Dios nos ayude… a fundar hogares así, y a enseñar ese concepto a los jóvenes que se preparan para la vida de hogar a fin de que lo tengan por ideal18.
Sugerencias para el estudio y el análisis
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¿Qué aspectos de la relación que existía entre el presidente McKay y su esposa le impresionan? En su opinión, la relación que había entre ellos ¿cómo lo capacitó a él para dar consejos sobre el matrimonio?
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El presidente McKay enseñó que el amor “es el atributo más divino del alma humana” (pág. 160). ¿Por qué cree usted que eso es verdad?
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¿Qué cree que querrá decir la frase “el matrimonio es ordenado por Dios”? (Véanse las págs. 160–161.) ¿Qué efecto debe tener ese conocimiento en la actitud que tengamos hacia el matrimonio? “La familia: Una proclamación para el mundo” ¿qué enseña acerca del matrimonio?
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¿Cuáles son algunos de los peligros que amenazan actualmente a la familia? (Véanse las págs. 161–163.) ¿Qué diferencia existe entre considerar el matrimonio como un convenio y verlo como un “simple contrato”? ¿Cómo se pueden resolver las diferencias y los problemas que surgen en el matrimonio? (Véanse las págs. 163–165.)
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¿Por qué algunas personas posponen o evitan el matrimonio? ¿Qué podemos hacer para ayudar a otras personas a considerar el matrimonio como el “ideal elevado” al que se refería el presidente McKay?
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¿Por qué es esencial que el romance continúe en el matrimonio? (Véanse las págs. 163–165.) ¿Qué elementos ha encontrado usted que fortalezcan su relación con su cónyuge? ¿Qué ejemplos ha visto en otras parejas que continúan fortaleciendo la relación matrimonial?
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Las palabras ásperas, ¿de qué modo dañan la relación matrimonial? ¿Cómo podemos aprender a dominar mejor nuestro carácter en ese aspecto? (Véanse las págs. 163–165.)
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El presidente McKay enseñó que un matrimonio no puede prosperar sin el “Espíritu de Cristo” (pág. 164). ¿Qué pode-mos hacer para que el Espíritu de Cristo esté presente en nuestro matrimonio?
Pasajes relacionados: Mateo 19:3–8; Efesios 5:25; D. y C. 25:14; 42:22; 49:15–17; 131:1–4.