Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
La vida y el ministerio de David O. McKay


La vida y el ministerio de David O. McKay

En abril de 1951, a los 77 años, David Oman McKay pasó a ser el noveno Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Durante los casi veinte años que prestó servicio como Presidente fue venerado por los miembros de la Iglesia como Profeta de Dios y respetado por muchas otras personas de todo el mundo. Debido a sus exhortaciones para que los miembros de la Iglesia trataran de adquirir un carácter más parecido al de Cristo y de dar a conocer el Evangelio, tanto por la enseñanza como por el ejemplo, la Iglesia tuvo un rápido crecimiento en el mundo entero. Aparte de sus enseñanzas, su aspecto físico causaba una profunda impresión; al conocerlo, muchas personas comentaban que no sólo hablaba y se comportaba como un profeta sino que también tenía la apariencia de serlo. Hasta en sus últimos años tenía un físico magnífico, de elevada estatura y espeso cabello blanco y ondulado. Su semblante irradiaba la vida de rectitud que había llevado.

Su patrimonio y su infancia de ideales elevados

Cuando era Autoridad General, en sus enseñanzas David O. McKay se refería muchas veces con gratitud al patrimonio y al ejemplo que había recibido de sus padres. La familia de su padre, David McKay, se convirtió a la Iglesia en Thurso, Escocia, en 1850. En 1856 la familia se trasladó a Estados Unidos y, después de trabajar y ahorrar durante tres años, cruzó las llanuras hasta Utah, llegando a Salt Lake City en agosto de 18591.

El mismo año en que los McKay se convirtieron a la Iglesia en Escocia (1850), la familia de la madre de David O. McKay, Jennette Evans, aceptó el Evangelio restaurado en un lugar cercano a Merthyr Tydfil, en el sur de Gales. Igual que los McKay, los Evans se embarcaron para los Estados Unidos en 1856 y llegaron a Utah en 1859. Ambas familias se establecieron muy pronto en Ogden, Utah, donde David McKay y Jennette Evans se conocieron y se enamoraron; el 9 de abril de 1867 se casaron en la Casa de Investiduras, oficiando en la ceremonia el entonces élder Wilford Woodruff2.

El 8 de septiembre de 1873 nació David O. McKay en el pequeño pueblo de Huntsville, Utah, el tercer hijo de David McKay y Jennette Evans y su primer varón. Tuvo una infancia feliz pero no libre de pesares. En 1880 hubo una serie de sucesos que pusieron a prueba la fe de la familia y provocaron una madurez temprana en el pequeño David O. McKay. Sus dos hermanas mayores, Margaret y Ellena, murieron en un plazo de pocos días, una de fiebre reumática y la otra de pulmonía. Alrededor de un año más tarde, su padre recibió el llamamiento para ir de misionero a Escocia; se quedó un tanto vacilante con respecto a aceptarlo porque le preocupaba tener que dejar a la esposa (que esperaba otro hijo) sola con las responsabilidades de la familia y la granja. No obstante, al enterarse del llamamiento, Jennette le dijo firmemente: “Claro que debes aceptar; no tienes por qué preocuparte por mí. David O. y yo nos arreglaremos bien”3. Con esas palabras de aliento y la seguridad de contar con la ayuda de vecinos y familiares, David McKay aceptó el llamamiento. Sus palabras de despedida a su hijito de siete años fueron: “Cuida a mamá”4.

Debido a la prudente administración de Jennette McKay, a los esfuerzos de muchas otras personas y a las bendiciones del Señor, la granja prosperó a pesar de los dos años de ausencia de David McKay. Durante ese tiempo y a lo largo de toda su vida, Jennette McKay prestó igual atención al bienestar espiritual de sus hijos: “La oración familiar era una costumbre establecida en el hogar de los McKay, y, al quedar la madre sola con su pequeña familia, se convirtió en una parte aun más importante de los sucesos diarios. Al pequeño David se le enseñó a tomar su turno en la oración familiar de la mañana y de la noche y aprendió la importancia de recibir en el hogar las bendiciones del cielo”5.

El presidente McKay se refería muchas veces a su madre como un ejemplo digno de emulación. Una vez dijo: “No conozco ninguna virtud femenina que mi madre no poseyera… Para sus hijos y todos los demás que la conocíamos bien, era hermosa y noble. A pesar de su carácter dinámico, era una persona estable y serena. Sus ojos oscuros expresaban de inmediato cualquier emoción intensa que, sin embargo, mantenía siempre en perfecto dominio… En cuanto a la ternura, el cuidado vigilante, la amorosa paciencia y la lealtad hacia el hogar y la rectitud, en mi infancia la consideraba el ejemplo supremo, y todavía la considero así, después de todos estos años”6.

Cuando se le preguntó quién era el hombre más grandioso que había conocido, David O. McKay respondió sin vacilar: “Mi padre”7. Después de la misión, su padre prestó servicio como obispo de los barrios Eden y Huntsville desde 1883 hasta 19058. David McKay hablaba de sus muchas experiencias y de su testimonio con su hijo David. El presidente McKay comentaba lo siguiente: “Cuando era niño, me sentaba y escuchaba ese testimonio de la persona a quien amaba y honraba como a ningún otro hombre en el mundo, y esa convicción se grabó en mi joven alma”9. La fuerza del testimonio y del ejemplo de su padre lo sostuvo mientras progresaba en el conocimiento de la verdad.

En la vida diaria, su padre le enseñó lecciones que lo fortalecieron y se reflejaron más tarde en sus enseñanzas de Apóstol. Una vez contó una experiencia que había observado mientras juntaba heno con sus hermanos. La décima carga estaba destinada a ser el diezmo para la Iglesia y el padre les mandó juntarla en otra parte, una donde estaba el mejor heno, y les dijo: “Ésta es la décima carga, y nunca debemos considerar lo mejor como demasiado bueno para Dios”. Años más tarde, David O. McKay hizo el comentario de que aquel había sido “el discurso más eficaz que he oído en mi vida sobre el diezmo”10. Su padre le enseñó también a respetar a las mujeres. El presidente McKay aconsejaba a los jóvenes, diciendo: “Recuerdo el consejo de mi padre cuando era un muchacho y empecé a cortejar a una chica: ‘David’, me dijo, ‘trata a esa jovencita como querrías que cualquier otro muchacho tratara a tu hermana’ ”11.

Años después, cuando era Presidente de la Iglesia, rindió a los padres el siguiente tributo: “Estoy agradecido por el prudente y atento cuidado de los padres nobles… un cuidado que impidió desviarme hacia caminos que me habrían conducido a un tipo de vida totalmente diferente. Año tras año aumenta el aprecio y el amor que siento por mi atenta y preciada madre y mi noble padre”12.

Su juventud

Cuando era jovencito, lo llamaron a formar parte de la presidencia del quórum de diáconos. En esa época los diáconos tenían la responsabilidad de mantener limpia la capilla, de cortar la leña para las estufas del edificio y de asegurarse de que las viudas del barrio siempre tuvieran la leña necesaria13. Él dijo a sus compañeros del quórum que se “sentía incapaz para el cargo al ver a otros que eran mucho más capaces que él para ocuparlo… pero que sentía que debía continuar, con la ayuda del Señor”14. Esa actitud era característica de la humildad con la que iba a aceptar los llamamientos a lo largo de su vida.

Por ser hijo del obispo, tuvo oportunidades de conocer a los líderes de la Iglesia que visitaban su casa. En julio de 1887 estuvo de visita el patriarca John Smith y le dio la bendición patriarcal (él tenía entonces trece años). Después de la bendición, el patriarca Smith le puso las manos sobre los hombros y le dijo: “Amiguito, tienes cosas más importantes que hacer que jugar a las canicas [bolitas]”. Más tarde, el jovencito fue a la cocina y le dijo a su madre: “Si él cree que voy a dejar de jugar a las canicas, está equivocado”. La mamá dejó el trabajo que estaba haciendo y trató de explicarle lo que el hermano Smith le había querido decir. Aun cuando ni David O. McKay ni su madre sabían exactamente lo que le esperaba en el futuro, la experiencia indica que el Señor ya tenía responsabilidades en reserva para el joven15.

A través de su adolescencia, siguió prestando servicio en la Iglesia y continuó obteniendo conocimiento y experiencia. En 1889, cuando tenía quince años, lo llamaron como secretario de la Escuela Dominical del Barrio Huntsville, cargo que ocupó hasta 1893 cuando recibió el llamamiento para ser maestro de la Escuela Dominical16. El gran amor que sentía por esta organización y por la enseñanza en general continuó a lo largo de toda su vida.

La educación académica, el servicio misional y el matrimonio

David O. McKay escribió lo siguiente: “Hay tres grandes etapas en la vida terrenal de un hombre, de las cuales puede depender su felicidad aquí y en la eternidad: su nacimiento, su casamiento y la elección de su trabajo”17. Después de haber sido bendecido con el nacimiento y la crianza en el seno de una familia de rectitud, continuó recibiendo el beneficio de las decisiones prudentes que tomó con respecto a su educación, su profesión y su matrimonio.

Luego de terminar sus estudios en la escuela secundaria de Huntsville, asistió dos años a la Academia Weber Stake, de Ogden. A continuación, durante el año escolar de 1893 a 1894, a la edad de veinte años, regresó a Huntsville donde trabajó de maestro en la escuela primaria del pueblo. Más o menos en esa época su abuela materna hizo un regalo de $2.500 dólares a cada uno de sus hijos; como el dinero escaseaba en la casa de los McKay, los amigos aconsejaron a la madre de David O. McKay, Jennette, que invirtiera el dinero en acciones. Pero ella rehusó firmemente, diciendo: “Cada centavo de este dinero irá para la educación de mis hijos”18. Así fue que, en el otoño de 1894, él y tres de sus hermanos (Thomas E., Jeanette y Annie) se trasladaron en carreta a Salt Lake City para asistir a la Universidad de Utah. El vehículo iba lleno de bolsas de harina y recipientes de fruta envasada y llevaba una vaca lechera trotando detrás19.

El hijo de David O. McKay, Llewelyn, escribió lo siguiente con respecto a la experiencia universitaria de su padre: “Los estudios eran importantes para él. Su amor por el conocimiento aumentó a pasos agigantados; allí forjó profundas amistades e incrementó su sentido de los valores. Llegó a ser presidente de su clase y fue elegido, por sus altas calificaciones, a dar el discurso de despedida en la graduación… Participaba con entusiasmo en los deportes y era guarda derecho en el primer equipo de fútbol [americano] de la universidad. El acontecimiento más trascendental de esa época fue conocer a Emma Ray Riggs”20.

Durante su segundo año en la universidad, los jóvenes McKay alquilaron una casa a Emma Robbins Riggs, la madre de Emma Ray Riggs. Un día, madre e hija estaban mirando por la ventana y vieron a David O. y a Thomas E. McKay que llegaban con su madre. La señora de Riggs comentó: “Ahí vienen dos jóvenes que serán buenos maridos para suerte de dos muchachas. Fíjate en lo amables que son con su madre”. Emma Ray respondió: “A mí me gusta el de cabello oscuro”, que era David O. McKay. Aunque ambos jóvenes se veían de cuando en cuando, hasta varios años después no se desarrolló entre ellos una relación seria21.

Una vez que terminó sus estudios universitarios en la primavera de 1897, David O. McKay recibió una oferta para trabajar de maestro en el condado de Salt Lake. Se quedó contento con la posición que le ofrecían porque deseaba empezar a ganar dinero a fin de ayudar al resto de su familia; sin embargo, casi al mismo tiempo recibió un llamamiento para ser misionero en Gran Bretaña, y lo aceptó.

El 1º de agosto de 1897 fue apartado por el presidente Seymour B. Young para cumplir una misión en las Islas Británicas. Pasó la primera parte de su misión en Stirling, Escocia, donde la obra era lenta y difícil; pero cumplió sus labores diligentemente, y el 9 de junio de 1898 lo llamaron a presidir a todos los misioneros de Escocia. Al recibir este llamamiento, se dirigió al Señor en busca de ayuda. Sus responsabilidades a partir de entonces le proporcionaron más madurez y experiencia de las que sus años le habían proporcionado y lo prepararon para el servicio futuro.

Tres meses antes de terminar la misión tuvo otra experiencia importante. Desde que era niño, muchas veces había orado para recibir la confirmación espiritual de su testimonio. El 29 de mayo de 1899 asistió a una memorable reunión de misioneros sobre la cual relató: “Recuerdo como si fuera ayer la intensidad de la inspiración que sentí en esa oportunidad. Todos los presentes percibimos la abundante efusión del Espíritu del Señor. Todos éramos uno de corazón y voluntad. Nunca había sentido yo una emoción así. Era una manifestación por la cual en mis días juveniles de dudas había orado a solas, fervientemente, en las colinas y en el campo. Fue la reafirmación de que la oración sincera recibe su respuesta ‘en algún momento, en algún lugar’. En el transcurso de la reunión, uno de los élderes se levantó y dijo: ‘Hermanos, hay ángeles en esta sala’. Aunque parezca extraño, sus palabras no nos sorprendieron; más bien, resultaron completamente lógicas, aun cuando a mí no se me había ocurrido pensar que hubiera allí seres divinos. Sólo me sentía embargado de inmensa gratitud por la presencia del Santo Espíritu”22. El élder McKay finalizó su misión honorablemente y fue relevado en agosto de 1899.

Durante la misión había mantenido correspondencia con Emma Ray Riggs, o “Rayo”, como la llamaba él afectuosamente (los padres le habían dado ese nombre pensando en un rayo de sol). La relación entre ambos empezó a florecer con esa correspondencia que se cruzaba entre Escocia y Salt Lake City. Él se encontró con que ella lo igualaba en todo aspecto, incluso la inteligencia, la sociabilidad y las cualidades espirituales.

Mientras él se encontraba en la misión, ella había continuado sus estudios y, después de recibirse en pedagogía, aceptó un cargo de maestra en la escuela Madison, de Ogden, Utah23. Al mismo tiempo, en el otoño de 1899, él pasó a formar parte del profesorado de la Academia Weber Stake. En el transcurso de ese año, los dos se encontraban a menudo en un parque que estaba entre las dos instituciones de enseñanza. En ese lugar, en diciembre de 1899, él le propuso matrimonio; ella le respondió con una pregunta: “¿Estás seguro de que yo soy la mejor para ti?”. Él le contestó que sí24. El 2 de enero de 1901, Emma Ray Riggs y David O. McKay fueron la primera pareja que contrajo matrimonio en el Templo de Salt Lake en el siglo veinte.

Un maestro legendario

En 1902, cuando tenía veintiocho años, pasó a ser el director de la Academia Weber Stake. No obstante sus muchas responsabilidades administrativas, continuó tomando parte activa en la educación de los alumnos. A través de toda su vida se mantuvo dedicado a la educación, pues estaba convencido de que “la verdadera educación procura hacer de los hombres y mujeres no sólo buenos matemáticos, expertos lingüistas, científicos eruditos o brillantes literatos, sino también personas honradas, de virtud, moderación y amor fraternal; procura formar hombres y mujeres que valoren la verdad, la justicia, la prudencia, la benevolencia y el autodominio como los logros más preciados de una vida de éxito”25.

El presidente McKay consideraba que la educación era importante para toda persona. En la época en que fue director de la academia, muy pocas mujeres recibían enseñanza secundaria. Refiriéndose al importante papel de la mujer, escribió lo siguiente: “No se ha destacado mucho la parte que tomaron las mujeres en el establecimiento del imperio occidental. En esto no hemos hecho más que seguir la tendencia general de los hombres a través de las edades. La mujer lleva las cargas del hogar, tiene la mayor parte de la responsabilidad de criar a la familia, inspira a su marido y a sus hijos para que procuren el éxito; y mientras éstos reciben el aplauso público de alabanza, las esposas y madres que realmente merecen el reconocimiento y los elogios se sonríen contentas en sus logros que pasan inadvertidos”26. Mientras trabajaba en la Academia Weber Stake, puso de relieve la importancia de la educación para ambos sexos, y, durante su tenencia, aumentó en forma considerable el número de estudiantes del sexo femenino.

En los años en que ejerció la profesión de educador y administrador en esa academia, también prestó servicio en la presidencia de la Escuela Dominical de la Estaca Weber, cargo en el cual desarrolló nuevos programas. En la época en que recibió el llamamiento, la Escuela Dominical recibía escasa dirección del liderazgo general de la Iglesia. Como segundo superintendente auxiliar —asignado a supervisar las clases—, David O. McKay comenzó de inmediato a tratar de mejorar la enseñanza y el aprendizaje en las aulas utilizando los métodos que había aprendido en su carrera de educador. Un maestro de la Escuela Dominical describió su labor con estas palabras:

“Empezó por organizar reuniones semanales para los miembros de la mesa directiva de la estaca. Daba ejercicios a los miembros en los cuales tenían que bosquejar lecciones y seleccionar la meta (que ahora se llama “objetivo”) de cada una; les ponía a practicar el organizar e ilustrar la meta de la lección. Además, hacía destacar la importancia de una buena presentación del tema y de su aplicación en la vida de todo niño o jovencito. A esto seguía una reunión… mensual a la cual se invitaba a los maestros y oficiales de la Escuela Dominical de todos los barrios, que previamente debían leer las lecciones que se iban a considerar… Como resultado de esas… reuniones, los maestros volvían a su casa con ‘un fajo de notas’ para cada una de las cuatro lecciones que iban a enseñar el mes siguiente… Aquellas reuniones fueron muy bien recibidas y tenían un porcentaje de asistencia del noventa al cien por cien cada una”27.

Las nuevas del gran éxito de la Escuela Dominical de la Estaca Weber se extendieron rápidamente y el presidente Joseph F. Smith, que en ese tiempo era superintendente general de la Escuela Dominical, quedó impresionado con las novedosas ideas de David O. McKay con respecto a la enseñanza y le pidió que escribiera un artículo para el Juvenile Instructor, que era la revista de la organización28.

Apóstol del Señor

El énfasis en la enseñanza y el aprendizaje

El 9 de abril de 1906, después de haber prestado seis años de servicio en la Escuela Dominical de la Estaca Weber, David O. McKay fue ordenado Apóstol a la edad de treinta y dos años; poco después, se le sostuvo también como segundo asistente en la superintendencia general de la Escuela Dominical. En 1909 fue primer asistente y de 1918 a 1934 fue superintendente general. Muy pronto se pusieron en práctica en toda la Iglesia las innovaciones que él había hecho en la Escuela Dominical de la Estaca Weber. Al comprender que hacían falta lecciones que fueran uniformes, escribió el libro Ancient Apostles [“Los Apóstoles de la antigüedad”], que se preparó como uno de los primeros manuales de lecciones para la organización.

Durante los años en que fue miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, el nombre del élder McKay se relacionaba de inmediato con el de la Escuela Dominical, y todavía estaba escribiendo lecciones para ésta cuando pasó a ser Presidente de la Iglesia. Mientras trataba de mejorar la enseñanza del Evangelio, muchas veces se concentraba particularmente en los niños. Decía que los niños vienen “del Padre puros y sin mancha, sin tachas ni debilidades inherentes… Sus almas son como hojas de papel en blanco sobre las cuales se deben escribir las aspiraciones o logros de toda una vida”29. Para él, la Escuela Dominical tenía una función esencial en la enseñanza y la edificación del carácter de niños y jóvenes.

Su gira por el mundo y su labor de Presidente de la Misión Europea

Hubo otras experiencias que prepararon a David O. McKay para dirigir una Iglesia mundial. En diciembre de 1920, él y el élder Hugh J. Cannon, editor de la revista Improvement Era, fueron apartados por el presidente Heber J. Grant y su primer consejero, el presidente Anthon H. Lund, para hacer una gira por las misiones y las escuelas de la Iglesia en todo el mundo. En esa gira, que duró un año, viajaron aproximadamente 96.500 kilómetros (más de dos veces la circunferencia de la tierra) enseñando y bendiciendo a los miembros de todas partes. A pesar de las dificultades que enfrentaron, como los malestares de la travesía marítima, lo mucho que extrañaban a su familia y otros problemas que tuvieron durante el viaje, cumplieron con éxito su misión y llegaron de regreso a sus hogares el día de Nochebuena de 1921. En los días siguientes, presentaron un informe completo al presidente Grant y fueron relevados honorablemente30. En el transcurso de la primera conferencia general después de su regreso, el presidente Grant dijo lo siguiente:

“Me alegro mucho de que el hermano McKay se encuentre hoy con nosotros. Desde la última conferencia a la que asistió, ha circunvalado la tierra, ha visitado nuestras misiones en casi todas partes del mundo y, como todo misionero que ha salido a proclamar este Evangelio y ha estado en contacto con la gente y con diversidad de religiones del mundo, ha regresado con mayor luz, conocimiento y testimonio de la divinidad de la obra en la que estamos embarcados”31.

Cuando le llegó el turno de hablar en esa conferencia, el élder McKay hizo un resumen de sus viajes expresando un fuerte testimonio: “Al salir de nuestros hogares… no eran pocas la preocupación y la ansiedad con que contemplábamos el viaje que teníamos por delante… El agudo sentido de nuestra responsabilidad de cumplir satisfactoriamente los deseos del presidente Grant y sus consejeros, y de los Doce, que nos habían honrado con este llamamiento, nos obligó a dirigirnos al Señor como yo nunca en mi vida lo había hecho; y esta tarde deseo decir que la promesa que hizo Moisés a los hijos de Israel ante de cruzar el río Jordán hacia la tierra prometida se ha cumplido en nuestras propias experiencias. Al buscar al Señor con toda nuestra alma, Él nos proporcionó Su guía y ayuda”32.

Poco después de haber regresado de su gira, lo llamaron como Presidente de la Misión Europea, y en noviembre de 1922 partió con destino a Liverpool. Fue con ese llamamiento que empezó a enseñar el concepto de “todo miembro un misionero”, que continuó destacando después, cuando era Presidente de la Iglesia. Mientras presidía esa misión, reorganizó a los misioneros en grupos y designó a varios de ellos como élderes viajantes para instruir y capacitar a los demás misioneros en mejores sistemas de enseñanza. Uno de los problemas más grandes que enfrentó fue el de contrarrestar el efecto negativo de la prensa. Su método era ponerse en contacto con los editores personalmente y tratar de razonar con ellos, pidiéndoles que le dieran la misma oportunidad de presentar la verdad sobre la Iglesia. Hubo unos cuantos que se rehusaron, pero la mayoría fueron muy receptivos a sus propuestas33. Sus aptitudes para las relaciones públicas demostraron ser una gran bendición para la Iglesia durante la presidencia de la misión y a través de todo su ministerio.

Es sostenido como miembro de la Primera Presidencia

En el otoño de 1934 fue sostenido como Segundo Consejero del presidente Heber J. Grant. El presidente J. Reuben Clark Jr., que había sido hasta ese momento segundo consejero, pasó a ser Primer Consejero. Aun cuando el presidente McKay llegó a la Primera Presidencia con gran experiencia en la Iglesia, el día del sostenimiento todavía sentía que no estaba a la altura del llamamiento, y dijo: “Ni qué decir que me siento abrumado. En estos días pasados he tenido dificultad para mantener el dominio de mis pensamientos y sentimientos. La alegría, la agradable expectativa que deberían acompañar el elevado nombramiento que he recibido se han visto hasta cierto punto contrarrestadas por una gran opresión causada por la percepción de la enorme responsabilidad que se recibe al ser llamado a integrar la Primera Presidencia”34. Incluso después de muchos años de servicio como Autoridad General, él reconocía que era “siempre una experiencia difícil para mí enfrentar al público”, conociendo la magnitud de sus responsabilidades35.

Durante los primeros años del presidente McKay en la Primera Presidencia, los miembros de la Iglesia estaban pasando por la Gran Depresión económica. En 1936, la Primera Presidencia anunció oficialmente la organización del Programa de Seguridad de la Iglesia, que más tarde se convirtió en el Programa de Bienestar. Debido a que apoyaba de corazón el bienestar, el presidente McKay decía enfáticamente que éste y la espiritualidad eran sinónimos: “Es importante proporcionar ropa para los que no la tienen, poner abundantes alimentos en la mesa donde hay apenas un mendrugo, proporcionar actividad a los que luchan desesperadamente contra el desaliento de la desocupación forzada; pero, al fin y al cabo, las bendiciones más grandes que provienen del Plan de Seguridad de la Iglesia son espirituales. Hay más espiritualidad en dar que en recibir. La mayor bendición espiritual se recibe al ayudar a otra persona”36.

A la muerte del presidente Grant, ocurrida en 1945, George Albert Smith pasó a ser Presidente de la Iglesia y llamó al presidente McKay como su Segundo Consejero. Sus deberes continuaron siendo muy similares, pero continuamente surgían nuevas oportunidades y problemas que resolver. Uno de los proyectos más complicados que emprendió se debió a que recibió el nombramiento de director de la celebración del centenario de Utah, lo cual llevó muchos meses de planificación en medio de la pesada carga de trabajo que ya tenía. La celebración del acontecimiento, que se llevó a cabo por todo el estado y culminó en julio de 1947, tuvo fama de ser un gran éxito. Un periódico local comentó lo siguiente:

“Rodney C. Richardson, coordinador de las festividades del centenario de California, vino a Salt Lake City a estudiar las del centenario de Utah, que, según dijo, se reconoció como ‘el mejor planeado de toda la nación; la falta de actividades comerciales relacionadas con el evento fue una de sus características más sobresalientes. Ha sido una verdadera celebración histórica’ ”. Además del elogio proveniente de California, otros estados escribieron para solicitar planes y folletos relacionados con los festejos37.

Al comenzar a deteriorarse la salud del presidente George Albert Smith, aumentaron las responsabilidades de sus dos consejeros. En la primavera de 1951, el presidente McKay y su esposa, Emma Ray, decidieron hacer un viaje en auto a California para tomarse unas merecidas vacaciones. La primera noche del viaje se quedaron en Saint George, Utah, y el presidente McKay se despertó con la clara impresión de que debía regresar a Salt Lake City. A los pocos días, el presidente George Albert Smith sufrió un derrame cerebral y murió el 4 de abril.

El Profeta de una Iglesia mundial

La obra misional y el progreso de la Iglesia

Después de haber prestado servicio como Apóstol durante cuarenta y cinco años, el 9 de abril de 1951 David O. McKay pasó a ser el noveno Presidente de la Iglesia, con Stephen L Richards y J. Reuben Clark Jr. como consejeros. En 1952, la Primera Presidencia presentó el primer plan oficial de proselitismo para los misioneros regulares. El programa tenía por objeto aumentar la eficacia de esos misioneros proporcionándoles un bosquejo general de las charlas que debían utilizar para enseñar a los investigadores. El bosquejo contenía cinco charlas tituladas: “El Libro de Mormón”, “La base histórica de la Restauración”, “Las doctrinas características de la Iglesia”, “Las responsabilidades del ser miembro de la Iglesia” y “Cuando se llega a ser miembro de la Iglesia”38.

Nueve años más tarde, en 1961, el presidente McKay realizó el primer seminario para todos los presidentes de misión, en el cual se les instruyó para que animaran a las familias de miembros a hablar del Evangelio a amigos y vecinos y luego los invitaran a su casa para que los misioneros les enseñaran39. Hizo hincapié en el concepto de “todo miembro un misionero” y los instó a ponerse como cometido individual el conseguir por lo menos un miembro nuevo de la Iglesia por año. En ese mismo año se estableció un instituto de capacitación de idiomas para los nuevos misioneros. Debido a esas iniciativas, el número de miembros de la Iglesia y de misioneros de tiempo completo aumentó considerablemente. Bajo su dirección se redobló la cantidad de estacas (a aproximadamente quinientas) al organizarse nuevas por todo el mundo en países como Argentina, Australia, Brasil, Inglaterra, Alemania, Guatemala, México, los Países Bajos, Samoa, Escocia, Suiza, Tonga y Uruguay. También en 1961, a fin de atender mejor ese enorme crecimiento, se ordenó sumos sacerdotes a los miembros del Primer Quórum de los Setenta para que pudieran presidir en las conferencias de estaca. Y en 1967 se estableció el nuevo oficio de representantes regionales de los Doce.

Sus viajes como Presidente

El presidente McKay recorrió en sus viajes más kilómetros que todos sus predecesores combinados. En 1952, empezó el primero de esos viajes importantes: un recorrido de nueve semanas por Europa en el que visitó nueve países y varias misiones. En Escocia, que fue su primera visita, dedicó la primera capilla de ese país, en Glasgow. A partir de allí, a lo largo de su viaje, tuvo unas cincuenta reuniones con miembros de la Iglesia, llevó a cabo muchas entrevistas y se reunió con dignatarios de varios países40. En 1954 viajó a la remota misión de Sudáfrica; fue la primera vez que una Autoridad General estuvo en esa región. En la segunda etapa de ese viaje, visitó a los miembros de la Iglesia en América del Sur. En 1955 viajó al Sur del Pacífico y, en el segundo semestre de ese año, volvió a Europa acompañando al Coro del Tabernáculo.

Él consideraba que sus viajes llevaban “a los miembros de la Iglesia a darse cuenta mejor de que no forman entidades separadas sino que en realidad son parte integral de la Iglesia”41. Por primera vez, ésta se estaba convirtiendo en una Iglesia verdaderamente mundial. El presidente McKay dijo: “Que Dios bendiga a la Iglesia, que está por todo el mundo. Todas las naciones deberían sentir su influencia. Que su espíritu influya en las personas de todas partes e inspire su corazón hacia la buena voluntad y la paz”42.

El aumento de los templos

En 1952, mientras estaba en Europa, hizo los arreglos para construir templos nuevos, los primeros fuera de los Estados Unidos y Canadá. El Templo de Berna, Suiza, se dedicó en 1955; y el de Londres, Inglaterra, en 1958. Durante su presidencia se dedicaron también el Templo de Los Ángeles, California (en 1956), el de Hamilton, Nueva Zelanda (en 1958), y el de Oakland, California (en 1964). Bajo su dirección también se hicieron películas para emplear en la ceremonia de la investidura del templo, haciendo así posible que la ordenanza se recibiera en varios idiomas.

Coordinación y consolidación

En 1960, la Primera Presidencia asignó al entonces élder Harold B. Lee la tarea de establecer el Departamento de Correlación de la Iglesia con el fin de coordinar y consolidar los programas, reducir la repetición y aumentar la eficiencia y la eficacia de éstos. En un discurso de una conferencia general en el que se anunció esa iniciativa, el élder Lee dijo: “Ésta es una acción que… ha ocupado los pensamientos del presidente McKay y ahora, como Presidente de la Iglesia, él nos insta a ponerla en práctica para que consolidemos los programas a fin de hacer más eficiente y eficaz la obra del sacerdocio, de las organizaciones auxiliares, etc., con el objeto de conservar nuestro tiempo, energías y esfuerzos para el principal propósito por el cual la Iglesia fue organizada”43.

Un embajador de la Iglesia

Muchas personas de otras religiones consideraban al presidente McKay un importante líder espiritual. Con frecuencia se reunía con líderes mundiales y con oficiales del gobierno local. También lo visitaron presidentes de los Estados Unidos, como Harry S. Truman, John F. Kennedy y Dwight D. Eisenhower. En una oportunidad, el presidente Lyndon B. Johnson, que lo llamaba muchas veces por teléfono, lo invitó a la capital, Washington D.C., para pedirle consejo sobre varios asuntos que le preocupaban. En esa visita, el presidente McKay le dijo: “Deje que su conciencia lo guíe. Haga saber a las personas que es sincero, y la gente lo seguirá”44.

Un orador y un líder muy amado

Desde su juventud, y durante toda su vida, el presidente McKay estudió las palabras de los grandes autores, y sus enseñanzas estaban frecuentemente basadas en trozos que había memorizado. Por ejemplo, una vez dijo a los miembros: “El corazón de Wordsworth [poeta inglés] se conmovió al contemplar un arco iris en el cielo; Burns [poeta escocés] se apenó profundamente cuando con el arado arrancó una margarita; Tennyson [poeta y escritor inglés] podía arrancar una flor de la grieta de un muro de piedra y contemplarla, como si en ella pudiera leer el misterio de ‘todo lo que Dios y el hombre son’. Éstos y otros grandes hombres nos han mostrado la artesanía de la mano de Dios en la obra de la naturaleza”45.

A los miembros de la Iglesia les encantaba escuchar al presidente McKay; muchas veces contaba en sus discursos relatos inspiradores de sus muchas experiencias, y siempre demostraba un buen sentido del humor. Le gustaba mucho contar de una vez en que un muchacho vendedor de periódicos le estrechó la mano mientras él esperaba el ascensor; después, el muchacho corrió escaleras arriba y recibió al anciano Profeta cuando salió en el piso siguiente, diciéndole: “¡Es que quería estrecharle la mano otra vez antes de que muera!”46.

En los discursos que pronunciaba en la conferencia general siempre destacaba la importancia del hogar y de la familia como fuente de felicidad y como la mejor defensa de las pruebas y tentaciones. Con frecuencia repetía el axioma “ningún éxito puede compensar el fracaso en el hogar” al exhortar a los padres a pasar más tiempo con sus hijos y enseñarles carácter e integridad. Una de sus enseñanzas era: “Los corazones puros en un hogar puro están siempre a corta distancia del cielo”47. Decía que el hogar es la “célula de la sociedad” y que “la condición de padres está próxima a la divinidad”48.

Hablaba de la santidad del matrimonio y muchas veces se refería al amor que sentía por su familia y por su esposa, Emma Ray. El matrimonio de ellos, de más de sesenta años, llegó a ser la unión modelo de las generaciones futuras de Santos de los Últimos Días. Su consejo era: “Enseñemos a los jóvenes que la relación matrimonial es una de las obligaciones más sagradas que conocemos o que el hombre pueda formar”49.

Al empezar a declinar su salud a mediados de la década de 1960, comenzó a pasar mucho de su tiempo en una silla de ruedas y llamó otros consejeros auxiliares de la Primera Presidencia. A pesar de que su condición física se debilitaba, continuó dirigiendo los asuntos de la Iglesia así como enseñando, guiando e inspirando a la gente. Poco antes de morir, habló en una reunión que tuvo en el Templo de Salt Lake con las Autoridades Generales. El élder Boyd K. Packer estaba presente y relató la experiencia con estas palabras:

“[El presidente McKay] habló de las ordenanzas del templo, citó muchas partes de la ceremonia y nos las explicó (podía hacerlo, porque estábamos en el templo). Después de habernos dirigido la palabra durante un rato, hizo una pausa y se quedó hundido en sus pensamientos, con la mirada fija en el cielorraso.

“Recuerdo que tenía sus grandes manos delante de sí, con los dedos entrelazados. Permaneció allí, con la mirada fija como se quedan las personas que están meditando profundamente, y luego dijo: ‘Hermanos, creo que por fin estoy empezando a comprender…’

“Ahí estaba el Profeta, después de haber sido Apóstol durante más de medio siglo, y aun entonces seguía aprendiendo, seguía progresando. Su expresión ‘Creo que por fin estoy empezando a comprender’ fue muy reconfortante para mí”50. Aun con su extensa comprensión del Evangelio y con la experiencia que tenía en la Iglesia, el presidente McKay era tan humilde que se daba cuenta de que todavía podía aprender y descubrir conocimiento a niveles más profundos.

Después de haber prestado servicio como Profeta del Señor durante más de veinte años, el presidente David O. McKay falleció el 18 de enero de 1970, en Salt Lake City, Utah rodeado de su esposa, Emma Ray, y cinco de sus hijos. Rindiéndole tributo, el presidente Harold B. Lee dijo que él había “dejado al mundo más elevado y hecho al cielo más glorioso por los ricos tesoros que había aportado a cada lugar”51. Su sucesor, el presidente Joseph Fielding Smith, dijo lo siguiente acerca del legado del presidente McKay: “Era un hombre de gran fortaleza espiritual, un líder innato de la humanidad y hombre amado por su pueblo y honrado por el mundo. En todo tiempo futuro, los hombres se levantarán y bendecirán su nombre”52.

Notas

  1. Véase de Jeanette McKay Morrell, Highlights in the Life of President David O. McKay, 1966, págs. 6–8.

  2. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, págs. 8–10.

  3. Llewelyn R. McKay, Home Memories of President David O. McKay, 1956, pág. 6.

  4. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, págs. 22–23.

  5. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, págs. 24–25.

  6. Bryant S. Hinckley, “Greatness in Men: David O. McKay”, Improvement Era, mayo de 1932, pág. 391; los párrafos se han cambiado.

  7. Jay M. Todd y Albert L. Zobell, hijo, “David O. McKay, 1873–1970”, Improvement Era, feb. de 1970, pág. 12.

  8. Véase de Francis M. Gibbons, David O. McKay: Apostle to the World, Prophet of God, 1986, págs. 12–13.

  9. “Peace through the Gospel of Christ”, Improvement Era, marzo de 1921, págs. 405–406.

  10. Véase Cherished Experiences from the Writings of President David O. McKay, comp. por Clare Middlemiss, ed. rev., 1976, págs. 8–9.

  11. Gospel Ideals, 1953, pág. 459.

  12. “Expressions of Gratitude and the Importance and Necessity for the Conservation and Training of Youth”, The Instructor, nov. de 1966, pág. 413.

  13. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, pág. 28.

  14. Leland H. Monson, “David O. McKay Was a Deacon, Too”, The Instructor, sept. de 1962, pág. 299.

  15. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, pág. 26.

  16. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, pág. 28.

  17. David Lawrence McKay, My Father, David O. McKay, 1989, pág. 120.

  18. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, pág. 31.

  19. Véase Home Memories of President David O. McKay, págs. 8–9.

  20. Home Memories of President David O. McKay, pág. 9.

  21. Véase My Father, David O. McKay, págs. 1–2.

  22. Véase Cherished Experiences from the Writings of President David O. McKay, págs. 4–5; los párrafos se han cambiado.

  23. Véase Home Memories of President David O. McKay, pág. 171.

  24. Véase My Father, David O. McKay, págs. 4–6.

  25. Treasures of Life, comp. por Clare Middlemiss, 1962, pág. 472.

  26. “Pioneer Women, Heroines of the World”, Instructor, julio de 1961, pág. 217.

  27. George R. Hill, “President David O. McKay… Father of the Modern Sunday School”, Instructor, sept. de 1960, pág. 314; los párrafos se han cambiado.

  28. Véase Instructor, sept. de 1960, pág. 314; véase también “The Lesson Aim: How to Select It; How to Develop it; How to Apply it”, Juvenile Instructor, abril de 1905, págs. 242–245.

  29. “The Sunday School Looks Forward”, Improvement Era, dic. de 1949, pág. 804.

  30. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, págs. 66–72.

  31. En “Conference Report”, abril de 1922, pág. 16.

  32. En “Conference Report” , abril de 1922, pág. 63.

  33. Véase de Keith Terry, David O. McKay: Prophet of Love, 1980, págs. 89–93.

  34. En “Conference Report” , oct. de 1934, págs. 89–90.

  35. En “Conference Report”, oct. de 1949, pág. 116.

  36. Pathways to Happiness, comp. por Llewelyn R. McKay, 1957, pág. 377; los párrafos se han cambiado.

  37. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, págs. 95–96.

  38. Véase Deseret News, sección de la Iglesia, abril 9 de 1952, pág. 9.

  39. Véase “Every Member a Missionary”, Improvement Era, oct. de 1961, págs. 709–711, 730–731.

  40. Véase My Father, David O. McKay, págs. 217–237.

  41. Gospel Ideals, 1953, pág. 579.

  42. En “Conference Report”, oct. de 1952, pág. 12.

  43. En “Conference Report”, oct. de 1961, pág. 81.

  44. Véase Highlights in the Life of President David O. McKay, págs. 262–266.

  45. En “Conference Report”, oct. de 1908, pág. 108.

  46. Véase David O. McKay: Apostle to the World, Prophet of God, págs. 232–233.

  47. En “Conference Report”, abril de 1964, pág. 5.

  48. Pathways to Happiness, pág. 117.

  49. Pathways to Happiness, pág. 113.

  50. The Holy Temple, 1980, pág. 263.

  51. Stand Ye in Holy Places: Selected Sermons and Writings of President Harold B. Lee, 1975, pág. 178.

  52. En “Conference Report”, abril de 1970, pág. 4.