Capítulo 21
Los primeros principios y ordenanzas del Evangelio
Sé que el Evangelio es divino y que el mundo lo necesita1.
Introducción
El presidente McKay fue siempre bondadoso y respetuoso hacia los que profesaran otra fe, y elogiaba las buenas obras de todas las religiones. No obstante, era firme en su testimonio de que la plenitud del Evangelio se encuentra solamente en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Para enseñar la importancia de obedecer los principios y las ordenanzas del Evangelio, se refería a los miembros de la Iglesia como ciudadanos de un gran reino:
“Todas las iglesias y todos los credos contienen algo bueno que señala hacia el reino de nuestro Padre, pero para llegar a ser ciudadano de ese reino, toda persona debe ceñirse a los requisitos exigidos por el Rey. Ciertamente, no hay más que un camino por el cual se puede entrar en la Iglesia de Jesucristo, y es el camino indicado por Jesucristo mismo, el Señor: ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí’ (Juan 14:6).
“Los medios para obtener la ciudadanía en la Iglesia de Jesucristo son tan explícitos, tan claros, que es sorprendente que haya tanta gente aparentemente inteligente e instruida que… [suponga] que puede entrar por algún otro medio.
“Hay solamente uno que tiene el derecho de prescribir los medios para lograr la salvación humana, y, sin duda, Él no hablaría sin sentido cuando dijo lo que es necesario para lograr la ciudadanía en Su reino.
“Fíjense en lo explícitas que son Sus palabras: ‘…el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios’ [Juan 3:3; cursiva agregada]. Y como explicación de esas palabras aparentemente enigmáticas a Nicodemo, el Maestro continuó diciendo:
“ ‘…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios’ [Juan 3:5; cursiva agregada].
“Obviamente Pedro, el Apóstol principal, dio importancia a ese requisito como medio esencial de obtener no sólo la ciudadanía en la Iglesia, sino también la salvación en el reino de Dios, porque cuando la multitud conmovida imploró: ‘Varones hermanos, ¿qué haremos?’ [Hechos 2:37], él les respondió de esta manera:
“ ‘Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo’ (Hechos 2:38). Así se dan los cuatro requisitos, los cuatro principios y ordenanzas esenciales, la obediencia a los cuales es indispensable para ser miembro de la Iglesia de Cristo: [a saber], fe, arrepentimiento, bautismo y la recepción del Espíritu Santo…
“Se señalan muchos caminos como conducentes al reino de Dios, pero no hay más que una puerta a través de la cual se pueda entrar y así lograr la ciudadanía en él. Cristo lo indicó claramente cuando estaba entre los hombres; y lo ha revelado otra vez por medio del profeta José Smith. Ese camino es sencillo y fácil de encontrar, y tan sublime como eterno.
“Hay muchos caminos… que conducen a la gente sincera hacia la Iglesia y el reino de Dios, pero los que deseen participar en los privilegios y bendiciones de esa ciudadanía deben obedecer los principios y las ordenanzas del Evangelio de Jesucristo”2.
Las enseñanzas de David O. McKay
La fe en Jesucristo es el principio fundamental de la Iglesia.
La necesidad más trascendental que tiene el mundo de hoy es una fe inalterable en Cristo3.
¿Qué significa mantener la fe? Quiere decir, en primer lugar, que aceptamos a Jesucristo no sólo como un gran maestro, un líder extraordinario, sino como el Salvador, el Redentor del mundo… El que mantenga la fe aceptará a Jesucristo como Hijo de Dios, como Redentor del mundo. Quisiera que todos mantuvieran esa fe. Creo que es fundamental para la felicidad y la paz mental del hombre, que es el principio cardinal de la Iglesia de Jesucristo4.
Ésa es la fe que tiene que haber sostenido a los once Apóstoles y a por lo menos setenta discípulos que vieron a Cristo después de Su resurrección. Ellos no tenían la más mínima duda en cuanto a Su identidad; fueron testigos del hecho; sabían porque sus ojos contemplaron, sus oídos oyeron, sus manos palparon la presencia [corpórea] del Redentor resucitado.
Ésa es la fe inalterable que dio como resultado esta gloriosa visión que tuvo el profeta José Smith:
“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!
“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;
“que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” (D. y C. 76:22–24).
Los que tienen esa seguridad en el corazón lo aceptan como “el Camino, y la Verdad, y la Vida”, como el único guía seguro en este desconcertante universo5.
La fe en el Evangelio es el primer paso hacia el verdadero conocimiento y, a través del sacrificio, conduce a la sabiduría y a la felicidad6.
La fe en Dios, por supuesto, no puede ser más que algo personal. Tiene que ser algo suyo, algo mío y, para ser eficaz, debe brotar de la mente y del corazón7.
Lo que necesitamos actualmente es fe en el Cristo viviente, lo cual es más que un simple sentimiento; es una fuerza que nos mueve a la acción, una fe que da propósito a la vida y valor al corazón. Necesitamos un Evangelio que se aplique8.
La Iglesia no acepta la doctrina de que limitarse a proclamar la creencia en Jesucristo sea todo lo que se necesita para la salvación. Una persona puede decir que cree, pero si no hace nada para que esa creencia o fe sea un poder motivador para la acción, para lograr algo, para el progreso del alma, su declaración no le servirá de nada. “Ocupaos en vuestra propia salvación” es una admonición para que demostremos por la acción, por un esfuerzo deliberado y obediente, la realidad de la fe9.
El arrepentimiento implica un cambio de vida, de pensamiento y de acción.
Es inconcebible que alguien pueda siquiera cuestionar lo esencial del arrepentimiento. Todo principio del Evangelio que se estudie concienzudamente revela una armonía con la verdad que es sencillamente sublime. Cada uno de ellos parece abarcarlo todo, cada uno conduce a otros principios o abraza otros principios. Por eso, la fe en un Ser perfecto, que nos inspira a vivir con rectitud, tiene que incluir el arrepentimiento10.
El mensaje de [la Iglesia] tiene por objeto ayudar a las personas a reconocer sus debilidades y a sobreponerse a ellas y a sus pecados. No tenemos tiempo ahora de analizar lo que es el pecado, pero supuestamente fue la madre de Juan Wesley [un notable teólogo y reformador] que dijo:
“¿Quieres juzgar entre lo legal o ilegal del placer? Rígete por lo siguiente: Cualquier cosa que te debilite la razón, que estorbe la sensibilidad de tu conciencia, que oscurezca tu percepción de Dios, que te apague la sed de lo espiritual, cualquier cosa que aumente el poder de tu cuerpo sobre tu mente, eso es pecado para ti, por inocente que parezca en sí mismo”.
El mensaje de [los misioneros] que van a todas partes, el mensaje de la Iglesia para todo el mundo es: Arrepiéntanse de todo lo que contribuya a la superioridad de los sentidos físicos sobre su amor por lo espiritual. ¡Por eso anuncian el arrepentimiento! ¿Y qué significa el arrepentimiento? Un cambio de vida, un cambio de pensamientos, un cambio de acciones. Si se han sentido enojados y con odio, cambien ese odio y hostilidad por el amor y la consideración; si han engañado a un hermano, dejen que la conciencia los dirija y los cambie; vayan a pedirle perdón y nunca vuelvan a hacer algo similar. Cambiando de ese modo todo lo que esté en un plano animal, se arrepienten de sus pecados. Si han sido profanos con la Deidad, ¡no lo hagan nunca más! En lugar de profanar Su nombre, ¡adórenlo! Y una vez que ese sentido del cambio llene el alma, desearán nacer de nuevo, tener una nueva vida…
Ese cambio de vida, ese arrepentimiento, es lo que el mundo necesita. Es un cambio de corazón. Las personas deben cambiar su modo de pensar, su modo de sentir. En lugar de odiar, pelearse y destruirse unos a otros, deben aprender a amar11.
El arrepentimiento es el alejamiento de aquello que sea bajo y el esfuerzo por alcanzar lo más elevado. Como principio de salvación, implica no solamente el deseo de algo mejor, sino también el pesar —no sólo remordimiento—, verdadero pesar por haberse contaminado en lo más mínimo con cosas pecaminosas, viles o despreciables.
No es raro que la gente sienta remordimiento por los errores cometidos, por insensateces o pecados, pero que no se aleje de esos errores y maldades. Pueden incluso volverse penitentes, pero según se nos dice, “la penitencia es temporaria y no implica necesariamente un cambio de carácter o de conducta”. Por otra parte, “el arrepentimiento es pesar por el pecado cometido, con un sentido de condenación propia y un alejamiento total de la transgresión”. Por lo tanto, es mucho más que un simple remordimiento “y comprende un cambio en la naturaleza de la persona para acercarla más al cielo”12.
La fe y el arrepentimiento verdaderos conducen al bautismo.
Una persona que estaba a punto de bautizarse, de pie a la orilla del agua, antes de sepultarse con Cristo en el bautismo, poseía ya una fe implícita en que la Iglesia de Jesucristo está establecida en la tierra y que es la mejor organización del mundo para promover la vida espiritual, para el verdadero desarrollo religioso, para la salvación del alma.
Repito, la persona tenía dentro de sí esa fe implícita, y con ella, un verdadero arrepentimiento, el cual llevaba aparejado el deseo de dejar de lado todo lo de su vida anterior que fuera contrario a las enseñanzas del Evangelio o de la Iglesia. Se había arrepentido de su vida pasada y de los pecados relacionados con ella, si los había, y contemplaba con esperanza el momento de nacer de nuevo en el reino de Dios. Estaba a punto de pasar por la ordenanza del bautismo, símbolo de la sepultura de su antigua vida y con ella, de todas las imperfecciones, las debilidades, las malas acciones, los pecados pertinentes a aquel pasado. Estaba por ser sepultado en el bautismo, para que así como Cristo fue levantado de los muertos por el poder y la gloria del Padre, así también pudiera salir a una vida nueva, como miembro de la Iglesia de Dios, como hijo del Padre, como ciudadano en el reino de Cristo. Por el bautismo nació de nuevo y se hizo un digno recipiente del Espíritu Santo. Su cuerpo salió renovado del agua, se le confirió el Espíritu Santo y fue confirmado miembro de la Iglesia de Jesucristo. Ahí estuvimos todos nosotros en cierto momento; esos fueron nuestros sentimientos, nuestra fe, nuestra esperanza13.
Jesús le dijo a Nicodemo: “…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).
Pablo y Pedro escribieron lo siguiente a los miembros de la Iglesia: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:26–27). “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva… por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21).
En esos tres casos hemos aclarado el propósito triple de la ordenanza del bautismo, [a saber]:
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Es un rito establecido por Dios mismo y relacionado con el principio eterno de la rectitud, la obediencia a la ley, establecido, por lo tanto, para la salvación del hombre.
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Es una ordenanza iniciadora, la puerta de entrada para ser miembro del rebaño de Cristo.
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Es un símbolo hermoso y sublime que representa la sepultura del hombre “viejo”, con todas sus debilidades e impurezas, y su renacimiento a una vida nueva.
La ordenanza del bautismo es una ley de Dios, y obedecerla con sinceridad, con pureza y sencillez brinda inevitablemente la prometida bendición del Consolador, un Guía divino… Aunque el hombre se burle, lo ridiculice y dude de su eficacia, el bautismo sigue siendo siempre, aun en su simplicidad, no sólo uno de los más hermosos símbolos que se conocen, sino también una de las leyes más eficaces para la salvación del hombre14.
Que Dios nos ayude a todos a proclamar al mundo la necesidad del arrepentimiento y la importancia del bautismo; primero, para cumplir toda justicia; segundo, como la entrada al reino de Dios, la puerta de Su Iglesia; y tercero, para sepultar nuestra antigua vida y ser guiados por Su Santo Espíritu15.
Después de ejercer sinceramente la fe, arrepentirnos y ser bautizados, recibimos el don del Espíritu Santo.
Sólo los que crean sinceramente en Jesucristo como Redentor del mundo y se arrepientan de sus pecados recibirán el Espíritu Santo. Los que se bautizan sin fe ni arrepentimiento son nada más que simuladores16.
El canal de comunicación está abierto y el Señor está dispuesto a guiar a Su pueblo, y lo guía… El testimonio del Espíritu Santo es un privilegio especial. Es como sintonizar una radio y escuchar una voz que está al otro lado del mundo; las personas que no se encuentren en esa onda no la oirán, pero nosotros la oímos y tenemos derecho a esa voz y a su guía. La recibiremos si hacemos la parte que nos corresponde17.
Que Dios nos ayude a todos a mantener nuestra conciencia clara, nuestro carácter íntegro y en armonía con las impresiones del Espíritu Santo, que es real; todo lo que tenemos que hacer es escucharlo18.
Les testifico que la inspiración divina es una realidad. A los hombres y a las mujeres que obedecen los principios de vida y salvación, se arrepienten sinceramente de sus pecados y de igual manera se esfuerzan por vivir de acuerdo con los principios del Evangelio, el Espíritu Santo los guía y los inspira, y les muestra las cosas por venir. Testifico que esa guía existe en esta Iglesia y ha existido desde que el profeta José Smith la estableció19.
Los Santos de los Últimos Días han aprendido la verdad de que el Evangelio eterno ha sido restaurado. ¿Y qué les brinda ese conocimiento? A todos los que honrada y sinceramente obedecen los principios del arrepentimiento y del bautismo, les ha traído el don del Espíritu Santo, que les ilumina la mente, les aviva el entendimiento y les imparte el conocimiento de Cristo.
En su deseo por saber cuál es su deber, los Santos de los Últimos Días tienen una guía, una ayuda, un medio de contribuir a su propia obtención de la verdad; ayuda que el mundo no posee. Esa guía es indispensable; el hombre por sí solo no puede hallar la verdad, no puede conocer a Dios valiéndose solamente del intelecto. Se ha dicho que una persona no puede encontrar a Dios con un microscopio. La razón en sí misma no es guía suficiente en la búsqueda de la verdad; existe otra guía más elevada y más segura…
[La fe es] el principio que pone a nuestro espíritu en comunión con el Espíritu Superior, el que nos trae a la memoria todo lo que hemos aprendido, nos muestra lo que ha de venir y nos enseña todas las cosas. El Santo de los Últimos Días que quiera conocer la verdad tiene la responsabilidad de buscar ese Espíritu20.
Sugerencias para el estudio y el análisis
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¿Qué es la fe en Jesucristo? (Véanse las págs. 216–218.) ¿Por qué es éste el principio fundamental del Evangelio? (Véanse las págs. 216–218.) ¿Qué debemos hacer para cultivar y fortalecer nuestra fe en Él?
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¿Qué debemos hacer para poner en acción nuestra fe en Jesucristo? ¿Qué bendiciones ha recibido usted al ejercer esa fe?
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La verdadera fe en Jesucristo ¿por qué nos lleva al arrepentimiento? ¿En qué sentido es el arrepentimiento mucho más que el simple hecho de dejar de lado cierta conducta? (Véanse las págs. 218–220.) ¿Qué debemos hacer para arrepentirnos por completo de nuestros pecados? ¿Qué riesgos conlleva la falta de arrepentimiento?
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¿Cuál es el simbolismo de la ordenanza del bautismo? (Véanse las págs. 220–221.) ¿Qué convenio o promesa hacemos en el bautismo? ¿Qué nos promete el Señor a cambio? ¿Cómo podemos recordar nuestro convenio bautismal y continuar disfrutando las bendiciones relacionadas con él?
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¿Cuál es la misión del Espíritu Santo? (Véanse las págs. 222–223.) ¿Qué se nos requiere para estar en armonía con las impresiones del Espíritu Santo? (Véanse las págs. 222–223.) ¿Por qué es necesario recibir el don del Espíritu Santo para volver a la presencia de nuestro Padre Celestial?
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¿De qué modo podemos reconocer que el Espíritu Santo nos guía? ¿Qué experiencias ha tenido usted en las que le haya guiado la inspiración del Espíritu Santo?
Pasajes relacionados: Juan 14:26; Santiago 2:14–20; 2 Nefi 2:21; 32:5; Mosíah 18:8–10; Alma 32:21; Moroni 10:5; D. y C. 11:13–14; 58:43; 121:26.