Capítulo 13
La obediencia: “Cuando el Señor te lo mande, hazlo”
“Rinde estricta obediencia a los mandamientos de Dios y camina humildemente ante Él”.
De la vida de José Smith
De diciembre de 1827 a agosto de 1830, José y Emma Smith vivieron en Harmony, Pensilvania. El Profeta viajaba periódicamente a Nueva York para atender los asuntos de la Iglesia. En septiembre de 1830, José y Emma se mudaron a Fayette, Nueva York, para unirse a los santos que habitaban en la parte oeste de Nueva York. En diciembre, el Profeta recibió una revelación que requeriría grandes sacrificios de los miembros de la Iglesia de Nueva York: Debían abandonar sus casas, granjas y negocios y congregarse en Kirtland, Ohio (véase D. y C. 37), donde se juntarían con otros conversos que ya vivían allí, para edificar la Iglesia y, como lo había prometido el Señor, para ser “investidos con poder de lo alto” (D. y C. 38:32). José y Emma Smith fueron de los primeros en obedecer el mandato del Señor, partiendo de Nueva York a fines de enero de 1831. Viajaron hasta Kirtland en trineo, más de 400 kilómetros, en medio de un invierno particularmente riguroso; Emma Smith estaba embarazada de gemelos.
Newel K. Whitney, residente de Kirtland, fue uno de los primeros en dar la bienvenida al Profeta, según lo describió su nieto, Orson F. Whitney: “A principios de febrero de 1831, un trineo en el que viajaban cuatro personas recorrió las calles de Kirtland y se detuvo frente al negocio mercantil de Gilbert y Whitney… Uno de los hombres, un varón joven y robusto, se bajó y, subiendo ágilmente los escalones, entró en la tienda y avanzó hasta donde estaba el socio menor del establecimiento.
“ ‘¡Newel K. Whitney! ¡Usted es el hombre!’, exclamó, extendiendo la mano cordialmente como a un viejo amigo.
“ ‘Usted me lleva la ventaja’, respondió el [comerciante] estrechando mecánicamente la mano que se le extendía, con una expresión en parte divertida y en parte perpleja. ‘No me es posible llamarlo por su nombre, como usted lo ha hecho conmigo’.
“ ‘Soy José, el Profeta’, dijo sonriendo el forastero. ‘He venido en respuesta a sus oraciones. ¿Qué desea de mí?’.
“Tan pronto como pudo reponerse de su sorpresa, el señor Whitney, asombrado pero también complacido, condujo al grupo… a su casa, que estaba en la esquina, al otro lado de la calle, y allí los presentó a su esposa [Elizabeth Ann], la cual quedó igualmente sorprendida y fascinada. José Smith comentó lo siguiente acerca de este encuentro: ‘Se nos recibió amable y bondadosamente en la casa del hermano N. K. Whitney. Mi esposa y yo vivimos varias semanas con la familia del hermano Whitney y recibimos todas las bondades y atenciones que se podrían esperar’. [Véase History of the Church, 1:145–146.]”1
Orson F. Whitney declaró: “¿Por medio de qué poder reconoció aquel hombre extraordinario, José Smith, a alguien a quien jamás había visto en la carne? ¿Por qué no lo reconoció Newel K. Whitney a él? Fue porque José Smith era un vidente, un vidente escogido; en realidad, había visto a Newel K. Whitney de rodillas, a cientos de kilómetros de distancia, rogando que él fuera a Kirtland. Maravilloso, ¡pero cierto!”2.
En mayo, casi doscientos santos más de Nueva York ya habían hecho el recorrido a Kirtland, algunos en trineo o carromato, pero la mayoría en barcazas por el canal de Erie, y luego por vapor o goleta a través del lago Erie. En ese traslado a Kirtland, lo mismo que otras muchas circunstancias arduas de su vida, José Smith guió a los santos en la obediencia a los mandamientos de Dios, fuera cual fuera la dificultad de la tarea.
Cuatro años después, en medio de las muchas exigencias de guiar en Kirtland a la Iglesia en desarrollo, el Profeta expresó la convicción que caracterizó su vida: “Ningún mes me ha hallado más ocupado que el de noviembre, pero como mi vida estaba llena de actividad y constantes esfuerzos, me impuse esta regla: Cuando el Señor te lo mande, hazlo”3.
Las enseñanzas de José Smith
Cuando procuramos saber la voluntad de Dios y hacer todo lo que Él nos manda, recibimos las bendiciones del cielo.
“Para obtener la salvación no sólo tenemos que hacer algunas cosas, sino todo lo que Dios ha mandado. Los hombres podrán predicar y practicar todo menos aquellas cosas que Dios nos manda hacer, y al fin se condenarán. Nosotros podemos diezmar la menta y el comino y toda clase de hierbas, y aun así no obedecer los mandamientos de Dios [véase Lucas 11:42]. Mi objeto es obedecer y enseñar a los demás a obedecer a Dios precisamente en las cosas que Él nos manda. No importa que el principio sea popular o impopular, siempre sostendré un principio verdadero, aunque yo sea el único que lo haga”4.
“Como Iglesia y como pueblo conviene que seamos prudentes y procuremos conocer la voluntad de Dios, y entonces estemos dispuestos a cumplir con ella, pues las Escrituras dicen ‘bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan’. ‘Velad, pues, en todo tiempo’, dice nuestro Salvador, ‘orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar de pie delante del Hijo del Hombre’. [Véase Lucas 11:28; 21:36.] Si Enoc, Abraham, Moisés, los hijos de Israel y todo el pueblo de Dios se salvaron por guardar los mandamientos de Dios, nosotros, si es que nos vamos a salvar, tendremos que hacerlo de acuerdo con el mismo principio. Así como Dios gobernó a Abraham, a Isaac y a Jacob como familias, y a los hijos de Israel como nación, de igual manera nosotros, como Iglesia, debemos estar bajo Su dirección si es que hemos de prosperar y ser protegidos y sostenidos. Nuestra única confianza debe estar en Dios; de Él debe venir nuestra única sabiduría y sólo Él debe ser nuestro protector y amparo, espiritual y temporalmente, pues de lo contrario, caeremos.
“En ocasiones anteriores nos ha castigado la mano de Dios por no obedecer Sus mandamientos, aunque jamás violamos una ley humana ni transgredimos precepto humano alguno; sin embargo, hemos tratado Sus mandamientos con liviandad y nos hemos desviado de Sus ordenanzas, y el Señor nos ha castigado severamente, y hemos sentido Su brazo y hemos mordido el polvo; seamos prudentes en lo futuro y recordemos siempre que ‘el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros’ [1 Samuel 15:22]”5.
“Cuando recibimos instrucciones, debemos obedecer esa voz y observar las leyes del reino de Dios a fin de que las bendiciones del cielo desciendan sobre nosotros. Todos deben obrar en armonía, o no se podrá hacer nada; y se debe proceder de acuerdo con el sacerdocio en la antigüedad; por tanto, los santos deben ser un pueblo electo, separados de todas las maldades del mundo, escogidos, virtuosos y santos. El Señor se propone convertir a la Iglesia de Jesucristo en un reino de sacerdotes, una gente santa, un linaje escogido [véase Éxodo 19:6; 1 Pedro 2:9], como en los días de Enoc, con todos los dones que Pablo manifestó a la Iglesia en sus epístolas y enseñanzas a las ramas de la Iglesia en sus días”6.
“Cualquiera puede creer que Jesucristo es el Hijo de Dios y sentirse satisfecho con su creencia, y aun así no obedecer Sus mandamientos y al fin ser condenado por desobedecer los requisitos justos del Señor”7.
“Sean virtuosos y puros; sean hombres de integridad y verdad; obedezcan los mandamientos de Dios, entonces más perfectamente podrán entender la diferencia entre el bien y el mal, entre las cosas de Dios y las de los hombres; y su sendero será como el de los justos, que ‘es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto’ [véase Proverbios 4:18]”8.
Wilford Woodruff, mientras era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, informó lo siguiente: “El presidente José Smith… leyó la parábola de la vid y sus pámpanos [véase Juan 15:1–8] y la explicó, y dijo: ‘Si guardamos los mandamientos de Dios, daremos fruto y seremos los amigos de Dios y sabremos lo que nuestro Señor hizo’ ”9.
Dios nos da leyes que nos prepararán para nuestro descanso celestial si las obedecemos
“Dios no mandará nada sino lo que se haya adaptado particularmente para mejorar la condición de toda persona, cualesquiera que sean las circunstancias en que se encuentre, y sea cual fuere el reino o país en el que esté”10.
“Se da la ley de los cielos al hombre, y ésta garantiza a todos los que la obedezcan un galardón que sobrepuja toda consideración terrenal, aunque no promete que el creyente de cualquier época se verá exento de las aflicciones y dificultades que se originan de distintas fuentes como consecuencia de los hechos de hombres perversos sobre la tierra. No obstante, en medio de todo esto existe la promesa basada en el hecho de que es la ley celestial la que trasciende la ley del hombre, tanto como la vida eterna transciende la temporal, y como las bendiciones que Dios puede dar sobrepujan a las que el hombre pueda ofrecer. De manera que, si la ley del hombre es vinculante cuando la reconoce, ¡cuánto más la ley de los cielos! Y así como la ley de los cielos supera en perfección a la ley del hombre, hasta ese punto ha de ser mayor el galardón si se obedece la ley celestial… La ley de Dios promete esa vida que es eterna, sí, una herencia a la diestra de Dios, a salvo de todos los poderes del maligno…
“…Dios tiene determinado en Su propio seno un período o tiempo en que traerá a Su reposo celestial a todos Sus súbditos que hayan obedecido Su voz y guardado Sus mandamientos. Este reposo es de tal perfección y gloria, que el hombre tiene necesidad, según las leyes de este reino, de una preparación antes que pueda entrar en él y disfrutar de sus bendiciones. Por ser esto así, Dios ha dado ciertas leyes a la familia humana que son suficientes, si se observan, para prepararla a fin de heredar este reposo. Concluimos, pues, que para este propósito nos ha dado Dios Sus leyes… Todos los mandamientos que la ley del Señor encierra van acompañados de la promesa segura de un galardón para todos los que los obedezcan, promesa basada en el hecho de que realmente son promesas de un Ser que no puede mentir, de Uno que puede cumplir abundantemente hasta la última tilde de Su palabra”11.
En abril de 1843, José Smith enseñó lo siguiente, que posteriormente se registró en Doctrina y Convenios 130:20–21: “Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa”12.
“Todas las bendiciones que fueron dispuestas para el hombre por el concilio de los cielos están supeditadas a la condición de obedecer la ley que las rige”13.
Los que sean fieles hasta el fin recibirán una corona de rectitud.
“Rinde estricta obediencia a los mandamientos de Dios, y camina humildemente ante Él y Él te exaltará en Su propio y debido tiempo”14.
“Los hombres deben ser extremadamente cuidadosos en cuanto a lo que hagan en los últimos días, no sea que vean truncadas sus expectativas, y que los que piensan que permanecerán caigan por no guardar los mandamientos del Señor; mientras que usted, que hace la voluntad del Señor y guarda Sus mandamientos, tiene motivo para regocijarse con gozo inefable, porque los tales serán exaltados a lo más alto y serán triunfantemente elevados por encima de todos los reinos de este mundo”15.
“En el capítulo 22 del relato que hace [Mateo] del Mesías, hallamos que se compara el reino de los cielos al rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo [véase Mateo 22:2–14]. No se disputará que este hijo era el Mesías, porque era el reino de los cielos lo que se estaba representando en la parábola; y el hecho de que los santos, o aquellos que son fieles al Señor, son los que serán considerados dignos de heredar un lugar en la cena de bodas, queda evidente en las palabras de Juan en Apocalipsis, cuando dice que la voz que él oyó en los cielos era ‘como la voz de una gran multitud’ o ‘como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos’ [Apocalipsis 19:6–8].
“Es evidente que aquellos que guardan los mandamientos del Señor y siguen Sus estatutos hasta el fin serán los únicos a quienes se les permitirá sentarse en este glorioso banquete, según lo hacen constar las siguientes palabras que hallamos en la última carta que Pablo escribió a Timoteo, poco antes de su muerte, y que dicen así: ‘He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida’ [2 Timoteo 4:7–8]. Ninguno que acepte la narración dudará por un momento de esta afirmación que Pablo hizo poco antes que partiese de este mundo, como él sabía que iba a suceder. Aunque en un tiempo, él, según su propia palabra, persiguió a la Iglesia de Dios y la asoló, sin embargo, después de abrazar la fe, no cesó en su labor de extender las gloriosas nuevas; y como fiel soldado, cuando fue llamado a dar su vida por la causa que había abrazado, la dio, como él dice, con la seguridad de recibir una corona eterna.
“Si seguimos la obra de este apóstol desde el día de su conversión hasta el momento de su muerte, veremos un buen ejemplo de la diligencia y paciencia en la promulgación del Evangelio de Cristo. Escarnecido, azotado y apedreado, no bien se libraba de las manos de sus perseguidores se ponía a proclamar con el mismo celo la doctrina del Salvador. Todos saben que no abrazó la fe por los honores de esta vida, ni para ganar bienes terrenales. ¿Qué, pues, pudo haberlo inducido a soportar tanta congoja? Fue, como dijo, a fin de que recibiese de las manos de Dios la corona de justicia. Nos atrevemos a decir que nadie dudará de la fidelidad de Pablo hasta el fin. Nadie dirá que no guardó la fe, que no peleó la buena batalla, que no predicó ni persuadió hasta el final. ¿Y qué iba a recibir? Una corona de justicia…
“Mediten por un momento, hermanos, y pregúntense si se considerarían dignos [de] sentarse en la fiesta de bodas con Pablo y otros como él, si no hubieran sido fieles. Si no han peleado la buena batalla y guardado la fe, ¿qué esperan recibir? ¿Tienen la promesa de recibir de la mano del Señor una corona de justicia con la Iglesia del Primogénito? Por esto, pues, entendemos que Pablo basaba su esperanza en Cristo, porque había guardado la fe y amaba Su venida, y tenía la promesa de recibir de Su mano una corona de justicia…
“…Los de la antigüedad, aunque perseguidos y afligidos por los hombres, recibieron de Dios promesas de tal magnitud y gloria que nuestros corazones se llenan de gratitud porque se nos permite saber de ellos, y comprendemos que no se hace acepción de personas ante el Señor, y que de cualquier nación, el que teme a Dios y obra justicia es de Su agrado [véase Hechos 10:34–35]…
“…podemos llegar a la conclusión de que habrá un día en que todos serán juzgados por sus obras y recompensados de acuerdo con lo que hayan hecho; los que hubieren guardado la fe recibirán una corona de justicia, serán vestidos con ropas blancas, les será permitido entrar en la fiesta de bodas, se verán libres de toda aflicción y reinarán con Cristo en la tierra, donde, según la antigua promesa, participarán del fruto de la vid, recién hecho, con Él en el glorioso reino; por lo menos, hallamos que se prometieron estas cosas a los santos de la antigüedad. Y aun cuando no podemos reclamar para nosotros mismos dichas promesas, pues no nos corresponden a nosotros por el simple hecho de que se extendieron a los santos de la antigüedad; no obstante, si somos hijos del Altísimo, y somos llamados con la misma vocación que ellos, abrazamos el mismo convenio que ellos abrazaron y somos fieles al testimonio de nuestro Señor como ellos lo fueron, podemos allegarnos al Padre en el nombre de Cristo, igual que ellos, y obtener las mismas promesas para nosotros.
“Si acaso logramos obtener estas promesas, no será porque Pedro, Juan y otros apóstoles… anduvieron en el temor de Dios y tuvieron el poder y la fe para prevalecer y obtener dichas promesas, sino porque nosotros mismos tendremos la fe y nos allegaremos a Dios en el nombre de Su Hijo Jesucristo como ellos lo hicieron; y cuando se logren estas promesas, deben ser las que se hacen directamente a nosotros, o de nada nos servirán. Se comunicarán para nuestro beneficio, pues serán nuestras (mediante el don de Dios), habiéndolas ganado por nuestra propia diligencia en guardar Sus mandamientos y en andar rectamente delante de Él”16.
“Si lo consideráramos necesario, o si de algún modo sirviera para estimularles a trabajar en la viña del Señor con un poco más de diligencia, les recordaríamos, hermanos, los afanes, las pruebas, privaciones y persecuciones que soportaron los santos de la antigüedad con el exclusivo propósito de persuadir a los hombres de la excelencia y la rectitud de la fe de Cristo. Pero tenemos razón para creer (si es que las Santas Escrituras forman parte importante de sus estudios) que todos ustedes conocen bien la perseverancia y también la disposición de ellos de sacrificar los honores y placeres de este mundo a fin de obtener la seguridad de una corona de vida de la mano de nuestro Señor; y que diariamente están esforzándose por imitar el excelente ejemplo de laboriosidad de ellos, el cual nos indica el celo que demostraron en la causa que habían abrazado. Y esperamos que no sólo esos ejemplos de los santos, sino además los mandamientos del Señor, estén constantemente en el corazón de ustedes, enseñándoles no sólo Su voluntad de proclamar Su Evangelio, sino también Su mansedumbre y Su conducta perfecta ante todos, aun en los tiempos de terribles persecuciones y abusos con que lo acosó a Él una generación inicua y adúltera.
“Recuerden, hermanos, que Él les ha llamado a la santidad y, está demás decirlo, a ser como Él en pureza. Por lo tanto, cuán prudentes, cuán castos y cuán perfectos deben conducirse ante la vista de Él; y recuerden también que los ojos del Señor están continuamente sobre ustedes. Si tienen en cuenta estos factores con la comprensión apropiada, no pueden ser insensibles al hecho de que, si no observan estrictamente todos los requisitos divinos, es probable que al fin sean hallados faltos; y si así es, ya saben que su suerte será similar a la de los siervos inútiles. Les imploramos, pues, hermanos, que mejoren en todo lo que se haya puesto a su cargo a fin de que no pierdan su galardón”17.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Considere estas ideas al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñarlo. Si necesita más ayuda, consulte las páginas VII–XIII.
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Lea el último párrafo de la página 169, concentrándose en la regla que adoptó José Smith para sí mismo. Piense en determinados preceptos que haya recibido últimamente a través de las palabras del Profeta viviente o de las impresiones del Espíritu Santo. ¿Qué bendiciones ha recibido al obedecerlos sin vacilar?
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Repase el primer párrafo completo de la página 170. ¿Por qué a veces tenemos que estar solos y ser los únicos en sostener “un principio verdadero”? ¿En qué sentido no estamos solos en esos momentos? (Véanse las páginas 170–172 donde hay algunos ejemplos.) ¿Cómo podemos ayudar a los niños y jóvenes a permanecer fieles a los principios del Evangelio, aun cuando no sea “popular” hacerlo?
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Estudie la sección que comienza en la página 172. ¿Por qué razones nos da Dios mandamientos? ¿Por qué debemos obedecer los que Él nos da?
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Repase las enseñanzas de José Smith sobre Mateo 22:2–14 y 2 Timoteo 4:7–8 (págs. 174–177). Imagínese cómo se sentiría si se le recibiera en la fiesta de bodas. ¿Qué clase de personas debemos ser para que se nos considere dignos de estar allí? ¿Qué significa pelear la buena batalla y guardar la fe? Piense en algún conocido que haya peleado la buena batalla y guardado la fe. ¿Qué puede aprender de esa persona?
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El profeta José nos alentó a que recordemos que el Señor nos “ha llamado a la santidad” (pág. 177). ¿Qué significa para usted ser llamado a la santidad? El recordar ese “llamamiento”, ¿qué impacto puede tener en nuestra vida? ¿Y en la de nuestros familiares y amigos?
Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema: Éxodo 20:1–17; Juan 7:17; 1 Nefi 3:7; D. y C. 58:26–29; Abraham 3:25.