Capítulo 37
La caridad, el amor puro de Cristo
“El amor es una de las características principales de la Deidad, y aquellos que aspiren a ser los hijos de Dios deben manifestarlo”.
De la vida de José Smith
En una revelación que se recibió por medio de José Smith en 1841, el Señor designó la estaca de Nauvoo, Illinois, como “una piedra angular de Sión, la cual ha de ser bruñida con la exquisitez que es a semejanza de un palacio” (D. y C. 124:2). Bajo la dirección del Profeta, Nauvoo llegó a ser un centro floreciente de comercio, de educación y de arte; muchas personas tenían granjas, mientras que los dueños de terrenos más pequeños de la ciudad cultivaban árboles frutales y verduras en sus huertos; por todas partes había aserraderos, fábricas de ladrillos, imprentas, molinos y panaderías, así como carpinterías, alfarerías, hojalaterías, joyerías, herrerías y mueblerías. Además, los santos disfrutaban allí del teatro y de bailes y conciertos. Había cientos de alumnos matriculados en las escuelas locales y ya se habían empezado los planes de abrir una universidad.
Con el rápido crecimiento de la ciudad, surgieron varias fábricas de ladrillos que producían los ladrillos rojos que dieron su aspecto distintivo a los edificios de Nauvoo; uno de éstos era la así llamada Tienda de Ladrillos Rojos del Profeta, que se había construido para servir tanto de oficina del Profeta y de la Primera Presidencia como de negocio para ayudarlo a él a mantener a su familia. Un hecho que ocurrió en dicha tienda demuestra la naturaleza caritativa que lo caracterizaba y que le ganó el amor de la gente.
James Leach era un inglés que había llegado a Nauvoo con Agnes y Henry Nightingale, su hermana conversa y el marido de ésta. Después de haber fracasado en su búsqueda de trabajo, los dos hombres decidieron ir a pedir ayuda al Profeta. James relató lo siguiente:
“Encontramos… [al Profeta] en una pequeña tienda, vendiendo artículos a una dama. Esa era la primera vez que yo tenía la oportunidad de estar cerca de él y verlo bien. Sentí que poseía un espíritu superior; era diferente de cualquier otra persona a la que hubiera conocido; y me dije: ‘Es verdaderamente un Profeta del Dios Altísimo’.
“Como yo no era miembro de la Iglesia, le pedí a Henry que le solicitara trabajo; pero él no lo hizo, así que tuve que hablarle yo. Le dije: ‘Señor Smith, ¿tendrá usted algún trabajo en el que pueda emplearnos a los dos y con el que podamos comprar algunas provisiones?’. Él nos contempló con expresión alegre y nos dijo con tono sumamente bondadoso: ‘Bueno, muchachos, ¿y qué saben hacer?’. Le explicamos en qué habíamos trabajado en nuestra tierra natal.
“Entonces nos preguntó: ‘¿Podrán cavar una zanja?’. Le aseguramos que la haríamos lo mejor que pudiéramos. ‘Está bien, muchachos’, dijo, tomando una cinta métrica, ‘vengan conmigo’.
“Nos llevó a cierta distancia de la tienda, me dio un extremo de la cinta y la estiró a todo el largo marcando una línea sobre la que debíamos trabajar. ‘Muchachos, ¿pueden hacer una zanja de un metro de ancho y unos setenta y cinco centímetros de profundidad a lo largo de esta línea?’.
“Le dijimos que haríamos todo lo posible, y él se fue. Pusimos manos a la obra y, cuando terminamos, fui a decirle que habíamos hecho el trabajo; él fue a verlo, y luego nos dijo: ‘Muchachos, si yo mismo lo hubiera hecho, no lo habría hecho mejor. Ahora vengan conmigo’.
“Nos condujo otra vez a la tienda y nos dijo que eligiéramos el mejor jamón o trozo de carne de cerdo para llevar. Como éramos un tanto tímidos, le dije que preferíamos que él mismo nos diera lo que quisiera. A continuación, eligió los dos trozos de carne más grandes y mejores de la tienda, y una bolsa de harina para cada uno, y nos preguntó si aquello nos parecía suficiente. Le dijimos que estábamos dispuestos a trabajar más por lo que nos daba, pero él nos aseguró, diciendo: ‘Si ustedes están satisfechos, yo también lo estoy’.
“Le agradecimos gentilmente y regresamos a casa, regocijándonos por el buen corazón del Profeta de nuestro Dios”.
James Leach fue bautizado ese mismo año y escribió que había tenido “a menudo el privilegio de contemplar la noble faz [del Profeta] iluminada por el Espíritu y el poder de Dios”1.
Las enseñanzas de José Smith
La persona que esté llena del amor de Dios sentirá anhelo de bendecir a sus semejantes.
“El amor es una de las características principales de la Deidad y aquellos que aspiren a ser los hijos de Dios deben manifestarlo. El hombre que está lleno del amor de Dios no se conforma con bendecir solamente a su familia sino que va por todo el mundo, anheloso de bendecir a toda la raza humana”2.
Lucy Meserve Smith escribió lo siguiente: “[José Smith] dijo: ‘Hermanos y hermanas, ámense unos a otros; ámense los unos a los otros y sean misericordiosos con sus enemigos’. Y repitió esas palabras, dándoles énfasis con el tono de su voz y coronándolas con un fuerte amén”3.
En julio de 1839, el Profeta habló a un grupo de líderes de la Iglesia: “Les hablé y les di muchas instrucciones… sobre varios temas de importancia y valor para todos los que deseen andar humildemente ante el Señor; y especialmente, les enseñé a tener caridad, prudencia y sentimientos de hermandad, con amor los unos por los otros en todas las cosas y en todas las circunstancias”4.
Tenemos la obligación especial de amarnos los unos a los otros y de velar por los necesitados.
“Un deber que todo santo debe observar liberalmente con sus hermanos es el de amarlos y socorrerlos siempre. A fin de que seamos justificados ante Dios, debemos amarnos el uno al otro; debemos vencer el mal; debemos visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarnos sin mancha del mundo, porque estas virtudes emanan de la gran fuente de la religión pura [véase Santiago 1:27]”5.
“[El miembro de la Iglesia] debe alimentar al hambriento, vestir al desnudo, proveer para la viuda, secar las lágrimas del huérfano y consolar al afligido dondequiera que los encuentre, ya sea en esta Iglesia o en cualquier otra, o sin iglesia alguna de por medio”6.
“El rico no puede salvarse sin la caridad, sin dar para alimentar a los pobres cuando y como Dios lo requiera”7.
“Consideren el estado de los afligidos y traten de aliviar sus sufrimientos; que su pan alimente al hambriento y sus ropas vistan al desnudo; que su abnegación seque las lágrimas del huérfano y anime a la viuda desconsolada; que sus oraciones, su presencia y su bondad alivien los dolores de los afligidos y que con su liberalidad contribuyan a cubrir sus necesidades; hagan el bien a todos los hombres, especialmente a los de la familia de la fe, para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha. Guarden los mandamientos de Dios, todos los que Él ha dado, dé o dará, y un halo de gloria brillará en su camino; los pobres se levantarán y los llamarán bienaventurados; serán honrados y respetados por todos los hombres buenos; y su senda será la de los justos, cuyo brillo va en aumento, más y más, hasta el día perfecto [véase Proverbios 4:18]”8.
“El Santo Espíritu… se derramará continuamente sobre ustedes si actúan guiados por esos principios de rectitud, que son aceptables para Dios, si sienten el afecto apropiado los unos por los otros y si por todos los medios tienen cuidado de recordar a los que por ustedes estén presos, cargados y en profunda aflicción. Y si en su medio hay algunos que aspiren a su propio engrandecimiento y busquen su propia opulencia, mientras sus hermanos se lamentan en la pobreza y enfrentan penosas pruebas y tentaciones, aquéllos no recibirán el beneficio de la intervención del Santo Espíritu, que intercede por nosotros día y noche con gemidos indecibles [véase Romanos 8:26].
“En todo momento debemos tener mucho cuidado de que esa arrogancia jamás encuentre lugar en nuestro corazón, sino que seamos condescendientes con los de condición baja y que con toda longanimidad sobrellevemos las aflicciones de los débiles”9.
La caridad es longanimidad, misericordia y bondad.
Eliza R. Snow dio este informe de un discurso pronunciado por el Profeta: “Comenzó a leer el capítulo 13 [de 1 Corintios]: ‘Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe’; y dijo: No se limiten en sus puntos de vista con respecto a las virtudes de su prójimo, sino guárdense de la hipocresía y limítense a estimar sus propias virtudes, y no piensen que tienen más rectitud que otras personas; si desean hacer lo que hizo Jesús, deben ensanchar su alma hacia los demás, y conducir a sus semejantes al seno de Abraham. Dijo que él había manifestado longanimidad, tolerancia y paciencia hacia la Iglesia y también hacia sus enemigos; y que debemos sobrellevar nuestras debilidades mutuas como el padre indulgente tiene paciencia con las flaquezas de sus hijos.
“…Al ir aumentando en inocencia y virtud, al ir incrementando su bondad, dejen que se ensanche su corazón, hagan que se extienda hacia los demás; deben ser longánimes y sobrellevar las faltas y los errores del género humano. ¡Cuán preciosas son las almas de los hombres!…
“…No envidien la ropa suntuosa ni la ostentación pasajera de los pecadores, pues éstos se hallan en una situación desgraciada, sino que en todo lo posible tengan misericordia con ellos, porque dentro de poco Dios los destruirá si no se arrepienten y se vuelven a Él”10.
“La persona sabia debe tener suficiente comprensión para conquistar a los demás con su bondad. ‘La blanda respuesta quita la ira’, dice el hombre prudente [Proverbios 15:1]; y la demostración del amor de Dios al tratar con bondad a los que, en un momento de inconsciencia, se hayan equivocado redundará grandemente a favor de los Santos de los Últimos Días; porque en verdad Jesús dijo: ‘Orad por vuestros enemigos’ [véase Mateo 5:44]”11.
“Yo no reparo constantemente en sus faltas, ni ustedes deben hacerlo en las mías. La caridad, que es el amor, cubre una multitud de pecados [véase 1 Pedro 4:8], y yo frecuentemente he cubierto todas las faltas que ha habido entre ustedes; pero lo mejor es no tener ninguna falta. Debemos cultivar un espíritu manso, apacible y pacífico”12.
Eliza R. Snow dio este informe de otro discurso pronunciado por el Profeta: “Cuando las personas me manifiestan la más mínima bondad y amor, ¡oh, qué poder ejerce aquello en mi mente!, mientras que un curso contrario tiende a agitar todos los sentimientos ásperos y contristar la mente humana.
“Una evidencia de que los hombres no conocen los principios de la piedad es la decadencia de los sentimientos afectuosos y la falta de caridad que existen en el mundo. El poder y la gloria de la santidad se despliegan en un amplio principio para tender el manto de la caridad. Dios no tolera el pecado, mas cuando los hombres han pecado, debe haber tolerancia hacia ellos… Cuanto más nos acerquemos a nuestro Padre Celestial, tanto más disposición habrá en nosotros de sentir compasión hacia las almas que estén pereciendo; sentimos el deseo de llevarlas sobre nuestros hombros y dejar atrás sus pecados…
“…Con cuánta frecuencia hombres y mujeres sabios han intentado dirigir al hermano José diciendo: ‘Ah, si yo fuese el hermano José, haría esto o aquello’. Pero si estuviesen en el lugar del hermano José, verían que no se puede forzar a los hombres ni a las mujeres a entrar en el reino de Dios, sino que es preciso obrar con ellos con longanimidad, y al fin los salvaremos. La manera de conservar juntos a todos los santos y de mantener avanzando la obra es esperar con toda longanimidad hasta que Dios imparta justicia a tales personas. No debe haber licencia para el pecado, pero la misericordia debe ir de la mano de la reprensión”13.
Expresamos la caridad con sencillos actos de servicio y de bondad.
“Soy siervo de ustedes, y es sólo por medio del Espíritu Santo que puedo hacerles el bien… No estamos en su presencia más que como sus humildes siervos, dispuestos a dedicar nuestra vida a su servicio”14.
Edwin Holden relató lo siguiente: “En 1838, José y algunos jóvenes estaban jugando afuera diferentes juegos, incluso a la pelota. Después de un tiempo, comenzaron a cansarse [del juego]; él lo notó y los llamó, diciendo: ‘¡Vamos a hacer una cabaña de troncos!’. Todos se fueron, José y los jóvenes, a levantar una cabaña de troncos para una viuda. Así era José, ayudando siempre en todo lo que podía”15.
Lucy Mack Smith, la madre del profeta José Smith, contó esto de la época en que los santos empezaban a establecerse en Commerce, Illinois, que más tarde se llamó Nauvoo: “Al avanzar la estación, los hermanos que se habían instalado acá comenzaron a sentir los efectos de sus penurias que, junto con la insalubridad del clima, les causaron paludismo y otras fiebres hasta tal punto que había familias enteras en las cuales ninguno estaba capacitado para alcanzar a los demás ni siquiera un vaso de agua fresca ni hacer nada por sí mismo. Casi todos los de la familia de Hyrum estaban enfermos; mi hija menor, Lucy, también lo estaba y, en realidad, eran muy pocos los habitantes del lugar que se encontraban bien.
“José y Emma hicieron que llevaran enfermos a su casa para cuidarlos; y continuaron llevándolos tan pronto como enfermaban hasta que la casa, que tenía cuatro habitaciones, estaba tan llena que fue necesario colocar una tienda de campaña en el patio de la casa para los de la familia que todavía estaban en pie. José y Emma dedicaron todo su tiempo y atención al cuidado de los enfermos durante ese período de aflicción”16.
John L. Smith, primo del Profeta, hizo este relato de algo que ocurrió en esa misma época: “El profeta José y su hermano, mi primo Hyrum, nos visitaron. Todos estábamos enfermos de fiebres palúdicas, salvo mi madre, y mi padre deliraba la mayor parte del tiempo. Al ver nuestra condición de indigencia, José se sacó los zapatos que llevaba puestos y se los puso a mi padre que no tenía, y él regresó a su casa descalzo. Después envió por mi padre, lo llevó a su casa y le salvó la vida, proveyéndonos también de muchas cosas para que pudiéramos recuperarnos”17.
Elizabeth Ann Whitney refirió lo siguiente: “A principios de la primavera de 1840, fuimos a Commerce, que era como todavía se llamaba la parte norte de la ciudad de Nauvoo, y alquilamos una casa que pertenecía a Hiram Kimball… Allí todos enfermamos de paludismo, escalofríos y fiebre, y apenas podíamos arrastrarnos para ayudarnos unos a otros. Mi noveno hijo nació en esas circunstancias. Cuando José nos visitó y vio la forma en que había cambiado nuestra situación, insistió en que fuéramos a su casa, a compartir su vivienda. Nos parecía que no podríamos aguantar mucho más el clima, el agua y las privaciones que soportábamos, por lo que nos pusimos a su disposición para aceptar su propuesta y nos fuimos a vivir a una pequeña cabaña que había en el terreno del Profeta; al poco tiempo, mejoró nuestra salud y los niños volvieron a ser los de siempre. Mi esposo se empleó en una tienda que José tenía y que había aprovisionado con todas las cosas que la gente podía necesitar.
“Un día, al salir de la casa al patio, me vino a la memoria, como si me golpeara un rayo, una profecía que José Smith pronunció mientras vivíamos en nuestra casa en Kirtland, y era esto: que lo mismo que habíamos hecho por él al abrir las puertas de nuestra casa para él y su familia cuando estaban sin hogar, así también nos recibiría él en su casa en el futuro”18.
Mosiah L. Hancock dio un informe sobre la siguiente experiencia que tuvo con el Profeta en Nauvoo siendo un muchacho: “Aquel verano [1841] jugué por primera vez a la pelota con el Profeta; nos turnábamos para tirar la pelota y tratar de agarrarla, y cuando terminamos el juego, él nos dijo: ‘Hermanos, enganchen los caballos’, lo cual hicimos, y nos fuimos todos al bosque. Yo conduje nuestro carro tirado por un caballo, de pie sobre el cabezal, y el hermano José y mi padre iban detrás, en el pescante [el cabezal y el pescante son partes de un carro o carromato]. El grupo contaba con treinta y nueve carros y juntamos madera hasta que estaban llenos. Una vez que el nuestro estuvo cargado, el hermano José se ofreció para entrar en un torneo de fuerza, tirando de un palo, con cualquiera que quisiera competir con él, y les ganó a todos, uno por uno.
“Después, el Profeta mandó los carros a diferentes lugares donde había gente que necesitaba ayuda, y dijo que cortáramos la leña para los santos a quienes les hiciera falta. Todos nos complacíamos en hacer lo que el Profeta nos dijera, y aun cuando estábamos débiles y la muerte nos rodeaba por todos lados, las personas sonreían y trataban de animar a los demás”19.
El 5 de enero de 1842, el Profeta escribió lo siguiente en una carta dirigida a Edward Hunter, que más adelante prestó servicio como Obispo Presidente: “Nuestro surtido de provisiones [de la Tienda de Ladrillos Rojos] es bastante bueno si consideramos las diversas compras hechas por varias personas en diferentes oportunidades, y en circunstancias que hasta cierto punto les forzaban en sus opciones; pero me regocijo por haber podido hacer todo lo que hemos hecho, porque el corazón de muchos hermanos y hermanas pobres se alegrará con esos artículos que ahora tienen a su alcance.
“La tienda ha estado abarrotada y he estado todo el día detrás del mostrador, entregando artículos incesantemente, como cualquier dependiente, para ayudar a los que no podían disfrutar de sus acostumbradas cenas de Navidad y Año Nuevo, por falta de un poco de azúcar, melaza, pasas de uva, etc.; y también para mi satisfacción, porque me gusta servir a los santos, y ser un siervo de todos, con la esperanza de ser exaltado en el debido tiempo del Señor”20.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Considere estas ideas al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñarlo. Si necesita más ayuda, consulte las páginas VII–XIII.
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Al repasar los relatos de las páginas 451–453; 457–460, reflexione sobre sus sentimientos hacia el profeta José Smith. ¿Qué enseñan de él esos relatos? ¿Cómo habrán influido las acciones del Profeta en las personas que lo rodeaban? ¿De qué modo la bondad de otras personas ha tenido un impacto en la vida de usted?
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Repase el tercero, el cuarto y el quinto párrafo de la página 453. ¿Por qué querrá bendecir a toda la humanidad una persona que esté llena del amor de Dios? Nuestros actos de amor y de bondad, ¿cómo contribuyen a bendecir a los demás?
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¿Cuáles son algunas de nuestras responsabilidades al velar por los necesitados? (Véanse las páginas 453–455. donde hay algunos ejemplos.) ¿Cómo se relacionan esas responsabilidades con las necesidades temporales de la gente? ¿Qué ejemplos ha visto usted de personas que velan por los necesitados?
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Lea el segundo párrafo de la página 455. ¿Qué debemos hacer para aumentar nuestro aprecio por las virtudes de los demás? En su opinión, ¿por qué es preciso “guardarse de la hipocresía y limitarse a estimar sus propias virtudes”?
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El profeta José expresó preocupación sobre “la decadencia de los sentimientos afectuosos… que existe en el mundo” (pág. 456). En cambio, dijo que las personas deben “ensanchar su alma” los unos hacia los otros y dejar “que se ensanche su corazón [y] hagan que se extienda hacia los demás” (pág. 455). ¿Qué quiere decir eso de ensanchar nuestro corazón y alma los unos hacia los otros?
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Lea el segundo párrafo completo de la página 456. ¿Cómo podemos aplicar esa enseñanza los miembros de la familia en nuestro trato recíproco?
Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema: 1 Corintios 13:1–13; Mosíah 4:14–16, 26–27; Éter 12:33–34; Moroni 7:45–48; D. y C. 121:45–46