Capítulo 28
El servicio misional: Un llamamiento sagrado, una obra gloriosa
“Después de todo lo que se ha dicho, el mayor y más importante deber es predicar el Evangelio”.
De la vida de José Smith
Durante los últimos años que los santos vivieron en Kirtland, muchos de los miembros e incluso algunos líderes de la Iglesia apostataron; fue un tiempo por el cual la Iglesia pareció pasar por una crisis. “En esas condiciones”, escribió el Profeta, “Dios me reveló que se debía hacer algo nuevo para la salvación de Su Iglesia”1. Ese “algo nuevo” fue una revelación de enviar misioneros a Inglaterra para predicar el Evangelio.
Heber C. Kimball, uno de los miembros del Quórum de los Doce, relató: “Alrededor del 1º de junio de 1837, el profeta José fue a verme, mientras me encontraba sentado en… el Templo de Kirtland, y me susurró al oído: ‘Hermano Heber, el Espíritu del Señor me ha susurrado: “Que mi siervo Heber vaya a Inglaterra y proclame el Evangelio y abra la puerta de la salvación para esa nación” ’ ”2. El élder Kimball se quedó abrumado al pensar en aquella empresa: “Yo me sentía como uno de los siervos más débiles de Dios. Le pregunté a José qué debía decir cuando llegara allá; me contestó que acudiera al Señor y Él me guiaría y me hablaría por medio del mismo Espíritu que [lo dirigía] a él”3.
El Profeta extendió también llamamientos a Orson Hyde, Willard Richards y Joseph Fielding, de Kirtland; y a Isaac Russell, John Snyder y John Goodson, de Toronto, Canadá. Estos hermanos debían unirse con el élder Kimball en la misión a Inglaterra. Se reunieron en Nueva York, y el 1º de julio de 1837 se embarcaron en la nave Garrick hacia Gran Bretaña. Aquella primera misión fuera de Norteamérica trajo unos dos mil conversos a la Iglesia durante el primer año que los misioneros pasaron en Inglaterra. El élder Kimball escribió con gozo al Profeta: “¡Gloria a Dios, José, el Señor está con nosotros entre las naciones!”4.
Desde Nauvoo, el Profeta dirigió una segunda misión apostólica a Gran Bretaña que comprendía a la mayor parte de los miembros de los Doce, bajo la dirección de Brigham Young. Éstos partieron en el otoño, a fines de 1839 y llegaron a Inglaterra en 1840. Una vez allí, comenzaron una labor que, para 1841, traería más de seis mil conversos a la Iglesia, cumpliendo la promesa del Señor de que haría “algo nuevo” por la salvación de Su Iglesia.
Desde Nauvoo, José Smith continuó enviando misioneros a otras partes del mundo. El élder Orson Hyde llegó a Inglaterra en 1841, y después continuó su misión que se le había asignado en Jerusalén llevando una carta de recomendación de José Smith en la que se reconocía al “portador de la presente como ministro fiel y digno de Jesucristo, para ser nuestro agente y representante en el extranjero, para… conversar con los sacerdotes, gobernantes y los ancianos de los judíos”5. El 24 de octubre de 1841, el élder Hyde se arrodilló en el Monte de los Olivos, en Jerusalén, y suplicó al Padre Celestial que dedicara y consagrara esa tierra “para el recogimiento de los restos esparcidos de Judá, conforme a las predicciones de los santos profetas”6. El élder Hyde después partió para Alemania, donde estableció los primeros cimientos para el progreso de la Iglesia en ese país.
El 11 de mayo de 1843, el Profeta llamó a los élderes Addison Pratt, Noah Rogers, Benjamin F. Grouard y Knowlton F. Hanks para cumplir misiones en las islas del sur del Pacífico; ésa fue la primera misión de la Iglesia en aquella vasta región. El élder Hanks murió en la travesía marítima, pero el élder Pratt llegó a las Tierras Australes y enseñó el Evangelio en la isla Tubuai. Los élderes Rogers y Grouard continuaron hasta Tahití, donde bautizaron a cientos de personas como resultado de sus labores.
Bajo la dirección de José Smith, los santos siguieron avanzando para cumplir el mandamiento del Señor: “Id, pues, por todo el mundo; y a cualquier lugar a donde no podáis ir, enviad, para que de vosotros salga el testimonio a todo el mundo y a toda criatura” (D. y C. 84:62).
Las enseñanzas de José Smith
El servicio misional es una obra sagrada; la fe, la virtud, la diligencia y el amor nos habilitan para llevarla a cabo.
“Después de todo lo que se ha dicho, el mayor y más importante deber es predicar el Evangelio”7.
En diciembre de 1840, José Smith escribió a los miembros del Quórum de los Doce y a otros líderes del sacerdocio que prestaban servicio misional en Gran Bretaña: “Pueden estar seguros, amados hermanos, que no es sin interés que me pongo a observar las cosas que están ocurriendo sobre la faz de toda la tierra; y entre los movimientos generales que se están llevando a cabo, ninguno es de mayor importancia que la gloriosa obra en la cual actualmente se hallan ocupados. Por consiguiente, siento alguna inquietud por ustedes, para que por su virtud, fe, diligencia y caridad, se encomienden el uno al otro, a la Iglesia de Cristo, y a su Padre que está en los cielos, por cuya gracia han sido llamados a tan santo llamamiento, a fin de que puedan cumplir con los grandes y serios deberes que sobre ustedes descansan. Y puedo asegurarles que, por los informes que he recibido, estoy convencido de que no han sido negligentes en su deber; sino que su diligencia y fidelidad han sido tales que les ha de asegurar la aprobación de Dios, cuyos siervos ustedes son, así como la buena voluntad de los miembros de la Iglesia en todo el mundo.
“La difusión del Evangelio en Inglaterra ciertamente causa gozo, y aquellos que han soportado el calor y afán del día no pueden menos que sentir que el pecho se les llena de sentimientos extraordinarios cuando la contemplan; y aquellos que le dieron su firme apoyo y fueron sus fervientes defensores en su comienzo, aun cuando se hallaban en medio de circunstancias desfavorables y por todos lados los amenazaba la destrucción, se asemejan al tenaz barco que afronta la tormenta ileso, que extiende sus velas a la brisa y se abre camino noblemente atravesando las olas con mayor confianza en la fuerza de sus maderos y en la experiencia y capacidad de su capitán, su piloto y su tripulación…
“El amor es una de las características principales de la Deidad, y deben manifestarlo quienes aspiren a ser los hijos de Dios. Un hombre lleno del amor de Dios no se conforma con bendecir solamente a su familia, sino que va por todo el mundo anheloso de bendecir a toda la raza humana. Ése ha sido el anhelo de ustedes y ha causado que abandonen las comodidades de su hogar a fin de ser una bendición para los demás, quienes son candidatos a la inmortalidad, mas desconocen la verdad; y por haberlo hecho, ruego que las bendiciones más ricas del cielo reposen sobre ustedes”8.
Enseñamos las sencillas verdades del Evangelio con humildad y mansedumbre, y evitamos contender con otras personas sobre sus creencias.
“Oh élderes de Israel, escuchen mi voz; y cuando sean enviados al mundo a predicar, declaren aquellas cosas que se les ha enviado decir; prediquen y proclamen en alta voz: ‘Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado; arrepentíos y creed el Evangelio’. Declaren los primeros principios y dejen de lado los misterios, para que no sean confundidos… prediquen las cosas que el Señor les ha mandado predicar, a saber, el arrepentimiento y el bautismo para la remisión de los pecados”9.
“Hablé y expliqué que es inútil predicar al mundo sobre los grandes juicios, sino que es mejor predicar el sencillo Evangelio”10.
“Los élderes [deben] salir… con toda mansedumbre, con prudencia, a predicar de Jesucristo y de Su crucifixión; no deben contender con los demás por causa de su fe o sistemas de religión, sino que deben seguir un curso firme. Esto dije por vía de mandamiento; y todos los que no lo observaren, traerán persecuciones sobre su cabeza, mientras que aquellos que lo hagan, siempre serán llenos del Espíritu Santo. Pronuncié esto como profecía…”11.
“Si hay cualquier puerta abierta para que los élderes prediquen los primeros principios del Evangelio, que no guarden silencio. No recriminen contra las sectas ni hablen en contra de sus principios, sino prediquen de Cristo y de Su crucifixión, el amor a Dios y el amor al hombre… para que de ese modo, si es posible, apacigüemos el prejuicio de la gente. Sean mansos y humildes de corazón, y el Señor Dios de nuestros padres estará con ustedes para siempre”12.
“Observen esa llave, y sean prudentes por el amor de Cristo y por el amor de sus propias almas. No se les envía para que se les enseñe, sino para enseñar. Realcen cada palabra con amabilidad. Estén alerta; sean sensatos. Es un día de amonestación y no de muchas palabras. Condúzcanse honradamente delante de Dios y de los hombres… Sean honrados, sinceros y francos en todos sus [tratos] con el género humano [véase D. y C. 43:15; 63:58]”13.
Antes de partir para su misión en 1835, George A. Smith fue a hablar con el profeta José Smith, de quien era primo. Después escribió esto al respecto: “Fui a visitar a mi primo José. Me dio un Libro de Mormón, me estrechó la mano y me dijo: ‘Predica discursos cortos, haz oraciones breves y da tus discursos con una oración en el corazón’ ”14.
Enseñamos el Evangelio según nos dirija el Espíritu.
“Todos deben predicar el Evangelio por el poder y la influencia del Espíritu Santo; y ningún hombre puede predicar el Evangelio sin el Espíritu Santo”15.
“De acuerdo con lo que Pablo dijo, que él mismo tenía que hacerse como todos los hombres a fin de salvar a algunos [véase 1 Corintios 9:22], en igual manera deben hacerlo los élderes en los últimos días; y, habiendo sido enviados para predicar el Evangelio y advertir al mundo de los juicios que se aproximan, estamos seguros de que cuando enseñen de acuerdo con la orientación del Espíritu, según las revelaciones de Jesucristo, predicarán la verdad y prosperarán sin queja. De manera que no tenemos ningún mandamiento nuevo que dar, sino amonestar a los élderes y a los miembros a vivir de acuerdo con toda palabra que sale de la boca de Dios [véase Mateo 4:4], no sea que no alcancen la gloria que está reservada para los fieles”16.
El Profeta habló en una conferencia que tuvo lugar en octubre de 1839: “El Presidente [José Smith] procedió a dar instrucciones a los élderes con respecto a predicar el Evangelio, y les recalcó la importancia de tener el Espíritu a fin de que puedan predicar con el Espíritu Santo que se les envíe de los cielos; y de cuidarse de tratar temas que no estén claramente definidos en la palabra de Dios, los cuales conducen a la especulación y a la disputa”17.
El 14 de mayo de 1840, desde Nauvoo, José Smith escribió lo siguiente a los élderes Orson Hyde y John E. Page, que se hallaban en camino a una misión en la Tierra Santa: “No se desanimen por la inmensidad de la obra; solamente sean humildes y fieles, y entonces podrán decir: ‘¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura’ [Zacarías 4:7]. El que dispersó a Israel ha prometido congregarlo; por tanto, si son instrumentos en esta gran obra, Él los investirá con poder, sabiduría, fuerza e inteligencia y toda cualidad necesaria; y sus mentes se expandirán más y más hasta que puedan circundar la tierra y los cielos, y adentrarse en la eternidad y contemplar los poderosos hechos de Jehová en toda su variedad y gloria”18.
Busquemos oportunidades de enseñar el Evangelio y de dar testimonio de su veracidad.
En el otoño de 1832, José Smith y el obispo Newel K. Whitney viajaron de Kirtland, Ohio, a la parte este de Estados Unidos. El 13 de octubre, desde Nueva York, el Profeta escribió a su esposa Emma: “Cuando pienso en esta gran ciudad, que es como Nínive, incapaz de discernir la mano derecha de la izquierda, sí, más de doscientas mil almas, mis entrañas se llenan de compasión hacia ellas, y estoy decidido a elevar mi voz en esta ciudad y dejar el asunto a Dios, quien todo lo tiene en Sus manos y no permitiría que ni un cabello de la cabeza cayera al suelo inadvertido…
“He tenido conversaciones con algunas personas, lo que me ha causado satisfacción; y con un joven muy apuesto de Jersey, cuyo rostro tenía una expresión solemne, que vino, se sentó a mi lado y comenzó a hablarme del cólera; supe así que la enfermedad lo atacó y lo llevó muy cerca de la muerte. Me dijo que el Señor lo había salvado con algún propósito sabio; aproveché la oportunidad y tuve una larga conversación con él; aparentemente, recibió mi enseñanza con gran placer y me cobró mucho afecto. Hablamos hasta avanzadas horas de la noche y decidimos continuar al día siguiente; pero como él tenía asuntos que atender, se demoró hasta que el barco estaba listo para partir y tuvo que embarcarse. Fue a verme y a decirme adiós, y nos despedimos muy a nuestro pesar”19.
La esposa de Newel K. Whitney, Elizabeth Ann, recordaba el viaje que hizo su marido con José Smith al este de los Estados Unidos, en 1832: “Mi esposo viajó con el profeta José por muchas de las ciudades del este, y ambos expresaban su testimonio y recolectaban fondos para construir un templo en Kirtland, así como para comprar tierra en Misuri… Él dijo a mi marido: ‘Si nos rechazan, tendrán nuestro testimonio, porque lo escribiremos y lo dejaremos en sus puertas y en el alféizar de sus ventanas’ ”20.
En 1834 José Smith predicó en una escuela de Pontiac, Michigan. Edward Stevenson estaba presente y recordaba la siguiente experiencia: “Fue en los recintos de aquella escuela que dos élderes mormones presentaron el Evangelio restaurado en el año 1833; y en 1834, José Smith el Profeta predicó con un poder tal como no se había visto nunca en este siglo diecinueve… Recuerdo muy bien muchas de las palabras del joven Profeta, expresadas con sencillez pero con un poder que resultaba irresistible para todos los presentes…
“Con la mano levantada, dijo: ‘Soy testigo de que existe un Dios, porque lo vi a plena luz del día, en la primavera de 1820, mientras oraba en una silenciosa arboleda’. Además testificó que Dios, el Eterno Padre, le dijo, señalando al otro Personaje que se parecía a Él: ‘Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!’ ¡Ah, cómo llenaron de emoción esas palabras todo mi ser y me llenaron de gozo indescriptible al ver a alguien que, como Pablo de antaño, podía testificar con intrepidez, que él había estado en la presencia de Jesucristo!…
“…se llevaron a cabo una serie de reuniones, en donde se unieron al Profeta, y de manera muy interesante, también, los tres testigos del Libro de Mormón. Durante su visita a esa rama, el Profeta testificó que se le había encomendado organizar una Iglesia que siguiera el modelo de la Iglesia que Jesús organizó, con Doce Apóstoles, setentas, élderes, dones y bendiciones, con señales que los siguieran, tal como está registrado en el capítulo dieciséis de Marcos… ‘Como siervo de Dios’, dijo José, ‘les prometo que si se arrepienten y se bautizan para la remisión de sus pecados, recibirán el Espíritu Santo’ ”21.
En noviembre de 1838, mientras lo llevaban de Far West, Misuri, a su encarcelamiento en Richmond, en el mismo estado, el Profeta volvió a enseñar el Evangelio: “Nos visitaron unas damas y unos caballeros. Una de las señoras se acercó y con mucha franqueza preguntó a los soldados cuál de los prisioneros era el ‘Señor’ al que los mormones ‘adoraban’. Uno de los guardias me señaló con una sonrisa irónica y dijo: ‘Ése es’. La señora se volvió a mí y me preguntó si yo profesaba ser el Señor y Salvador, a lo que respondí que no profesaba ser nada más que un hombre, un ministro de salvación enviado por Jesucristo para predicar el Evangelio.
“Mi respuesta la sorprendió tanto que empezó a hacerme preguntas sobre nuestra doctrina, y le prediqué un discurso, tanto a ella y a sus compañeros como a los atónitos soldados, que escucharon con absoluta atención mientras les explicaba la doctrina de la fe en Jesucristo, del arrepentimiento y del bautismo para la remisión de los pecados, con la promesa del Espíritu Santo, tal como se halla registrada en el segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles [véase Hechos 2:38–39].
“La señora quedó complacida y alabó a Dios en presencia de los soldados; después se fue, rogando que Dios nos protegiera y nos liberara”22.
Dan Jones recordaba el siguiente hecho que ocurrió la noche antes del martirio del Profeta en la cárcel de Carthage: “José expresó a los guardias un poderoso testimonio de la autenticidad divina del Libro de Mormón, de la restauración del Evangelio, del ministerio de ángeles y de que se había establecido otra vez en la tierra el reino de Dios, y que por esa causa estaba él encarcelado en aquella prisión y no por haber violado ninguna ley de Dios ni de los hombres”23.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Considere estas ideas al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñarlo. Si necesita más ayuda, consulte las páginas VII–XIII.
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Repase las páginas 347–350, fijándose en las labores misionales que se organizaron bajo la dirección del profeta José Smith. La labor de aquellos primeros misioneros, ¿ha tenido en usted alguna influencia? Si es así, ¿cuál ha sido?
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Lea el primer párrafo de la página 351, y considere cómo influye en nosotros el amor que el Profeta describe. ¿Qué otras características debemos tener a fin de ser buenos misioneros? (Véanse las páginas 350–351 donde hay algunos ejemplos.)
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Repase las palabras del profeta José Smith sobre lo que los misioneros deben enseñar y cómo deben hacerlo (págs. 351–353). ¿Por qué debemos enseñar “los primeros principios” del Evangelio? ¿Qué consecuencias puede haber al debatir con otros el tema de la religión? ¿Qué quiere decir la expresión “realcen cada palabra con amabilidad”, al predicar el Evangelio?
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Repase el primer párrafo de la página 353. ¿En qué forma le ha guiado el Espíritu Santo en sus labores para compartir el Evangelio? ¿Por qué no se puede predicar el Evangelio sin el Espíritu Santo?
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Repase los relatos de las experiencias de José Smith, en las páginas 354–356. ¿Qué aprendemos de esas experiencias en cuanto a la forma de compartir el Evangelio?
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¿Cómo podemos tomar una parte activa para buscar oportunidades de compartir el Evangelio con otras personas? ¿Qué podemos hacer para que nuestra familia participe en la obra misional?
Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema: Mateo 28:19–20; 2 Nefi 2:8; Alma 26:26–27; D. y C. 4:1–7; 31:3–5.