2018
Pero… ¿y si fallo?
Agosto de 2018


Pero… ¿y si fallo?

Mi temor al fracaso me impedía desarrollar talentos y buscar oportunidades de crecimiento.

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Ilustración fotográfica por David Stoker.

Cuando tenía seis años, mi padre nos llevó a mi hermana y a mí a jugar al baloncesto. Era la primera vez que jugaba en un gimnasio de verdad. El balón pesaba en mis pequeñas manos y la cesta, incluso en su posición más baja, se veía abrumadoramente alta.

“No te preocupes; simplemente lanza”, dijo mi padre.

Me dirigí a él: Pero… ¿y si fallo?, pregunté.

Más de dos décadas después, no recuerdo si hice aquel lanzamiento o no. Pero sí recuerdo el temor que sentí: “¿Y si fallo? ¿Y si mis mejores esfuerzos no están a la altura? ¿Qué voy a hacer si fracaso?”.

El temor al fracaso

Ese mismo temor al fracaso me ha atormentado toda la vida. Durante mucho tiempo tuve una habilidad innata en suficientes actividades como para ocultar esos temores, pero seguían surgiendo de maneras pequeñas. No practicaba un deporte hasta que no sabía que era buena en él. En la escuela evitaba las asignaturas que no se ajustaban a mis puntos fuertes. Cuando probaba nuevas actividades en las que no era inmediatamente buena, mi solución era abandonarlas rápidamente y pasar a otra cosa en la que tuviera más habilidad.

Entonces me fui a la misión. Por primera vez me vi obligada a vivir en un entorno donde mis debilidades eran muy evidentes, y no podía echarme atrás con facilidad. Me costaba mucho iniciar una conversación. Tenía dificultades para enseñar en un nuevo idioma. Me enfrentaba al rechazo muchas veces al día. Constantemente fracasaba —intentaba y fallaba— y había días en los que me planteaba seguir mi patrón habitual para el fracaso: darme por vencida y regresar a casa.

Problemas para traducir

Durante esa época recibí la inspiración y la corrección que tanto necesitaba de la historia de Oliver Cowdery cuando trató de traducir las planchas. Después de algunas semanas como escriba de José Smith, Oliver comenzó a preguntarse si él también podría traducir las planchas.

José preguntó al Señor y recibió la respuesta de que a Oliver se le permitiría traducir. No obstante, el Señor también le hizo a Oliver algunas advertencias, dos de las cuales fueron: “Sé paciente” y “no [temas]” (D. y C. 6:19, 34).

Traducir no era tan sencillo como Oliver suponía. Cuando las palabras no fluyeron con facilidad, se sintió frustrado y pronto se dio por vencido.

Dejar pasar las oportunidades

Al estudiar ese relato, me di cuenta de que el problema de Oliver era semejante al mío. Él había supuesto que dominaría rápidamente la habilidad para traducir, y cuando se hizo evidente que no tendría éxito inmediato —que fallaría muchas veces a medida que se esforzaba por desarrollar ese don— volvió a su función de escriba, en la que se sentía cómodo. Las advertencias del Señor fueron precisas: Oliver no tuvo paciencia consigo mismo ni con Dios, y temió. Así que Dios le privó de la oportunidad (véase D. y C. 9:3).

Me di cuenta de cuán a menudo mi temor al fracaso me había paralizado. Había tenido tanto miedo a los “intentos fallidos” que ni siquiera los había aprovechado, o había dejado de esforzarme después de algunos intentos. Al tratar de evitar el fracaso, había perdido oportunidades de éxito futuro. No había tenido paciencia conmigo misma ni con Dios, y había temido.

La historia de Oliver Cowdery también me dio esperanza. Aunque el Señor le dijo a Oliver que, por el momento, no podría traducir, también prometió: “… te daré poder para ayudar a traducir otros anales que tengo” (D. y C. 9:2). Oliver no perdió la oportunidad de traducir; esta solo quedó aplazada. De igual modo, yo no perdí las oportunidades que no había aprovechado. El Señor me daría más, si estaba dispuesta a ser paciente y no permitía que el temor al fracaso me impidiera intentarlo.

Dejar de temer

Tomé la determinación de superar mi temor al fracaso. Aunque hablar con desconocidos y enseñar en un idioma extranjero me siguió causando ansiedad, mejoré en ambas cosas. Esas habilidades me han ayudado en la vida, incluso después de mi misión.

Todavía hay momentos en los que tengo dudas de probar algo nuevo o de hacer algo en lo que no soy especialmente buena, pero he aprendido a tener más paciencia. He aprendido a seguir intentando sin temor a fallar.