Convertir mis “porqués” en “cómos”
Durante una de mis pruebas más difíciles, cambiar mi perspectiva me ayudó a fortalecer mi fe.
Después de unas cuantas semanas difíciles al comienzo de mi misión en Australia, empecé a pensar que ser misionera no era para mí y que debía regresar a casa. Le expresé mis sentimientos de ansiedad al presidente de misión y, después de considerarlo y de orar mucho, me cambió a una nueva área con una nueva compañera. Esa compañera y yo congeniamos de inmediato, y los sentimientos anteriores de ansiedad y depresión comenzaron a disiparse. Sin embargo, habiendo transcurrido solamente cuatro meses de mi servicio misional, seguía sintiendo que de allí en adelante todo sería cuesta arriba.
Un día, al finalizar una reunión de distrito, recibimos la visita inesperada del presidente de misión. Me alcanzó su teléfono y dijo que era mi mamá; al instante me sentí angustiada y supe que algo pasaba. Los ojos se me llenaron de lágrimas antes de que ella pudiera decirme que a mi hermano menor, Elliot, le habían diagnosticado un cáncer. Se me partió el corazón y, en ese momento, lo único que quería era estar con mi familia; pero, mi mamá me consoló y me dijo que mi fe y mis oraciones serían de mayor beneficio en Australia que en casa.
Se me permitió llamar a Elliot y decirle cuánto lo amaba. Él me había apoyado mucho a lo largo de mi vida y ansiaba estar allí, a su lado. Para terminar nuestra conversación, oré por él en samoano y le prometí que le enseñaría la lengua materna de nuestra familia cuando yo regresara.
Más tarde, esa noche, mientras oraba, clamé al Padre Celestial y le hice una pregunta: “¿Por qué?”; “¿por qué Elliot?”; “¿por qué nuestra familia, de nuevo?”. Ya habíamos visto y padecido el dolor del cáncer y los terribles efectos de la quimioterapia, y mi mente se llenó de recuerdos de la larga lucha de mi padre contra el cáncer y del dolor por el que pasó. “¿Por qué está sucediendo de nuevo?”. Quería saber. Me estaba haciendo las mismas preguntas que las personas siempre me hacían en la misión, pero aun las respuestas básicas del Evangelio que yo siempre les daba no me bastaban.
Al estar orando arrodillada con dolor y confusión en el corazón, me embargó un sentimiento de paz, y decidí orar de nuevo. Esa vez le pregunté al Padre Celestial: “¿Cómo?”, en vez de “¿Por qué?”. “¿Cómo puedo hacer que esta prueba me fortalezca y aumente mi fe?”. “¿Cómo va a afectar esta prueba a Elliot y al resto de la familia?”. “¿Cómo puede este desafío ayudarme a ser una misionera mejor y más eficiente?”. “¿Cómo puedo utilizar este tiempo difícil para dar paz a quienes desconocen el evangelio o la expiación de Jesucristo?”.
Centrarme en “¿cómo?” en vez de en “¿por qué?” me ayudó a ver las cosas a través del lente de la fe. Ese cambio de enfoque también renovó mi aprecio por las respuestas básicas del Evangelio, que realmente son verdades eternas. El Padre Celestial sí nos ama; las pruebas, el dolor y el cáncer no son un castigo. El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Alegrémonos de nuestras cargas espirituales [y físicas] porque, si las llevamos bien, Dios nos hablará por su intermedio y nos utilizará para hacer Su obra” (véase “El Mesías: Un ejemplo de sencillez y autodominio”, Liahona, marzo de 1989, pág. 23).
Sentí mucha paz y consuelo en Jesucristo durante ese tiempo difícil; sabía que Él ya había sentido la desesperación que yo sentía, junto con todo lo que Elliot iba a sentir y sufrir en los meses venideros. También hallé gran consuelo en las Escrituras, los discursos de conferencia, mis dulces compañeras y mi presidente de misión. No sé cómo habría reaccionado a esa noticia de no tener un conocimiento del panorama completo y del plan eterno del Padre Celestial para nuestra familia.
En ocasiones podría parecer más fácil preguntar “¿por qué?” y culpar al Padre Celestial por las pruebas que afrontamos; pero, mediante esta experiencia y otras que le siguieron, sé que siempre seremos bendecidos y sostenidos en nuestras pruebas si confiamos en Su amor inalterable y Su sabiduría infinita (véase Alma 36:3).
Después de meses de quimioterapia para Elliot, y mucho tiempo después de volver a casa procedente de la misión, sigo reflexionando en aquella experiencia siempre que tengo pruebas. Probablemente nunca sepa por qué mi hermano tuvo que pasar esa prueba, pero sí sé que un día tendremos la respuesta a todas nuestras preguntas. Sé que, en el momento que cambié mi pregunta al Padre Celestial de “¿por qué?” a “¿cómo?”, pude apoyarme en Jesucristo y permitir que aquella prueba me ayudara a llegar a ser más como Él.