Publicación semanal para jóvenes adultos
Cómo las últimas palabras de mi padre inspiraron mi conversión
Mayo de 2024


Cómo las últimas palabras de mi padre inspiraron mi conversión

El autor vive en Namibia.

Las palabras de los profetas, de los misioneros y de mi padre me ayudaron a desarrollar mi fe en Jesucristo.

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Un misionero habla con dos hombres

En mi primer año de universidad, me mudé a una ciudad grande de Namibia. Allí viví con mi hermano mayor, que es miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Un domingo, me invitó a ir a la iglesia con él y acepté acompañarlo. Me di cuenta de que todas las personas que conocí en la capilla parecían muy felices.

Mi hermano me presentó a los misioneros y fijamos una cita. Sinceramente, no prestaba mucha atención durante sus lecciones y, aunque los élderes siempre me animaban a orar acerca de lo que enseñaban para saber si era verdadero, no me importaba hacerlo.

Con el tiempo, me cansé de las lecciones. No leía las Escrituras ni trataba de cambiar las cosas en mi vida, así que empecé a evitar a los élderes.

No obstante, a veces asistía a la iglesia con mi hermano; y si los élderes se comunicaban conmigo, ponía excusas sobre por qué ya no me reunía con ellos.

Un mensaje de despedida

Unos años después, mi padre enfermó repentinamente, sin señales de que fuera a mejorar. Poco antes de fallecer, él compartió un mensaje con mis hermanos y conmigo. Citando Mateo 6:33, nos aconsejó “busca[r] primeramente el reino de Dios” y nos dijo que, si éramos justos y seguíamos a Jesucristo, todo en nuestra vida encajaría.

Lamentablemente, no asimilé su mensaje de despedida hasta mucho después de su muerte.

Antes de que mi padre muriera, yo había tratado de creer en Jesucristo y en Su Evangelio, pero después de perderlo, mi fe en crecimiento se descarriló.

Perder a mi padre fue muy doloroso. Sentí que toda la luz se había ido de mi vida. Recurrí al alcohol para aliviar mi pena y dolor. Dejé de hacer todas las cosas relacionadas con la fe y sentí que me alejaba cada vez más.

Sin embargo, un día, estando en el lugar más bajo que jamás había estado, las últimas palabras de mi padre me llegaron a la mente:

“Buscad primeramente el reino de Dios”.

“¿Qué estoy haciendo con mi vida?”, pensé. Mi papá había estado en su lecho de muerte y aun así había testificado de su fe en Jesucristo. “¿Por qué no puedo hacer lo mismo?”.

Pensar en mi papá también me hizo recordar la paz y la felicidad que veía en los ojos de los miembros cada vez que iba a la iglesia con mi hermano. Yo quería esa misma paz y felicidad.

Yo sabía que ya era hora de tomar en serio el hecho de obtener un testimonio.

Una respuesta inesperada

Comencé a reunirme con los misioneros nuevamente. Ellos respondieron muchas de mis preguntas y comencé a leer los pasajes de las Escrituras que me invitaban a leer. Comencé a orar más y a esforzarme por aprender más acerca del Evangelio de Jesucristo. Cuando me invitaron a orar en cuanto a lo que estaba aprendiendo, acepté la invitación.

Cuando estuve solo, me arrodillé y ofrecí la oración más sincera que jamás había hecho, pregunté si la Iglesia era verdadera. Al meditar en mi oración, de repente sentí el Espíritu con mucha fuerza. Entonces una voz apacible, delicada, pero penetrante, me susurró a la mente: “Eben, ven, sígueme. Yo soy el camino, y la verdad y la vida”.

Me quedé atónito.

Cuando más tarde se lo conté a los misioneros, les expliqué que pensaba que la voz que había escuchado podría ser mi propia mente tratando de consolarme. Me aseguraron que no lo era, sino que se trataba del Espíritu Santo conduciéndome a la verdad.

Fue increíble saber que el Padre Celestial estaba al tanto de mí y que yo podía recibir una respuesta como esa, pero todavía sentía que necesitaba más confirmación sobre la verdad del Evangelio.

Un salto de fe

Al acercarse la conferencia general, los misioneros me invitaron a escribir cualquier pregunta que tuviera y a escuchar atentamente las respuestas.

El discurso del presidente Russell M. Nelson calmó todas mis dudas. Cuando nos invitó a “entr[ar] en la senda de los convenios y permane[cer] en ella”1, sentí que el Padre Celestial me estaba diciendo que me bautizara.

Así que, después de la conferencia, le dije a los élderes que estaba listo. Había dudado de mí mismo, de mi dignidad y de mi capacidad para cambiar y llegar a ser como Jesucristo, pero al hablar con mi obispo, me di cuenta de lo que debía hacer. Al recordar las palabras del profeta, del Espíritu y de mi padre, di un salto de fe y mi hermano mayor me bautizó. Finalmente, y con gozo, comencé a vivir el Evangelio plenamente.

El Evangelio me da las respuestas y el consuelo que necesito en la vida. Comprender el Plan de Salvación me da la esperanza de que algún día volveré a ver a mi padre. Cada reunión sacramental se siente como ese primer domingo con mi hermano; aun siento esa misma paz y gozo.

Al prepararme para servir en una misión, espero con anhelo compartir el Evangelio y mi testimonio con el mundo. Estoy listo para esparcir la luz del Evangelio, la misma luz que este me dio a mí cuando más la necesitaba.

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