Un pueblo que edifica templos
Los Santos de los Últimos Días son un pueblo que edifica templos y los ama. Ha sido así desde los primeros días de la Iglesia. Por medio del profeta José Smith, el Señor declaró que “a mi pueblo siempre se le manda construir [templos] a mi santo nombre” (D. y C. 124:39-40).
En los templos, podemos acercarnos más al Señor, aprender más acerca de Su plan para nuestra felicidad, recibir las ordenanzas esenciales para nuestra exaltación y efectuar servicio vicario a favor de los que han fallecido sin el evangelio de Jesucristo.
Lugares sagrados sobre la tierra
Desde el principio, ha habido lugares sagrados sobre la tierra donde Dios se ha comunicado con Sus hijos. Estaban designados por Dios y santificados por Su presencia como lugares donde Él enseñaba y bendecía a Sus hijos. Muchos de esos lugares se registran en las Escrituras.
Ciertamente, el Jardín de Edén era un lugar sagrado donde Adán y Eva moraban en la presencia del Padre y del Hijo y podían conversar con Ellos directamente. Después de la Caída y su posterior expulsión del Jardín, Adán construyó un altar para adorar a Dios y ofrecer sacrificios como se les había mandado. Sus oraciones fueron escuchadas y fueron bendecidos.
Cuando Moisés se acercó a la zarza ardiente en el Monte Sinaí, el Señor le indicó: “… quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás tierra santa es”— tierra sagrada donde el Señor le instruía y ofrecía convenios para Su pueblo.
Siglos más tarde, el Salvador dirigió a Pedro, Santiago y Juan hasta el Monte de la Transfiguración donde vivieron maravillosas manifestaciones y recibieron las llaves del reino de los cielos. Allí los visitó Moisés y Elías el Profeta y escucharon la voz del Padre dando testimonio de que Jesús es Su Hijo Amado.
Los templos en las Escrituras
Además de lugares sagrados, el Señor también mandó que se construyeran templos sagrados. La primera estructura de un templo mencionada en las Escrituras es el tabernáculo construido por los israelitas bajo la dirección de Moisés. El tabernáculo era una estructura como una tienda, hecha con los mejores materiales disponibles, donde se podían efectuar las ceremonias sagradas del sacerdocio durante la estadía de ellos en el desierto. Sirvió como un “templo portátil” por generaciones (Éxodo 26–27; 40:35).
Otras referencias del Antiguo Testamento respecto a templos formales incluyen el Templo de Salomón (2 Crónicas 5:1-14; 7:1-2) y el Templo de Zorobabel (Esdras 3:1-13; 6:3). Además, el Libro de Mormón registra que el pueblo de Dios comenzó a construir templos poco después de que llegaron al nuevo mundo y continuaron durante casi mil años. El pueblo de Nefi construyó un templo similar al de Salomón (2 Nefi 5:16). El rey Benjamín reunió a su pueblo en el templo para enseñarles y exhortarles (Mosíah 2-4). Y más tarde, cuando el Señor resucitado visitó a los nefitas, ellos estaban en el templo (3 Nefi 11:1–10).
Los detalles variaban, pero los propósitos de esos templos permanecieron constantes: eran lugares donde el pueblo trataba de acercarse más a Dios, participar en ceremonias sagradas y afirmar su compromiso de seguirlo.
Los templos en la época de Jesús
Durante el ministerio terrenal de Jesucristo, el único templo existente en el mundo bíblico era conocido como el Templo de Herodes. A menudo se encontraba a Jesús en este templo (Lucas 2:40-49; Mateo 21:10-14). Allí, Él enseñó y sanó a los enfermos. También defendió la santidad del templo de aquellos que lo profanaban.
Después de la crucifixión de Jesucristo y el rechazo y la muerte de Sus apóstoles, el templo en Jerusalén fue destruido en el año 70 d. C. Dentro de unos pocos cientos de años después, el pueblo en las tierras del Libro de Mormón también rechazó a los profetas y apóstoles del Señor. Pronto, sus templos también desaparecieron. Sin profetas ni apóstoles para dirigir Su Iglesia, el Señor retiró Su autoridad y entonces no hubo templos en la tierra durante muchos siglos.
Templos otra vez en la tierra
En la primavera de 1820, el Padre Celestial y Jesucristo se aparecieron a José Smith y comenzó la restauración de la plenitud del Evangelio sobre la tierra. Cuando la Iglesia de Jesucristo se restableció en 1830, el Señor nuevamente mandó a Su pueblo a construir templos (D. y. C. 88:119; y 95).
La Iglesia tenía apenas un año cuando por primera vez se habló de construir un templo. La construcción comenzó en Kirtland, Ohio, en 1833 y se dedicó el templo en 1836. Lamentablemente, los miembros de la Iglesia sufrieron gran persecución de parte de otras personas y se vieron forzados a dejar Ohio dos años más tarde. El edificio todavía se encuentra en pie en la actualidad, a pesar de que ya no es un templo en funcionamiento y no es propiedad de la Iglesia.
Cinco años más tarde, los santos comenzaron a construir un templo en Nauvoo, Illinois. Pudieron completarlo a pesar de la persecución continua y el martirio del profeta José Smith y su hermano Hyrum. Solo unos meses después de que fuera dedicado en 1846, los santos otra vez se vieron obligados a huir. Abandonaron su amado templo y luego, dos años más tarde, fue destruido por un incendio.
Al cruzar las llanuras hasta Utah, los pioneros Santos de los Últimos Días reanudaron la construcción de un templo con gran fervor. Ellos deseaban la salvación en el Reino de Dios. Comprendían que las ordenanzas del templo eran esenciales para lograr esa salvación y entonces no escatimaron esfuerzos en la construcción de templos para recibirlas. En el oeste, pudieron encontrar un lugar de refugio donde la Iglesia podía comenzar a florecer. En los años siguientes, se construyeron cuatro templos en todo Utah, incluyendo el representativo Templo de Salt Lake.
En la actualidad, hay más de 150 templos en funcionamiento en países de todo el mundo, con muchos más anunciados o en construcción.
Sin importar la época en la historia, un templo de Dios es el lugar más sagrado de adoración en la tierra, un lugar donde el cielo toca la tierra, un lugar donde se otorgan bendiciones maravillosas y un lugar donde podemos sentirnos más cerca de nuestro Padre Celestial y Jesucristo.