Los líderes inicuos de Ammoníah asesinaron a casi todos los que creían en el Evangelio. Alma y Amulek, quienes les habían enseñado el Evangelio, milagrosamente escaparon con vida.
Pero también sufrieron. Amulek había sido un hombre rico con muchos amigos y familia, y con una buena reputación (véase Alma 10:4). Cuando se convirtió, lo perdió todo (véase Alma 15:16).
Hoy en día es raro que los discípulos de Cristo pierdan la vida por sus creencias, pero podemos perder amigos e incluso familiares por ello. Esto es especialmente cierto para las personas que no se criaron en la Iglesia pero se unieron a ella más adelante, y podrían ser los únicos Santos de los Últimos Días en su círculo familiar o social.
¿Conoces a alguien en esta situación? Debemos tratar de ayudarlos como podamos. Podemos seguir el ejemplo de Alma, quien invitó a Amulek “a su propia casa, y lo atendió en sus tribulaciones y lo fortaleció en el Señor” (Alma 15:18).