Ayudar a los alumnos a hacerse cargo de sus propios testimonios
Conferencia de maestros de religión del SEI, junio de 2024
Bienvenidos a esta reunión histórica de maestros de religión de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Durante años, hemos reunido a todos los maestros de religión del SEI anualmente para un devocional centrado en un tema y que previamente era conocido como Una velada con una Autoridad General. Esta noche, continuaremos esa tradición al reunirnos para escuchar al élder Dale G. Renlund en nuestro evento final. Históricamente también hemos organizado la conferencia presencial del SEI en la Universidad Brigham Young, pero el evento de este año representa la primera vez en que reunimos a todo el Sistema Educativo de la Iglesia para aprender unos de otros, compartir ideas y analizar los esfuerzos para enseñar más eficazmente, vinculando a maestros de religión de Seminarios e Institutos de Religión, BYU, BYU-Idaho, BYU-Hawái, BYU-Pathway y Ensign College. En total, estos maestros de religión enseñan a cerca de medio millón de jóvenes adultos en toda la Iglesia, además de a todos los alumnos inscritos en Seminario.
Comprender por qué nos esforzamos tanto está relacionado con el propósito mismo de la educación religiosa en el SEI. He hablado con frecuencia de las funciones distintivas que cada centro educativo del SEI desempeña en el sistema. Por ejemplo, me he referido a BYU como la “embajadora”, por su responsabilidad de representar al sistema y a la Iglesia como convocante, anfitriona y académica. Luego, consideremos a BYU-Idaho, a la que me refiero como la “educadora” debido a su singular enfoque en la enseñanza; a BYU-Hawái, como “nuestra piedra de coronamiento de Asia y el Pacífico”, con su dedicado y decidido hincapié en su Área geográfica de la Iglesia; y a Ensign College como el “proveedor de planes de estudio aplicados”, con su enfoque en las habilidades laborales de nivel básico. BYU-Pathway es el “proveedor de acceso”, dado que llega a más alumnos que cualquiera de nuestros campus mediante un aprendizaje en línea asequible y de alta calidad. Por supuesto, Seminarios e Institutos llega a los alumnos que no asisten a las universidades de la Iglesia y es el ancla espiritual de los jóvenes adultos, independientemente de donde reciban su educación.
A pesar de estas diferentes funciones, hay al menos dos formas en que cada una de estas instituciones están unidas. La primera es la misión del propio Sistema Educativo de la Iglesia, a saber: desarrollar discípulos de Jesucristo que puedan ser líderes en sus hogares, en la Iglesia y en sus comunidades. Independientemente de sus funciones institucionales distintivas, cada institución del SEI tiene una misión compartida en torno al liderazgo de los discípulos. Más específicamente para los aquí presentes, también tenemos una responsabilidad compartida adicional en todo el SEI como maestros de religión. En junio de 2019, la Mesa Directiva de Educación de la Iglesia aprobó un documento oficial que describe la función de la educación religiosa en el Sistema Educativo de la Iglesia, a menudo conocido como el documento “Strengthening Religious Education” [“El fortalecimiento de la educación religiosa”] (SRE, por sus siglas en inglés). Este mandato viene con la claridad y la guía directamente de la Mesa Directiva de Educación de la Iglesia. En su párrafo inicial leemos: “La educación religiosa ocupa un lugar único y apreciado en la misión de cada institución […]. Se sitúa en el centro mismo del propósito de cada institución”. Las directrices del SRE aclaran aún más que el objetivo central de la educación religiosa se establece de la siguiente manera: “El propósito de la educación religiosa es enseñar el Evangelio restaurado de Jesucristo a partir de las Escrituras y los profetas modernos de una manera que ayude a cada alumno a desarrollar la fe y el testimonio del Padre Celestial, de Jesucristo, del Evangelio restaurado y de los profetas vivientes; a convertirse en discípulos para toda la vida; y a fortalecer la capacidad de los alumnos para encontrar respuestas, resolver dudas y responder con fe”. Ese propósito central de la educación religiosa en todo el Sistema Educativo de la Iglesia es fundamental para lo que nos reúne hoy aquí. Si no lo hacemos con una intención deliberada, se hace difícil justificar la importante inversión que la Iglesia realiza en cada una de estas instituciones.
Parte de la razón por la que nos hemos reunido hoy es que compartimos una misión común del SEI y un mandato común como maestros de religión de desarrollar el testimonio y ayudar a los alumnos a convertirse en discípulos y encontrar respuestas a sus preguntas y a su fe. También me gustaría dar las gracias a Chad Webb por su liderazgo. El hermano Webb dirige Seminarios e Institutos de la Iglesia, pero durante los dos últimos años también ha presidido el Comité de Educación Religiosa con representación de todo el Sistema Educativo de la Iglesia. Es en gran parte gracias a ese comité que estamos reunidos hoy como maestros del SEI. También debo destacar el apoyo de cada uno de nuestros rectores del SEI: el rector Reese, el rector Meredith, el rector Kauwe, el rector Kusch, el rector Ashton y el hermano Webb. A estos líderes se les ha dado el mandato de ser “los principales oficiales morales y espirituales” de sus instituciones. Este mandato se inició en la toma de posesión del rector Kauwe y se ha repetido en todas las tomas de posesión del SEI desde entonces. Voy a mostrarles imágenes de esos actos. Aquí pueden ver la del rector Kauwe. El mandato vino del presidente Holland cuando era rector, y se repitió con el rector Ashton, luego con el rector Reese y, más recientemente, con el rector Meredith. No es casualidad, pues, que estos rectores estén hoy aquí con nosotros. Son líderes extraordinarios y les expreso mi agradecimiento por su liderazgo y su compromiso para ayudarnos a comenzar esta conferencia inaugural de maestros de religión.
A continuación, me gustaría contextualizar mi mensaje de hoy. En mi discurso inaugural a los maestros de religión de los dos últimos años, les he pedido que se centren en lo que hemos identificado como los énfasis proféticos para los jóvenes adultos. También hemos tratado de hacer hincapié en que los temas aquí enumerados ciertamente cambiarán. No hay nada mágico en estos cinco temas, pero deben actualizarse a medida que recibimos dirección continua de los profetas y apóstoles, particularmente de aquellos dirigidos a los jóvenes adultos. No se espera que memoricen estos mensajes específicos, sino que todos aprendamos a escuchar a los profetas vivientes y ayudemos a los alumnos a aprender a aplicar sus mensajes.
Con esto en mente, me gustaría centrarme en uno de estos recientes énfasis proféticos que ha estado en mi corazón. El presidente Russell M. Nelson ha invitado a los jóvenes adultos a hacerse cargo de su testimonio. Tengan en cuenta que, si quieren seguir al profeta, deben prestar atención a dos cosas. Primero, observen cuando repite un mensaje, y segundo, presten especial atención cuando nos ruega. Verán ambos patrones en el mensaje del presidente Nelson para que se hagan cargo de su propio testimonio, que se presentó por primera vez en este devocional para jóvenes adultos en mayo de 2022, cuando dijo: “Les ruego que se hagan cargo de su propio testimonio. Trabajen para conseguirlo; háganse responsables de él. Cuídenlo, nútranlo de manera que crezca, aliméntenlo con la verdad. No lo mezclen con las filosofías falsas de hombres y mujeres incrédulos para luego preguntarse por qué se está debilitando. Al hacer de su testimonio su prioridad mayor, observen cómo se producen milagros en sus vidas”.
Más tarde, ese mismo año, el presidente Nelson dio un mandato casi idéntico, esta vez a toda la Iglesia, en su discurso de la Conferencia General de octubre de 2022: “Con este fin, extiendo a los miembros de toda la Iglesia el mismo cometido que les di a nuestros jóvenes adultos el pasado mes de mayo. Los insté entonces —y se lo ruego a ustedes ahora— a hacerse cargo de su propio testimonio de Jesucristo y Su evangelio. Trabajen para conseguirlo; nútranlo de manera que crezca, aliméntenlo con la verdad. No lo mezclen con las filosofías falsas de hombres y mujeres incrédulos. Al hacer del fortalecimiento continuo de su testimonio de Jesucristo su prioridad mayor, observen cómo se producen milagros en sus vidas”.
Con el ruego repetido del presidente Nelson de que nos hagamos cargo de nuestros testimonios, sentí la necesidad de compartir algo de mi propio camino hacia el testimonio. Esta será una expresión personal, y aunque la he escrito, mi esperanza es que puedan sentir que estamos sentados juntos en un ambiente menos formal. Cada uno de nosotros tiene su propio camino personal hacia la fe, como también lo tienen los alumnos. Hoy compartiré algo del mío. Mi camino hacia el testimonio comenzó en un entorno inusual. Crecí en Scottsdale, Arizona, en una comunidad que en su mayoría no era de Santos de los Últimos Días. En un evento de atletismo de la escuela secundaria, me estaba preparando para mi carrera cuando miré a través de la pista y vi al hermano Butler, mi líder de los Hombres Jóvenes. Era muy extraño que estuviera allí, pues no teníamos mucho en común. Sabía que no frecuentaba las carreras de atletismo. Entonces, en un momento, el Espíritu me dijo: “Clark, esta Iglesia es verdadera porque no hay forma de que él estuviera aquí de otra manera. Debe haber algo más profundo en su fe que lo motiva a apoyarte”. Eso fue todo; la experiencia no ocurrió mientras estudiaba detenidamente las Escrituras o en medio de una reunión de testimonios. Simplemente fue el fruto del servicio dedicado de alguien. Hoy puedo recordar la sensación tan claramente como el día en que ocurrió.
Uno o dos años más tarde, recibí un llamamiento para servir como misionero en la Misión Japón Kobe. Recuerdo el primer día en el CCM. Fue tan emocionante conocer a los compañeros, ser presentado a los instructores, la sensación de fuerza procedente de todo el mundo. Pero al día siguiente, cuando el despertador sonó a las 6 de la mañana, apenas podía despertarme y me invadió un momento de pánico. Pensé: “¿Cómo voy a poder hacerlo? No sé si podré levantarme tan temprano todos los días durante los próximos dos años, y mucho menos aprender un idioma tan difícil como el japonés”. De repente, el hecho de que mi líder de los Hombres Jóvenes hubiera venido a mi competición de atletismo no me pareció suficiente para sostenerme durante dos años. Necesitaba saber con más profundidad, y ese testimonio necesitaba estar fundamentado en el Evangelio mismo. Comencé a leer el Libro de Mormón con sinceridad todas las mañanas. La alarma sonaba a las 6 de la mañana y yo me sentaba en el escritorio del CCM bajo la luz fluorescente y en una silla rodante, y leía y estudiaba el Libro de Mormón. Cuando llegué al final, leí la promesa del Libro de Mormón en Moroni 10:3–5, pasaje que conocía de mi época como alumno de Seminario. Me arrodillé en oración para pedir una confirmación de mi fe, pero mientras le pedía al Señor, en principio no vino nada. Me sentí muy decepcionado. Volví a sentarme en la silla y me di cuenta de que solo me faltaban dos páginas para terminar el Libro del Mormón. Decidí al menos terminarlo. A tres versículos de terminar Moroni 10, en Moroni 10:32, leí este pasaje: “Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con todas vuestro poder, mente y fuerza, entonces su gracia”…No puedo seguir. Estoy llorando. Lo siento. “Entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo […]”. Al leer este versículo, me invadieron una luz y una claridad. No podía negarlo. Fue inspirador y cálido, y llenó todo mi ser. En ese momento supe que el Libro de Mormón era verdadero y que su propósito es testificar que Jesús es el Cristo.
Me fui a Japón con ese poderoso testimonio y continué teniendo experiencias que edificaron mi testimonio, aunque nada tan profundo como aquella mañana en el CCM. Entonces, una noche muy lluviosa, mientras mi compañero y yo nos preparábamos para dormir, oímos que llamaban a la puerta. Nos miramos el uno al otro. Nuestro apartamento estaba detrás de la casa de la misión. Algo sobresaltado de que alguien viniera tan tarde por la noche a nuestro apartamento, salí y abrí la puerta para ver a mi presidente de misión allí en el umbral, de pie bajo la lluvia y con un paraguas. Me dijo: “Gilbert Chōrō (élder Gilbert), vístase. Vamos a ver al élder Matsuo”. El padre de élder Matsuo se estaba muriendo de cáncer. Supuse de inmediato qué había pasado, pero al subir al vehículo de la misión, el presidente Matsumori se dirigió a mí y me explicó que la madre del misionero había muerto ese día en un accidente de coche. Entonces me dijo: “Ore para que seamos capaces de sentir empatía y entender lo que consolará a este misionero”. Me sentí muy abrumado e inadecuado. Aún recuerdo los limpiaparabrisas yendo y viniendo mientras conducíamos en silencio. De repente, el Espíritu trajo el pasaje de Alma 7:12 a mi corazón: “Sus debilidades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”. Sabía que la Expiación de Jesucristo nos permitía vencer el pecado. Sabía que Cristo nos ayudaría a resucitar y a vivir de nuevo. Pero aquella noche, en la autopista de Osaka, aprendí que Jesucristo también podía consolarnos en nuestras luchas, en nuestro sufrimiento, cuando la vida no era justa. Yo no sabía a qué se enfrentaba aquel joven misionero, pero, gracias al milagro de la Expiación, había Alguien que sí lo sabía. Esa noche, con tan solo un año en la misión, el Espíritu me testificó poderosamente, una vez más, de que el Libro de Mormón es verdadero y que su propósito es dar testimonio de que Jesús es el Cristo.
Regresé de mi misión y me casé con Christine en el Templo de Salt Lake. Nos mudamos a California y finalmente a Boston. Continué teniendo repetidas confirmaciones silenciosas de mi testimonio, pero, de nuevo, nada tan profundo como aquella mañana en el CCM o aquella noche en la autopista de Osaka. Entonces un domingo tuve un poderoso pero inesperado testimonio del Espíritu. Estaba leyendo una sección de las Escrituras en la que la mayoría de las personas no reparan para edificar su testimonio. Fue en Alma 30, durante una lección en las reuniones de Iglesia, en lo que me referiré como la doctrina de Korihor, donde Korihor niega a Cristo, trata de absolver a los hombres de su responsabilidad por sus elecciones y proclama que solo somos salvos por nuestro ingenio. Se inclina hacia lo que hoy llamaríamos el relativismo moral. Korihor también menosprecia con agresividad las creencias de los demás, calificándolas de insensatas tradiciones de sus padres. Mientras el maestro de la Escuela Dominical repasaba la lección, comencé a reflexionar que, si José Smith hubiera creado el Libro de Mormón por su cuenta, Korihor sería un personaje extraño a quien incluir. José vivió en una época de fervor religioso en la que la gente creía en Jesucristo. Probablemente nunca había conocido a nadie que abogara tan agresivamente por una doctrina anticristo como Korihor o, debo agregar, Nehor o Sherem, todos presentes en el Libro de Mormón. Pero sabemos que el Libro de Mormón se escribió para nuestra época. Reconocí estos argumentos en las mismas personas que conocí con tanta frecuencia en el ámbito académico de Cambridge, Massachusetts. Mientras reflexionaba sobre esta anomalía en medio de una clase de la Escuela Dominical, ya con un profundo testimonio del Libro de Mormón, el Espíritu me dijo: “Clark, el Libro de Mormón es verdadero, y su propósito es dar testimonio de que Jesús es el Cristo”.
Estas experiencias continuaron a lo largo de mi vida. En cierta ocasión me hallaba orando en el templo por los jóvenes de los barrios más desfavorecidos de Boston. Mientras leía el pasaje en Mosíah 3:17, el Espíritu me enseñó que la única manera de ayudar a estos jóvenes a salir de sus circunstancias era a través de Jesucristo. En otra ocasión estaba estudiando Alma 36 y aprendiendo sobre el quiasmo que, tan presente está en todo ese capítulo, con su punto central en la redención de Alma, hijo. Curiosamente, parecía que cada vez que tenía un testimonio del Libro de Mormón, lo acompañaba un testimonio de Jesucristo. Esto sucedió de nuevo en la sesión de mujeres de octubre de 2018 de la conferencia general, cuando el presidente Nelson extendió una invitación a las hermanas de la Iglesia a leer el Libro de Mormón para fin de año, y añadió la indicación de marcar cada cita del Salvador, cada versículo que hiciera referencia al Salvador en el Libro de Mormón. Deseando apoyar a mi esposa y a mis seis hijas, me uní a ellas en esa invitación. Acababa de recibir este ejemplar del Libro de Mormón, uno nuevo, y marqué en él todas las referencias al Salvador. Página tras página, en lápiz rojo, había referencias a Jesucristo. Con 48 años, ya con un profundo testimonio del Libro de Mormón y del Salvador, el Espíritu me testificó una vez más, ese otoño, cada mañana mientras leía las páginas de este libro: “Clark, este libro es verdadero, y su propósito es testificar que Jesús es el Cristo”.
Volviendo al mensaje del presidente Nelson y a la cita que mencioné antes: “Les ruego que se hagan cargo de su testimonio. Trabajen para conseguirlo; háganse responsables de él. Cuídenlo, nútranlo de manera que crezca, aliméntenlo con la verdad. No lo mezclen con las filosofías falsas de hombres y mujeres incrédulos para luego preguntarse por qué se está debilitando. […] Al hacer de su testimonio su prioridad mayor, observen cómo se producen milagros en sus vidas”. Doy fe de esos milagros. He sido bendecido de muchas maneras porque hice de mi testimonio una prioridad a lo largo de la vida.
Hermanos y hermanas, como maestros de religión debemos ayudar a los alumnos a hacerse cargo de sus testimonios. Me gustaría centrarme en cinco maneras en las que podemos enseñárselo. En primer lugar, ayúdenlos a aprender a ejercer su albedrío. En segundo lugar, enséñenle a ser una luz para los demás, especialmente para los que tienen dificultades. Tercero, hagan preguntas con fe. Cuarto, acudan a fuentes llenas de verdad. Y quinto, confíen en el Espíritu.
En primer lugar, debemos enseñar a los alumnos que la edificación del testimonio es un acto deliberado de nuestro albedrío. C. S. Lewis repetía con frecuencia la frase: “El rodeo más largo es el camino más corto para volver a casa”. Se necesita trabajo para profundizar en la fe y el discipulado; es un acto deliberado. Alma enseña que edificar un testimonio requiere toda nuestra atención: “Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras.
El segundo principio que podemos enseñar para ayudar a los alumnos a hacerse cargo de sus testimonios es el de ser una luz para los demás, quizá en especial para los que tienen dificultades. Esta generación se preocupa muchísimo por sus compañeros y por quienes afrontan retos en sus vidas. El presidente Nelson nos enseña a no juzgar a los que tienen dificultades.
“Si tienen amigos o familiares que se apartan de la Iglesia, sigan amándolos. No les corresponde juzgar las decisiones de los demás, al igual que tampoco ustedes merecen ser criticados por mantenerse fieles.
“Y ahora, por favor, escúchenme cuando digo: No sean engañados por aquellos cuyas dudas pueden provenir de cosas que ustedes no pueden ver en la vida de ellos”.
El escepticismo y la duda pueden ser contagiosos, pero también lo son la fe y la esperanza. El presidente Nelson continúa:
“Por encima de todo, hagan que sus amigos escépticos vean cuánto aman ustedes al Señor y a Su evangelio. ¡Sorprendan a los corazones dudosos de ellos con los corazones creyentes de ustedes!
“Al hacerse responsables de su propio testimonio y hacerlo crecer, se convertirán en un instrumento más poderoso en las manos del Señor”.
Es en este último punto, enseñar a los alumnos a ser un instrumento y un recurso para el Señor, donde creo que tenemos tanta oportunidad de ayudar a los jóvenes adultos con sus testimonios. Enséñenles a ser una luz, a ser un amigo, a ser un recurso para los demás. Y a los que aún no han encontrado su fe, enséñenles a trabajar sirviendo a los demás. Muchos testimonios vienen en el acto de servir a los demás. El testimonio que recibí en el Templo de Boston, Massachusetts, de que Cristo era la respuesta para mis jóvenes, vino porque estaba haciendo todo lo que sabía hacer para ayudar. Enseñemos a los alumnos a ser una luz y sus testimonios crecerán.
Nosotros, por supuesto, enseñamos que está bien tener preguntas. El élder Renlund hablará un poco más al respecto esta noche. El presidente Nelson explicó: “Si tienen preguntas, y espero que las tengan, busquen respuestas con el ferviente deseo de creer”. Pero, como ha señalado el presidente Jeffrey R. Holland: “A veces actuamos como si una sincera declaración de duda fuese una mayor manifestación de valentía moral que una sincera declaración de fe. ¡No lo es!”. Cuando el padre del niño afligido suplicó al Salvador: “Creo; ayuda mi incredulidad”, partía de una posición de fe. Él aprendió de adolescente… más bien yo aprendí de adolescente, cuando le planteé un dilema de fe a mi padre… pensé que era tan inteligente y que se me había ocurrido algo que a él nunca se le había ocurrido. A los 15 años me creía más listo que mi padre, que siempre ganaba todas las discusiones, y ahora tenía una pregunta para él. En lugar de responder a mi pregunta, simplemente dijo: “Clark, yo también he tenido esa pregunta antes; en mi vida he tenido dos pilas de preguntas: una de cosas que sé y otra de las que parecen difíciles de entender. Con el tiempo descubrí que el montón de las cosas que sí sé sigue creciendo, y el de las cosas que no sé sigue menguando”.
Si avanzan con fe, les prometo que esto es lo que sucederá. Esto no significa que no debemos tratar las preguntas ni las preocupaciones de la gente, sino que los ayudamos a avanzar en la fe. Creo que el élder Larry Corbridge se refería a esto en su devocional de BYU, cuando dijo a los alumnos de este campus que se centraran en las cuestiones principales y dejaran que las secundarias se resolvieran con el tiempo. El presidente Nelson nos recuerda repetidas veces que la edificación de un testimonio también debe incluir el acudir a fuentes llenas de verdad. “[Alimenten su testimonio] con la verdad. No lo mezclen con las filosofías falsas de hombres y mujeres incrédulos para luego preguntarse por qué se está debilitando”. Algunos jóvenes adultos creen que la única manera de tener una fe sólida es recurrir a nuestros críticos y enemigos de la Iglesia porque, de alguna manera, eso hará que el testimonio sea más sólido. En tales circunstancias, deberíamos ayudar a los alumnos a fijarse en la integridad de la intención. Korihor, Nehor y Sherem no estaban tratando de edificar a sus seguidores, sino que simplemente estaban tratando de validar sus propias decisiones equivocadas y defender sus agendas personales. Enseñen a los alumnos que “algunas fuentes incluso podrían tener el propósito de generar desconfianza, temor y duda”. Ayúdenlos a acudir a los profetas vivientes, a las Escrituras y a los líderes de confianza de la Iglesia.
Una de las fuentes de verdad más importantes a las que podemos recurrir es el Espíritu Santo. Enseñen a los alumnos a comprender cómo se sienten cuando el Espíritu Santo está presente y a reconocer su disipación cuando se tergiversa la verdad. Tuve una experiencia formativa sobre este tema en una reciente sesión de preguntas y respuestas en BYU-Hawái con el presidente Henry B. Eyring y el rector Keoni Kauwe. Un alumno nos preguntó dónde necesitarían al Espíritu Santo en sus vidas. Tras citar al presidente Nelson —“En los días futuros, no será posible sobrevivir espiritualmente sin la influencia guiadora, orientadora, consoladora y constante del Espíritu Santo”—, el presidente Eyring me pidió que respondiera a la pregunta del alumno. Era una pregunta que yo había respondido cientos de veces como rector de BYU-Idaho. Respondí que los alumnos necesitarían el Espíritu al tomar decisiones sobre qué estudiar, con quién salir en citas, dónde vivir, qué trabajo aceptar y tantas otras decisiones de la vida que afectan a los jóvenes adultos. A continuación, el presidente Eyring pidió al alumno que volviera a leer la cita del presidente Nelson, pero esta vez deteniéndose en la palabra sobrevivir. El presidente Eyring aclaró que el profeta había utilizado la palabra sobrevivir de manera deliberada. Explicó que los alumnos vivían en una época en la que el adversario era tan eficaz para pervertir la verdad que, si no tenían el Espíritu Santo, serían engañados sobre la más fundamental de las verdades del Evangelio. En su discurso “¡Piensen de manera celestial!”, el presidente Nelson declara: “Los engaños del adversario no tienen fin. Por favor, estén preparados; no escuchen nunca el consejo de quienes no creen. Busquen guía en las voces en las que puedan confiar: en los profetas, videntes y reveladores, y en los susurros del Espíritu Santo”.
Hermanos y hermanas, enseñemos a nuestros alumnos a hacerse cargo de su testimonio. Enseñémosles a trabajar por él, a responsabilizarse de él, a cuidarlo, a nutrirlo para que crezca. Para ello, enseñémosles a ejercer el albedrío, a ser una luz para los demás, a hacer preguntas con fe, a acudir a las fuentes llenas de verdad y a aprender a confiar en el Espíritu Santo. La directiva del documento “El fortalecimiento de la educación religiosa” nos da el mandato de hacerlo con convicción. Su labor está dando resultados. No se crean las narrativas ajenas. Los jóvenes adultos acuden a Instituto como nunca antes, y asisten a las instituciones educativas de la Iglesia como no se ha visto antes. Hay una oleada de fe en toda la Iglesia, incluso en estos tiempos difíciles. Los alumnos están aprendiendo a hacerse cargo de su testimonio y se están acercando cada vez más a Jesucristo. Tengo un testimonio de nuestro Salvador. Sé que el Libro de Mormón es verdadero y testifico que su propósito es dar testimonio de que Jesús es el Cristo. Invitemos a nuestros alumnos a encontrar esas mismas verdades. En el nombre de Jesucristo. Amén.