Un Amor De Niño, Maduro
“El amor que se brinda con sinceridad vuelve a nosotros; y ese tipo de amor trae consigo confianza, apoyo y un nivel de seguridad insuperable.”
EL mensaje que voy a dar hoy se centra en tres conceptos de los que habló el Salvador cuando estuvo aquí en la tierra. Al pedírsele que definiera el primero de todos los mandamientos, contestó:
“… amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30).
Por lo tanto, lo mas importante en nuestra vida debe ser la obediencia a ese mandamiento; todo lo que hagamos debe demostrar nuestro amor por nuestro Padre Celestial.
Jesús indicó varias formas de demostrar el amor que debemos sentir por El y por nuestro Padre Celestial, pero lo redujo a estas sencillas palabras:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).
Además, nuestro Salvador dijo otra frase breve y fácil de entender:
“Que os améis unos a otros” (Juan 13:34).
Todo lo que hagamos y sintamos debe basarse en nuestro amor a Dios, a Jesucristo y en el amor de los unos por los otros. El amor que se brinda con sinceridad vuelve a nosotros; y ese tipo de amor trae consigo confianza, apoyo y un nivel de seguridad insuperable. Por naturaleza, el niño se anida en los brazos de su madre buscando el amor y la protección de quien le dio la vida. Esa clase de amor innato sirve para ilustrar el mandamiento de amarnos los unos a los otros. El amor hacia los demás parece ser muy natural en los niños; y el esperar recibir ese mismo amor de parte de los demás también se presenta como algo innato en ellos.
Pude comprobar en forma especial esa típica tendencia a amar que tienen los niños cuando fui por primera vez a Rumania, cosa que recuerdo muy vívidamente. Mi esposa y yo fuimos a varias instituciones con los misioneros humanitarios de nuestra Iglesia que estaban prestando servicio allí. En un orfanato había una habitación un tanto alargada, cerrada con vidrios, donde estaban jugando unos veinte niños de unos tres años de edad. Pasaban la mayor parte del día entreteniéndose solos, recibiendo, aparentemente, muy poca atención de los adultos. Le pregunte a la supervisora si podía abrir la puerta y sacar fotos, y ella consintió. Al entrar en la habitación, muchos de los niños corrieron hacia mi, lo que me llevó a mis años de juventud, cuando, de la misma forma, veía al ganado y a los caballos correr libremente cuando se abría el portón. Sin embargo, aquellos pequeñitos no corrían para salir de aquel lugar, sino que estaban sedientos de amor. Uno o mas se aferraron a nuestras piernas en busca del afecto que tan desesperadamente necesitaban. Nunca se me borrara de la mente la foto que tome de mi esposa y uno de esos niñitos, abrazándose estrechamente el uno al otro. Aquellos pequeños sólo deseaban ser amados y devolver el amor que hubieran recibido. Parecería que tanto aquellos como otros niños han nacido con ese deseo y capacidad espontáneos.
Pero al crecer, algo se interpone; resulta mas difícil dar y recibir amor sincero en la misma forma en que lo hacen los niños, con toda naturalidad. El Señor no sólo dijo “que os améis unos a otros”, sino que puso un prefacio a esas palabras diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros”. Entonces indicó la clase de amor que debemos cultivar, agregando: “Como yo os he amado, que también os améis unos a otros”(Juan 13:34).
Con frecuencia me he hecho la siguiente pregunta: “)Por que a los adultos se nos debe mandar hacer aquello que en los niños surge en forma tan natural?” Quizás esa sea la razón por la que Cristo dijo que cada uno de nosotros debe esforzarse por llegar a ser como un niño, “porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14).
El reino celestial, al cual todos deseamos llegar, puede comenzar llevando una vida celestial aquí y ahora.
Pienso que es posible que los adultos desarrollemos un amor de niño pero maduro.
El presidente David 0. McKay dijo:
“No conozco ningún otro lugar en donde se pueda encontrar mas felicidad que en el hogar. Es posible hacer del hogar un pedacito de cielo. En verdad, me imagino al cielo como la continuación del hogar ideal. Alguien ha dicho: ‘Un hogar lleno de contentamiento es una de las metas mas elevadas de esta vida’“ (en Conference Report, abril de 1964, pág. 5).
Cómo podemos lograr que el nuestro sea un hogar ideal y se convierta en el preludio del cielo? Pienso que debemos comenzar con la amonestación del Salvador de cumplir con Sus mandamientos y de hacerlo en especial dentro de las paredes de nuestro hogar. El esposo y la esposaClos padresCdan el ejemplo y crean el ambiente de todo lo que suceda en el hogar. Es de esperar que el vínculo comience en un sagrado altar de un templo santo; allí se arrodillan, sabiendo que ambos son dignos de recibir ese sagrado privilegio. Están preparados y tienen el deseo de hacer convenios sacros: de poner en primer lugar a su cónyuge y a la meta de estar juntos en el reino celestial. Debe dejarse de lado el egoísmo, porque están dando comienzo a una asociación en toda su plenitud, a una asociación que debe ser eterna.
En los últimos años me he percatado de muchos casos en los que el hombre, en particular, ha tratado de oprimir y de ejercer injusto dominio simplemente porque se ha convencido de que de ese modo esta cumpliendo con su papel de varón; erróneamente, hay quienes declaran que debe ser así por la sencilla razón de que poseen el sacerdocio. Pero no podrían estar mas lejos de la verdad, porque la sagrada revelación de la sección 12 l de Doctrina y Convenios contradice ese equivocado concepto. Ese pasaje de las Escrituras establece claramente que:
“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;
“por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia,
“reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo; “para que sepa que tu fidelidad es mas fuerte que los lazos de la muerte” (D. y C. 121:41-44).
En oposición a esto, cuando el hombre actúa en forma desconsiderada y dominante, quizás se esté burlando de la frase “reprendiendo en el momento oportuno con severidad”. Es cierto que reprende con severidad, a menudo vociferando, profiriendo palabras y frases groseras y hasta empleando la violencia física y otros maltratos para recalcar su punto de vista, en ese caso, dejando de lado la frase que impone la condición: “Cuando lo induzca el Espíritu Santo”. Ningún acto abusivo podría contar con la aprobación de los cielos y menos aun haber tenido su origen en ellos. Ese tipo de hombre también parece haberse olvidado de que, no hace mucho, estuvo de rodillas en un altar sagrado e hizo convenios con su dulce compañera y con Dios de cumplir con todos los mandamientos de Dios. Ningún hombre, y en particular ninguno que posea el sacerdocio, tiene el derecho de maltratar a ninguna mujer, en especial a su esposa con la que espera compartir el gozo eterno. De ninguna manera se puede justificar el dominio injusto con el concepto equivocado de que se tiene permiso para ejercerlo por ser el esposo y jefe de la familia y, menos todavía, con la excusa de poseer la autoridad del sacerdocio. El pasaje de las Escrituras dice claramente que cuando se hace abuso de la autoridad que proviene de Dios, se pierde la autoridad del sacerdocio (véase D. y C. 121:34-37).
El elder M. Russell Ballard hizo hincapié en esto en la Conferencia General de octubre del año pasado cuando dijo:
“… Cualquier hombre que diga que tiene poderes especiales del cielo con propósitos personales y egoístas y trate de ejercer el sacerdocio de una forma inicua dentro de la Iglesia o en su casa, sencillamente no comprende esa autoridad. El sacerdocio es para prestar servicio, no para exigir servidumbre; es compasión, no coacción; es cuidado, no control. Quienes piensen de otra forma están actuando fuera de los limites de la autoridad del sacerdocio.
“Felizmente, la mayoría de los padres y oficiales del sacerdocio guían con amor, de la misma forma que lo hacen la mayoría de nuestras madres y nuestros lideres de las organizaciones auxiliares. El liderazgo basado en el amor genera un poder increíble; es real y da resultados duraderos en la vida de los hijos de nuestro Padre” (“Fortalezcamos los consejos”, Liahona, enero de 1994, pág. 92).
Pablo enseñó lacónicamente:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella” (Efesios 5:25).
Cuando el amor verdadero prevalece entre marido y mujer, se tiene el deseo de darse a si mismo el uno al otro, tal como Cristo se dio a Si mismo. Diariamente nos entregamos el uno al otro cuando hacemos un esfuerzo constante por hacer feliz a nuestro cónyuge y dejamos de pensar egoístamente en nosotros mismos y en nuestras necesidades personales. Es entonces cuando realmente pensamos no sólo en aquí y en ahora sino en el mas allá.
El Salvador nos ha dicho que si las parejas se casan “por mi palabra, la cual es mi ley, y por el nuevo y sempiterno convenio … les será cumplido en todo cuanto mi siervo haya declarado sobre ellos, por el tiempo y por toda la eternidad; y estará en pleno vigor cuando ya no estén en el mundo; y los ángeles y los dioses que están allí, les dejaran pasar a su exaltación y gloria en todas las cosas, según lo que haya sido sellado sobre su cabeza, y esta gloria será una plenitud y continuación de las simientes por siempre jamas” (D. y C. 132:19).
Esas son las grandes y maravillosas bendiciones de la exaltación, la gloria y la vida eterna; se sellan sobre nosotros sólo en los santos templos del Señor, y, de hecho, están a nuestro alcance. Con esa perspectiva eterna, únicamente pensamientos y hechos de bondad deben prevalecer en nuestro hogar, que es donde nos ayudamos los unos a los otros a lo largo del camino que conduce a la exaltación. Esa perspectiva no sólo nos prepara para la eternidad, sino que hace que nuestra vida presente este colmada de mayor felicidad y contentamiento.
He observado a las Autoridades Generales, quienes entienden los derechos del sacerdocio y lo que se necesita para lograr la salvación eterna quizás con mas claridad que nadie; cómo hablan de su querida esposa y he oído y he visto cómo la tratan; ellos son para nosotros un ejemplo de amor, de respeto y de bondad que haríamos bien en emular.
Los niños siguen el ejemplo de los padres, y si estos santifican el día de reposo, si asisten a la Iglesia, si prestan fiel servicio por medio de sus llamamientos sin criticar a los lideres, si cumplen con la Palabra de Sabiduría, si pagan el diezmo y las ofrendas con buena disposición, si honran los convenios que han hecho en el templo y si cumplen con otros mandamientos y los enseñan a sus hijos, estos tendrán una base invalorable. En el futuro, ellos trataran a su cónyuge tal como vieron a sus padres tratarse el uno al otro. Sí, es posible hacer que nuestro hogar sea un pedacito de cielo aquí en la tierra, tal como lo dijo el presidente McKay. Y estableceremos la base para que los hogares de nuestros hijos sean también así.
Amo mucho a mi esposa Marilyn y estoy agradecido por ella, por los años que hemos estado juntos y por el amor que siempre me ha demostrado de tantas formas. Es una esposa y una madre maravillosa y una fiel sierva del Señor. En mi oración diaria expreso mis sentimientos de gratitud hacia ella y pido ayuda para que yo sea la clase de esposo que debo y deseo ser. Estoy agradecido por mis hijos y por mis nietos, así como por el amor que nos tenemos los unos a los otros.
Testifico que Dios y Jesucristo viven, que si los amamos y cumplimos con Sus mandamientos y nos amamos los unos a los otrosCen especial nuestros cónyuges e hijosC seremos mas felices aquí y tendremos la seguridad de recibir las promesas de la eternidad. Estoy agradecido por las Autoridades Generales, hombres maravillosos que nos guían, y testifico de sus sagrados llamamientos. Me siento agradecido y humilde por la oportunidad y bendición de prestar servicio con ellos. Oro por ellos y por cada uno de ustedes; en el nombre de Jesucristo. Amén.