Tratemos De Ser Como Jesús
“Hemos sentido un amor mas grande por El? Estamos de verdad tratando de ser como Jesús?”
Dulce es la obra. Hace solo unos pocos días, en México, mi esposa y yo oímos por teléfono la voz de uno de nuestros nietecitos que nos cantaba, muy bien entonado y con una voz que en nuestros oídos resonó como la de un ángel: “Yo trato de ser como Cristo”, con tono melodioso, continuó:
Ama a otros cual Cristo te ama.
Se bondadoso y tierno fiel.
Pues esto es lo que Jesús nos enseña.
A ese querido nieto, y a los demás, y a todas las otras personas que estén tratando de ser como Jesús, los felicitamos y les expresamos nuestro mas profundo afecto. Hoy, deseo que nos acerquemos mas a Jesús. Quisiera que le amparamos mas de lo que le amamos. )Les gustaría escucharme hablar acerca de Jesucristo y de Su amor infinito?
Fue Cristo el que en el estado preterrenal se ofreció para ser el Salvador de los hombres, al decir: “Heme aquí; envíame. Y otro contesto, y dijo: Heme aquí; envíame a mi. Y el Señor dijo: Enviaré al primero” (Abraham 3:27). Y desde entonces se proclamó que el Hijo del Hombre vendría a la tierra a expiar los pecados de todos los hombres (véase Mosíah 3).
Al acercarse el día del nacimiento mortal del Salvador, Nefi oyó la voz que le decía: “Alza la cabeza y se de buen animo, pues he aquí… mañana vengo al mundo …” (3 Nefi 1:13).
Y así, al día siguiente, en Belén de Judea, el recién nacido Niño yacía en un pesebre, mientras la madre se regocijaba contemplando a su recién nacido hijo, el Unigénito del Padre en la carne: un Dios en la tierra.
“Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre el” (Lucas 2:40).
En los años que siguieron, “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). A los treinta años de edad, comenzó Su ministerio y a enseñar el gran plan de felicidad: la fe, el arrepentimiento, el bautismo por inmersión, la imposición de manos para recibir el don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin (véase 3 Nefi 21).
Fue obediente al mandamiento y fue bautizado por inmersión en el río Jordán por Juan el Bautista (véase Mateo 3).
Mas adelante, llamó a doce hombres a ser. Sus Apóstoles y los ordenó como tales. Algunos de ellos eran humildes pescadores. El los invitó y les dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Ellos, dejando al instante sus redes, le siguieron, como deben estar dispuestos a hacerlo todos los que son llamados.
La fama de Su gloria y de Su poder se extendieron por todas esas tierras. Al padre que lloraba la muerte de su querida y joven hija, le dijo: “… no esta muerta, sino que duerme” (Lucas 8:52), y, tomándola de la mano, la levanto de entre los muertos.
A un pobre paralítico, le dijo: “¡Levántate, toma tu lecho, y anda!” (Juan 5:8). Y milagrosamente, ¡el hombre fue sanado!
El reprendió a todos los pecadores. Los culpables conspiraron para quitarle la vida. Les recordó a los Doce la terrible vicisitud que le aguardaba; les dijo: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado” (Mateo 26:2).
En aquella ultima noche memorable, en el aposento alto, con mansedumbre y con humildad, el Señor se arrodilló ante cada uno de los Apóstoles y cariñosamente les lave los pies (véase Juan 13:3-17.)
El instituyó la sagrada ordenanza y sacramento de la Santa Cena. Después de bendecir el pan y el vino, dio de estos a Sus discípulos y les mandó comer y beber en memoria de Su cuerpo y de Su sangre, que fue derramada por ellos (véase Mateo 26:26-28).
Después de que Judas, el que le iba a entregar, hubo salido, y era ya de noche, el Salvador dijo a los once que quedaron estas conocidas palabras:
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:3435)
En seguida, Jesús se dirigió al monte de los Olivos, al tranquilo y bello huerto de Getsemaní. Allí se arrodilló y oró, diciendo: “Padre mfo, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tu” (Mateo 26:39). La ley exigía un Cordero perfecto para el sacrificio expiatorio. Sólo El llenaba los requisitos. Su amor por nosotros fue tan grande, tan intenso, que sufrió voluntariamente por nosotros tanto en el cuerpo como en el espíritu hasta que la sangre le brotó por cada poro para pagar el precio del pecado (véase Mosíah 3:7). Es preciso que procuremos comprender, entrever en lo mas profundo de nuestra alma cual fue el rescate que El en realidad pagó por cada uno de nosotros .
Tras haber sido entregado por el beso del traidor y de haber sido condenado a morir a manos de extranjeros por un delito que no había cometido, El se sometió humildemente a feroces azotes y fue clavado en las manos y en los pies a una cruz de madera. Si, el mas grandioso de todos los hijos de Dios quedó solo para morir en la espantosa cruz. Por último, cuando se hubieron cumplido todas las cosas, nuestro Salvador dijo: “Consumado es” (Juan 19:30), y: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). .Jesucristo murió; entregó el espíritu; pusieron su cuerpo en un sepulcro prestado.
Y. entonces, al tercer día. con extraordinario poder, Jesús resucitó, rompiendo así los lazos de la muerte. El espíritu volvió a reclamar el cuerpo. (Su victoria sobre la muerte fue completa!
El Señor se quedó en la tierra cuarenta días, durante los que se presento a los Apóstoles y les habló “acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3). Al fin, en Betania, se separó de ellos y ascendió al cielo (véase Lucas 24:50 51).
Los fieles Apóstoles continuaron con su ministerio con tesón; pero, al morir ellos, se produjo una rápida disminución de la espiritualidad; las ordenanzas sagradas se cambiaron, la autoridad del sacerdocio se perdió y las tinieblas espirituales envolvieron la tierra. El genero humano dejó de conocer a Dios.
Después, en la primavera de 1820, la voz de Dios el Padre atravesó la oscuridad y llego al joven José Smith, hijo, de catorce años de edad, y le dijo: “Este es mi Hijo Amado: (Escúchalo!” (José SmithC Historia 17) . Llegó la luz pura y las tinieblas desaparecieron. Dios había vuelto a hablar al hombre.
Y de nuevo, la plenitud del evangelio, que se encuentra en la Biblia,
en el Libro de Mormón y en otras Escrituras sagradas, esta inundando la tierra. El santo sacerdocio ha sido restaurado al hombre. Las ordenanzas sagradas se confieren a toda alma digna que desee recibirlas. Todo esto tiene por objeto preparar al mundo para la gloriosa Segunda Venida del Salvador, la cual El mismo proclamó (véase D. y C. 29: 11).
Humildemente les testifico que El vendrá otra vez en gloria y entonces se manifestara al genero humano y dirá: “Soy el que fue levantado. Soy Jesús que fue crucificado. Soy el Hijo de Dios” (D. y C. 45:52). Entonces El reinara para siempre jamas, el Rey de reyes y el Señor de Señores.
Durante estos últimos minutos en que nos hemos concentrado en el amor de Cristo, )hemos sentido Su Espíritu arder en nuestro interior? ¿Hemos sentido un amor mas grande por El? ¿Estamos de verdad tratando de ser como Jesús? Si así es, pensemos en los conceptos siguientes, que se relacionan con nuestro amor por El:
Primero: ¿Amamos a Jesucristo lo suficiente para seguir a Sus Profetas y Apóstoles escogidos, y prestar oídos al consejo y a la guía de ellos como si provinieran de labios del Señor? (véase D. y C. 1:38).
Segundo: (Amamos a nuestro Salvador lo suficiente para dejar la comodidad de nuestro hogar, para dejar a nuestra querida familia y aceptar el llamamiento de ir a proclamar Su evangelio a cualquier parte del mundo?
Tercero: (Amamos a Cristo lo suficiente para ser fieles a nuestros cónyuges, desechar todo pensamiento impuro y no traicionar nunca su amor por nosotros?
¿Será demasiado lo que hagamos por el Señor? Sin duda, todos le amamos. Por tanto, imploro que guardemos Sus mandamientos y seamos mas como El es. Vengan a Cristo, coman el pan de vida, beban el agua viva y deléitense en Su amor infinito. El es nuestro Salvador, nuestro Maestro, de quien doy mi humilde testimonio. En el nombre de Jesucristo. Amén.