Formemos Una Red Viviente
“Todas somos literalmente hermanas espirituales. Toda Sociedad de Socorro debe ser un lugar donde se junten hermanos que se aprecien entre si.”
Mis queridas hermanas, iAloha! Al expresar nuestras ideas esta noche en cuanto a lo que podemos hacer para fortificar a toda familia, quiero hablar de la forma en que la Sociedad de Socorro ofrece ayuda entrelazándonos en una fuerte hermandad para lograr esa meta.
Esta es una red, una red de pescador que mi padre, Kanenori Nishimura, hizo en Hawai hace muchos años. La he tenido en mi posesión desde que el murió, hace treinta años, y yo la aprecio ya que me recuerda de el. Para mi, ese momento en que se lanza la red es de belleza suprema. Me encantaba ver a mi padre de pie sobre una roca de la playa, con la red en las manos; luego, con un movimiento fuerte y elegante y con la agilidad de un bailarín, lanzaba hacia arriba y a la distancia la red, que se abría en vuelo como un abanico o un paraguas, para luego caer sobre los peces que saltaban sobre las olas como flechas plateadas. Las pesas que había en el borde de la red hacían que esta se hundiera lentamente hasta el fondo, aprisionando a los peces.
Luego, mi padre se metía en el agua y recogía la red del fondo, juntando los extremos en sus manos, hasta poder levantarla como si fuera una bolsa. Después, subía a la playa, sosteniendo en las manos la red mojada llena de peces que se retorcían, la extendía y rápidamente escogía uno para nuestra cena y para el día siguiente, y muchas veces uno o dos peces para nuestros vecinos; el resto los devolvía al mar.
Quiero comparar nuestra hermandad en la Sociedad de Socorro con esta red. Nuestro Profeta es quien lanza la red, dirigiendo la Sociedad de Socorro en su misión; y hay tres formas en que la Sociedad de Socorro funciona como una red: primero, toda persona es importante, tal como cada una de las cuerdas que forman la red es importante. Segundo, la red necesita buen cuidado. Y tercero, el propósito de la red es pescar en abundancia.
Mi padre elegía los peces que quería y devolvía el resto, pero el evangelio nos enseña que toda persona es un hijo apreciado y de gran valor para sus Padres Celestiales. Todas somos literalmente hermanas espirituales. Toda Sociedad de Socorro debe ser un lugar donde se junten hermanas que se aprecien entre si, sin elegir a algunas y apartar a las otras. Todas merecemos que se nos aprecie.
En el caso de los peces de mi padre, la red los sacaba de su ambiente natural al aire donde morían. Pero el evangelio nos junta en un ambiente donde experimentamos el aprecio, la bondad, el amor, el servicio, la instrucción y el cuidado de unos por otros que nos permite darnos una idea de lo que ha de ser el cielo. En realidad, somos los peces, somos la red y somos los pescadores, simultáneamente .
El segundo punto sobre la red que se aplica a nuestra hermandad es que no apareció por accidente ni espontáneamente. Costó trabajo. Mi padre hizo esta red con sus propias manos; compró el material adecuado en la tienda del pueblo y luego pasó muchas horas por las noches, después del trabajo, y los fines de semana, trabajando pacientemente. Comenzó por este cuadrado aquí, que seria el centro de la red; luego siguió hacia afuera en circulo, anudando con gran paciencia cada cuadrado del tamaño preciso para poder pasar por el un dedo pulgar. En cada esquina hizo un nudo llano para que cada cuadrado de la malla fuera sólido y fuerte; así, si una hebra se enganchaba en una piedra o se rasgaba por ser débil, los cuadrados que rodeaban a ese no se deshacían. Todos los demás se mantenían fuertes y firmes.
Cada vez que mi padre usaba la red, la cuidaba. Cuando llegaba a casa, la enjuagaba en agua dulce para impedir que el agua salada debilitara o carcomiera las fibras; luego la colgaba en la cerca, estirando las arrugas con cuidado para que se secara rápida y uniformemente. Una vez seca, y antes de doblarla y guardarla, la inspeccionaba con detención; si un nudo parecía flojo o si una cuerda estaba gastada, la reparaba de inmediato, antes de que el daño se hiciera peor. Una red como esta duraba muchos años y se mantenía fuerte, porque el siempre la cuidaba.
Esto también pasa cuando nos apreciamos y nos cuidamos unas a otras. De la misma manera que mi padre no siempre podía evitar las piedras al lanzar la red, tampoco nosotras podemos impedir que a veces haya roturas y daño; pero podemos asegurarnos de cuidar y remendar nuestras redes cada vez que las usemos y cuando estén dañadas.
Miren alrededor del salón en que se encuentran reunidas, a las hermanas que están con ustedes. Todas forman parte de una hermandad, investidas con muchas fortalezas y bendiciones. Estas fortalezas incluyen miles de matrimonios felices, testimonios fuertes, compañerismo en el hogar con un poseedor digno del sacerdocio, hijos que estén aprendiendo el evangelio y lo amen, miles de horas de servicio caritativo prestado de buena voluntad y con sensibilidad, testimonios fuertes de los principios del evangelio, estudio regular de las Escrituras, obispos y otros lideres del sacerdocio que se preocupan por los miembros, oportunidades para servir en el barrio y la estaca, y la bendición de escuchar palabras inspiradas de nuestro amado Profeta, el presidente Hinckley, especialmente esta noche. Todas tenemos una visión clara del hogar ideal, uno que se base en el evangelio, y las mujeres de la Iglesia tratan de lograrlo, lo añoran, oran por el y se regocijan por tenerlo.
Pero uno de los propósitos de esta vida terrenal, que forma parte del plan del evangelio, es que experimentemos tanto lo bueno como lo malo, para que aprendamos de esa manera a tomar decisiones sabias. Muchas de estas experiencias son dolorosas. En la mayoría de las congregaciones de hermanas, aun en aquellas personas y hogares que aparentan ser ideales, existen corazones rotos y grandes dificultades que no se ven; algunas de ustedes son victimas del abuso y otros actos de violencia; la muerte o el divorcio pueden ocurrir en cualquier hogar, el sufrimiento surge del potencial desperdiciado, de una fe que falle, de las acciones de un ser querido que haya empleado su albedrío para tomar terribles decisiones que les hayan hecho daño a el y a otras personas. En su familia o en la familia de un allegado, ¿hay alguien que sufra de enfermedades crónicas mentales, físicas o emocionales? ¿alguien adicto a las drogas o el alcohol? ¿Hay inseguridad económica, soledad, tristeza o desaliento? Muchas hermanas están en segundas nupcias, con la triple complicación de reponerse del fracaso del primer matrimonio, de tratar de edificar un segundo matrimonio fuerte y de ser también madres, aunque sea ocasionalmente, para los hijos del primer matrimonio de su esposo.
Toda familia, ya sea con problemas que parezcan eternos o bendecida por circunstancias ideales, es una familia de valor, preciada y querida. El Salvador quiere que tengan éxito. Nuestro Padre Celestial las ama. Nosotras las amamos. Oramos por que tengan fuerza y reciban la ayuda que necesiten y que puedan prestar ayuda a otros.
El tercer punto de comparación es que nuestra relación con los demás, tal como la red de mi padre, tiene como fin brindarles una abundancia de multitud de bendiciones, de copioso amor y de gracia indescriptible. La red que mi padre hizo era para utilizarla en la playa, pero recuerden la hermosa historia que esta en Lucas, de cuando el Salvador le dijo a Pedro: “… Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (Lucas 5:4). ¿Recuerdan lo que pasó? Las redes se llenaron de tantos peces que corrían peligro de romperse, y ellos hicieron señas a otros para que fuesen a ayudarles y ambas barcas casi se hundieron bajo el peso. Las Escrituras no dicen lo que hacia Jesús mientras los maravillados pescadores sacaban un numero mayor de peces de lo que jamas habían sacado en toda su vida, pero me imagino que los observaría sonriente.
Saben, lo mejor de una playa es todo lo que pasa allí. Hay personas tomando el sol o jugando a la pelota o asando carne; hay cangrejos caminando de costado sobre sus pequeñas patas frágiles y hay plantas marinas que arrastra la marea. Las gaviotas vuelan sobre las olas para pescar algún pez que ande cerca de la superficie. En otras palabras, se puede pasar toda la vida en la playa y siempre será hermosa e interesante, porque hay cosas interesantes y bonitas que suceden allí en todo momento.
Pero el Salvador quiere que vayamos a lo mas profundo, “mar adentro”, porque El tiene tesoros para nosotras que simplemente no existen ni pueden existir en la arena, la espuma o la actividad constante de la playa. El Salvador dice:
“Si pides, recibirás revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna” (D. y C. 42:61).
Y la experiencia de Pedro, Santiago y Juan nos dice que necesitamos compañeros que nos ayuden para poder recibir esa abundancia.
En Salmos 42:7 dice: “Un abismo llama a otro …” Ese “abismo” no es solamente un profundo conocimiento del evangelio sino también lo profundo de ustedes mismas. Espero que parte de su personalidad sea como la playa, donde hay juego, sonrisas y sol. Pero también espero que haya una parte dentro de ustedes que quiera dejar ese lugar superficial y arenoso y entrar en lo profundo. A veces, aun cuando no queramos, las fuertes corrientes de la vida terrenal nos llevan a lo profundo, al abismo de penas y sufrimiento y a un examen de conciencia. En ese abismo descubrimos quienes somos verdaderamente y quien es el Salvador.
Hermanas, nosotras, las de la presidencia de la Sociedad de Socorro sabemos de sus cargas. Oramos en todas nuestras reuniones para que sean fortalecidas personalmente, para que puedan proveer fortaleza a su familia, sus amistades, al barrio y a la comunidad. Nos emociona su firme valor y su animo; sufrimos con su dolor y nos sentimos humildes ante su fe; nos alienta su amor. Compartan su valor, su fe y su amor las unas con las otras. Fortalézcanse ustedes mismas y den fuerzas a otras. Creen una red viviente de apoyo fraternal.
Todas tenemos días en que aguantamos bien la carga, pero hay días en que nos resulta tan pesada que parece que nos aplasta. Algunas de ustedes ya saben de la enorme fuerza que se obtiene cuando se comparten las cargas con alguien que las quiera. Algunas están intentando sobrellevarlas solas o luchando con una mas pesada aun: la de no reconocer que la carga existe.
Hermanas, les pido que reconozcan que nadie puede llevar por ustedes sus cargas, excepto el Salvador, pero comprendan también que cada una de nosotras puede aliviar una carga si la comparte. No traten de sobrellevarlas solas y no dejen a otra hermana hacerlo sola. Reconozcan que estamos en esta vida por nuestra libre elección para tener experiencias tanto de gozo como de sufrimiento. Existe una diferencia entre confiar las penas y hacer un problema publico.
Les pido que sean sensibles a los problemas de sus hermanas, que siempre que sea posible ofrezcan una mano para aliviar una carga, que presten un oído atento cuando el hablar de un problema pueda llevar consuelo a un corazón agobiado; y que ustedes mismas busquen una amiga compasiva que sepa entenderlas y fortalecerlas en tiempos difíciles. De esta manera, lanzamos nuestras redes, reforzamos los nudos y mantenemos nuestra hermandad integra y sana.
Hermanas, para concluir, recuerden la red de mi padre y edifiquen una red viviente en sus Sociedades de Socorro. Se necesita valor, fe y amor para hacer frente a todos los problemas que se presentan en nuestras respectivas familias. Las relaciones de padres e hijos están basadas en relaciones mas profundas y antiguas de hermanos eternos, hijos de un Padre Celestial que nos ama y se preocupa por nosotros, y que espera que aumente nuestra fe, que nuestro valor edifique a los demás y que amemos a nuestros semejantes tal como El nos ama a nosotros. En las palabras del apóstol Pablo:
“Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros, y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros,
“para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Tesalonicenses 3:12-13).
Que así sea, lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén.