1990–1999
“Buscad Primeramente El Reino De Dios”
Octubre 1995


“Buscad Primeramente El Reino De Dios”

“Si buscamos primero el Reino de Dios y vivimos como debemos todo lo demás se coloca en la perspectiva apropiada y ocurren hechos maravillosos.

A medida que nos hacemos mas viejos, actuamos con mas lentitud, por lo tanto, les ruego que tengan paciencia y sean tolerantes con nosotros. Le agradezco al Señor Sus bendiciones, el haber podido asistir a esta conferencia y haber escuchado lo que se ha dicho hasta ahora. Este es un período trascendental en la historia de la Iglesia.

Cuando el elder LeGrand Richards iba entrando en años, por lo general los discursos que daba en la conferencia eran improvisados. Como sabrán, tenemos ciertas restricciones de tiempo; por consiguiente, surgió la preocupación de cómo podrían avisarle que se le había acabado el tiempo asignado para su discurso. La solución fue instalar en el púlpito una lucecita que se prendía y se apagaba para hacérselo saber. Durante uno de sus discursos, el dijo: “Aquí hay una lucecita que se prende y se apaga”. Para la próxima conferencia hicieron la luz roja, pero el resolvió el problema poniéndole la mano encima. Así que tal vez hoy yo tenga que valerme de alguna de esas ideas. A nuestra edad, llega el punto en que el apuntador eléctrico ya no da resultado; luego, atribuimos los problemas a los que se encargan de la impresión y parecen no hacer un buen trabajo al imprimir el texto; además, encontramos que la tinta que se usa hoy no es tan buena como la que solíamos utilizar. De todos modos, es un honor y estoy muy agradecido de estar con ustedes.

Estoy seguro de que los que estuvieron presentes esta mañana sintieron lo mismo que yo sentí al escuchar a nuestro Profeta y líder: que el manto del Profeta de Dios descansa debidamente y con autoridad divina sobre Gordon B. Hinckley. Cuando el pronunció sus palabras de consejo esta mañana, con firme dirección e inspiración, y alentándonos a fijar metas mas elevadas, sentí como si estuviéramos escuchando la voz del Señor. En la sección 88 de Doctrina y Convenios, el Señor nos enseña que Su voz es Espíritu (véase el versículo 66).

Estoy agradecido no solamente de estar aquí, sino también por la buena música y la influencia que esta tiene sobre nosotros; por el himno que el coro entonó esta mañana, “Por tus dones loor cantamos” (Himnos, Ng 19). Mientras entonaban esas palabras, pensé en la fortaleza que he recibido, no sólo en esta conferencia, sino a lo largo de mi vida, en la fuerza que recibimos cuando somos miembros fieles y obedientes de la Iglesia. El hecho de vivir como debemos se convierte en nuestra fortaleza de carácter.

Mi abuelo vivió algunos años en Farmington, Utah, pero después se le solicitó que se mudara con su familia a la zona central del sur del estado de Idaho y colonizaran una nueva comunidad, a la cual le pondrían el nombre de Oakley. Cuando se mudaron, mi padre, Hector, era apenas un adolescente. Por esa misma época, mi madre, Clara, era también una jovencita que vivía en la ciudad de Tooele, Utah, cuando a su padre le pidieron que se mudara a Oakley y ayudara a construir el primer molino de harina. Fue así que Héctor y Clara se enamoraron en aquel pueblito de Idaho.

En 1890, cuando les llegó el momento de contraer nupcias, no preguntaron en dónde se casarían ni lo que harían, porque ya lo sabían. Para aquellos que no estén familiarizados con la ubicación geográfica de Oakley, esa parte de Idaho se encuentra a aproximadamente 300 kilómetros de distancia del Templo de Logan. El 15 de mayo de 1890, mis padres hicieron el viaje desde ese pequeño pueblo al Templo de Logan para contraer matrimonio. Muchas veces me he preguntado cómo harían el viaje. Imagínense uno de esos viejos coches de doble asiento, sin soportes laterales, y tirado por un par de caballos. A pesar de las intensas lluvias primaverales, salieron en ese coche para empezar su viaje de cerca de 300 kilómetros.

No se cuantas personas los acompañaron, pero si comparamos ese coche de tiro con un automóvil moderno con ventanas automáticas, calefacción, radio y asientos cómodos, veríamos que existe una gran diferencia. Imagínense a esos jóvenes haciendo los preparativos con algunos de sus familiares para realizar el largo viaje que les llevaría una semana. Se dispusieron a partir, para llevar a cabo la jornada de siete días en aquel coche tirado por caballos, sin bolsas de dormir ni ropa de invierno como las que tenemos actualmente. Tenían, sin embargo, los artículos apropiados para aquella época: mantas y acolchados, y sacos de harina llenos de alimentos.

De modo que cuando cantamos acerca de la fuerza que el Señor nos ha dado, debemos darle las gracias por la fortaleza de nuestras raíces, de quienes somos, de nuestras creencias y de la manera en que vivimos. ¿Se preguntan los jóvenes de hoy si seria un inconveniente viajar unos cuantos kilómetros hasta el Templo de Manti, o el Templo de Saint George, o el Templo de Atlanta, Georgia, o incluso el Templo de Estocolmo, en Suecia, o el de Johanesburgo, en Sudáfrica, o cualquier otro? Imagínense cómo eran las cosas hace apenas unos cuantos años, y el viaje a un templo quizás no les parezca un inconveniente tan grande.

Mi esposa Ruby y yo celebramos recientemente nuestro sexagésimo quinto aniversario de bodas, ya que fue el 4 de septiembre de 1930 que contrajimos matrimonio en el Templo de Salt Lake. Cuando a la mañana siguiente fuimos a despedirnos de su madre, que vivía en la Calle M, en Salt Lake City, ella nos preparó durante esos emotivos momentos una canasta con alimentos para que nos lleváramos, y me dijo: “David, prométeme que cuidaras a Ruby”, a lo que yo conteste: “Le prometo que lo haré”. En ocasiones, le digo a Ruby que algún día voy a encontrar a su madre, y que espero poder decirle con toda sinceridad que he cuidado bien a su hija.

Ruby y yo nos casamos de la manera debida: fuimos sellados en el templo con sus divinos convenios y promesas que promueven la confianza, la fidelidad, la devoción y la dedicación. Hoy, después de sesenta y cinco años maravillosos, reflexionamos sobre el tiempo que hemos pasado juntos y nos damos cuenta de que, con el correr de los años, el matrimonio se hace cada vez mejor.

Cuando Ruby y yo salimos para California en 1930, en nuestro pequeño auto Ford T. cruzamos el estado de Nevada haciendo en partes160 kilómetros por carreteras sin pavimento y llenas de baches; claro que no eran 160 kilómetros por hora sino que por cada cincuenta kilómetros que avanzábamos pasábamos ciento diez subiendo y bajando por caminos ásperos y desiguales. Nunca habíamos estado en California, de modo que cuando por fin llegamos al Lago Tahoe, ese enorme lago nos pareció cálido y bello [el lago se encuentra en la frontera de los estados de Nevada y California]. Yo no sabía que el agua estaba helada a tan sólo tres centímetros de la superficie. Encontramos un modesto hotel, nos fuimos al cuarto y decidimos ponernos inmediatamente los trajes de baño e ir al lago. Yo quería demostrarle a mi esposa que se había casado con un “verdadero” hombre. Caminamos por el muelle hacia el lago, el cual me pareció sumamente hermoso; la tarde había empezado a caer. Con el fin de demostrarle a Ruby la suerte que había tenido al encontrar un marido tan excepcional, me zambullí de cabeza. Al descender en aquella agua casi congelada, tuve la seguridad de que me iba a morir y rogué con todas mis fuerzas poder salir.

El resto del camino hasta Berkeley, California, fue bastante divertido. Una vez en la ciudad, encontramos un apartamento amueblado por cuarenta y cinco dó1ares al mes. Al segundo día. cuando llegue a casa, me di cuenta de que la llave no abría la puerta. Por fin me fui a hablar con la administradora del edificio y le dije: “No se por que, pero mi llave no abre la puerta”, a lo que ella me respondió: “Naturalmente; lo que sucede es que su esposa se mudó”. “¿Que se mudó?”, le pregunte confundido. “Sí”, me explicó, “teníamos otro apartamento que se alquilaba por cinco dó1ares menos”.

Un día. Ruby y yo calculamos que nos habíamos mudado veintisiete veces a diversas partes de los Estados Unidos. En tres diferentes ocasiones nos mudamos a California; dos veces a Illinois, y así anduvimos, de aquí para allá. Pero a pesar de todo, contemplamos el pasado con gran gozo. Hoy, con nuestros tres hijos y alrededor de cincuenta y tantos nietos y bisnietos, afirmamos: “¡Cuan maravillosa ha sido la vida que hemos disfrutado juntos!”

Si buscamos primero el Reino de Dios y vivimos como debemos, todo lo demás se coloca en la perspectiva apropiada y ocurren hechos maravillosos. De manera que, al contemplar a nuestra familia, nos complace que todos nuestros nietos y algunas nietas hayan cumplido misiones regulares. Todos comprenden el significado de la canción “Soy un hijo de Dios” (Himnos, Ng 196), y les gusta cantarla, así como otros maravillosos himnos de Sión. Nos sentimos orgullosos de todos ellos. Un miembro de nuestra familia tiene una pequeña acuarela, la cual no es obra de un pintor famoso, sino de unos niños de Armenia que la obsequiaron en señal de agradecimiento después de haber recibido un regalo de vida cuando algunos de nuestros familiares, entre ellos unos nietos, llevaron alimentos a traves de las fronteras de Armenia.

La vida es buena, plena y maravillosa; según la forma en que vivamos, todo en la vida se coloca en su perspectiva apropiada.

Hace unas semanas, Ruby y yo fuimos un par de días a Oakley, Idaho, con el fin de continuar restaurando nuestra vieja casa. Un día recibí una llamada telefónica de Lenore Romney, la esposa de George Romney, que vive en Detroit, estado de Michigan; me comunicó que George había fallecido esa mañana y deseaba saber si yo podría hacer los arreglos necesarios para asistir al funeral. Le dije que era para mi un honor, pero que tendría que hacer los arreglos con mis superiores de la Iglesia.

Después de nuestra conversación, salí de la vieja casa y me fui andando por la calle, cruce el canal y me dirigí al lugar donde habían vivido los Romney. El padre de George se llamaba Gaskell Romney. Mi padre era el obispo en aquel entonces. Contemple los alrededores; la casa ya no estaba ahi. Luego, comencé a caminar por la orilla del canal de irrigación y me detuve en el lugar donde mi padre me bautizó; mire también el lugar donde George y yo solíamos ir a nadar.

En aquellos días, los trajes de baño consistían en un par de pantalones viejos de mezclilla, con pechera, muy diferentes de los trajes modernos, a los que les cortábamos las piernas y les quitábamos los bolsillos para que no se llenaran de agua y nos hicieran hundir; eso era lo que utilizábamos como trajes de baño. Nos sentábamos en la ribera del canal donde hubiera un poco de sol, y tiritabamos de frío. Pero la natación era nuestra diversión principal. George y yo éramos mas o menos de la misma edad; era mi amigo, mi compañero.

Al caminar por la orilla del canal, pensando en George, acudió a mi mente un poema de Rosemary y Stephen Vincent Benet, que habían escrito sobre la madre de Abraham Lincoln, Nancy Hanks. Abraham Lincoln tenía sólo siete años cuando su madre murió, y ambos se querían mucho. En ese tierno poema, los Benet expresaron la posibilidad de que si Nancy Hanks volviera a la vida, tal vez preguntaría: ¿Que le pasó a mi niño Abe? ¿Pudo ir al pueblo? ¿Aprendió a leer? ¿Llegó a ser alguien? (Véase “Nancy Hanks”, en Edwin Markham, compilación, The Book of American Poetry, Nueva York: Wm. H. Wise & Co., 1936, pág. 791.)

La madre de George falleció cuando el era apenas un adolescente, y no supo lo que su hijo llegó a ser. En el funeral, tuve el privilegio de estar ahi con el gobernador del estado de Michigan, un estado que tiene una población de nueve millones de habitantes, donde George fue elegido gobernador en tres elecciones. El gobernador comentó que George Romney era un gran hombre, que nunca permitió que el servicio que prestaba a los hombres le hiciera descuidar el servicio que prestaba a Dios. El diario The Detroit News comentó que George Romney utilizaba su religión como una brújula para dirigir su vida publica.

Les dejo mi amor y mi testimonio de que esta obra es verdadera. Ustedes, jovencitos, que están por salir al mundo a ganarse la vida, tengan presente que otras personas, que también han utilizado el evangelio como una brújula para guía, han salido adelante muy bien. El evangelio es verdadero. Tenemos un Profeta actualmente en la tierra. Que vivan el evangelio en su plenitud, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amen.