Las Leyes Eternas De La Felicidad
“Cuando cumplimos los Diez Mandamientos, le expresamos a Dios nuestro amor y, mediante la aplicación adecuada de esos principios eternos, demostramos amor al prójimo.”
Presidente Hinckley, pienso que puedo hablar por todos los miembros de la Iglesia de todas partes del mundo, al decir que nos encontramos profundamente conmovidos por su exhortación profética de sacar adelante la obra de Dios con mas energía; y prometemos obedecer y dedicar nuestra vida a cumplir con ese propósito.
En 1978, cuando estudiaba en la Universidad Brigham Young, el hermano Dennis Rasmussen solicito su admisión para estudiar en el Seminario Teológico Judío de los Estados Unidos, donde se le aceptó. Al mencionar su nombre y su universidad en la sesión inaugural, el rabino Muffs le pregunto entusiasmado: “¿Es usted el mormón? ¿Paga gozoso el diezmo?” El hermano Rasmussen respondió que si. “Yo creo”, le dijo el rabino, “que el gozo es la esencia misma de la religión. No hay nada mas fundamental que el gozo para la religión … en el momento, estoy escribiendo un libro sobre ese tema”.
El hermano Rasmussen entonces comento: “Cierto pasaje del Libro de Mormón dice que Adán cayo para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo (1 Nefi 2:25; comparar con Moisés 5:10, 6:48)”.
El rabino Muffs demostró estar profundamente emocionado y exclamo: “Ese es un pasaje que he estado buscando toda mi vida y ahora vengo a encontrarlo … ¡en el Libro de Mormón!” Luego, le pidió: “Repítamelo, pero lentamente”.
A medida que le repetía las (para nosotros) tan conocidas palabras, los ojos del rabino reflejaban su aprecio por esa gran verdad que el comprendía muy bien, pero que nunca había escuchado enunciada con tanta sencillez (véase de Dennis F. Rasmussen, “An Elder Among the Rabbis”, Brigham Young University Studies, tomo 21, 1981, págs. 344-345).
¡Cuan importante es conocer el propósito de nuestra existencia! El hombre existe para que tenga gozo, y ese gozo lo recibimos cuando cumplimos con los mandamientos de Dios (véase Jacob 5:75; Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 270).
En febrero ultimo, presencie una manifestación de este gozo en Santiago, Chile, al acompañar a varios misioneros que fueron a visitar a algunos de sus conversos. En casa de los Basuare, los gemelos Nicolás e Ignacio, de ocho años, nos recibieron a la puerta, ambos vestidos con camisa blanca y corbata, como los misioneros. Su padre se había bautizado tres semanas antes, y una semana después el mismo bautizo a la esposa y a los hijos. Comenzamos a hablar de su conversión y ellos expresaron el amor que sentían hacia los misioneros y el gozo que experimentaban al vivir el evangelio y cumplir con los mandamientos. Con sincero orgullo, nos mostraron la fotografía del Templo de Santiago que tenían en la sala, como símbolo de la meta que tienen de llegar a ser una familia eterna, un año después de su bautismo.
Le pregunte a Nicolás si le gustaría ser misionero cuando tuviera la edad para ello. Me contestó que si y nos dimos la mano como promesa de que se preparara para esa fecha. Entonces le hice a Ignacio la misma pregunta; el vaciló un momento y me respondió: “No se si puedo hacerle esa promesa. Sólo tengo ocho años”. Yo insistí, diciéndole: “Nicolás me lo ha prometido. ¿No quieres hacer tú lo mismo?” Todavía vacilante, me contesto: “No se si voy a estar listo”.
Al darme cuenta de que me había excedido un poco, le sugerí: “Quizás deberías hablar de eso con tu papa”. El niño se acercó entonces a su padre, quien, tomándolo en brazos, le dijo: “Ignacio, Jesús fue un misionero. Anduvo por las calles como el elder Sheets y su compañero, e hizo feliz a la gente al enseñarle a cumplir con los mandamientos. ¿No te gustaría ser como Jesús?” “Si, papi, me gustaría”. “No crees entonces que si trabajamos juntos podrías prepararte para ser misionero cuando cumplas los diecinueve años?”, “Sí, creo que sí”. Siendo así, ¿no te gustaría prometerle al elder Mickelsen que lo harás?”
Ignacio se acerco a mi y nos dimos la mano para confirmar su promesa, y yo quede realmente maravillado de que aquel joven padre, convertido hacia sólo tres semanas, tuviera esa sensibilidad para ayudar a su familia a seguir al Salvador y emular el ejemplo de los misioneros para enseñar a su hijo. No hay duda de que su objetivo de llegar a ser una familia eterna se convertirá en realidad con la guía de ese padre fiel.
Esa felicidad familiar ha sido desde el principio de la Creación el núcleo del plan de nuestro Padre Celestial. Una vez desterrados del Jardín de Edén, Adán y Eva comenzaron a multiplicarse y henchir la tierra. A medida que la familia iba en aumento, ellos procuraron la ayuda del Señor, quien les dio mandamientos y les encomendó que se los enseñaran a sus hijos (véase Moisés 5:1-5; 6:57-62; D. y C. 20:19).
Esas son las leyes eternas que Dios reitero a Moisés en el monte Sinaí, que el Salvador resumió en los dos grandes mandamientos (véase Mateo 22:36-40; Marcos 12:33), y que se le repitieron a José Smith en una revelación conocida como “la ley de la Iglesia” (véase el encabezamiento de D. y C. 42).
También nosotros debemos enseñar esos mandamientos a nuestros hijos. Nuestra felicidad en esta vida y nuestro gozo en el futuro como familias eternas dependen de cuan eficazmente los cumplamos. Yo creo que podemos enseñar los Diez Mandamientos a nuestros hijos de una manera positiva que refleje la ley mas alta que el Salvador nos ha dado.
1. “No tendrás dioses ajenos delante de mi” (Exodo 20:3).
Enseñen a sus hijos que Dios vive, que realmente existe y que es el Padre literal de nuestro espíritu; que fuimos creados a imagen Suya y tenemos todos Sus atributos en “estado rudimentario” (véase de James E. Talmage, Artículos de Fe, pág.536).
El Señor nos ama y quiere que seamos como El y que nos comuniquemos con El. Enséñenles a orar.
2. “No te harás imagen, ni … te inclinaras a ellas …” (Exodo 20:4-5; véase también Mateo 19:16-22; 2 Nefi 27:25; Hechos 17:29; D. y C. 93: 19).
Nuestro Padre Celestial debe estar siempre primero. No hay nada en este mundo que pueda tomar Su lugar. Enseñen a sus hijos a reconocer Su mano en todas las cosas, y a respetarlo y honrarlo (véase D. y C. 59:21; Alma 31:5).
Demuéstrenles cómo deben adorar a Dios mediante el abnegado servicio al prójimo. Veneren al Señor por medio de la oración familiar y la noche de hogar. Dejamos de adorar a Dios cuando damos prioridad a los deportes, los estudios, los pasatiempos, las riquezas, las vanidades o cualquier otra cosa de este mundo.
3. “No tomaras el nombre de Jehová tu Dios en vano …” (Exodo 20:7) .
Preparen a sus hijos para que tomen sobre si el nombre de Cristo mediante el convenio del bautismo. Cuando hacemos ese convenio, pasamos a ser Sus hijos y prometemos cumplir Sus mandamientos (véase Alma 19:35; Moisés 5:7; Moisés 5:1-9; D. y C. 20:37; Moroni 6: 1-8) .
Cuando quebrantamos nuestras promesas y los convenios que hemos hecho con El y no nos arrepentimos, estamos tomando Su nombre en vano (véase Proverbios 30:9; D. y C. 136:21).
4. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Exodo 20:8 11; véase también D. y C. 59:9-14).
Enseñen a sus hijos a dedicar todas las semanas una séptima parte de su tiempo para aprender acerca del Señor, apartarse de sus preocupaciones cotidianas y recordarle. Cuando dedicamos ese tiempo al Señor, ello nos ayuda a concentrar nuestro corazón y nuestra mente en el verdadero propósito de nuestra existencia y nos aleja de las cosas del mundo. Ese es un día para llegar a ser como El, para adorarle y para ayudar a los demás como El lo hizo. No es necesario que tengamos reglas para el día del Señor cuando comprendemos su propósito y lo cumplimos.
5. “Honra a tu padre y a tu madre …” (Exodo 20:12) .
Enseñen a sus hijos la obediencia, encaminándolos hacia donde deben ir (véase Proverbios 22:6; Discourses of Brigham Young, selección por John A. Widtsoe, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1978, pág. 207; Hebreos 12:9).
Nuestros hijos aprenden a obedecer a su Padre Celestial al honrar, respetar y obedecer a sus padres terrenales. Enséñenles las normas de la familia y establezcan para ellos medidas de rectitud. El Señor prometió a los hijos de Israel que sus días se alargarían en la tierra que habría de darles. Esa misma promesa es valida en la actualidad. Para ellos fue la tierra de Canaán; para nosotros es la vida eterna con nuestra familia (véase D. y C. 132: 19) .
6. “No mataras” (Exodo 20:13; D. y C. 42:18; Mateo 19:8).
Nosotros hemos sido creados a imagen de Dios (véase Génesis 1:27; Moisés 1:13; Mosíah 7:27; Eter 3: 16-17) .
Gracias a la unión de la carne y del espíritu podemos recibir una plenitud de gozo (véase D. y C. 93:33).
Enseñen a sus hijos a respetar la santidad de la vida humana, a reverenciarla y apreciarla. La vida humana es un valioso peldaño hacia la vida eterna y debemos protegerla celosamente desde el preciso momento de su concepción (véase del elder James E. Faust, Brigham Young University devotional address, 15 de noviembre de 1994).
7. “No cometerás adulterio” (Exodo 20:14; D. y C. 42:24).
Enseñen a sus hijos que nuestro cuerpo es un templo de Dios en el cual puede morar Su Espíritu (véase 1 Corintios 6: 19) .
Enséñenles el concepto sagrado de la familia, la belleza del matrimonio y la divina naturaleza de la procreación que nuestro Padre Celestial nos ha conferido. En la creación de una vida somos copartícipes con El; y ese poder debemos respetarlo, protegerlo y utilizarlo únicamente dentro de los lazos sagrados del matrimonio (véase D. y C. 49:15-17).
Es un poder celestial que nos será quitado si abusamos de el.
8. “No hurtaras” (Exodo 20:15; véase también Mateo 19:18; D. y C. 42:20; D. y C. 119; Malaquías 3:8-11).
Enseñen a sus hijos que deben ser honrados y respetar lo que pertenece a otros, especialmente lo que pertenece a nuestro Padre Celestial. Enséñenles mediante el ejemplo a pagar un diezmo integro y a contribuir con ofrendas generosas. Al poner un sello de honradez en sus acciones, se llenaran del Espíritu y el poder de Dios (Véase Discourses of Brigham Young, pág. 43).
Enséñenles en cuanto al gozo que se recibe cuando damos y compartimos lo que tenemos (véase Mateo 5:42; Hechos 20:35).
9. “No hablaras contra tu prójimo falso testimonio” (Exodo 20:16; Mateo 19:18).
Enseñen a sus hijos a decir siempre la verdad; a decir las cosas como realmente son, a edificar y encontrar lo bueno en otros, a ser positivos y elogiosos. La verdad es mas valiosa que cualquier otra posesión terrenal. La verdad es la esencia misma de nuestra existencia (véase Himnos, N” 177; D. y C. 93:24; Juan 8:32). Cuando decimos la verdad, nuestra confianza se fortalece ante Dios y en presencia de nuestros semejantes (véase D. y C. 121 :45) .
10. “No codiciarás …” (Exodo 20: 17; D. y C. I9:25) .
Debemos amar a nuestros hijos y enseñarles que son hijos de un Padre Celestial que los ama. Al sentir nuestro amor, sentirán también el amor de Dios y la gratitud por su buen nombre y por el nombre de Cristo que han adoptado. Si perciben nuestro amor y el de nuestro Padre Celestial, no sentirán deseo alguno por las posesiones de los demás. Ayúdenles a valorar su progreso personal y a no compararse con los demás. Enséñenles a amar al prójimo y a regocijarse por lo que otros hayan logrado.
Cuando cumplimos los Diez Mandamientos, le expresamos a Dios nuestro amor y, mediante la aplicación adecuada de esos principios eternos, demostramos amor al prójimo. Si cumplimos con esas leyes eternas de la felicidad, estas nos llevaran de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial (véase 2 Nefi 9: 18-24).
Ruego que podamos enseñar a nuestra familia esos conceptos mediante el ejemplo y el precepto. Que podamos sentir el mismo gozo que la familia Basuare experimentó al conocer la verdad del evangelio y al enseñar los mandamientos a sus hijos.
Al tener una percepción positiva de los mandamientos, nuestros hijos tendrán un mayor deseo de cumplirlos y una mejor comprensión del poder de la Expiación para el arrepentimiento cuando cometan errores. Al entender el sacrificio que el Señor hizo por nosotros, se arrepentirán y seguirán adelante con un fulgor perfecto de esperanza, sabiendo que Cristo pagará sus pecados si perseveran en El (véase 2 Nefi 31 :20) .
Que podamos enseñar y aplicar los mandamientos para que, junto con nuestra familia, podamos cumplir con la medida de nuestra creación (véase D. y C. 88:19; de John Taylor, The Government of God, Liverpool: S. W. Richards, 1852, págs. 32-46) y obtener el gozo que nuestro Padre Celestial desea para nosotros. En el nombre de Jesucristo. Amén.