Permanezcan firmes frente a las asechanzas del mundo
“Que el Señor las fortalezca para que puedan hacer frente a los problemas de nuestros días: que Él les dé una sabiduría… constantemente enfrentan”.
Mis queridas hermanas, me siento muy privilegiado por la invitación de participar en esta reunión. Mi amada compañera, Marjorie, sabría dirigirles la palabra mejor que yo. Le rindo honor por ser ella quien es miembro de la Sociedad de Socorro en nuestra familia y gracias a ella y a sus actividades, mi aprecio por esta gran organización ha aumentado. Esta ha sido una reunión maravillosa. Recomiendo a todas ustedes que pongan en práctica… estas hermanas líderes tan capaces. Tenemos total confianza en ellas.
Qué congregación tan extraordinaria de mujeres son ustedes. Hay tres millones y medio de hermanas como ustedes, que viven en muchas tierras y hablan una diversidad de idiomas, pero comprenden con unidad de corazón; cada una es una hija de Dios. Reflexionen en todo el maravilloso significado de esta verdad suprema.
Él, nuestro Padre Eterno, las ha bendecido con poderes milagrosos tanto mentales como físicos. Su intención fue siempre que ustedes fueran la corona gloriosa de Sus creaciones.
Les hago recordar las palabras que el profeta José Smith declaro a las mujeres de la Sociedad de Socorro en abril de 1842: “Si ustedes son dignas del privilegio que se les ha dado, no se les podrá impedir a los ángeles que sean sus compañeros” (Libro de actas de la Sociedad de Socorro, 28 de abril de 1842, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días). ¡Qué maravilloso potencial se encuentra en ustedes!
Esta noche contemplo a las hermosas jóvenes, que sueñan con una vida llena de logros y felicidad; contemplo a las madres, cuyo corazón abriga inquietudes en cuanto a su hogar y sus hijos; contemplo a las madres que están solas para criar a sus hijos, que tienen cargas muy pesadas, y que, en su soledad, suplican y oran pidiendo fortaleza y compañerismo; contemplo a las abuelas y bisabuelas, que tienen muchos años de experiencia, que han capeado las tempestades de la vida y han tenido múltiples experiencias profundas con el correr de los años, algunas amargas y otras dulces. Me siento agradecido por la presencia de cada una de ustedes. Les agradezco su fortaleza y fidelidad, su fe y amor, y la resolución que han tomado en su corazón de andar con fe, guardar los mandamientos, y hacer lo que es correcto en todo momento y en toda circunstancia.
Yo creo que esta es la mejor época para las mujeres en toda la historia del mundo. En cuanto a las oportunidades para recibir una educación, a la capacitación de sus manos y mentes, nunca ha habido otra época en la que las puertas de la oportunidad hayan estado tan abiertas para ustedes como lo están ahora.
Pero tampoco hemos tenido otra época, por lo menos de las últimas, en la que hayan tenido que enfrentar problemas tan complicados. No necesito hacerles recordar que vivimos en un mundo de confusión, uno en el que los valores éticos están cambiando. Hay voces tentadoras que llaman en esta o aquella dirección y hacen que se traicionen las normas de comportamiento comprobadas por el paso del tiempo.
Las bases morales de nuestra sociedad se han debilitado considerablemente. Gran parte de la juventud del mundo, e igualmente muchos de los adultos, escuchan tan sólo las voces que invitan a la gratificación de los deseos personales. Ustedes, las jóvenes solteras, enfrentan tremendos problemas y bien sabemos que no es nada fácil. No tengo palabras con que expresarles mi agradecimiento en la forma que se lo merecen por su determinación de vivir de acuerdo con las normas de la Iglesia, de andar con la fortaleza de la virtud, de mantener la mente por encima de la inmundicia moral que parece moverse como una inundación por el mundo. Gracias por reconocer que hay una mejor opción. Gracias por la voluntad que tienen para decir no. Gracias por la fortaleza para apartarse de la tentación y mirar mas allá, hacia la resplandeciente luz de su potencial eterno.
Cuán amargos son los frutos de apartarse de las normas de la virtud. Las estadísticas son aterradoras. Más de una cuarta parte de todos los niños nacidos en los Estados Unidos nacen fuera de los lazos matrimoniales, y la situación se hace más seria día tras día. De las adolescentes que tienen hijos, un 46 por ciento buscara la ayuda económica del gobierno en los próximos cuatro años; de las adolescentes que tienen hijos y no son casadas, un 73 por ciento recurrirá al amparo del gobierno en cuatro años (véase Starting Points- Meeting the Needs of Our Youngest Children, Nueva York: Carnegie Corporation, 1994, págs. 4, 21).
Yo creo que todo niño debería tener la bendición de nacer en un hogar donde sea bienvenido, amado y bendecido con padres, un padre y una madre que sean fieles el uno al otro y a sus hijos. Estoy seguro de que ninguna de ustedes jóvenes querrán nada menos que eso. Permanezcan firmes frente a las asechanzas del mundo. Los creadores de nuestros medios de entretenimiento, los proveedores de gran parte de nuestra literatura, quieren que ustedes crean lo contrario. La sabiduría acumulada durante siglos declara con certeza y claridad que la felicidad más grande, la seguridad más grande, el mayor estado de paz mental, los más profundos depósitos de amor, los experimentan sólo los que siguen las normas de virtud, probadas por el tiempo, antes del matrimonio, y de fidelidad total dentro del matrimonio. Es nuestra oración que, al recorrer ustedes los senderos de la vida, caminen por sendas de rectitud y tengan la fortaleza de vivir de acuerdo con las normas sagradas, aunque esos senderos sean estrechos.
Hay quienes quieren que creamos en la validez de lo que llaman matrimonio del mismo sexo. Deseamos expresar nuestro amor por los que luchan con sentimientos de afinidad hacia los de su mismo sexo. Oramos al Señor por ustedes; nos compadecemos de sus padecimientos, los consideramos nuestros hermanos y hermanas. Sin embargo, no podemos aceptar prácticas inmorales de su parte de la misma forma en que no podemos aceptarlas de ninguna otra persona.
A ustedes, las esposas y madres, que trabajan para mantener un hogar estable donde reine un ambiente de amor, respeto y aprecio, les digo: Que el Señor les bendiga. Sean cuales sean sus circunstancias, caminen con fe. Críen a sus hijos en la luz y la verdad; enséñenles a orar mientras son niños; léanles las Escrituras aun cuando no puedan comprender todo lo que les lean; enséñenles a pagar el diezmo y las ofrendas del dinero que ganen desde la primera vez que lo reciban. Hagan que esta práctica llegue a ser un hábito para ellos. Enseñen a sus hijos a honrar a la mujer; enseñen a sus hijas a ser virtuosas. Acepten responsabilidades en la Iglesia y confíen en que el Señor las hará capaces de desempeñar cualquier llamamiento que reciban. Su ejemplo será un modelo para sus hijos. Extiendan una mano de amor a los que padezcan aflicción y necesidad.
Animen a sus hijos a dedicarse más a la lectura y a mirar menos televisión. Un estudio hecho por la Asociación Psicológica Americana indica que el niño típico de los Estados Unidos, que mira 27 horas de televisión por semana, habrá visto 8.000 asesinatos y 100.000 actos de violencia en el período que va de los tres hasta los doce años de edad (U.S. News B World Report, 11 de sept. de 1995, pág. 66).
Busquen establecer un ambiente que conduzca al estudio en el hogar. Un editorial en el periódico norteamericano Wall Street Joumal informa en cuanto a la superioridad escolástica de los estudiantes de origen asiático en la Universidad de California, en Berkeley. Hablando de los logros extraordinarios de esa gente, dice:
“El factor mas importante en el progreso de esta nueva élite estadounidense es la intensa y devota relación familiar que caracteriza al hogar asiático … Esto encierra el respeto por los mayores y altas normas de conducta para los niños, incluso el trabajo esmerado en la escuela y otras responsabilidades durante su tiempo libre, en el que en muchos casos se incluyen asignaciones en el negocio de un pariente”(“The Asians in Berkeley”, 30 de mayo de 1995, pág. A14) .
Es en la casa donde se forma el fundamento para nuevas generaciones. Yo espero que las madres se den cuenta de que al final no hay responsabilidad que sea mas apremiante ni que tenga recompensas mas grandes que el cuidado que den a sus hijos en un ambiente de seguridad, paz, compañerismo y amor; una atmósfera que los motive a progresar y alcanzar buenos logros.
A ustedes, las madres que están solas, sea cual fuere la causa de su situación presente, tengan la seguridad de que las tenemos en el corazón. Sabemos que muchas viven en soledad, con inseguridad, preocupación y temor En la mayoría de los casos, casi nunca tienen bastante dinero; sienten constante inquietud por sus hijos y por el futuro de ellos. Muchas se encuentran en circunstancias en las que tienen que trabajar y dejar a sus niños solos, sin alguien que los cuide. Pero si les dan mucho afecto mientras son pequeñitos, si les hacen muchas demostraciones de amor, si oran juntos, entonces hay más probabilidad de que sus hijos tengan paz en el corazón y un carácter integro. Enséñenles los caminos del Señor. Isaías declaró: “Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicara la paz de tus hijos” (Isaías 54:13).
Cuanto más eduquen a sus hijos en los senderos del Evangelio de Jesucristo, con amor y altas metas, tanta más seguridad hay de que tendrán paz en la vida.
Sean un ejemplo para sus hijos.
Eso los beneficiará más que todas las enseñanzas que les impartan. No los echen a perder dándoles todo lo que quieran. Ayúdenles a crecer teniendo respeto por el trabajo y comprendiendo la importancia que tiene; deben hacer que ayuden en los quehaceres de la casa y aprendan a ganarse su propio dinero. Permitan a sus hijos ahorrar para la misión, y anímenles a prepararse no sólo en lo económico sino también en el aspecto espiritual, con el deseo de ir a servir al Señor sin egoísmo alguno. No titubeo al prometerles que si hacen esto, tendrán razón para contar sus muchas bendiciones.
El lunes pasado recibí una carta de la cual voy a leerles parte; es de una mujer que escribió:
“Hace veinte años el pasado junio, yo estaba esperando un bebé y tenía otros cinco hijos, todos menores de nueve años. Mi esposo decidió abandonar a la familia y seguir otro camino. Ojalá pudiera decir que fui una gran pionera, pero por el contrario, era una ingenua madre joven, asustada e insegura, que no sabía qué hacer y cometía a diario errores tontos. Sin embargo, busqué el consejo de los líderes y obedecí, aun cuando sabía que sus consejos harían que mi vida fuera más complicada. Decidí no dudar y di por sentado que si algún consejo me causaba dolor pasajero, debería ser algo que yo necesitaba experimentar.
“Recuerdo que leí las palabras del presidente Kimball en el mensaje mensual de la revista Ensign. El prometía que si leíamos las Escrituras diariamente, todos los problemas que enfrentáramos durante el día tendrían respuesta en esas santas páginas. Yo pensé: ‘Muy bien, presidente Kimball, pondré a prueba sus consejos. Tengo muchos problemas y no hay duda de que necesito repuestas. Reuní a mis hijos y estudiamos diariamente, oramos y ayunamos, por mi esposo y por nosotros, tuvimos nuestras noches de hogar y asistimos a todas las reuniones. Perdonamos a mi esposo y literalmente me entregué a mi Padre Celestial. Le dije que si no podía tener a mi esposo por la eternidad como había pensado al principio, me sentiría conforme si Él cambiaba el amor de esposa que sentía por él, por un amor puro de Cristo, porque para mí era preferible morir que continuar un minuto más odiándolo o sintiendo resentimiento por el padre de mis hijos. No quería enseñarles a ellos enojo, odio ni amargura. Sabía que mi esposo era un buen hombre, lleno de gran potencial y talento; había cometido un grave error y yo sabía que el cosecharía lo que había sembrado; y así ha sido. Pero mi responsabilidad en ese tiempo era cuidar a mis seis hijos, incluido el que esperaba, y enseñarles de tal manera que no interpretaran mal el Evangelio de Jesucristo. Sentía que podía soportar la pérdida de mi esposo, pero no podría soportar si perdía uno de los preciosos hijos de Dios que El me había encomendado.
“Con humildad, me siento conmovida al informarle que el Señor ha escuchado y contestado mis oraciones. El más joven de mis cuatro hijos (de mi primer matrimonio) está actualmente sirviendo en una misión … Él siguió el ejemplo de sus otros tres hermanos y de una hermana que decidieron dar a conocer sus testimonios literalmente por el mundo entero … Mi hija mayor se casó con un ex misionero en el templo … Los tres varones mayores han sido presidentes del quórum de elderes y lideres misionales; mis otras dos hijas han formado parte de la presidencia de la Primaria y la presidencia de la Sociedad de Socorro. Cuatro de estos maravillosos hijos han encontrado compañeros eternos y se han casado en el templo. Todos han seguido el sendero recto y han disfrutado algo del gozo que se recibe al servir al prójimo.
“Presidente Hinckley”, continúa, “esto es un milagro, no tengo ninguna duda. El Señor ha protegido y cuidado a mis hijos. Él ha respondido a sus oraciones …
“El Señor consideró a bien darme un segundo esposo y fuimos sellados en el templo. Hemos sido una
familia. ¿Ha sido todo fácil? No. Hubo un millón de problemas para superar. Pero con las Escrituras como nuestra guía y barra de hierro, la oración como fundamento y la obediencia como nuestro sendero determinado, mis hijos están aprendiendo a fiarse del Señor de todo corazón y a no apoyarse en su propia prudencia.
“No le cuento todo esto para vanagloriarme, sino que me glorío en el Señor. La Expiación es muy real para nosotros. Las heridas de nuestros corazones han sido sanadas, la confianza se nos ha restaurado, la paz ha vuelto de la manera más hermosa. De hecho, tal como usted ha dicho: ‘Cada principio que Dios ha revelado lleva en sí su propia confirmación de su verdad’. Pienso en mi primer esposo, si solo se diera cuenta del precio que ya ha pagado por su error … No tuvo el gozo de ver a sus hijos crecer en el Señor, llenos de talento. No disfruto de sus logros en la escuela y en las actividades en la Iglesia, de las despedidas al partir para la misión ni de sus informes al regresar; de ninguna de esas cosas que hacen que la vida sea placentera. Cuán agradecida me siento por haber tenido el privilegio de haber estado al lado de ellos”.
Concluye la carta, diciendo: “Sé que hoy en día hay madres y padres que están criando solos a sus hijos. Cuánto me gustaría poder ayudarles a ver que no deben perder el tiempo reavivando sus heridas. He aprendido que si se ponen los padecimientos a los pies del Salvador, Él los cargará por nosotros y reemplazara el dolor con amor … Que el Señor siempre les bendiga a usted y a su familia. Con el más profundo amor y aprecio”, y sigue la firma de ella.
A ustedes las abuelas y bisabuelas, ¿me permiten expresarles unas palabras? Grande ha sido su experiencia; amplia es su comprensión; ustedes pueden ser como un ancla en un mundo donde cambian los valores; han vivido largo tiempo, refinadas y pulidas por las adversidades de la vida; sus acciones son sin ostentación y sus consejos cuidadosamente considerados. Ustedes, queridas mujeres, son un tesoro en este mundo de tanto desorden. Que Dios les bendiga, que los años que les queden en la tierra estén acompañados de felicidad, del amor de sus seres queridos y del amor por el Señor.
He tocado brevemente algunos de los serios problemas que tienen que enfrentar muchas de ustedes.
Con tanta sofistería que se hace pasar como verdad, con tanto engaño en cuanto a las normas y los valores, con tanta tentación de seguir los consejos del mundo, hemos sentido la necesidad de amonestar y advertir sobre todo ello. A fin de hacerlo, nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, presentamos una proclamación a la Iglesia y al mundo como una declaración y confirmación de las normas, doctrinas y practicas relativas a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta Iglesia han repetido a través de la historia. Ahora quiero aprovechar la oportunidad para leerles esta proclamación:
“Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos.
“Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos. El ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal, y eterna.
“En la vida premortal, los hijos y las hijas espirituales de Dios lo conocieron y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por el cual obtendrían un cuerpo físico y ganarían experiencias terrenales para progresar hacia la perfección y finalmente cumplir su destino divino como herederos de la vida eterna. El plan divino de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen mas allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos permiten que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente.
“El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva tenía que ver con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres. Declaramos que el mandamiento que Dios dio a sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece inalterable. También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa.
“Declaramos que la forma por medio de la cual se crea la vida mortal fue establecida por decreto divino. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios.
“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos. ‘He aquí, herencia de Jehová son los hijos’ (Salmos 127:3). Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, madres y padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones. “La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa. Hay más posiblidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes. Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos. En estas responsabilidades sagradas, el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente. Las incapacidades físicas, la muerte u otras circunstancias pueden requerir una adaptación individual. Otros familiares deben ayudar cuando sea necesario.
“Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad, que abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios. Aún más, advertimos que la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos.
“Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad”.
El presidente Gordon B. Hinckley leyó esta proclamación como parte de su mensaje en la Reunión General de la Sociedad de Socorro, el 23 de septiembre de 1995, en Salt Lake City, Utah, E.U.A.
Recomendamos a todos que lean con cuidado y con espíritu de oración esta proclamación. La fortaleza de toda nación radica en las paredes de sus hogares. Instamos a nuestros miembros, en todo lugar, a fortalecer a su familia de acuerdo con estos valores que a través de los años han sido probados.
Que el Señor les bendiga, mis queridas hermanas. Ustedes son los guardianes del hogar. Ustedes son las que dan a luz a los hijos; son las que cuidan de ellos y les ayudan a establecer buenos hábitos. No hay otra obra que se acerque tanto a la divinidad como la obra de cuidar de los hijos de Dios. Que el Señor las fortalezca para que puedan hacer frente a los problemas de nuestros días; que Él les dé una sabiduría superior a la humana a fin de que puedan luchar con los problemas que constantemente enfrentan. Que sus oraciones y súplicas reciban como respuesta bendiciones para ustedes y para sus seres queridos. Les dejamos nuestro amor y nuestra bendición, que su vida este llena de paz y felicidad. Así puede ser. Muchas de ustedes pueden testificar que es así. Que el Señor les bendiga ahora y en los años venideros. Lo ruego humildemente en el nombre de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo. Amén.