“…Absorbida En La Voluntad Del Padre”
“La sumisión de nuestra voluntad es la única cosa exclusivamente personal que tenemos para colocar sobre el altar de Dios.”
Cuando los miembros hablan de la consagración, deberían hablar con reverencia, reconociendo que estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), y algunos muy destituidos. Ni siquiera los que hacen un esfuerzo consciente han llegado a la consagración total, pero esos perciben lo que les falta y se esfuerzan sinceramente. A modo de consuelo, la gracia de Dios no sólo alcanza a “los que [lo] aman y guardan todos [Sus] mandamientos” sino también a “los que procuran hacerlo” (D. y C. 46:9).
Otro grupo de miembros son “honorables” pero no “valientes”; ellos no perciben la diferencia que hay entre esas cualidades ni la importancia de eliminar esa diferencia (véase D. y C. 76:75, 79). Las personas honorables no son desgraciadas ni inicuas, ni injustas ni desdichadas su error no consiste en lo que hayan hecho sino en lo que han dejado sin hacer. Por ejemplo, si fueran valientes, podrían tener gran influencia en los demás en lugar de conformarse con dejarles solamente un recuerdo agradable.
En otro grupo están los que se hallan excesivamente enredados con la maldad del mundo, haciéndonos recordar, como escribió Pedro, que el que “es vencido” por las cosas del mundo “es hecho esclavo” (2 Pedro 2:19).
Los que “piensan en las cosas de la carne” (Romanos 8:5) no tendrán “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), porque sus pensamientos se hallan lejos de Jesús, así como los deseos y “las intenciones de su corazón” (Mosíah 5:13).
Por otra parte, si el Maestro es un extraño para nosotros, terminaremos sirviendo a otros amos; y el dominio de estos otros amos es real aunque a veces sea muy sutil, porque ellos hacen marcar el paso a quienes los sirven. En realidad todos “somos los soldados que combaten” en alguna causa (véase Himnos, N° 162), aun cuando sólo sea la causa de los indiferentes.
Si no estamos dispuestos a dejarnos guiar por el Señor, nuestros apetitos nos dominaran y mas nos ocuparemos de las pequeñeces de la vida diaria. El remedio, sin embargo, esta implícito en este lamento maravilloso del rey Benjamín:
“Porque como conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para el, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5: 13.)
Mucha gente de nuestros días, al oír la pregunta: “~Que pensáis del Cristo?” (Mateo 22:42), lamentablemente contestarían: “En realidad, nunca pienso en El!”
Consideremos tres ejemplos de personas honorables que retienen una porción, lo cual les impide consagrarse (véase Hechos 5:1-4):
Una hermana que rinde a la comunidad servicio digno de encomio y muy visible, y disfruta de su merecida fama; no obstante, se mantiene relativamente alejada de los templos de Jesucristo y de las Santas Escrituras, dos elementos vitales del discipulado. Sin embargo, todavía podría tener la imagen de Cristo en su semblante (véase Alma 5:14).
Un padre honorable que cumple con su deber de proveer para la familia, pero que no es bondadoso ni amable con ella. A pesar de que se mantiene relativamente ajeno a la bondad y a la amabilidad de Jesús, que se nos manda emular, si hiciera un poco mas de esfuerzo, el cambio seria muy grande.
Consideremos al ex misionero, cuya capacidad se agudizó mientras cumplía una misión honorable, que se halla ahora embarcado en el esfuerzo de lograr el éxito en su carrera; siempre ocupado, llega al fin a una posición de cierta importancia en el mundo; pero ha abandonado su responsabilidad de antes edificar el reino, ocupándose primero de lo suyo. Una pequeña corrección en el curso que lleva le traería grandes bendiciones, sobre todo en cuanto a su destinación final.
Las deficiencias que acabo de citar consisten en la omisión. Una vez que se dejan de lado y se evitan los pecados “telestiales”, se debe prestar mas atención a los pecados de omisión. El cometer esta clase de pecado no nos permite llenar plenamente los requisitos para entrar en el Reino Celestial. Sólo la consagración sincera corregirá esas omisiones, que tienen consecuencias tan reales como los pecados de comisión. Muchos de nosotros tenemos bastante fe para evitar los graves pecados de comisión, pero no suficiente para sacrificar ciertas obsesiones que nos distraen ni para concentrarnos en las omisiones.
La mayoría de las omisiones ocurren por nuestra incapacidad de salir de nuestro propio yo; nos dedicamos con tanto afán a tomar nuestra temperatura, que no notamos las fiebres ardientes de otros aun cuando tenemos algunos de los remedios para aliviarlos: una sonrisa, un acto de bondad, un elogio. Las manos que mas necesitan que las levanten son aquellas que, demasiado desalentadas, ya no se extienden pidiendo ayuda.
En realidad, todo depende de nuestros deseos, los cuales dan forma a los pensamientos. Los deseos preceden a las acciones y están en el fondo del alma, inclinándonos hacia Dios o alejándonos de El (véase D. y C. 4:3). Dios puede “educar nuestros deseos” (véase de Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 291) y otras personas trataran de manipularlos; pero somos nosotros quienes creamos “los pensamientos y … las intenciones [del] corazón” (Mosíah 5:13).
La regla es: “Conforme a tus deseos … te será hecho” (D. y C. 11:17), “pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones” (D. y C. 137:9; véase también Alma 41:5; D. y C. 6:20, 27). La voluntad es exclusivamente del individuo, y Dios no tratara de dominarla ni de forzarla. Por eso, ¡mejor que estemos dispuestos a aceptar las consecuencias de nuestros deseos!
Otra verdad eterna es que sólo si conformamos nuestra voluntad a la de Dios encontraremos una felicidad plena; cualquier otra cosa dará como resultado “la menor porción” (véase Alma 12:11). El Señor se ocupara de nosotros aun cuando al principio lo que tengamos “no sea mas que un deseo” pero estemos dispuestos a dar “cabida a una porción de [Sus] palabras” (Alma 32:27). Todo lo que El necesita es una pequeña oportunidad, pero somos nosotros quienes debemos dársela.
Hay muchos de nosotros que nos privamos de llegar al punto de la consagración porque caemos en el error de creer que si dejamos que nuestra voluntad quede absorbida en la del Padre, perderemos la individualidad (véase Mosíah 15:7). Lo que en realidad nos preocupa no es renunciar al “yo” sino a las aspiraciones egoístas como la posición económica o social, el tiempo, el reconocimiento y las posesiones.
No es de extrañar que el Salvador nos haya mandado perder la vida (véase Lucas 9:24). Lo que El nos pide es que perdamos el viejo “yo” para encontrar el nuevo. No es cuestión de perder la identidad sino de hallar la verdadera. Irónicamente, muchas son las personas que de todos modos ya se han perdido al dedicarse demasiado a sus pasatiempos y al estar absortas en cosas de mucho menor importancia que la salvación.
Tanto en Su primero como en Su segundo estado, Jesús sabía siempre lo que debía hacer: continuamente procuró emular a Su Padre:
“… No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” Juan 5:19).
“… me he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio” (3 Nefi 11:11).
Al ir gradualmente sometiendo nuestra voluntad a la de Dios, recibimos inspiración y revelación para hacer frente a las pruebas de la vida. En la difícil y decisiva experiencia con Isaac, Abraham no “dudó, por incredulidad” (Romanos 4:20). John Taylor comentó que “sólo el espíritu de revelación podría haber dado a Abraham esa confianza … y haberlo sostenido en esa peculiar situación” (Journal of Discourses, 14:361). ¿Confiaremos también nosotros en el Señor frente a una complicada e inexplicable prueba? ¿Comprendemos que El sabe cuando estamos tensos y perplejos? La total consagración que llevo a Jesús a efectuar la Expiación aseguró que El tenga una comprensión perfecta en ese sentido; El experimentó todos nuestros dolores antes que nosotros y sabe como socorrernos (véase Alma 7:11—12; 2 Nefi 9:21). Puesto que el Inocente de inocentes fue el que sufrió mas, nuestros lamentos de “¿Por que?” al sentirnos desamparados no pueden compararse con el Suyo; en cambio, podemos decir las mismas palabras sumisas: “… pero no sea como yo quiero, sino como tu” (Mateo 26:39).
El progreso hacia la sumisión trae otra bendición: Un aumento en la capacidad de sentir gozo. El presidente Brigham Young aconsejó: “Si quieres gozar intensamente, hazte Santo de los Últimos Días y después vive según la doctrina de Jesucristo” Fournal of Discourses, 18:247).
De ahí que la consagración no es ni resignación fatalista ni un mero darse por vencido, sino mas bien un deliberado esfuerzo por avanzar, haciendo que cantemos con mayor sinceridad: “Mas santidad dame, mas consagración” (Himnos, No 71). Por consiguiente, la consagración no es aceptación pasiva con un encogimiento de hombros, sino en cambio es preparar los hombros para soportar mejor un yugo un poco mas pesado.
El consagrarnos implica “seguir adelante confirmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres”, mientras nos deleitamos “en la palabra de Cristo” (2 Nefi 31:20). Jesús siguió adelante, y lo hizo en forma sublime; El no desmayó quedándose a mitad de camino hacia la Expiación, sino que acabó Sus “preparativos” para toda la humanidad, introduciendo una resurrección universal, no una de la que algunos de nosotros hubiéramos quedado excluidos (véase D. y C. 19: 1819).
Tal vez sea bueno que nos preguntemos: “¿En que sentido desmayo o retengo una porción?” Una introspección humilde puede darnos una comprensión muy clara. Por ejemplo, ¿de que nos hemos despojado voluntariamente en la senda del discipulado? Ese es el único camino donde esta permitido y hasta se alienta a tirar basura. En las primeras etapas, los desperdicios se componen de los pecados mas graves de comisión; mas adelante, los desechos son variados: nos despojamos de cosas que nos han hecho utilizar mal o desperdiciar nuestro tiempo y talento.
En el camino hacia la consagración, a veces las dificultades graves nos motivan a deshacernos de lastres, lo cual es necesario para llegar a un estado de mayor consagración (véase Helamán 12:3). Si nos hemos ablandado, quizás se hagan necesarios tiempos difíciles. Si nos hemos echado para atrás demasiado contentos, tal vez tengamos que recibir una dosis de descontento divino; la reprobación quizás nos ayude a comprender mejor. Un nuevo llamamiento nos saca de la cómoda rutina de cargos en los cuales ya nos hayamos capacitado. Se nos puede despojar de algunos lujos con el fin de extirpar el cáncer maligno del materialismo; o se nos puede abrasar en el fuego de la humillación con objeto de derretir el orgullo. Sea lo que sea que nos falte, Dios se ocupara del asunto.
John Taylor dijo que quizás el Señor decida retorcernos las fibras mismas del corazón (véase Journal of Discourses, 14:360). Si hemos puesto el corazón con mucho afán en las cosas de este mundo, tal vez sea necesario retorcerlo o quebrarlo o someterlo a un gran cambio (véase Alma 5:12).
La consagración es, al mismo tiempo, un principio y un proceso, y no se logra en un momento determinado. En cambio, se da generosamente, gota a gota, hasta que la copa se llena y se desborda.
Sin embargo, mucho antes de eso, como lo dijo Jesús, debemos tomar la determinación de hacer lo que El nos pida (Lucas 14:28, en la Traducción de José Smith al inglés). El presidente Young aconsejo esto; “… que nos sometamos a la mano del Señor … y la reconozcamos en todo; entonces haremos exactamente lo correcto; pero hasta que lleguemos a ese punto, no podremos ser totalmente correctos. A eso tenemos que llegar” Journal of Discourses, 5:352) .
El reconocer la mano de Dios incluye, según lo explicó el profeta José Smith, la confianza de que El ha preparado todo de antemano para llevar a cabo todos Sus propósitos, incluso los que conciernen a nuestra vida. A veces, nos dirige claramente; otras, se limita a permitir que sucedan las cosas. Por lo tanto, no siempre comprendemos la acción de la mano de Dios, pero sabemos lo suficiente de Su amor y Su intención para ser sumisos. Al encontrarnos perplejos y apesadumbrados, no siempre recibiremos una ayuda que nos aclare la situación, pero tendremos una ayuda que nos compense. Por eso, en los momentos en que debemos “esta[r] quietos, y conoce[r] que yo soy Dios” (Salmos 46:10), el conocimiento da lugar a la sumisión.
Al mismo tiempo, cuanto mas “absorbida” o consumida este nuestra voluntad, tanto mas quedaran nuestras “aflicciones … consumidas en el gozo de Cristo” (Alma 31:38).
Hace setenta años, Lord Moulton inventó esta inteligente frase: “la obediencia a lo que no se puede imponer”, que describe “la obediencia de una persona a aquello que no se le puede forzar a obedecer”(“Law and Manners”, Atlantic Monthly, julio de 1924, pág. 1). Las bendiciones de Dios, incluso las que provienen de la consagración, se reciben por la obediencia voluntaria a las leyes sobre las cuales se basan (véase D. y C. 130:2021). De ahí que nuestros deseos mas profundos sean lo que determinan hasta que punto obedeceremos lo que no se nos puede imponer. Dios procura que nos consagremos mas generosamente dándolo todo, y as;, cuando regresemos a El en el hogar celestial, El nos dará generosamente “todo lo que … tiene” (D. y C. 84:38).
Para terminar, la sumisión de nuestra voluntad es la única cosa exclusivamente personal que tenemos para colocar sobre el altar de Dios; todo lo demás que le “damos” es, en realidad, lo que El nos ha dado o prestado a nosotros. Pero cuando nos sometemos dejando que nuestra voluntad sea absorbida en la voluntad de Dios, entonces, verdaderamente le estamos dando algo. ¡Es la sola posesión exclusivamente nuestra que podemos dar!
La consagración es entonces la única capitulación incondicional que constituye al mismo tiempo una victoria total.
Que podamos desear profundamente ese fin victorioso, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.