Hermanamiento
“Yo sé lo que significa tener un amigo, una responsabilidad y el ser nutrido por la buena palabra de Dios”.
Mis queridos hermanos, me siento humilde ante esta oportunidad y suplico su fe y sus oraciones. Ruego que seamos bendecidos y guiados por el espíritu con el fin de escuchar y sentí esta noche.
Hace algunos años recibí una llamada telefónica que cambiaría mi vida: mi vida eterna.
Una buena hermana de mi barrio llamó para invitarme a presentar un número de baile en una noche de actividades de la mutual que se llevaría a cabo en un par de semanas. El baile era uno de mis pasatiempos y en esa época estudiaba baile de salón en una academia de Salt Lake City. Yo nunca había asistido a un baile de la mutual hasta entonces, y con entusiasmo acepté la invitación para actuar.
Mi compañera de baile y yo llegamos la noche del compromiso y fuimos recibidos con entusiasmo. Me sorprendí cuando me di cuenta de que éramos los únicos en el programa. Fue una experiencia emocionante y disfruté totalmente esa noche.
El domingo siguiente por la mañana decidí ir a la Iglesia en nuestro barrio por primera vez desde que fui ordenado diácono. En esa época nadie de mi familia era activa. Encontré gente que me dio una cálida bienvenida y que demostró amistad y cariño genuinos. Esas experiencias me iniciaron en el camino de la actividad y del servicio en la Iglesia, lo que ha sido un gozo para mí con el correr de los años.
El comité del Sacerdocio Aarónico para mayores, como se llamaba en ese entonces, lo componía un grupo de hermanos que trabajaba con los hombres que eran mayores de la edad normal para el Sacerdocio Aarónico. Eran sólo hombres regulares que hacían lo que el Señor deseaba que hicieran. Me tomaron bajo sus alas y nos hicimos amigos. Un ex misionero maravilloso era el instructor de nuestra clase, quien enseñaba los principios básicos del Evangelio y me ayudó a prepararme para servir en una misión. Durante ese mismo tiempo me pidieron que ayudara a enseñar baile en nuestro barrio, lo que me dio el sentimiento de que se me necesitaba y a la vez me dio una responsabilidad.
Los siguientes quince meses pasaron volando, llenos de desarrollo y felicidad a medida que progresaba. Al poco tiempo recibí un llamamiento para servir una misión en México y rápidamente aprendí a amar el idioma, el país y a su gente. El compartir el mensaje del Evangelio restaurado de Jesucristo me dio una base sobre la cual edificar el resto de mi vida.
Yo sé lo que significa tener un amigo, una responsabilidad y el ser nutrido por la buena palabra de Dios. Hay mucha gente que no comprende de qué carece en la vida y ansía esos sentimientos tiernos que derivan del conocer el amor de nuestro Salvador. Son gente buena que está en un estado latente, por así decirlo, a la espera del despertar de su alma por parte de aquellos que traen las “buenas nuevas”. Hay otros que nos miran, que observan nuestro ejemplo y dicen: “Me gusta lo que veo, ¿cómo puedo ser parte de eso?”.
Les invito, hermanos del sacerdocio, tanto jóvenes como adultos, a que miren a su alrededor, a que busquen y extiendan una mano cálida de amistad a las personas menos activas y a los que no sean miembros. Invítenlos a participar con ustedes; háganse amigos de ellos y llegarán a ser una influencia y una bendición en su vida y en la de generaciones por venir.
“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;
“porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a él.
“Y ha resucitado de entre los muertos, para traer a todos los hombres a él, mediante las condiciones del arrepentimiento.
“¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!”’1
Y quisiera agregar esta maravillosa promesa de Él: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”2.
En esta época de la Pascua, al celebrar Su Resurrección, enfoquemos nuestra atención en el precio que estuvo tan dispuesto a pagar por aquellos que lo sigan y hagan Su voluntad.
Invito a todos a venir y disfrutar esas grandes bendiciones de la plenitud del Evangelio de Jesucristo que ha sido restaurado.
Dejemos de lado las tradiciones de los hombres, todo lo que congestiona nuestra vida y que poco a poco nos aleja de lo que Moroni llamó “el camino recto”3, y elevemos nuestro corazón hacia El que nos rescató, o sea, Jesucristo nuestro Salvador, y sigámoslo.
Escuchen los sentimientos de su corazón y sigan sus susurros al escuchar los mensajes de esta conferencia. Se les enseñará desde lo alto y recibirán respuestas a sus oraciones.
Avancemos con mayor entusiasmo para socorrer a los necesitados y traer almas a El, para que sean alimentados, nutridos por Su buena palabra y para que sepan de Su tierno amor. “Tus espaldas serán cargadas de gavillas, porque el obrero es digno de su salario”4 y muchos corazones se regocijarán.
Aquella tarde hace ya muchos años, cuando se me pidió compartir mi talento, se abrió la puerta a un maravilloso mundo nuevo de amigos y de actividad en la Iglesia. Estoy agradecido por aquellos que se acercaron con una mano cálida de hermandad, que me invitaron, me nutrieron y fueron una bendición en mi vida.
Les dejo mi testimonio de que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. Esta es Su Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. En el nombre de Jesucristo. Amén.