1990–1999
El programa inspirado de Bienestar de la Iglesia
Abril 1999


El Programa Inspirado De Bienestar De La Iglesia

“El Salvador, quien ha establecido el modelo que debemos seguir, está complacido con aquellos que recuerdan ‘en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos’ (D. y C. 52:40)”.

Mis amados hermanos y hermanas, qué hermoso ha sido este día de la Pascua. Al meditar acerca de la vida del Salvador y Su resurrección, por cierto que acuden a mi mente las muchas imágenes de aquellos que fueron a pedirle ayuda. Resulta fácil imaginar las piernas deformes del hombre inválido de nacimiento o las lágrimas en el rostro de la viuda que sigue el cadáver de su único hijo al ser llevado a la tumba. Veo la mirada vacía del hambriento, las manos trémulas de los enfermos, la voz suplicante de los condenados, la mirada desconsolada de los marginados. Todos ellos acuden al hombre solitario, al hombre sin riquezas, sin hogar, sin posición social.

Veo a este hombre, al Hijo del Dios viviente, mirar a cada uno de ellos con infinita compasión. Con el toque de Su santa mano, lleva consuelo al abatido, salud al enfermo, liberación al condenado. Con una palabra, el hombre muerto se levanta del féretro y la viuda abraza al hijo que ha vuelto a la vida.

Éstos y otros actos milagrosos de misericordia y bondad, algunos bastante conocidos, y otros callados y tiernos, definen para mí una de las características notables del Salvador: Su amor y compasión por el oprimido, el abatido, el débil, el que sufre. En verdad, estos actos de compasión son sinónimos de Su nombre.

Aunque han pasado casi dos mil años desde el ministerio terrenal del Hijo de Dios, Su amoroso ejemplo y Sus enseñanzas continúan formando parte integral de lo que somos como personas y lo que somos como iglesia. Hoy en día, mediante su inspirado programa de bienestar, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y sus miembros se esfuerzan por emular Su ejemplo al tratar de aliviar el sufrimiento y fomentar la autosuficiencia.

El Alcance Del Programa De Bienestar De La Iglesia

El programa de bienestar de la Iglesia es bien conocido en todo el mundo. La gente de todas las condiciones sociales viajan a la sede de la Iglesia para ver por sí mismos la forma en que la Iglesia cuida de los pobres y de los necesitados sin crear sujeción por parte de los que reciben o resentimiento por parte de los que dan. El presidente de un país, después de visitar la Manzana de Bienestar, canceló el resto de los compromisos que tenía para ese día. “Aquí hay algo que es más importante que lo que pueda tener en mi calendario”, dijo. “Debo quedarme aquí y aprender más”.

A través de los años, el programa de bienestar de la Iglesia ha crecido para hacer frente a las necesidades cada vez mayores de una Iglesia en expansión. En Norteamérica hoy día, 80 granjas de la Iglesia producen alimentos nutritivos para los necesitados. Ochenta instalaciones para envasar preservan y empaquetan estos alimentos sustentadores. Más de 100 almacenes del obispo están listos para prestar ayuda a más de 10.000 obispos y presidentes de rama a medida que llevan a cabo su sagrada obligación de buscar y de ayudar a los pobres y a los necesitados en sus barrios y ramas. Cincuenta instalaciones de Industrias Deseret ofrecen trabajo y capacitación a miles de personas. Por todo el mundo, 160 centros de empleo ayudan a más de 78.000 personas a buscar trabajo cada año. Sesenta y cinco oficinas de Servicios Sociales ayudan a las matrimonios miembros de la Iglesia a adoptar hijos y proporcionan asesoramiento a los necesitados.

Estoy seguro de que los grandes líderes a quienes el Señor levantó para abrir el camino para este esfuerzo moderno de bienestar estarán complacidos con el progreso de este inspirado programa actual.

A La Manera Del Señor

“Siempre ha sido una enseñanza fundamental para los Santos de los Ultimos Días”, escribió el presidente Joseph F. Smith, “que la religión que no tiene el poder para salvar a las personas temporalmente y hacerlas prósperas y felices en esta vida pueda salvarlas espiritualmente y exaltarlas en la vida venidera”1.

Lo temporal y lo espiritual están inseparablemente unidos. Al dar de nuestro tiempo, talentos y recursos para atender las necesidades de los enfermos, ofrecer alimento al hambriento y enseñar la autosuficiencia al que recibe ayuda, nos enriquecemos espiritualmente más de lo que podamos comprender.

El Señor declaró en una revelación dada al profeta José Smith: “… es mi propósito abastecer a mis santos … Pero es preciso que se haga a mi propia manera; y he aquí, ésta es la forma en que yo, el Señor, he decretado abastecer a mis santos, para que los pobres sean exaltados, y los ricos sean humildes”2. La manera del Señor consiste en ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. Los pobres son exaltados porque trabajan a cambio de la ayuda provisional que reciben, se les enseñan principios correctos y pueden elevarse a sí mismos de la pobreza a la autosuficiencia. Los ricos son hechos humildes porque se humillan a sí mismos para dar generosamente de sus recursos a los necesitados.

Enseñamos a los miembros a ser autosuficientes, a hacer todo lo posible por sostenerse a sí mismos, y a buscar la ayuda de sus familias para lo que necesiten. Cuando los miembros así como sus familias estén haciendo todo lo posible por procurarse las necesidades básicas pero aún así no puedan lograrlo, la Iglesia está presta para ayudarles.

En la Iglesia, el obispo tiene el mandato específico de cuidar “a los pobres, a los necesitados, a los padres solteros, a los ancianos, a los discapacitados, a los huérfanos, a la viuda y al viudo y a otras personas que tengan necesidades especiales”3.

Me enteré de la forma en que un obispo reunió sus recursos para ayudar a un hombre que fue a pedirle ayuda. El hombre había estado felizmente casado por varios años, pero debido a que más tarde se hizo adicto al alcohol y a las drogas, perdió el trabajo, el hogar y la familia. Los años difíciles de vivir en las calles lo habían degradado y humillado. Con lágrimas que le rodaban por el rostro le suplicó al obispo que lo ayudara.

El comité de bienestar del barrio analizó la situación. Uno de los hermanos conocía a un dentista que estaría dispuesto a reparar los dientes quebrados de ese hombre. La presidenta de la Sociedad de Socorro sugirió que los alimentos nutritivos del almacén del obispo podrían mejorarle la salud. Otra persona sugirió que ese hombre necesitaba que alguien pasara tiempo con él a diario para ayudarlo a encontrar la fortaleza para superar … sus adicciones.

A medida que se presentaban sugerencias, el obispo se dio cuenta de que un barrio entero compuesto de hermanos y hermanas caritativos estaba listo para ayudar.

Al poco tiempo, el obispo empezó a notar mejorías. Los hermanos del sacerdocio le dieron al hombre una bendición; un dentista caritativo le reemplazó los dientes quebrados; los alimentos del almacén del obispo mejoraron su salud; un fiel matrimonio accedió a servir como maestros orientadores de él. Permanecieron con él a diario para ayudarlo a mantenerse firme.

De acuerdo con los principios establecidos, este buen hermano ofreció ayudar a otras personas en el barrio. Lentamente, su vida empezó a mejorar. En forma gradual, la mirada de desesperación y sufrimiento fue reemplazada por una de gozo y felicidad. Aunque resultó ser un proceso doloroso, le fue posible librarse de sus adicciones; volvió a la actividad en la Iglesia; una vida de pobreza y miseria se convirtió en una de esperanza y felicidad. Ésta es la manera que el Señor cuida a los necesitados.

La Iglesia Y La Ayuda Humanitaria

La Iglesia no limita sus esfuerzos de socorro a sus miembros, sino que sigue la amonestación del profeta José Smith cuando dijo: “El hombre que se siente lleno del amor de Dios no se conforma con bendecir solamente a su familia, sino que va a todo el mundo, con el deseo de bendecir a toda la raza humana”4. Él enseñó a los miembros a “alimentar al hambriento, vestir al desnudo, proveer para la viuda, secar las lágrimas del huérfano y consolar al afligido”5.

En poco más de una década, la Iglesia ha transportado más de 27.000 toneladas de ropa, 16.000 toneladas de comida y 3.000 toneladas de artículos médicos y educativos, así como equipo para aliviar el sufrimiento de millones de los hijos de Dios diseminados en 146 países del mundo. No les preguntamos: “¿Son miembros de nuestra Iglesia?”. Sólo preguntamos: “¿Están sufriendo?”.

Todos hemos oído acerca del huracán “Mitch” que asoló Nicaragua y Honduras en octubre y noviembre del año pasado. Con una fuerza espantosa inundó hogares y causó deslizamientos de barro. Más de 10.000 personas murieron y otros dos millones quedaron sin hogar. Este potente huracán destruyó hogares y cubrió las calles con lodo tan duro que parecía cemento.

Casi inmediatamente, la Iglesia empezó a enviar alimentos, ropa, medicina y mantas para ayudar tanto a los miembros de la Iglesia como a los de otras creencias religiosas. Una vez que los envíos llegaban a su destino, cientos de miembros de la Iglesia iban para ayudar a descargar los camiones y distribuir los artículos en cajas. Los artículos que se colocaron en las cajas daban sustento a una familia durante una semana.

Nuestro amado presidente Gordon B. Hinckley, quien es el director del Comité General de Bienestar, se afligió mucho por el sufrimiento que ocurría en Centroamérica. Una noche en que no podía dormir, sintió la impresión de que debía ir y ofrecer su amor y su apoyo a los que habían tenido que soportar esa grande pérdida. La visita del Profeta elevó los ánimos y dio esperanza a miles. Él les dijo: “En tanto la Iglesia cuente con recursos, les daremos ayuda en tiempos de dificultad”6. Yo les testifico, hermanos y hermanas, que él es verdaderamente un profeta de Dios, a quien doy mi sostenimiento de todo corazón.

Además de proporcionar artículos necesarios en épocas de desastre y catástrofe, casi 1.300 miembros de la Iglesia han aceptado llamamientos del Señor para servir a los necesitados en muchas naciones. Permítanme mencionar dos ejemplos.

Los hermanos David y Dovie Glines, de Ivins, Utah, actualmente viven en Ghana, África, donde enseñan conocimientos de contabilidad, de computadora y de administración de oficinas a aquellos que están tratando de mejorar sus empleos.

El hermano Mark Cutler es un cirujano jubilado de Clayton, California. Él y su esposa Bonnie prestan servicio en Vietnam. El hermano Cutler es consultor e instructor para los médicos locales. La hermana Cutler enseña inglés y terminología médica a los doctores y al personal del hospital.

El Programa De Bienestar Y El Miembro De La Iglesia

Además de ayudar a los demás, tanto las familias como los miembros individuales harían bien en considerar su propio nivel de autosuficiencia. Quizás podríamos hacernos algunas preguntas.

¿Administramos sabiamente nuestro dinero? ¿Gastamos menos de lo que ganamos? ¿Evitamos deudas innecesarias? ¿Seguimos el consejo de las Autoridades Generales de “almacenar suficiente alimento, ropa y, en donde sea posible, combustible para que duren por lo menos un año?”7. ¿Enseñamos a nuestros hijos a valorar y a no desperdiciar lo que tienen? ¿Les enseñamos a trabajar? ¿Comprenden la importancia de la ley sagrada del diezmo? ¿Tenemos los estudios suficientes y empleo adecuado? ¿Mantenemos buena salud al vivir la Palabra de Sabiduría? ¿Estamos libres de los efectos adversos de las substancias nocivas?

Si honradamente contestamos “no” a cualquiera de estas preguntas, tal vez deseemos mejorar nuestro plan de autosuficiencia. Los profetas nos han proporcionado guías fundamentales.

Primero, una de las maldades actuales es el pecado de la avaricia.

El deseo desmedido de adquirir posesiones materiales se puede convertir en una obsesión que consuma nuestros pensamientos, acabe con nuestros recursos y nos lleve a la desdicha. Algunos miembros de la Iglesia están cada vez más agobiados con deudas innecesarias debido a este pecado. El presidente Heber J. Grant dijo: “Si hay algo que puede traer paz y contentamiento, personales y familiares, es vivir dentro de los límites de nuestras entradas. Y si hay algo desalentador y que corroe el espíritu, es tener deudas y obligaciones que no podemos cumplir”8.

“La industriosidad, la economía, la autosuficiencia siguen siendo principios que guían este esfuerzo”, ha amonestado el presidente Thomas S. Monson, director del Comité Ejecutivo de Bienestar de la Iglesia. “Nosotros, todos, debemos evitar las deudas innecesarias … ‘Paga tus deudas y vive’ (2 Reyes 4:7) ¡Qué sabio consejo para nosotros hoy en día!”9.

Segundo, desde el principio, Dios nos ha mandado trabajar10 y nos ha amonestado contra la ociosidad11. Lamentablemente, mucho de lo que hay en el mundo hoy día fomenta la ociosidad, especialmente en lo que atañe a la diversión insípida y absurda que se encuentra en el Internet, en la televisión o en los juegos de computadora.

Tercero, les recomiendo el consejo que dio el presidente Hinckley cuando dijo: “Obtengan toda la educación que les sea posible … Cultiven las aptitudes tanto mentales como prácticas. La educación es la clave para las oportunidades”12. Sí, la educación es el catalizador que refinará y mejorará nuestros talentos, aptitudes y habilidades y hará que florezcan.

Cuarto, aquellos que eligen seguir el ejemplo del Salvador y aliviar a los que sufren podrían considerar la cantidad que aportan a las ofrendas de ayuno. Esos fondos sagrados se utilizan sólo para un propósito: bendecir a los enfermos, a los que sufren y a otras personas necesitadas.

El contribuir una generosa ofrenda de ayuno bendice en abundancia a los que lo hacen y les permite convertirse en socios del Señor y del obispo en ayudar a aliviar el sufrimiento y a fomentar la autosuficiencia. En nuestra condición próspera, tal vez debamos evaluar nuestras ofrendas y concluir si somos igual de generosos con el Señor como Él lo es con nosotros.

Conclusión

Si el Salvador estuviera entre nosotros hoy día, lo encontraríamos ministrando a los necesitados, a los que sufren, a los enfermos. El seguir este ejemplo podría ser una de las razones por las que el presidente Spencer W. Kimball dijo: “Cuando se contempla desde este punto de vista, podemos ver que los Servicios de Bienestar no es un programa, sino la esencia del Evangelio. Es el Evangelio en acción. Es el principio culminante de una vida cristiana”13.

Cuando el programa de bienestar emergió de sus humildes comienzos en medio de la Gran Depresión, pocos se imaginaron que, 60 años más tarde, habría progresado y florecido hasta el p unto de se r literal mente una bendición para millones de personas necesitadas del mundo.

El bello himno “Tú me has dado muchas bendiciones, Dios” trata sobre el tema inspirado del dar.

“Me has cuidado y amparado bien, Señor,

y ahora yo deseo dar de mi amor.

De mi sustento voy a dar,

y desamparo de mi hogar;

a mi prójimo quiero ayudar”14.

Hermanos y hermanas, el Salvador, quien nos dio el ejemplo, está complacido con aquellos que “[recuerdan] en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos”15. Está complacido con aquellos que dan oído a Su amonestación de “[socorrer] a los débiles, [levantar] las manos caídas y [fortalecer] las rodillas debilitadas”16.

Que sigamos Su ejemplo, es mi oración. En el nombre de Jesucristo. Amén.

NOTAS

  1. “The Truth about Mormonism” Out West Magazine, septiembre de 1905, pág. 242.

  2. D. y C. 104:15-16.

  3. Manual de Instrucciones de la Iglesia, Libro 1.

  4. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 208.

  5. Times and Seasons, 15 de marzo de 1842, pág. 732; citado en H. David Burton, “Vé, y haz tú lo mismo”, Liahona, julio de 1997, pág. 85.

  6. Discurso pronunciado en Honduras, 21 de noviembre de 1998.

  7. Carta de la Primera Presidencia, 24 de junio de 1988.

  8. Gospel Standards, comp. G. Homer Durham, 1941, pág. 111; citado en Nathan Eldon Tanner, “Los cinco principios de la estabilidad económica”, Liahona, mayo de 1982, pág. 39.

  9. Thomas S. Monson, “Más importante que la victoria”, Liahona, enero de 1989, pág. 50.

  10. Véase Génesis 3:19.

  11. Véase D. y C. 88: 124.

  12. Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 172.

  13. Spencer W. Kimball, “El Evangelio en acción”, Liahona, febrero de 1978, pág. 108.

  14. Himnos, Nº 137.

  15. D. y C. 52:40.

  16. L. y C. 81:5.