Apacienta Mis Ovejas
De Una Transmisión Vía Satélite Ofrecida En El Tabernáculo De Salt Lake 21 de febrero de 1999.
Mis queridos hermanos y hermanas: En primer lugar, deseo agradecerles el reunirse con nosotros en esta ocasión, por ello y por todo lo que hacen. Ustedes dan de su tiempo, de sus energías y de sus medios para que se lleve a cabo la obra del Señor. Yo sé que el Señor les ama por su devoción y por su disposición de hacer todo lo que se les pide que hagan.
Considero que el hablarles es una magnífica y seria responsabilidad. Algunos han estado especulando que el presidente Hinckley va a anunciar un nuevo y asombroso programa, pero les aseguro que no es así. Mis hermanos del Quórum de los Doce, quienes están profundamente interesados en la obra misional en todo el mundo, me han pedido que comparta con ustedes mis sentimientos acerca de este asunto tan importante.
En cuanto a la concurrencia que anticipábamos, éste probablemente sea el mayor número de personas que jamás se hayan congregado en relación con la obra misional. El tabernáculo está repleto; casi todos los 59.000 misioneros regulares en todo el mundo podrán ver el desarrollo de esta reunión. Además, miles, centenares de miles de oficiales de la Iglesia que tienen interés y responsabilidad en esta obra se han reunido hoy para estar con nosotros o recibirán más tarde esta conferencia. Quiero advertirles que mi discurso va a ser un poco extenso. Soy un hombre anciano ya y no sé cuánto tiempo más habré de vivir, y por tanto quiero decir lo que tengo que decirles mientras posea la energía para hacerlo. No sé cuándo podré dar otra vez un discurso tan largo como éste. Voy a darles en realidad dos discursos, con un himno entre uno y el otro. En total, tomaré unos 40 minutos. Así que, habiéndoles advertido esto, quizás algunos de ustedes quieran ponerse cómodos. ¡Que duerman bien!
Días pasados estuve hablando con uno de los conversos más entusiastas que jamás he conocido. Nos encontrábamos en Chicago para asistir a una reunión que congregó a unos 20.000 miembros de la Iglesia en el United Center, donde juegan básketbol los Chicago Bulls [Toros de Chicago]. Randy Chiostri, un miembro nuevo de la Iglesia, nos llevó de un lado a otro mientras estábamos allí. Durante los largos recorridos que pasamos en el pesado tráfico de Chicago, habló acerca de la obra misional, elogiando a la Iglesia como la institución más maravillosa del mundo, refiriéndose al Evangelio y al plan de salvación como la cosa más grande que jamás había recibido en su vida. Randy conoció la Iglesia cuando empezó a salir con Nancy. La llevó a cenar y en ésa, su primera cita, ella dijo que no bebía licor. No quiso tomar vino. Qué extraño, pensó Randy. Ella le explicó que eso era contrario a su religión. El fumar tampoco era aceptable. Entonces la religión de ella pasó a ser el tema de sus conversaciones.
Se casaron al año de aquella primera cita, pero él no podía aceptar la religión de ella. Le tomó casi ocho años superar sus dudas. Una pareja de misioneros tras otra le enseñaron y, finalmente, fue favorecido por el Espíritu y se bautizó en marzo del año pasado.
Randy visitó el Cerro Cumorah y también Nauvoo. Me dijo: “He visitado 17 templos. Los he visto por fuera, pero todavía no he entrado en ninguno”. Ha ido a cada templo que ha podido y ahora espera anhelosamente el día en que podrá visitarlos por dentro. Esa primera visita de él, en Chicago, tendrá lugar en abril próximo. Recibirá su investidura y al día siguiente él y Nancy serán sellados.
A Randy lo pusieron a trabajar inmediatamente después de su bautismo. Fue ordenado al Sacerdocio Aarónico y unos nueve meses más tarde lo ordenaron élder en el Sacerdocio de Melquisedec. Ama a la Iglesia. Le apasiona el amor por el Evangelio, el cual ha pasado a ser su principal interés en la vida. No puede dejar de hablar al respecto. Todas las noches y todas las mañanas se pone de rodillas y agradece al Señor esa maravilla que ha recibido en su vida.
Al escucharle, aprendí algunas cosas acerca de Randy. En primer lugar fue el formidable poder del ejemplo de un miembro de la Iglesia. Fue la estoica decisión de Nancy en aquella primera cita de que no tomaría licor ni vino lo que captó su atención. Los misioneros le enseñaron durante años, pero fue ella la llave que le abrió el corazón para amar al Señor y la mente para que entendiera el plan de salvación.
Lo segundo que aprendí es que nunca deben darse por vencidos cuando perciban la más mínima chispa de interés. Le llevó casi ocho años unirse a la Iglesia. Su mente era receptiva, pero en él persistía el temor de dar un paso tan serio. Ello significaba dejar de lado las tradiciones de sus antepasados y reemplazarlas con algo nuevo, extraño y difícil de comprender.
Tercero, lo pusieron a trabajar inmediatamente después de su bautismo. Su obispo se ocupó de que tuviera algo que hacer que constituyera un desafío. ¿Estaba calificado para llevar a cabo la asignación? El obispo prestó poca atención al interrogante. Percibió cierto anhelo en el nuevo converso y le ofreció una responsabilidad para ayudarle a progresar.
El obispo se aseguró de que Randy tuviera amigos en la Iglesia. Primero, por supuesto, estaba Nancy, su esposa, y también hubo otros miembros capaces que podrían responder a sus preguntas y escucharle pacientemente cuando no entendiera algo. No fue abandonado para que siguiera solo su camino. Pudo contar con aquellos que estaba dispuestos a dedicarle tiempo para hablar con él.
¿Sabe él todo lo que hay que saber en cuanto a la Iglesia? No, por supuesto que no. Continúa aprendiendo y a medida que aprende va incrementando su entusiasmo.
Se siente muy entusiasmado con lo que ha descubierto. Está ansioso por recibir las mayores bendiciones del templo. Su testimonio se ha fortalecido y afirmado en menos de un año. Yo creo que él es un miembro 100% convertido y su entusiasmo es contagioso. Necesitamos más personas como él y a muchas más para que trabajen con ellas.
Traer Gente A La Iglesia
Desde el comienzo de esta obra el servicio misional es un proceso de cuatro pasos:
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Encontrar al investigador.
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Enseñar al investigador.
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Bautizar al converso digno.
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Hermanar y fortalecer al nuevo miembro.
El año pasado hubo aproximadamente unos 300.000 bautismos de conversos en la Iglesia. Esto es enormemente significativo. Equivale a 120 nuevas estacas con 2.500 miembros cada una. Piensen en esto: ¡ 120 estacas en un solo año! Es algo maravilloso, sí, pero no es suficiente. No exagero cuando digo que con un esfuerzo combinado, con reconocer el deber que recae sobre cada uno de nosotros como miembros de la Iglesia, y con sinceras oraciones al Señor para que nos ayude, podemos duplicar ese número. La importante tarea inicial es encontrar primero investigadores que se interesen. Muchos de entre nosotros consideran que la obra misional es simplemente repartir folletos. Todo aquel que está familiarizado con esta obra sabe que hay una mejor manera. Esa manera es por medio de los miembros de la Iglesia. Doquiera que haya un miembro que presente a un investigador, de inmediato se pone en juego un sistema de apoyo. El miembro da su testimonio en cuanto a la veracidad de la obra; anhela contribuir a la felicidad de su amigo investigador y se regocija a medida que éste avanza en su conocimiento del Evangelio.
Los misioneros regulares pueden encargarse de enseñarle, pero el miembro, siempre que sea posible, respalda la enseñanza al ofrecer su hogar para que este servicio misional se lleve a cabo. Dará un sincero testimonio de la divinidad de esta obra. Estará presente para contestar preguntas en ausencia de los misioneros y ofrecerá su amistad al converso mientras hace una transformación grande y con frecuencia difícil.
El Evangelio no es nada que deba avergonzarnos, sino algo que debe enorgullecernos. “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor …” escribió Pablo a Timoteo (2 Timoteo 1:8). Las oportunidades para compartir el Evangelio están en todas partes.
El Dr. William Ghormey, quien sirvió como presidente de estaca en Corpus Christi, Texas, compraba gasolina en cierta estación de servicio. Cada vez que llenaba el tanque de su automóvil, le dejaba al propietario algo de la Iglesia para leer. Bien podría haber sido un folleto, una revista o un diario de la Iglesia, pero siempre le dejaba algo. El hombre de la gasolinera fue convertido por el poder del Espíritu al leer tales informaciones. Según me enteré, hace poco ese hombre servía como obispo.
La manera de traer gente nueva a la Iglesia no es responsabilidad exclusiva de los misioneros. El éxito
de los misioneros es mayor cuando los miembros se convierten en la fuente de recursos donde se encuentran nuevos investigadores.
Quisiera sugerir que todos los obispos en la Iglesia exhorten a los miembros de su barrio diciéndoles: “Trabajemos todos para que crezca el barrio”. No estoy seguro de que esta gramática sea correcta, pero la idea es buena.
Cultivemos en el corazón de cada miembro de la Iglesia el reconocimiento de su propio potencial para traer a otros al conocimiento de la verdad. Ponga todo miembro manos a la obra. Todo miembro debe orar con gran sinceridad al respecto. Ore todo miembro, como lo hizo Alma de la antigüedad:
“¡Oh Señor, concédenos lograr el éxito al traer [a otros] nuevamente a ti en Cristo!
“¡He aquí, sus almas son preciosas, oh Señor, y muchos de ellos son nuestros hermanos; por tanto, danos, oh Señor, poder y sabiduría para que podamos traer a éstos, nuestros hermanos, nuevamente a ti!” (Alma 31:34-35).
Yo los comprendo a ustedes, misioneros. Simplemente no pueden hacerlo solos y hacerlo bien. Necesitan la ayuda de otros. Ese poder para ayudarles se anida en cada uno de nosotros; pero deben hacer todo lo posible. Deben estar anhelosamente consagrados. Cuando no estén trabajando con referencias de los miembros, entonces tienen que conseguir otras referencias por medio del proselitismo y de otras medidas.
Días pasados hablé en el funeral de un querido amigo, quien hace algunos años, sirvió como presidente de misión. Cuando asumió su cargo, se sentía totalmente inadecuado. Se le había enviado a reemplazar a otro hombre muy bueno, un hombre de notable capacidad, un excelente líder y admirable presidente.
Cuando este nuevo hombre se hizo cargo de la misión y realizó su primera gira para reunirse con los misioneros, dijo: “Nunca serví una misión en mi juventud, así que no sé lo que están experimentando ustedes. Pero quiero que hagan todo lo que puedan-todo, todo lo que mejor puedan hacer. Digan sus oraciones, trabajen con afán y dejen la cosecha en manos del Señor”.
Gracias a ese tipo de espíritu y a esa manifestación de amor, una renovada, actitud se esparció por toda la misión. Los miembros apoyaron a los misioneros y en menos de un año, duplicaron el número de conversos.
Ahora deseo mencionar, tanto a los misioneros como a los conversos, estas palabras de Moroni: “Cuidaos de ser bautizados indignamente; cuidaos de tomar el sacramento de Cristo indignamente, antes bien, mirad que hagáis todas las cosas dignamente, y hacedlo en el nombre de Jesucristo, el Hijo del Dios viviente; y si hacéis esto, y perseveráis hasta el fin, de ninguna manera seréis desechados” (Mormón 9:29).
Refiriéndose a la dignidad necesaria para unirse a la Iglesia, el presidente Joseph F. Smith escribió en cierta ocasión lo siguiente: “Antes de que la gente sea digna de bautizarse, debe enseñársele. Ahora bien, ¿qué habrá de enseñársele? Pues bien, fe en Dios, en Jesucristo y en el Espíritu Santo; fe en el poder de la oración y en las ordenanzas y principios del Evangelio que Jesús enseñó; fe en la restauración de este Evangelio y todos sus poderes al profeta José Smith; fe en la Iglesia que por su intermedio se estableció; fe en el sacerdocio como siervos autorizados del Dios viviente; fe en las revelaciones recibidas en estos días; fe en el cumplimiento de las obras que se requieren de todo Santo de los Últimos Días; fe en el principio de la ley del diezmo y en todos los demás requisitos, tanto espirituales como temporales, mencionados en la ley de Dios; y, finalmente, fe para vivir con rectitud delante del Señor” (“Baptism”, Improvement Era, enero de 191 1, pág. 267-268).
La Responsabilidad De Los Miembros
Ahora bien, hermanos y hermanas, podemos dejar que los misioneros traten de hacer la obra por sí solos o ayudarles en ello. Si lo hacen por sí mismos, irán de puerta en puerta día tras día y la cosecha será escasa. O podemos, como miembros, ayudarles a encontrar y a enseñar investigadores.
¿Sobre quiénes recae la responsabilidad? Debo comenzar con los presidentes de estaca y sus consejos. En cada estaca se cuenta con una misión de estaca y con un presidente de misión. Es, pues, su responsabilidad, bajo la dirección del
presidente de estaca, trabajar constantemente en la tarea de encontrar y alentar investigadores. Y también es responsable de ello cada uno de los miembros de la Iglesia.
Foméntese en cada estaca el reconocimiento de la oportunidad para buscar a quienes estén dispuestos a escuchar el mensaje del Evangelio. En dicho proceso, no es necesario ser ofensivo o arrogante. El mejor folleto que podemos ofrecer es la bondad de nuestra propia vida. Al dedicarnos a este servicio, mejoraremos nuestra vida porque estaremos alerta para ver que no hagamos o digamos nada que podría impedir el progreso de aquellos a quienes estemos tratando de guiar hacia la verdad.
Pido que cada presidente de estaca y de distrito acepte la completa responsabilidad y el compromiso de encontrar y hermanar investigadores dentro de su estaca o distrito. Pido que cada obispo y presidente de rama acepte la misma responsabilidad dentro de su barrio o rama. Ustedes, hermanos, tienen la sagrada obligación ante el Señor de hacer tal esfuerzo. Ustedes dan el ejemplo de lo que otros podrán hacer bajo su inspirado liderazgo. Tenemos plena confianza en su capacidad y en su disposición para lograrlo
Es necesario que haya un incremento de entusiasmo a nivel de toda la Iglesia. Dispongan que en ocasiones se trate sobre esto en las reuniones sacramentales. Deliberen sobre ello en las reuniones semanales del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro. Hablen los Hombres Jóvenes y las Mujeres Jóvenes al respecto y planeen maneras de ayudar en esta empresa tan fundamental. Aun a los niños de la Primaria debe alentárseles a pensar cómo podrían ayudar. Muchos padres se han unido a la Iglesia porque uno de sus hijos fue invitado a la Primaria. Una de mis nietas tiene una amiguita que no es miembro y la lleva a la Iglesia. La madre de esa niña, sin malicia alguna, le dijo días pasados: “Dices tus oraciones tal como los mormones”.
Las reuniones de consejo de barrios y de estacas deben incluir en su agenda el estado de los investigadores que se han logrado por medio de los miembros del barrio y cada converso nuevo en la Iglesia.
Si esto sucede, los misioneros estarán muy ocupados; y también felices; y serán más productivos. La revelación les dice:
“Saldréis por el poder de mi Espíritu, de dos en dos, predicando mi evangelio en mi nombre, alzando vuestras voces como si fuera con el son de trompeta, declarando mi palabra cual ángeles de Dios.
“Y saldréis y bautizaréis en el agua, diciendo: Arrepentíos, arrepentíos, que el reino de los cielos se acerca” (D. y C. 42:6-7).
El Señor ha dicho también: “Y ningún hombre que salga y predique este evangelio del reino, sin dejar de continuar fiel en todas las cosas, sentirá fatigada … su mente, ni su cuerpo, miembros ni coyuntura; y ni un cabello de su cabeza caerá a tierra inadvertido. Y no padecerá hambre ni sed” (D. y C. 84:80).
Y continúa diciendo: “Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88).
Es muy apropiado que los misioneros les pidan referencias a los miembros. Sabemos que los misioneros que piden referencias tienen muchas más posibilidades de obtenerlas.
En muchos lugares el número de referencias por parte de los miembros ha disminuido simplemente porque no se presta atención a la materia. Por ejemplo, en 1987, el 42% de los investigadores en Estados Unidos y Canadá se debió a las referencias de los miembros. En 1997, este número bajó al 20%. Algo similar ocurre actualmente en todo el mundo.
Hermanos y hermanas, es necesario revertir esta tendencia decreciente. Es necesario dar nuevamente prioridad a este asunto tan importante. El Señor bendecirá a todos aquellos que contribuyan a esta obra tan fundamental.
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
“Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18: 15-16).
José Smith declaró: “Después de todo lo que se ha dicho, el mayor y más importante deber es predicar el Evangelio” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 132).
Y también dijo: “Recuerden los santos que de sus esfuerzos individuales dependen grandes cosas, y que son llamados a obrar junto con nosotros y con el Espíritu Santo para efectuar la gran obra de los últimos días” (Ibid., pág. 213).
Cada uno de los presidentes de la Iglesia, desde José Smith, se ha referido a este importante asunto.
Grande es nuestra labor y enorme nuestra responsabilidad de ayudar a encontrar a quienes enseñar. El Señor nos ha dado el mandato de enseñar el Evangelio a toda criatura. Esto requiere el mayor esfuerzo de cada misionero, ya sea regular o de estaca. Requiere el mayor esfuerzo de cada obispo, cada consejero de obispo y cada uno de los miembros del consejo de barrio. Requiere el mayor interés de cada presidente de estaca y de su consejo, y en particular de los Consejos de Coordinación Misional de Miembros y Misioneros.
Dios les bendiga, mis amados hermanos y hermanas, en la tarea de cumplir este trascendental cometido que tenemos. No podemos hacer caso omiso de él. No podemos evitarlo. Debemos enfrentarlo. Las oportunidades son enormes. Tenemos la capacidad para llevarlo a cabo y el Señor nos bendecirá al intentarlo.
El Fortalecimiento De Los Miembros Nuevos
Habiendo encontrado y bautizado a un nuevo converso, tenemos el desafío de hermanarlo y fortalecer su testimonio en cuanto a la veracidad de esta obra. No podemos dejarle que entre por una puerta y salga por otra. Unirse a la Iglesia es algo muy serio. Cada converso toma sobre sí el nombre de Cristo con la implícita promesa de cumplir Sus mandamientos. Pero unirse a la Iglesia podría ser una experiencia peligrosa. A menos que haya manos amigables y fuertes para saludarlo, a menos que exista una gran manifestación de amor y de interés, el converso empezará a reflexionar en cuanto al paso que acaba de dar. A menos que haya manos amistosas y corazones amables que lo reciban y lo acompañen por el sendero, podría quedar a medio camino.
No tiene sentido hacer la obra misional si no podemos conservar los frutos de tal esfuerzo. Ambas cosas deben ser inseparables. Estos conversos son preciosos. Todo converso es un hijo o hija de Dios. Cada converso es una responsabilidad muy grande y seria. Es absolutamente imperativo que cuidemos a quienes han pasado a ser parte nuestra. Parafraseando las palabras del Salvador, ¿qué aprovechará al misionero si bautizare a todo el mundo, a menos que aquellos que se hayan bautizado permanezcan en la Iglesia? (Véase Marcos 8:36.)
Pocos días atrás recibí una carta muy interesante de una mujer que se bautizó en la Iglesia hace un año, en la que me dice:
“Mi jornada en la Iglesia fue muy especial y bastante difícil. Este año ha resultado ser el más duro de toda mi vida. También ha sido el de mayor satisfacción. Como miembro nuevo, continúo enfrentando desafíos todos los días”.
Sigue entonces diciendo que, al unirse a la Iglesia, no sintió el apoyo de los líderes de su barrio. Como nuevo miembro, parecía serle indiferente a su obispo y, sintiéndose rechazada, recurrió a su presidente de misión quien le ofreció algunas oportunidades.
En su carta dice que “los miembros de la Iglesia no saben lo que es ser un miembro nuevo en la Iglesia y, por consiguiente, les resulta casi imposible comprender cómo ayudarnos”.
Quiero desafiarlos, mis hermanos y hermanas, que si no saben lo que es ser un miembro nuevo, traten al menos de imaginárselo. Podría ser una soledad abrumadora. Podría ser muy desalentador. Podría ser aterrador. Nosotros, los de esta Iglesia, somos mucho más diferentes del mundo de lo que solemos pensar que somos. Esta hermana sigue diciendo: “Cuando de investigadores pasamos a ser miembros de la Iglesia, nos sorprende descubrir que hemos entrado a un mundo completamente foráneo, un mundo que tiene sus propias tradiciones, cultura y lenguaje. Descubrimos que no hay una sola persona o punto de referencia donde acudir en busca de orientación en nuestro viaje a este mundo nuevo. Al principio, el viaje es emocionante, nuestros errores son hasta divertidos, luego se va tornando frustrante y poco a poco esa frustración se convierte en disgusto. Y es durante esta etapa de frustración y enojo que nos retiramos. Regresamos al mundo del cual vinimos, donde sabíamos quiénes éramos, donde contribuíamos y donde hablamos el mismo idioma”.
Lo he dicho antes, y lo repito ahora, que todo nuevo converso necesita tres cosas:
1. Un amigo en la Iglesia a quien pueda recurrir constantemente, alguien que camine a su lado, que conteste sus preguntas y comprenda sus problemas.
2. Una asignación. La actividad es una característica distintiva de la Iglesia. Es el proceso mediante el cual progresamos. La fe y el amor por el Señor son como los músculos de mi brazo. Si los empleo, se van fortaleciendo. Si los pongo en cabestrillo, se debilitan. Todo converso merece tener una responsabilidad. El obispo podría quizás suponer que no está capacitado para recibirla, pero debe arriesgarse. Piensen en el riesgo que se tomó el Señor al llamarlos a ustedes.
Por supuesto que el nuevo converso no lo sabrá todo. Probablemente cometa algunos errores. ¿Y qué? Todos cometemos errores. Lo que importa es el progreso resultante de la actividad.
Como parte de este proceso de asignar una responsabilidad, es apropiado y muy importante que el nuevo converso, si es varón, sea ordenado al Sacerdocio Aarónico. Luego, antes de que pasen muchos meses, puede ser ordenado al Sacerdocio de Melquisedec, donde contará con el hermanamiento del quórum de élderes. Pasará a ser uno en la enorme agrupación del sacerdocio en todo el mundo, de hombres de integridad y de fe que aman al Señor y procuran el avance de Su obra.
3. Todo converso debe ser “nutrido por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4). Es imperativo que la persona se relacione con un quórum del sacerdocio, con la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes, los Hombres Jóvenes, la Escuela Dominical o la Primaria. Se le debe alentar a que asista a la reunión sacramental para participar de la Santa Cena y renovar los convenios hechos al bautizarse.
No hace mucho escuché a un hombre y a una mujer que hablaron en mi barrio. Este hombre había ocupado muchos cargos en la Iglesia, incluso el de obispo. Su más reciente asignación fue la de hermanar a una madre soltera y sus hijos. Él dijo que ésa era la experiencia que había disfrutado más de entre todas las experiencias que había tenido en la Iglesia.
Aquella joven mujer tenía muchas dudas. Tenía muchos temores y gran ansiedad. No quería cometer ningún error o decir algo fuera de lugar que la avergonzara o que hiciera reír a los demás. Con gran paciencia, este hombre y su esposa llevaron a la familia a la Iglesia, se sentaban con ellos, les protegían, por así decirlo, de cualquier cosa que pudiera suceder y que les abochornaría. Dedicaban una noche por semana a enseñarles en su hogar más acerca del Evangelio y responder a sus muchas preguntas. Guiaron a esa pequeña familia como un pastor guía a sus ovejas. Con el tiempo, las circunstancias determinaron que esa familia debía mudarse a otra ciudad. “Sin embargo”, dijo él, “todavía nos comunicamos con aquella mujer. La apreciamos mucho. Ahora ella se encuentra firmemente establecida en la Iglesia y ya no necesitamos preocuparnos más. Ha sido en realidad un verdadero gozo trabajar con ella”.
Estoy convencido de que perderemos a un número muy ínfimo de los que vienen a la Iglesia si los cuidamos bien. Quizás algunos no se hayan convertido del todo. ¿Cómo podrían lograrlo con sólo seis lecciones? Quizás no llenen todos los requisitos, pero indudablemente han recibido un nuevo concepto de valores y oportunidades. Se les ha enseñado que son hijos e hijas de Dios. Han sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Se les ha confirmado miembros de la Iglesia y conferido el don del Espíritu Santo.
Recientemente estuve en Canadá donde, entre otras ciudades, visité la ciudad de Regina. Allí fuimos huéspedes del presidente D. Lawrence Penner, presidente de la Estaca Saskatoon, Saskatchewan. Él es un hombre maravilloso, un excelente funcionario ejecutivo. Se bautizó cuando tenía 20 años de edad y ése para él fue un paso muy importante. Unos miembros de la Iglesia le habían referido a los misioneros, quienes no demoraron en visitarlo. Hablaron con él, le enseñaron y lo bautizaron. Lo alentaron y también lo alentaron los oficiales locales de la Iglesia. Fue ordenado al sacerdocio y le asignaron responsabilidades. Un año después, fue llamado a servir una misión en Japón. Al regresar, se había fortalecido espiritualmente debido a la experiencia. Gracias al estímulo de mucha gente que lo ayudó a lo largo de la jornada, hoy es el sumo sacerdote presidente de esa gran estaca de Sión. Es esposo y padre de una buena familia, y todos ellos son miembros activos. Es un ejemplo de la clase de hombre que llega a la Iglesia como converso y permanece para llegar a ser un líder.
Seguir El Hermanamiento A Largo Plazo
En cuanto a ustedes, los misioneros, ustedes son parte de esta responsabilidad de afianzar sus conversos en la Iglesia. Quizás no puedan continuar visitándolos, pero pueden escribirles de vez en cuando y alentarlos. Espero que todos ustedes anoten en sus libros canónicos el nombre de cada hombre, mujer y niño que bauticen, como así también su dirección postal. La caligrafía de ustedes puede ser terrible, pero una simple nota que les envíen de vez en cuando les ofrecerá tranquilidad, consuelo y un gozo renovado. Cuando terminen su misión, no se olviden de ellos. Continúen viviendo dignamente para merecer su confianza. Escríbanles de vez en cuando recordándoles el amor que tienen por ellos.
A los misioneros les repito que de nada les servirá que bauticen a alguien y permitan luego que esa persona se aleje poco después de la Iglesia. ¿Qué habrían conseguido? Quizás hayan trabajado afanosamente, quizás hayan ayunado y orado al enseñar el Evangelio a una determinada persona. Pero si esa persona no permanece activa en la Iglesia, toda la labor de ustedes habrá sido en vano. Todo el proceso carecería de valor. Cualquier investigador que sea digno de bautizarse pasa a ser un converso digno de salvación.
El élder Bruce Porter, de los Setenta, relata esta experiencia. “Cuando yo era misionero en Alemania hace unos 25 años, llegué a la ciudad de Wuppertal como el nuevo líder de zona poco después de que los misioneros que me precedieron habían logrado un éxito extraordinario y bautizado a varias familias y personas. Sus bautismos significaron un notable progreso en esa rama, la cual tenía casi 100 miembros. Como misioneros, decidimos concentrar gran parte de nuestros esfuerzos a integrar y hermanar a estos nuevos miembros a fin de que se mantuvieran activos en la rama por el resto de su existencia. Les enseñamos todas las lecciones para nuevos miembros, además de algunas lecciones que nosotros mismos preparamos; los inscribimos para todo el año en una clase de temas fundamentales del Evangelio que enseñaban los misioneros; trabajamos juntos con los líderes de la rama para asegurarnos de que recibieran llamamientos y fueran integrados en la rama por medio de reuniones sociales y el hermanamiento de los miembros; hicimos arreglos para que se conocieran unos a otros y ayudaran a enseñar a otros investigadores de modo que lograran cultivar amistades entre sí y se ayudaran en conjunto para permanecer activos en el futuro. En fin, dedicamos más de seis meses después de sus bautismos a hacer todo lo que pudimos para asegurar que sus testimonios fueran sólidos y que se integraran en la Iglesia.
“Hoy, 25 años más tarde, casi todas aquellas familias y personas continúan activas y fieles en la Iglesia. Muchos de sus hijos han servido como misioneros y se han casado en el templo. Ahora tenemos una segunda y aun una tercera generación de miembros activos en la Iglesia. La única pareja que se inactivó tenía una hija que se mantuvo activa y ya se ha casado en el templo. Aunque éste es sólo un caso, mi experiencia en aquel entonces me convenció de que el tiempo que los misioneros dediquen a trabajar con los miembros para integrar a los conversos en la Iglesia rendirá con el tiempo buenos frutos” (Carta al élder Richard G. Scott).
Importancia De Los Consejos
Este es un poderoso testimonio de lo que puede hacerse. Sin embargo, los misioneros no deben descuidar el proselitismo para ayudar en el hermanamiento de los miembros. Ambos esfuerzos van de la mano. Ustedes pueden contar con la ayuda de los miembros, de todos los miembros. Tienen a los obispos y sus consejos de barrio. Tienen a los presidentes de estaca y sus consejos de estaca. Más particularmente, pueden contar con el Consejo de Coordinación Misional de Miembros y Misioneros que se reúne periódicamente para considerar problemas misionales en las estacas y principalmente para llevar cuenta y presentar informes sobre cada nuevo miembro que se une a la Iglesia. Su propio presidente de misión regular asiste con frecuencia a estas reuniones.
Bajo la dirección de este consejo, se enseñarán otras seis lecciones a los nuevos miembros que estén más firmemente establecidos en su fe.
Para ustedes, los obispos que llevan a cabo reuniones de consejo de barrio, el evaluar la condición de los conversos podría ser el tema más importante de tales reuniones. No están limitados a determinados reglamentos, sino que tienen mucha flexibilidad. Tienen derecho a que se les contesten sus oraciones, a la inspiración y revelación del Señor en cuanto a este asunto. Me sorprende sobremanera cuando escucho de un obispo que trate con indiferencia a los nuevos miembros de la Iglesia. Quizás en esos momentos no parezcan ser gente muy atractiva, pero si se los trata correctamente, el Evangelio les refinará. Mejorará su forma de vestir, sus modales, su conducta. Todos nosotros hemos presenciado milagros. Cuán maravillosa es nuestra oportunidad y cuán extraordinario es nuestro desafío.
Mis amados hermanos y hermanas, es nuestra responsabilidad, la responsabilidad de cada uno de nosotros, de la presidencia de estaca, del sumo consejo, del obispado, de la presidencia de la Escuela Dominical, de la presidencia de la Primaria, de la presidencia de los Hombres Jóvenes, de la presidencia de las Mujeres Jóvenes, de la presidencia de la Sociedad de Socorro y de los oficiales de los quórumes del sacerdocio alentar a toda persona que es bautizada y hacerle sentir la maravillosa calidez de este Evangelio de nuestro Señor. Me complace informarles que estamos progresando bastante, pero es tanto lo que queda por hacer.
¡Cuán gloriosa es esta obra! Está colmada de milagros. Podríamos hablar toda la noche porque los hemos presenciado.
Hermanos y hermanas, a todos ustedes en los barrios y estacas, y en los distritos y las ramas, quiero invitarlos a que formen parte de un amplio ejército con verdadero entusiasmo por esta obra y con un enorme deseo de ayudar a los misioneros en la inmensa responsabilidad que tienen de llevar el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo. “El campo blanco está ya para la siega” (D. y C. 4:4). El Señor ha declarado esto repetidas veces. ¿No hemos de confiar en Su palabra?
La obra misional existió antes de que se organizara la Iglesia. Y ha continuado desde entonces a pesar de las dificultades a través de muchas temporadas por las que ha pasado nuestro pueblo. Hagámonos el firme propósito, cada uno, íntimamente, de aceptar esta renovada oportunidad, este nuevo sentido de responsabilidad, y de asumir la obligación de ayudar a nuestro Padre Celestial en Su gloriosa obra de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos e hijas en toda la tierra.
Ésta es la obra santa de Dios. Ésta es Su Iglesia y Su Reino. La visión que tuvo lugar en la Arboleda Sagrada sucedió tal como lo declaró José Smith. Estamos construyendo un nuevo templo con vista a ese lugar santificado para testificar nuevamente en cuanto a la realidad de tan sagrado acontecimiento. Hace poco, cuando me paré en la nieve para determinar dónde se iba a construir el templo, sentí en mi corazón una comprensión verdadera de la importancia de lo que sucedió en la Arboleda Sagrada. El Libro de Mormón es verdadero. Nos testifica en cuanto a Jesucristo. Su sacerdocio ha sido restaurado y se encuentra entre nosotros. Las llaves de ese sacerdocio, recibidas de seres celestiales, se están empleando para nuestra bendición eterna. Tal es nuestro testimonio-de ustedes y mío-, testimonio que debemos compartir con los demás. Dejo este testimonio y mi bendición y mi amor con cada uno de ustedes, en el nombre de Jesucristo. Amén.