Como Una Llama Inextinguible
“Mas una cosa es indiscutible: los mandamientos no han cambiado … El bien es todavía el bien; el mal es todavía el mal, no importa cuán ingeniosamente se lo disimule en lo que es aceptable desde el punto de vista social o político”.
Hermanos y hermanas: Éstos han resultado ser dos días inspiradores y espero que mis palabras puedan contribuir a las enseñanzas y al espíritu de esta conferencia general.
En ocasiones, tengo el privilegio de oficiar en el templo cuando una pareja de jóvenes dignos van a casarse y a sellarse en la Casa del Señor. Tales momentos son siempre muy especiales para la familia y los amigos. En esas circunstancias se experimenta una dulce y placentera mezcla de felicidad terrenal y gozo eterno que se manifiesta en los ojos llenos de lágrimas de madres que tanto han orado en sus corazones para que llegara ese día. También se manifiesta en los ojos de los padres que, por primera vez en varios meses, piensan ahora en otras cosas además de cómo pagar los gastos de la boda. Pero más que nada se puede ver en los ojos de una novia y un novio virtuosos que han sabido vivir fieles a las enseñanzas del Evangelio, despreciando las tentaciones del mundo. Existe un sentimiento especial e innegable para toda persona que se ha mantenido limpia, virtuosa y pura.
Hay demasiados hombres y mujeres jóvenes que sucumben a las presiones impuestas por un mundo saturado de mensajes malignos y conducta inmoral. Lucifer está embarcado en una guerra desenfrenada para dominar el corazón y el alma de jóvenes y adultos, y el número de sus víctimas continúa en aumento. Las normas del mundo se han desplazado como las arenas de un desierto tormentoso. Lo que una vez era inusitado o inaceptable, es hoy en día común y corriente. El criterio del mundo ha sido tan terriblemente trastornado que a quienes prefieren guiarse por las normas tradicionales de moralidad se les percibe cual gente extraña, casi como que debiera justificar su deseo de guardar los mandamientos de Dios.
Mas una cosa es indiscutible: los mandamientos no han cambiado. Nadie debe siquiera suponerlo. El bien es todavía el bien; el mal es todavía el mal, no importa cuán ingeniosamente se lo disimule en lo que es aceptable desde el punto de vista social o político. Nosotros creemos en la castidad antes del matrimonio y en la fidelidad conyugal para siempre; ésta es una norma absoluta de la verdad; no está sujeta a encuestas de la opinión pública ni depende de la situación o de las circunstancias. No hay necesidad de polemizar sobre ésta o ninguna otra norma del Evangelio.
Pero existe una urgente necesidad de que padres, líderes y maestros ayuden a nuestros jóvenes a entender, amar, valorar y vivir de conformidad con las normas del Evangelio. Los padres y la juventud deben luchar unidos en defensa de un sagaz y pérfido adversario. Debemos esforzarnos por vivir el Evangelio con la misma dedicación, eficacia y determinación con las que ese adversario se esfuerza por destruirlo y destruirnos a nosotros.
El cometido que tenemos es grande, ya que está de por medio el alma inmortal de nuestros seres queridos. Quisiera sugerir cuatro maneras para erigir una fortaleza de fe en nuestros hogares y ayudar particularmente a nuestros jóvenes a ser limpios, virtuosos y puros, completamente dignos de entrar en el templo.
La primera es la información sobre el Evangelio. La información más importante y benéfica que yo conozco es el conocimiento de que somos verdaderamente hijos e hijas de Dios, nuestro Eterno Padre. Esto no es solamente correcto desde el punto de vista doctrinal, sino que es esencial desde el punto de vista espiritual. En Su magnífica oración intercesora, el Salvador dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). El conocer al Padre Celestial y el entender la relación que tenemos para con Él como nuestro Padre y nuestro Dios es encontrar la razón de esta vida y la esperanza en la vida venidera. Nuestras familias necesitan saber que Él es real, que nosotros somos en realidad Sus hijos e hijas, y herederos de todo lo que Él posee, ahora y para siempre. Afianzados en ese conocimiento, los miembros de toda familia estarán menos inclinados a participar en diversiones inicuas y más dispuestos a mirar a Dios y vivir (véase Números 21:8).
Es preciso que, de alguna manera, inculquemos en nuestro corazón el poderoso testimonio del Evangelio de Jesucristo como lo hicieron nuestros antepasados pioneros. Recuerden la ocasión en que Nauvoo cayó en manos enemigas en septiembre de 1846 y la angustiosa condición en que se encontraban los santos en campamentos miserables. Cuando la noticia llegó a Winter Quarters, Brigham Young reunió inmediatamente a los miembros y después de explicarles la situación y de recordarles el convenio hecho en el Templo de Nauvoo de que nadie que deseara seguirles, no importa cuán pobre fuese, habría de ser dejado atrás, les dio este extraordinario desafío:
“Ahora es el momento de obrar”, dijo. “Permitan que el fuego del convenio que hicieron en la Casa del Señor, arda en sus corazones como una llama inextinguible …” (Journal History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 28 de septiembre de 1846, pág. 5; cursiva agregada). Pocos días después, a pesar de las condiciones casi indigentes que existían en Winter Quarters, muchas carretas salieron hacia el este para rescatar a los santos en los campamentos de los pobres a lo largo del río Misisipi.
Con frecuencia oímos hablar del sufrimiento y de los sacrificios que aquellos primeros santos debieron padecer y solemos preguntarnos: ¿Cómo hicieron? ¿Qué fue lo que les daba tanta fortaleza? Parte de la respuesta se encuentra en las poderosas palabras de Brigham Young. Aquellos primeros Santos de los Ultimos Días habían hecho convenios con Dios, y esos convenios ardían en sus corazones como una llama inextinguible.
A veces enfrentamos la tentación de permitir que nuestras vidas se basen más en lo que es conveniente que en los convenios. No siempre nos viene bien vivir las normas del Evangelio, defender la verdad y dar testimonio de la restauración. Por lo general, no es conveniente compartir el Evangelio con los demás; no siempre es conveniente responder a un llamamiento en la Iglesia, especialmente esos que requieren un mayor esfuerzo por parte nuestra. Las oportunidades de servir a los demás en forma significativa, como convinimos, rara vez se nos presentan en el momento oportuno. Pero no hay poder espiritual cuando se vive por lo que nos venga bien. El poder proviene del cumplimiento de nuestros convenios. Al contemplar las experiencias de aquellos primeros santos, podemos apreciar que los convenios eran la fuerza primordial de su vida. Su ejemplo y su testimonio fueron suficientemente vigorosos para influir, generación tras generación, en sus hijos.
A medida que van creciendo, los hijos necesitan que los padres les informen de forma más directa y clara lo que es correcto y lo que no lo es. Los padres deben enseñar a sus hijos a evitar toda clase de fotografías o cuentos pornográficos. Es preciso que los niños y los adolescentes aprendan de sus padres que toda clase de pornografía es un instrumento del diablo y que si una persona se deja entretener con ello, es algo que tiene el poder de habituar, entorpecer y aun destruir el espíritu humano. Se les debe enseñar a no emplear vocabulario vulgar y a jamás usar el nombre del Señor en vano. Las bromas vulgares que escuchen no deben repetirse. Enseñen a sus familiares a no escuchar la clase de música que festeja lo sensual; háblenles con franqueza en cuanto al sexo y a las enseñanzas del Evangelio concernientes a la castidad. Que esa información provenga de los padres, del hogar y de la manera adecuada. Todos los miembros de la familia deben conocer las normas y ser fortalecidos espiritualmente para poder cumplirlas. Y cuando se cometan errores, la maravillosa Expiación del Señor Jesucristo se debe comprender y aceptar de modo que, por medio de un completo y a veces difícil proceso del arrepentimiento, puedan obtener el perdón y la constante esperanza en el futuro. Nunca debemos abandonar la búsqueda de la vida eterna, tanto para nosotros como para nuestra familia.
Desafortunadamente, en el mundo actual hay demasiados padres y madres que han renunciado a la responsabilidad de enseñar a sus familias estos valores morales y otras doctrinas de la Iglesia, creyendo que otros lo harán: los compañeros de sus hijos, las escuelas públicas, los líderes y maestros de la Iglesia o aun los medios de comunicación. Todos los días, nuestros niños están aprendiendo, alimentando su mente y su corazón con experiencias e ideas que influyen profundamente en los sistemas de valores morales.
Hermanos y hermanas, debemos enseñarnos unos a otros e inculcar en nuestros corazones una fe más profunda a fin de fortalecernos con el valor para guardar los mandamientos en un mundo en el que la maldad va en constante aumento. Es necesario que nos convirtamos de tal modo al Evangelio de Cristo que el fuego del convenio arda en nuestros corazones como una llama inextinguible. Y con esa clase de fe, haremos todo lo que sea menester para conservarnos fieles y dignos.
La segunda es la comunicación. Nada es más importante para las relaciones entre los miembros de una familia que la comunicación franca y honrada. Esto es particularmente así con los padres que tratan de enseñar a sus hijos los principios y las normas del Evangelio. La capacidad para asesorar a nuestros jóvenes -y quizás lo que es más importante, para escucharles de verdad en cuanto a sus problemas- es el cimiento sobre el cual se edifica una relación de éxito. Frecuentemente, lo que vemos en sus ojos y lo que sentimos en el corazón nos comunicará mucho más de lo que oímos o decimos. Un consejo a ustedes, los hijos: Nunca le falten al respeto a sus padres. También ustedes deben aprender a escuchar, en especial los consejos de su mamá y de su papá, y los susurros del Espíritu. Tenemos que estar a la expectativa y captar esos momentos especiales que son propicios para la enseñanza que ocurren continuamente en nuestras relaciones familiares, y debemos tomar la determinación ahora mismo de efectuar la noche de hogar para la familia todos los lunes por la noche.
Hay maravillosas ocasiones para la comunicación durante las acostumbradas oraciones familiares y el estudio en familia de las Escrituras. Las Escrituras servirán para definir los valores y las metas familiares, y el hablar juntos en cuanto a ellos permitirá que los miembros de la familia aprendan a ser personalmente firmes, espiritualmente fuertes y autosuficientes. Esto requiere tiempo, de modo que tenemos que conversar juntos sobre la cantidad de televisión, de películas cinematográficas, videos y juegos en video, de tiempo en el Internet o de actividades fuera del hogar que se habrán de permitir.
La tercera es la intervención. Los padres tienen el deber de intervenir cada vez que perciban que se están tomando decisiones equivocadas. Esto no quiere decir que los padres deben privar a los hijos del precioso don del albedrío. Debido a que el albedrío es un don de Dios, al fin y al cabo, lo que ellos decidan hacer, la manera como habrán de comportarse y lo que decidan creer es cosa de ellos. Pero, como padres, debemos asegurarnos de que ellos entienden lo que es una conducta apropiada y cuáles serán las consecuencias si deciden seguir el camino equivocado. Recuerden que no hay tal cosa como una censura ilícita en el hogar. Las películas, las revistas, la televisión, los videos, el Internet y otros medios de comunicación entran ahí como huéspedes y sólo debe dárseles la bienvenida cuando son apropiados para el disfrute de la familia. Hagan de sus hogares un refugio de paz y rectitud; no permitan que las malas influencias contaminen su propio ambiente espiritual. Sean bondadosos, atentos, amables y considerados en lo que digan y el modo en que se traten mutuamente. Entonces, los objetivos de la familia, basados en
las normas del Evangelio, facilitarán el tomar buenas decisiones.
El mismo principio se aplica a ustedes, obispos, maestros y demás líderes de la Iglesia al trabajar para ayudar a las familias. No tienen que permanecer indiferentes cuando aquellos sobre quienes tienen mayordomía toman decisiones morales inapropiadas. Si uno de nuestros jóvenes se encontrase en una encrucijada moral, casi siempre habrá alguien -uno de los padres, un líder, un maestro-que podría beneficiarlo al intervenir con amor y bondad.
La cuarta es el ejemplo. Así como es difícil para el cansado marinero encontrar su rumbo a través de mares desconocidos sin la ayuda de una brújula, es casi imposible para los niños y para los jóvenes encontrar su derrotero en medio de los mares de la vida sin que los guíe la luz de un buen ejemplo. No podemos esperar que habrán de evitar todas esas cosas inapropiadas si ven a sus propios padres contravenir los principios y no cumplir con el Evangelio.
Como padres, maestros y líderes, es nuestra solemne obligación sentar un vigoroso ejemplo personal de fortaleza, valor, sacrificio, servicio abnegado y autodominio. Éstas son las cualidades que ayudarán a nuestra juventud a mantenerse asidos a la barra de hierro del Evangelio y permanecer en el sendero estrecho y angosto.
Quisiera poder asegurarles que el concentrarse en la información, la comunicación, la intervención y el ejemplo siempre resultará en una familia perfecta con hijos perfectos que nunca se desviarán de las normas del Evangelio. Eso, desafortunadamente, no es así. Pero las familias que conocen, enseñan y viven los principios y las normas del Evangelio tienen más probabilidades de evitar el dolor de los serios errores. Cuando las pautas tradicionales de la comunicación y del ejemplo fiel prevalecen, es mucho más fácil conversar juntos en cuanto a los problemas personales y procurar los cambios necesarios que habrán de bendecir a cada uno de los miembros de la familia.
Escuchen el significativo consejo del rey Benjamín: “… no puedo deciros todas las cosas mediante las cuales podéis cometer pecados; porque hay varios modos y medios, tantos que no puedo enumerarlos.
“Pero esto puedo deciros, que si no os cuidáis a vosotros mismos, y vuestros pensamientos, y vuestras palabras y vuestras obras, y si no observáis los mandamientos de Dios ni perseveráis en la fe de lo que habéis oído concerniente a la venida de nuestro Señor, aun hasta el fin de vuestras vidas, debéis perecer. Y ahora bien, ¡oh hombre!, recuerda, y no perezcas” (Mosíah 4:29-30).
Mis hermanos y hermanas, ruego que Dios bendiga a cada uno de nosotros para que el fuego de nuestros convenios arda en nuestros corazones como una llama inextinguible. Que estemos preparados espiritualmente para renovar nuestros sagrados convenios cada semana al participar de la Santa Cena. Que honremos al Señor y estemos ansiosos por hacer nuestra parte, en estos días tan emocionantes y maravillosos, para edificar Su Iglesia mediante el fortalecimiento de nuestras familias, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.