Un testimonio imperecedero de la misión del profeta José Smith
El profeta José es un ejemplo y un maestro de lo que significa perseverar bien en la fe… le doy las gracias y le amo por ser el profeta del Señor a cargo de la Restauración.
La noche previa a su martirio en Carthage, José Smith dio testimonio, a los guardias que le custodiaban, acerca de la divina autenticidad del Libro de Mormón, así como del ministerio de ángeles y de que el reino de Dios había sido establecido nuevamente en la tierra.
Me pregunto si alguno de los guardias oró aquella noche. El Espíritu Santo estaba listo para decirles que aquel extraordinario mensaje era verdadero. Con el testimonio del Espíritu, habrían sabido que debían solicitar el bautismo y luego habrían recibido el invalorable don del Espíritu Santo, con el cual habrían podido conocer la verdad de todas las cosas. Me pregunto si aquella noche alguno de ellos sintió lo cerca que estuvo de empezar a caminar por el único sendero que les conduciría al Salvador en el mundo venidero, para ver Su rostro con placer y oír las palabras: “Ven a mí, tú, que bendito eres; hay un lugar preparado para ti en las mansiones de mi Padre”1.
Todos tenemos seres a los que amamos. Piensen en ellos ahora. Tal vez sean sus hijos o sus nietos. Quizás piensen en su cónyuge. Puede que sea alguien a quien estén enseñando como misioneros. Puede que se trate de un amigo. Ustedes desean de todo corazón que algún día ellos oigan esas palabras de la boca del Maestro. Para que reciban dicha bendición, es preciso que el testimonio que dio el Profeta en Carthage arda en sus corazones durante todas las pruebas de la vida, como sucedió en el caso de José Smith.
Podemos comenzar por ofrecerles el testimonio de otras personas. El Señor permitió que hubiera otros hombres que se sumaran a José Smith para corroborar lo que el Salvador había hecho, y ellos estuvieron con el Profeta cuando se abrieron los cielos.
Oliver Cowdery predicó el primer sermón misional el domingo que siguió a la organización de la Iglesia. Partió para el campo misional para proclamar lo que sabía por medio de lo que había visto, oído y sentido. Junto con otros dos, firmó un testimonio del que jamás renegaron, el cual se halla impreso en el prefacio del Libro de Mormón:
“Conste a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, a quienes llegare esta obra, que nosotros, por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, hemos visto las planchas que contienen esta relación, la cual es una historia del pueblo de Nefi, y también de los lamanitas, sus hermanos, y también del pueblo de Jared, que vino de la torre de que se ha hablado. Y también sabemos que han sido traducidas por el don y el poder de Dios, porque así su voz nos lo declaró; por tanto, sabemos con certeza que la obra es verdadera. También testificamos haber visto los grabados sobre las planchas; y se nos han mostrado por el poder de Dios y no por el de ningún hombre. Y declaramos con palabras solemnes que un ángel de Dios bajó del cielo, y que trajo las planchas y las puso ante nuestros ojos, de manera que las vimos y las contemplamos, así como los grabados que contenían; y sabemos que es por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, que vimos y testificamos que estas cosas son verdaderas.Y es maravilloso a nuestra vista. Sin embargo, la voz del Señor nos mandó que testificásemos de ello; por tanto, para ser obedientes a los mandatos de Dios, testificamos estas cosas. Y sabemos que si somos fieles en Cristo, nuestros vestidos quedarán limpios de la sangre de todos los hombres, y nos hallaremos sin mancha ante el tribunal de Cristo, y moraremos eternamente con Él en los cielos. Y sea la honra al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, que son un Dios. Amén.
Oliver Cowdery
David Whitmer
Martin Harris”2
Sus seres queridos pueden tener más que la mera evidencia física brindada a aquellos testigos por lo que vieron y oyeron. Los tres testigos contaban con algo más, algo que todos necesitamos. El Espíritu Santo dio testimonio a sus mentes y corazones de la veracidad de lo que vieron y oyeron; el Espíritu les dijo que el ángel era de Dios y que la voz pertenecía al Señor Jesucristo. Ese testimonio del Espíritu les fue concedido a ellos y a muchos otros que no estuvieron allí. Se trata de un testimonio que, si somos merecedores de la compañía del Espíritu Santo, será nuestro y permanecerá con nosotros para siempre.
Los Tres Testigos jamás negaron su testimonio del Libro de Mormón; no podían hacerlo porque sabían que era verdadero. Realizaron sacrificios y pasaron dificultades inimaginables para la mayoría de la gente. Oliver Cowdery dio el mismo testimonio del origen divino del Libro de Mormón en su lecho de muerte. Pero, en los momentos de prueba, flaqueó su fe en que José Smith seguía siendo un profeta de Dios y en que el único medio para venir al Salvador era por medio de Su Iglesia restaurada. El que durante sus largos periodos de distanciamiento de la Iglesia y de José continuaran afirmando lo que habían visto y oído, hace que su testimonio sea aún más poderoso.
El Señor concedió idéntico testimonio del Espíritu, aunque sin la misma evidencia física, a otras personas que fueron duramente probadas por la oposición y la tribulación. Brigham Young, John Taylor, Heber C. Kimball y muchos otros permanecieron firmes en sus testimonios; perseveraron en la fe porque pagaron el precio de conservar la compañía del Espíritu Santo y el ferviente testimonio que sólo Él concede.
Por ello, conservaban más que un simple recuerdo del momento en que el Espíritu susurró a sus mentes y corazones que Dios vivía, que Jesús era el Cristo y que José Smith era su profeta. Conservaban más que un recuerdo del sentimiento de paz y de regocijo que dicho testimonio trajo consigo. Por haber sido merecedores de la compañía del Espíritu Santo, pudieron decir en toda circunstancia, a pesar de la dificultad: “Lo supe entonces y sentí que era cierto. Y ahora también”.
Hicieron algunas cosas sencillas para mantener ese testimonio brillante y radiante, las cuales podemos enseñar a nuestros seres queridos. Si se hacen fielmente, nos permitirán disfrutar de la compañía constante del Espíritu Santo; y podemos prometer a nuestros seres amados que sentirán gozo y paz cuando el Espíritu les confirme la verdad si tan sólo piden esa bendición con fe.
Ahora bien, nosotros enseñamos mejor las cosas del Espíritu por medio del ejemplo y del testimonio. No recuerdo mucho de lo que mis padres dijeron sobre el Espíritu Santo, pero sí recuerdo lo que sentí cuando les vi hacer las cosas que invitaban al Espíritu Santo a nuestro hogar. A continuación menciono algunas de las cosas que pueden enseñar a sus seres queridos por medio de su ejemplo y el testimonio, con confianza en que el Señor enviará el Espíritu para confirmar la verdad a sus mentes y sus corazones.
Enséñenles a orar al Padre con fe en el nombre de Jesucristo. El Libro de Omni contiene una promesa al respecto.
“Y ahora bien, mis amados hermanos, quisiera que vinieseis a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y participaseis de su salvación y del poder de su redención. Sí, venid a él y ofrecedle vuestras almas enteras como ofrenda, y continuad ayunando y orando, y perseverad hasta el fin; y así como vive el Señor, seréis salvos”3.
El joven José Smith nos mostró cómo orar de ese modo. Él creyó en la promesa que leyó en el libro de Santiago4, y se dirigió a la arboleda con fe en que su oración tendría respuesta. Él deseaba saber a qué Iglesia unirse; era lo bastante sumiso para estar dispuesto a hacer cualquier cosa que se le mandara, así que oró, tal como nosotros lo debemos hacer, teniendo ya la determinación de obedecer.
Lo que se le mandó hacer requirió toda su alma y, en última instancia, su vida. Perseveró durante los siguientes veinticuatro años gracias a que continuó orando con la fe y la humildad semejantes a la de un niño. Enseñemos a nuestros seres queridos a orar con la intención de obedecer. Podemos prometerles que recibirán la compañía del Espíritu Santo, quien les testificará de la verdad en sus corazones cada vez que lean las Escrituras recibidas por medio del profeta José Smith y les renovará la confirmación de que Dios habló por conducto de Su profeta.
Enséñenles a meditar diariamente en las Escrituras, con fe en que el Espíritu les instruirá. Ahora escuchen las siguientes palabras de las Escrituras traducidas por José Smith y confíen en que ahora se les enseñará lo que deben hacer. Recibirán impresiones sobre cómo abordar las Escrituras y la forma de enseñar esto a sus seres queridos:
“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna”5.
El profeta José nos enseñó el significado de deleitarse en las Escrituras cuando dijo que el Libro de Mormón acercaría a un hombre “más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”6. Se acercarán más a Dios y le amarán más; ésa es la promesa de Jacob 3:2:
“¡Oh todos vosotros que sois de corazón puro, levantad vuestra cabeza y recibid la placentera palabra de Dios, y deleitaos en su amor!; pues podéis hacerlo para siempre, si vuestras mentes son firmes”.
Tanto ustedes como los seres a los que aman recibirán la palabra de Dios al obedecerla, permitiéndoles así sentir Su amor. Ésa es una de las grandes bendiciones del don del Espíritu Santo. Cuando sintamos ese amor, sabremos que Dios aprueba el curso de nuestra vida. En eso consiste el deleitarse en el delicioso fruto que se describe en el Libro de Mormón7.
Enséñenles a sacrificarse para edificar el reino de Dios, pues dicho sacrificio trae consigo el testimonio del Espíritu. José Smith tradujo una maravillosa promesa que escribió para nuestra época un profeta de hace mucho tiempo:
“Y bienaventurados aquellos que procuren establecer a mi Sión en aquel día, porque tendrán el don y el poder del Espíritu Santo; y si perseveran hasta el fin, serán enaltecidos en el último día y se salvarán en el reino eterno del Cordero; y los que publiquen la paz, sí, nuevas de gran gozo, ¡cuán bellos serán sobre las montañas!”8.
Todos pueden reclamar esa promesa para sí; el miembro más joven y reciente puede procurar edificar del reino de Dios. Sión está formada por personas y familias, y cuando la fe de éstas aumenta, el reino se establece con más firmeza. Contribuyamos a ello diariamente. Hasta el acto más pequeño encaminado a edificar la fe de otra persona o de otra familia nos hace merecedores del don y del poder del Espíritu Santo. El Espíritu Santo testifica de la verdad. Por lo tanto, cuando brindamos servicio, aumenta nuestra fe de que Jesús es el Cristo, de que nuestro Padre Celestial vive y nos ama, y de que José fue Su profeta; ustedes pueden esperar eso cuando vayan a un hogar para edificar la fe, en calidad de maestro orientador, maestra visitante o como un amigo.
Tal vez haya quien no perciba esa bendición en su servicio a la Iglesia, pero ello se debe a haberse centrado más en la mecánica que en la gloriosa oportunidad de “[publicar] la paz, sí, nuevas de gran gozo” a los hijos de Dios en Su reino. Si vemos así nuestro servicio, no sólo seremos enaltecidos en el postrer día, sino que hallaremos descanso y valor durante el camino, y el Espíritu testificará que éste es el reino del Señor restaurado en los últimos días.
Enséñenles a amar a sus semejantes por medio del servicio, ya que así tendrán el Espíritu. El profeta José Smith así lo enseñó y así vivió. De los muchos ejemplos registrados de su naturaleza amorosa, el que más me emociona tuvo lugar en la cárcel de Carthage, la noche antes de su muerte. Dan Jones era uno de los que le acompañaban. El profeta percibió el peligro que procedía del populacho y tenía motivos para tornarse introvertido, para pensar en sí mismo y en el peligro que corría, pero en vez de ello, su corazón se volvió al consuelo de los demás.
“Cuando, aparentemente, todos se hallaban durmiendo, José susurró a Dan Jones: ‘¿Tiene miedo a morir?’. Dan le respondió: ‘¿Cree que ha llegado el momento? Al tomar parte en semejante causa, no creo que la muerte abrigue terror alguno’. José replicó: ‘Usted verá el país de Gales y, antes de morir, cumplirá la misión que le ha sido asignada’”9.
Dan Jones sobrevivió para servir varias misiones en Gales; miles de conversos galeses se dirigieron a Sión, algunos eran cantantes de talento y estuvieron entre los primeros integrantes de lo que sería el Coro del Tabernáculo. Al oír cantar al coro, espero que recordemos a Dan Jones, el fiel amigo del profeta José. Enseñen a sus seres amados a recordar el consuelo que él dio cuando era él quien lo necesitaba. Cuando consolamos al prójimo, por medio de nuestra fe en el Señor, Él nos envía al Consolador; éste, el Espíritu Santo, concedió a José el poder para dar ánimo amoroso y profético.
Por medio de su amor, José demostró la verdad de estas palabras del Libro de Mormón: “…Allegaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;
“pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien”10.
Para mí, el profeta José es un ejemplo y un maestro de lo que significa perseverar bien en la fe; no le adoro, pero le doy las gracias y le amo por ser el profeta del Señor a cargo de la Restauración. Él me ha ayudado a orar con intención de obedecer; puedo deleitarme mucho mejor en la palabra y en el amor de Dios. Gracias a él, siento el Espíritu Santo con más frecuencia en los momentos en los que trato de edificar la fe de una persona en el reino del Señor. Y, a causa de lo que sé del profeta José y de las Escrituras reveladas por medio de él, siento más a menudo el amor de Dios por todos Sus hijos y por mí al esforzarme por elevar a alguien.
Es mi oración que, tanto nosotros como aquellos a quienes amamos, perseveremos en la fe en el Evangelio restaurado de Jesucristo y en Su reino. Ruego que, al participar de la Santa Cena, mantengamos la promesa de recordarle siempre, para que siempre tengamos Su Espíritu con nosotros. Ruego que, en nuestras noches de hogar, en nuestras charlas misionales y en todo momento en que adoremos juntos, invitemos al Espíritu Santo por medio de lo que hagamos, de lo que digamos y de lo que seamos.
Testifico que Dios vive. Sé que Jesucristo vive y que es nuestro Salvador. Ésta es Su iglesia. José fue Su profeta. El presidente Gordon B. Hinckley es Su profeta actualmente y sé estas cosas porque el Espíritu me dice que son verdaderas, y de ello testifico, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.