2000–2009
El prodigio que son ustedes
Octubre 2003


El prodigio que son ustedes

Empiecen a descubrir quiénes son ustedes realmente al aprender más de sus antepasados.

Mis queridos hermanos del sacerdocio de Dios en todo el mundo, reciba cada uno de ustedes nuestro amor y saludos dondequiera que se encuentre.

Imaginen conmigo a una huerfanita de seis años caminando por las planicies de los Estados Unidos; se llama Elsie Ann; su madre falleció cuando la niña contaba dos años; el padre volvió a casarse y por un tiempo tuvo una madrastra. Luego su papá falleció en Winter Quarters cuando ella tenía cinco años. La madrastra volvió a casarse y se fue, dejando a la pequeña huérfana a cargo de unos parientes suyos, Peter y Selina Robison. Elsie Ann partió de Winter Quarters con la familia Robison en julio de 1849 en dirección al Oeste. Mientras contemplaba cómo Selina cuidaba a su hijita de diez meses, el corazón de Elsie Ann anhelaría sin duda el amor de su propia madre y quizás a veces hasta se preguntara: “¿Dónde está mi mamá?”.

Siento mucha compasión por esa niñita al pensar en cómo tuvo que hacer frente a un futuro incierto sin parientes consanguíneos que la consolaran ni la ayudaran. Elsie Ann era mi bisabuela y no fue sino hasta hace poco que descubrimos quién fue realmente su madre. Durante años, creíamos que era hija de Jane Robison, pero una investigación minuciosa nos permitió descubrir su verdadero parentesco; después de todos estos años, Elsie Ann pudo por fin sellarse a su padre, John Akerley, y a su madre, Mary Moore.

Mis abuelos han ejercido una gran influencia en mi vida y, aunque fallecieron hace muchos años, aún siento el sostén de su amor. Uno de mis abuelos, James Akerley Faust, falleció antes de que yo naciera; sólo lo conozco a través de los relatos que mi abuela y mis padres me contaron de él. Sin embargo, me siento fuertemente unido a él porque, en parte, soy lo que él fue. Entre otras cosas, fue vaquero, ranchero y jefe de una sucursal de correos en el centro de Utah. Cierto invierno, se fue de viaje a Idaho, donde se encontró con un conocido que vivía en la pobreza; hacía frío y su amigo no tenía abrigo, por lo que el abuelo se quitó el suyo y se lo dio.

Esta tarde deseo instar a los jóvenes a que empiecen a descubrir quiénes son ustedes realmente al aprender más de sus antepasados. Alex Haley, autor del libro Raíces, ha dicho: “En todos nosotros existe un profundo deseo de conocer nuestro linaje, de saber quiénes somos y de dónde venimos. Sin ese conocimiento ennoblecedor, sentimos nostalgia y, no obstante lo que logremos en la vida, hay en nosotros un vacío y una inquietante soledad”1. Podemos tener experiencias emocionantes al aprender sobre nuestros vibrantes y dinámicos antepasados. Ellos fueron personas muy reales, vivas, con problemas, esperanzas y sueños semejantes a los nuestros.

En muchos aspectos, cada uno de nosotros es la suma total de lo que fueron nuestros antepasados. Las virtudes que ellos tuvieron pueden ser nuestras virtudes, sus puntos fuertes los nuestros y, en cierta forma, sus desafíos pueden ser nuestros desafíos. Quizás tengamos también algunos de sus rasgos. Hace un tiempo me fijé en que uno de nuestros nietos, un niñito, parecía tener una forma curiosa de caminar. Mi esposa me dijo: “¡Pero si camina como tú!”. Ahora me pregunto de quién habré heredado esa característica.

Es un gozo familiarizarnos con nuestros antepasados que fallecieron hace tanto tiempo. Cada uno de nosotros cuenta con una historia familiar fascinante. La búsqueda de sus antepasados quizás resulte uno de los rompecabezas más interesantes en el que puedan trabajar ustedes, jovencitos.

Cada uno debe comenzar esta obra en algún punto, y la pueden hacer tanto los jóvenes como los ancianos. Este verano, ciento setenta niños de la Estaca Lartebiokorshie, de Accra, Ghana, trabajaron en los árboles genealógicos de sus cuatro generaciones, en un programa de dos horas, y setenta y cuatro de ellos completaron y mostraron los suyos.

El presidente Boyd K. Packer ha dicho: “Si no sabe por dónde empezar, empiece por usted mismo. Si no sabe qué registros solicitar ni cómo obtenerlos, empiece con lo que ya tenga”2. Aprenderá sobre la maravilla que es usted. Tal vez sea más fascinante que cualquier película que puedan ver o que cualquier juego de computadora al que puedan jugar. Deben averiguar quiénes fueron sus abuelos y sus bisabuelos y qué obra se ha realizado por ellos en el templo. Si no saben cómo obtener esta información, pregunten a los miembros de su barrio que lo sepan.

Pregunten a sus familiares qué saben de sus parientes más lejanos. Consulten los registros más próximos a ustedes, como las Biblias de familia, en busca de más detalles de sus antepasados. Luego pasen a otras fuentes, como los registros civiles, eclesiásticos, de censo y militares. Si disponen de computadora, pongan manos a la obra con sus habilidades informáticas y entren al sitio de red FamilySearch.org, propiedad de la Iglesia. La historia familiar se ha vuelto una actividad refinada en la que las computadoras aportan innumerables recursos a su búsqueda de información. Pueden acceder con gran facilidad a una vasta colección de registros de historia familiar con la conexión de Internet en su propia casa o desde el centro de historia familiar más próximo.

Contamos con este tipo de centros en ochenta y ocho países. Forman parte de un sistema de conservación de registros sin parangón que contribuye a preservar el legado de las familias de todo el mundo. En la Biblioteca de Historia Familiar de Salt Lake City, los usuarios mantienen correspondencia constantemente y envían información sobre su historia familiar. Una persona escribió una vez: “Les enviamos a cinco hijos en otro sobre”.

La gran obra de proporcionar las ordenanzas de salvación a nuestros muertos es una parte vital de la triple misión de la Iglesia. Lo hacemos con un propósito, que es redimir a nuestros antepasados que han fallecido. La obra del templo es esencial tanto para nosotros como para nuestros antepasados que están aguardando a que se efectúen estas ordenanzas por ellos. Y digo esencial porque “sin ellos nosotros no podemos perfeccionarnos, ni ellos pueden perfeccionarse sin nosotros”3. Ellos precisan las ordenanzas de salvación, y nosotros precisamos sellarnos a ellos. Por ello es importante que tracemos nuestro linaje a fin de que nadie se quede fuera.

La búsqueda de nuestros antepasados no es solamente un pasatiempo: es una responsabilidad básica de todos los miembros de la Iglesia. Creemos que la vida continúa después de la muerte y que todos vamos a resucitar4. Creemos en que las familias pueden continuar en la vida venidera si han guardado los convenios especiales, realizados en uno de los sagrados templos, por la autoridad de Dios. Creemos que nuestros antepasados también pueden unirse eternamente a su familia cuando realizamos estos convenios a su favor en los templos; si ellos lo desean, pueden aceptar dichos convenios en el mundo de los espíritus5.

La gran obra vicaria por nuestros antepasados que se efectúa en los templos demuestra tanto la justicia como la imparcialidad del Evangelio de Jesucristo. El profeta José Smith explicó el terrible dilema al que se enfrentarían los hijos de Dios sin la obra del templo por los muertos. Y dijo: “Uno muere y se le entierra sin haber oído jamás del Evangelio de reconciliación; a otro se le envía el mismo Evangelio, lo oye y lo abraza y se convierte en heredero de la vida eterna. ¿Debe uno ser partícipe de la gloria y el otro ser entregado a una perdición sin esperanza? ¿No hay opción para que huya de ahí?”6. Al encontrarlos nosotros y llevar a cabo esas ordenanzas vicariamente por nuestros antepasados, afortunadamente ellos contarán con la oportunidad de recibir y aceptar las ordenanzas de salvación. Hacemos por ellos lo que ellos no pueden hacer por sí mismos. Es una experiencia muy reconfortante.

En la gran visión del Templo de Kirtland, Elías el Profeta apareció al profeta José Smith y a Oliver Cowdery, y entregó a José Smith las llaves de la obra del templo y del poder para sellar7. Así se cumplió la profecía de Malaquías de que Elías sería enviado “para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, para que el mundo entero no fuera herido con una maldición”8.

¿Qué quiere decir esto? Volver nuestro corazón a nuestros padres equivale a buscar los nombres de nuestros antepasados y efectuar por ellos las ordenanzas de salvación en el templo. Así se forja una cadena continua entre nosotros y nuestros antepasados, la cual con el tiempo llegará hasta nuestro padre Adán y nuestra madre Eva.

El corazón de un muchacho de once años se volvió al de sus padres durante una noche de hogar en la que los hijos preparaban libros de recuerdos. El joven Jeff quiso acompañar a su madre a los Archivos Nacionales, pero ella tenía miedo de que el pequeño pudiera estorbar a los demás investigadores que había allí. Dada la insistencia del jovencito, ella accedió y fueron juntos. Tras cuatro horas de indagaciones, Jeff exclamó: “¡Mamá, he encontrado al abuelo!”. Y era cierto, había encontrado al padre de su tatarabuelo9. Sin embargo, no siempre sucede así. Alguien escribió en una carta enviada al Departamento de Historia Familiar: “Perdimos a nuestra abuela. ¿Podrían enviarnos una copia?”.

El Evangelio de Jesucristo nos enseña que la organización familiar celestial será “una organización completa”, es decir, “una organización en la que se enlaza al padre, a la madre y a los hijos de una generación con el padre, la madre y los hijos de la generación siguiente, extendiéndose así hasta el fin del tiempo”10.

Al buscar los nombres de nuestras familias, solemos encontrarlos escritos de forma diferente, según la fuente de donde procedan. Eso es lo que le sucedió a un estudiante universitario de Provo, Utah, que captó la visión de este vínculo entre generaciones. Una tarde se dirigía a la biblioteca cuando recordó haber oído a un miembro de la familia Searing hablar sobre una ciudad del estado de Nueva York que había recibido el nombre de un antepasado. Así que decidió buscar la ciudad. Se topó con un índice geográfico de Nueva York y leyó sobre un hombre llamado Simon Searing que contribuyó al asentamiento de Long Island a mediados del siglo XVII. ¿Sería uno de sus antepasados? Tenía que averiguarlo. Comenzó a investigar en serio y trazó su linaje varias generaciones; pero aún era preciso salvar el vacío entre los siglos XIX y XVII. Entonces sucedió el milagro. Inesperadamente, encontró la historia de una tal familia Syring, que terminaba en la misma generación a la que había llegado en su propia investigación.No sólo pudo conectar muchas generaciones, sino que se vinculó con aquel antiguo colono, Simon Searing11.

Hay quienes, estando interesados en la historia familiar, intentan ensalzar su propia imagen por vincularse con gente prominente. Mi experiencia personal es muy diferente. Me ha fascinado saber de ciertas personas desconocidas, comunes y corrientes, cuyos registros hablan de una vida heroica. Arthur L. Bassett dijo una vez: “¿Quién de entre nosotros desea arrojar piedras a sus propios antepasados? A mí me intrigan sus batallas, tanto sus victorias como sus derrotas… Me fascina lo que parece haber sido una vida sencilla, pues he llegado a percatarme de lo interesante que se esconde detrás de la sencillez”12.

No es probable que hallen cuatreros en su linaje, pero si así fuera, es importante hacer la obra del templo por ellos, pues también creemos en el arrepentimiento de los muertos.

“Los muertos que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios,

“y después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones, y sean lavados y purificados, recibirán una recompensa según sus obras, porque son herederos de salvación”13.

El proceso de encontrar uno a uno a nuestros antepasados puede resultar difícil, pero también interesante y gratificante. Con frecuencia sentimos una guía espiritual al acudir a las fuentes para localizarlos. Dado que ésta es una obra espiritual, podemos esperar recibir ayuda desde el otro lado del velo. Percibimos cierta influencia de aquellos antepasados que aguardan a que los encontremos y hagamos la obra del templo por ellos. Éste es un servicio cristiano porque hacemos por ellos lo que ellos no pueden hacer por sí mismos.

Muchos de ustedes, jóvenes, ya saben lo que es la obra del templo porque han efectuado bautismos por los muertos. Cuando vamos temprano al templo solemos ver a los jóvenes vestidos de blanco, listos para participar en esta satisfactoria experiencia antes de ir a la escuela. Les encomiamos por su dedicación al llevar a cabo esta obra tan importante. Al obrar así, ya han participado de la paz y la serenidad que se encuentran en el interior de nuestros templos.

Les testifico que Dios es un Dios justo y no nos dará privilegios a nosotros ni privará de ellos a nuestros antepasados; pero debemos efectuar bautismos, investiduras y sellamientos por ellos, de forma vicaria, aquí en la tierra para que ellos y nosotros podamos estar unidos por la eternidad “y tomar parte en la primera Resurrección”14.

Testifico además que el Señor dirige e inspira al presidente Hinckley en la conducción de esta gran obra. Ruego que la paz que procede del cumplimiento fiel de los deberes de nuestro sacerdocio permanezca siempre con nosotros. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. “What Roots Means to Me”, Reader’s Digest, mayo de 1977, págs. 73–74.

  2. Boyd K. Packer, “Su historia familiar: Cómo empezar”, Liahona, agosto de 2003, pág. 15.

  3. D. y C. 128:18.

  4. Véase Hechos 24:15; Alma 11:41–45.

  5. “Why Family History”, Internet, www.familysearch.org.

  6. History of the Church, 4:425–426.

  7. D. y C. 110:13–14, 16.

  8. D. y C. 110:14–15.

  9. R. Scott Lloyd, “Hearts of the Children”, Church News, 14 de septiembre de 1986, pág. 16.

  10. Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, 2:165.

  11. Bryan Searing, “The Link Made”, Church News, 27 de octubre de 1990, pág. 16.

  12. “The Relationship of Genealogy and History”, en Proceedings of the 1980 World Conference on Records, 13 tomos, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tomo 2, pág. 4.

  13. D. y C. 138:58–59.

  14. Discourses of Wilford Woodruff, pág. 149.