¡Un vidente escogido!
Aun cuando José Smith hubiera sido el conducto por el cual se hubiera recibido sólo una de esas revelaciones divinas, ese hecho en sí sería suficiente para declarar su grandeza de Profeta.
A partir de 1820, José Smith recibió constantes ataques de acusaciones, seguidos al fin por reivindicaciones. Esa práctica continúa.
Como se profetizó, los necios lo ridiculizan, el infierno brama contra él y se toma su “nombre para bien y para mal” (José Smith—Historia 1:33). Esa agitación inquieta a unos pocos que prefieren roer los huesos en el exterior en lugar de entrar a disfrutar del espléndido banquete de revelación, desviándolos de ese modo de prestar la debida atención a la misión de José Smith como “vidente escogido” (véase 2 Nefi 3:6–7).
Tal como lo enseñó la experiencia de Ammón, un vidente tiene el poder de traducir anales antiguos, “es mayor que un profeta”, pero, dijo Ammón, “un vidente es también… profeta” (véase Mosíah 8:11–16). Así llamado, José Smith ha llegado a ser “un gran beneficio para sus semejantes” (Mosíah 8:18).
El traductor “escogido” sacó a luz —”por el don y el poder de Dios” (D. y C. 135:3)— el Libro de Mormón, algo tangible que se puede verificar. Para todos los que le presten atención, el Libro de Mormón es como abrir de par en par las puertas largo tiempo cerradas de lo que se suponía ser un canon completo de Escrituras.
En la portada misma del Libro se hace constar su capacidad para “convencer” a las personas de que Jesús es el Cristo (véase también 2 Nefi 25:18). En una época de incredulidad y de error con respecto a ese hecho preeminente, la función convincente del libro ¡es tan necesaria! ¡Cuán penetrante su promesa!
El Libro de Mormón se proclamará al mundo “desde los techos de las casas” (2 Nefi 27:11). Aun cuando se descuide, será siempre una invitación, “mientras dure la tierra” (2 Nefi 25:22).
No es de extrañar que “los extremos de la tierra indagar[á]n [el] nombre [de José Smith]” (D. y C. 122:1). Otras profecías tranquilizadoras afirmaron que los enemigos de José “serán confundidos” y que el pueblo del Profeta no se “volverá… en contra de” él por el testimonio de los traidores (véase 2 Nefi 3:14; D. y C. 122:3).
Como nos lo recordó ayer el presidente Faust, sobre sus propias imperfecciones José Smith dijo: “Yo nunca os he declarado que soy perfecto; pero no hay error en las revelaciones que he enseñado” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 457).
Paradójicamente, el joven José Smith fue a la arboleda con el único deseo de saber a qué religión unirse, no con la intención de ser llamado vidente, revelador, traductor y profeta (véase D. y C. 21:1). En la arboleda, y después, sin embargo, hubo una explosión de bendiciones inesperadas. Las revelaciones y traducciones que resultaron no fueron meras conjeturas, dichos del día ni epigramas, sino en cambio revelaciones que provenían de Dios.
El volumen de esas revelaciones y traducciones es enorme, subrayando las palabras “vidente escogido”. Pero lo asombroso no es sólo el inmenso volumen de lo que José recibió y lo cual ahora se da a conocer a la humanidad, sino también la existencia de revelaciones prodigiosas en medio de tanta abundancia.
Por ejemplo, mediante múltiples revelaciones y traducciones recibió la descripción de un universo que excedía en mucho a los conocimientos astrofísicos de la época, un cosmos de “incontables mundos”, y la explicación de que “sus habitantes son… hijos e hijas [de] Dios” (Moisés 1:33; D. y C. 76:24).
En la antigüedad, la magnitud de la posteridad de Abraham se comparó con las arenas del mar, una promesa asombrosa (véase Génesis 22:17). Las revelaciones y traducciones de la Restauración, admiten la posibilidad de un vasto universo, por lo que no es de sorprender que los últimos cálculos de la cantidad de estrellas que hay en el universo, sean de “cerca de 70 cuatrillones… más estrellas en el cielo”, dicen los científicos, “que granos de arena en todas las playas y desiertos de la tierra” (Allison M. Heinrichs, “The Stellar Census: 70 Sextillion”, Los Angeles Times, julio 26 de 2003. Véase también, de Carl Sagan, Cosmos, Random House, 1934, pág. 196).
Además, se recibieron revelaciones y traducciones relacionadas con el propósito principal de Dios de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39), dándonos divinos y concisos conceptos tranquilizadores. Los planes de Dios para el desarrollo de las almas no han cambiado; son los que se describieron al antiguo Israel, cuyos cuarenta años en el desierto fueron “para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (Deuteronomio 8:2). Por lo tanto, los discípulos de hoy en día podemos comprender por qué se ponen a prueba nuestra fe y nuestra paciencia de vez en cuando: a fin de que estemos preparados para volver al Hogar (véase Mosíah 23:21).
Hermanos y hermanas, en la vida diaria no pasan muchas horas sin que tengamos que decidir una y otra vez “¿Qué dirección seguir?”, o si debemos armar nuestras tiendas con el frente hacia el mundo o hacia el santo templo (véase Génesis 13:12; Mosíah 2:6).
Dios no tiene pasatiempos que lo distraigan en algún rincón remoto del universo; nosotros ocupamos el centro mismo de Su interés y propósito. Esto ofrece un marcado contraste con los que creen que el hombre vive en un “universo donde no existe la consciencia” (Bertrand Russell, “A Free Man’s Worship”, en Mysticism and Logic and Other Essays, 1917, pág. 50), “un universo… sin un señor” (Albert Camus, The Myth of Sisyphus and Other Essays, trad. por Justin O’Brien, 1955, pág. 123).
Se recibieron revelaciones similares sobre la duración de nuestra vida como hijos espirituales de Dios, puesto que “el hombre fue en el principio con Dios”, una revelación acompañada de más vislumbres sobre la naturaleza eterna del hombre (véase D. y C. 93:29). Esas enunciaciones con sus profundas implicaciones son de gran importancia y eliminan, por ejemplo, la teoría de que haya sido creado en un instante, “de la nada”.
Otra realidad de haber estado con Dios “en el principio” significa que “ustedes han sido ustedes” desde hace mucho tiempo; de ahí que el apóstol Juan haya escrito correctamente que Dios “nos amó primero” (1 Juan 4:19). Asimismo, en medio de la turbulencia terrenal, aprendemos lo que en realidad son los demás seres mortales: nuestros hermanos espirituales y no las funciones que desempeñen, ni tampoco rivales ni enemigos. Más aún, debemos tener una actitud de santidad y respeto especiales hacia la vida humana.
Estas tres revelaciones y traducciones, todas prodigiosas, son respuestas especiales a las perplejidades y los anhelos humanos más profundos. Nos hablan de la naturaleza de Dios, del universo, ¡y también de nuestra identidad personal y del significado de la vida! ¿Qué podría ser más personal que esas breves pero globales declaraciones?
Aun cuando José Smith hubiera sido el conducto por el cual se hubiera recibido sólo una de esas revelaciones divinas, ese hecho en sí sería suficiente para asegurar su grandeza de Profeta. No obstante, aunque Dios quiere darnos “todo lo que tiene”, ¡sufrimos escasez de percepción para imaginarlo! (véase D. y C. 84:38).
No es de extrañar que Pablo elogiara a Abraham, que “tampoco dudó… por incredulidad” (Romanos 4:20). Al contemplar las doctrinas de la Restauración, existe el riesgo de que “dudemos” ante verdades tan sobresalientes y promisorias.
Al considerar esas revelaciones y traducciones tan asombrosas, sigamos, por lo tanto, el consejo del rey Benjamín: “Creed en Dios… creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender” (Mosíah 4:9).
Un Dios que es absolutamente competente deja al ser mortal la libertad de decidir, pero cuán agradecidos debemos estar de que Dios haya decidido hace mucho, mucho tiempo rescatar y resucitar a todos Sus hijos por medio de la expiación de Su Hijo. A pesar de ello, algunos rechazan éste y otros incentivos divinos, y muchos son indiferentes a ellos, principalmente, por hallarse demasiado envueltos en los afanes del mundo. Se sienten extraños para el Salvador, que está lejos de sus pensamientos y de las intenciones de su corazón (véase Mosíah 5:13).
En medio del plan de Dios y la increíble vastedad del universo, hay una increíble individualidad. Por ejemplo, “[La mirada de Dios] está sobre todos los hijos de los hombres; y conoce todos los pensamientos e intenciones del corazón…” (Alma 18:32; véase también Isaías 66:18).
Por eso somos totalmente responsables ante Él. ¡El Día del Juicio no podremos invocar el derecho a no declarar en contra de nosotros mismos!
He dejado para lo último la revelación preeminente, que en verdad está en primer lugar: las apariciones divinas mostrando la realidad de un Jesucristo resucitado que es nuestro Salvador. Dio comienzo en la Arboleda Sagrada y después hubo otras apariciones en localidades desconocidas como Kirtland y Hiram, y por ellas toda la humanidad recibió esa confirmación imprescindible.
Es una pena, pero en el mundo secular, a lo más, muchos ven a Jesús como una figura distante; incluso lo denigran. Cuán trascendental es, por lo tanto, que las revelaciones de la Restauración confirmen este hecho universal: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…” (Juan 3:16).
Jesús llevó a cabo la “Expiación infinita”, en la cual sufrió infinitamente, y como Salvador Él lo comprende todo completamente, porque “descendió debajo de todo, por lo que comprendió todas las cosas” (2 Nefi 9:7; D. y C. 88:6). Sí, como dice la letra del conmovedor canto religioso de los esclavos de antaño: “Nadie conoce las penas que he visto, nadie las conoce sino Jesús”.
Hermanos y hermanas, la lista de actores en este planeta, para quienes las revelaciones y traducciones son tan pertinentes, incluye a los que, según se ha dicho, viven una vida de “silenciosa desesperación” (véase de Henry David Thoreau, Walden, 1965, pág. 7); a éstos se han unido los que viven en un estado de complacencia escandalosa y rimbombante, celebrando erróneamente su capacidad de sentir hasta el punto en que pierden toda sensibilidad y “han dejado de sentir” (véase Moroni 9:20; Efesios 4:19; 1 Nefi 17:45). Por eso, acaban por lamer sus platos particulares en una búsqueda desesperada de más sensaciones. No obstante, ese tipo de personas no son todavía una mayoría, sino “la parte menor del pueblo” (Mosíah 29:26–27).
Lo interesante es que, de todos modos, en el postrer día el adversario no “amparará” a los que lo sigan (véase Alma 30:60). No puede hacerlo. Jesús triunfará majestuosamente y las astutas invenciones del adversario, agradables para la mente carnal, también caerán, y “su caída [será] grande en extremo” (Alma 30:53; 1 Nefi 11:36). Aun ahora podemos ver en la vida de los hijos pródigos “volviendo en sí” que las doctrinas del diablo se esfuman y desaparecen, todavía a tiempo (véase Lucas 15:17). Muchos, habiendo experimentado el absoluto vacío de las vías más bajas, están “preparados para oír la palabra” y ahora esperan que se les enseñe sobre las revelaciones y traducciones redentoras (véase Alma 32:6).
Mis hermanos, ¡no osamos retener las verdades del Evangelio restaurado! No osamos retener las tranquilizadoras revelaciones y traducciones de la verdad sobre “las cosas como realmente son, y… las cosas como realmente serán”, que tanto necesitan aquellos cuyas debilitadas manos caen porque sufren de anemia doctrinal y para quienes el mejor tratamiento son los glóbulos rojos de la Restauración (véase Jacob 4:13). El retenerlas sería restringir el arrepentimiento y ocultar la atrayente alternativa espiritual, que llegará “a ser resplandeciente como el sol, claro como la luna” (véase D. y C. 105:31).
Entretanto, hagámonos a la idea de que muchos nos mirarán con indiferencia; otros nos considerarán raros o descarriados. Soportemos que nos señalen con el dedo aquellos que, irónicamente, están entre los que, después de todo, aburridos ya, se encuentren con que “el grande y espacioso edificio” es un hotel confinado de tercera clase (véase 1 Nefi 8:31–33). No insultemos a los que nos insultan y no les hagamos caso (véase D. y C. 31:9). En cambio, utilicemos nuestra energía para levantar el escudo de fe a fin de dominar los ardientes dardos que nos acosen, con la ayuda de una capa protectora del Evangelio (véase 1 Nefi 15:24).
Hermanos y hermanas, en vista de todo lo que he dicho “¿Qué más puedo decir?”, excepto ¡”Al gran Profeta rindamos honores”! (Jacob 6:12; Himnos, N° 15). ¡En el nombre de Jesucristo, amén!