Que se escuche nuestra voz
Expresemos nuestra opinión y fomentemos medios de difusión más edificantes, inspiradores y aceptables.
En septiembre, las cadenas de televisión de Estados Unidos trasmiten nuevos programas y estrenos. Un amigo me dijo que este año harán su debut treinta y siete series de televisión. Al leer las reseñas periodísticas, él notó que son muy pocos los programas aptos para sus hijos. La mayoría de las comedias, de los dramas y de los “reality shows” contienen inmoralidad, violencia y una sutil burla de los valores tradicionales, así como de las familias tradicionales. Cada año, los programas nuevos empeoran y van más allá de los límites de la tolerancia del público. Lo que proviene de Hollywood, de Internet y de gran parte de la música de hoy crea una red de decadencia que puede atrapar a nuestros hijos y poner en peligro a todos nosotros.
Los líderes de la Iglesia tienen la responsabilidad de declarar su postura sobre los asuntos morales y de aconsejar a las personas y a las familias. La familia es la unidad básica de la sociedad; es la unidad básica de la eternidad; por lo tanto, cuando hay fuerzas que la amenazan, los líderes de la Iglesia deben actuar.
La familia es el núcleo del plan de nuestro Padre Celestial ya que todos formamos parte de Su familia y porque la vida terrenal nos da la oportunidad de formar también la nuestra y de asumir la función de padres. Es en nuestra familia donde aprendemos el amor incondicional, el cual podemos obtener, y acercarnos más al amor de Dios. Es en la familia donde se enseñan los valores y se edifica el carácter. Nunca seremos relevados de los llamamientos de “padre” y “madre”, y no hay mayordomía más importante que la responsabilidad que tenemos para con los hijos espirituales de Dios que vienen a nuestra familia.
Con ese contexto sobre la importancia preeminente de la familia y ante las amenazas que enfrenta la familia de hoy, no es de sorprenderse que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles utilizaran palabras fuertes en la Proclamación al mundo sobre la familia: “Advertimos a las personas que… no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios. Aún más, advertimos que la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos”1. Uno de esos profetas fue Malaquías, que amonestó que los padres volvieran el corazón hacia los hijos, y que los hijos lo hicieran hacia los padres, no fuese que toda la tierra fuera maldecida (véase Malaquías 4:6).
A esas advertencias tan antiguas como el Antiguo Testamento y tan actuales como la Proclamación, agrego mi propia voz de amonestación, específicamente con respecto a los medios de difusión y a los efectos tan negativos que pueden tener en la familia y en la vida familiar.
Debido a su alcance e influencia, los medios de hoy presentan opciones amplias que denotan un gran contraste. En discrepancia con su aspecto dañino y permisivo, los medios de comunicación ofrecen mucho que es positivo y productivo. La televisión ofrece canales de historia, de descubrimiento y de educación. Aún se pueden encontrar películas, comedias y dramas que entretienen y edifican y que representan correctamente las consecuencias del bien y del mal. Internet puede ser un gran instrumento de información y comunicación, y abunda la buena música en el mundo. Entonces, nuestro mayor reto es escoger sabiamente lo que escuchamos y lo que miramos.
Como dijo el profeta Lehi, por causa de Cristo y de Su expiación, somos “libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por [nosotros] mismos, y no para que se actúe sobre [nosotros]… libres para escoger la libertad y la vida eterna… o escoger la cautividad y la muerte” (2 Nefi 2:26–27).
Las elecciones que hagamos relacionadas con los medios de difusión podrían simbolizar las elecciones que hagamos en la vida. El elegir programas de televisión y películas que están de moda, que son sexualmente excitantes y de mal gusto, podrían ser la causa, si no tenemos cuidado, de que también escogiéramos lo mismo en nuestra vida.
Si no hacemos buenas elecciones, los medios pueden devastar a nuestra familia y apartar a nuestros hijos del estrecho sendero del Evangelio. En la realidad virtual y percibida de las pantallas del cine y la televisión, se representan con regularidad puntos de vista y conductas destructivos para la familia como algo agradable, de moda, emocionante y normal. A menudo, los ataques más devastadores contra la familia no son directos ni de frente, ni abiertamente inmorales. La iniquidad inteligente es demasiado astuta, pues sabe que la mayoría de la gente aún profesa creer en la familia y en los valores tradicionales; más bien, los ataques son sutiles y amorales; los asuntos del bien y del mal ni siquiera se mencionan. Por todas partes se ven la inmoralidad y las insinuaciones sexuales, por lo que algunos piensan que si todos lo hacen, debe estar bien. Ese mal pernicioso no está en la calle, está entrando en nuestro hogar, directamente al corazón de nuestra familia.
Para ser fuertes y felices, las familias deben nutrirse con las verdades mencionadas en el decimotercer Artículo de Fe, creyendo en “ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer el bien a todos los hombres”. Felizmente, hay muchos hombres y mujeres de todas las culturas y religiones que también aspiran a lo “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza”.
Pero vivimos en esos “tiempos peligrosos”, sobre los cuales el apóstol Pablo se refirió cuando nos amonestó que habría “hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural… calumniadores… aborrecedores de lo bueno… impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:1–4).
Hombres y mujeres conspiradores que buscan ganancia en lugar del bien, “[incitan] a la gente” a cometer “toda clase de… maldades” (véase Alma 11:20), evitando que se usen los medios de comunicación para fines nobles.
La nueva moralidad que se predica desde el púlpito de los medios no es más que la vieja inmoralidad. Ataca a la religión, debilita a la familia, convierte la virtud en vicio y el vicio en virtud, arremete los sentidos y quebranta al alma con mensajes e imágenes que no son virtuosos, ni bellos, ni de buena reputación ni dignos de alabanza.
Ha llegado el momento en que los miembros de la Iglesia deben expresar su opinión y unirse a tantas personas preocupadas para oponerse a la influencia ofensiva, destructiva y agresivamente mezquina de los medios de comunicación que azota la tierra.
Según la Fundación Kaiser Family, el porcentaje de los programas de televisión durante las horas de mayor audiencia que tienen un contenido sexual se elevó del sesenta y siete por ciento en 1998 y al setenta y cinco por ciento en 20002. Los medios tienen numerosos efectos negativos con ese tipo de programas; fomentan una actitud insensible hacia las mujeres, que a menudo se representan como objetos de maltrato y no como a preciosas hijas de Dios, que son esenciales para Su eterno plan. Denigran y ridiculizan los antiguos valores tan preciados de la abstinencia de relaciones íntimas antes del matrimonio y de la fidelidad total entre marido y mujer después del matrimonio. La conducta anormal que exhiben las supuestas “estrellas” confunde y engaña a los niños y jóvenes que las admiran y que quieren emularlas. En la confusión moral creada por los medios de comunicación, se dejan de lado los valores eternos.
Además, vemos un rápido aumento de pornografía cibernética, la cual crea una adicción sexual con el uso de Internet. Al mirar esa pornografía y al participar en las peligrosas charlas en línea, algunos quedan tan adictos que abandonan sus convenios matrimoniales y obligaciones familiares y, a menudo, arriesgan hasta su empleo. Muchos andan al margen de la ley y otros desarrollan una tolerancia a su conducta pervertida y se arriesgan más a fin de alimentar su adicción inmoral. Los matrimonios y las relaciones se derrumban y, a menudo, los adictos pierden todo lo que es de valor real y eterno.
Según un observador social: “La televisión… ha reemplazado a la familia, a la escuela y a la iglesia, en ese orden, como principal instrumento de socialización y de transmisión de valores… La codicia, el libertinaje, la violencia, la satisfacción sin límites del placer personal, la ausencia de restricciones morales… es el plato diario, servido seductoramente a nuestros hijos”3.
Debemos estar preocupados por la letra violenta y sexual de gran parte de la música popular de hoy y por el relativamente “arte” nuevo del video musical. Según los observadores de la industria, el cuarenta por ciento de la audiencia de esos videos tiene menos de dieciocho años4. Un estudio indica que aproximadamente tres cuartas partes de los videos musicales que tienen un argumento utilizan imágenes sexuales, y casi la mitad usa la violencia5. Las modas creadas a su imagen están sumamente alejadas de lo “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza”. Ciertamente en nuestros días los hombres llaman “a lo malo… bueno, y a lo bueno malo” (Isaías 5:20).
Permítanme decir de nuevo que la familia es el blanco principal del ataque del adversario y, por lo tanto, debe ser el punto principal de nuestra protección y defensa. Como lo he mencionado antes, cuando uno se detiene a pensar desde el punto de vista táctico del diablo, tiene sentido luchar contra la familia. Cuando Satanás quiere perturbar la obra del Señor, no envenena la provisión de crema de maní del mundo, doblegando así a todo el sistema misional de la Iglesia, ni envía una plaga de laringitis al Coro del Tabernáculo Mormón, ni promulga leyes que prohíban la gelatina ni los guisos. Cuando Satanás realmente quiere arremeter y perturbar la esencia de la obra de Dios, ataca a la familia y lo hace intentando no tener en cuenta la ley de castidad, confundiendo la identidad sexual y desensibilizando la violencia, además de hacer común el lenguaje vulgar y blasfemo, y que la conducta inmoral y anormal parezca la norma y no la excepción.
Tenemos que recordar la declaración de Edmund Burke: “Lo único que se requiere para que triunfe la maldad es que las buenas personas no hagan nada”6. Debemos elevar la voz conjuntamente con otros ciudadanos preocupados de todo el mundo y oponernos a las tendencias actuales. Debemos decir a los patrocinadores de los programas ofensivos que ya es suficiente. Debemos apoyar los programas y los productos que son positivos y edificantes. Si nos unimos a nuestros vecinos y amigos que comparten nuestra preocupación, podremos enviar un mensaje claro a los responsables. Se pueden encontrar las direcciones de las empresas y de sus filiales locales en los sitios web en Internet. Las cartas y los correos electrónicos tienen más poder de lo que suponen muchas personas, en especial cartas como la de una hermana de la Sociedad de Socorro que decía: “Yo represento a un grupo de más de cien mujeres que se reúnen cada semana y a menudo hablan del daño que su programa está causando a nuestros hijos”.
Claro está que la forma más básica de protestar contra el impacto negativo de los medios de comunicación es simplemente no verlos, ni leerlos, ni pasarlos. Debemos enseñar a los miembros de nuestra familia a seguir el consejo de la Primera Presidencia a los jóvenes. En el cuadernillo “Para la Fortaleza de la Juventud” queda muy clara la instrucción respecto al entretenimiento y los medios:
“No asistas a ningún entretenimiento que sea vulgar, inmoral, violento ni pornográfico, ni lo mires ni participes en él de ninguna forma. No participes en entretenimiento que represente en cualquier forma la inmoralidad o el comportamiento violento como algo aceptable…
“Ten el valor de salir del cine o de una fiesta donde se muestren videos, de apagar la computadora o la televisión, de cambiar la estación de radio o de dejar de lado una revista si lo que se esté presentando no reúne las normas de tu Padre Celestial. Hazlo incluso si otros no lo hacen”7.
Hermanos y hermanas, no permitan que otros los controlen; niéguense a ser manipulados; rehúsen apoyar programas que violen los valores familiares tradicionales. Quizás al comienzo seamos una voz pequeña; sin embargo, expresemos nuestra opinión y fomentemos medios de difusión más edificantes, inspiradores y aceptables.
Además de expresar nuestra opinión, permítanme concluir con siete cosas que todo padre puede hacer para disminuir el efecto negativo de los medios de comunicación en nuestras familias:
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Debemos tener consejos familiares y elegir nuestras normas relacionadas con los medios de difusión.
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Debemos pasar suficiente tiempo de calidad con los hijos para que nosotros, y no los medios de comunicación ni los amigos, seamos constantemente la influencia principal en su vida.
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Debemos personalmente hacer buenas elecciones en cuanto a los medios de difusión y dar un buen ejemplo a nuestros hijos.
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Debemos limitar cada día la cantidad de tiempo que nuestros hijos ven la televisión, juegan videojuegos o usan Internet. La realidad virtual no debe convertirse en su realidad.
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Debemos usar filtros para Internet y para la televisión para evitar que nuestros hijos vean por casualidad lo que no deben ver.
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Debemos tener la televisión y la computadora en un cuarto de uso común en el hogar, no en un dormitorio o un cuarto privado.
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Debemos dedicar tiempo para ver programas apropiados con nuestros hijos y analizar con ellos cómo hacer elecciones que les edifiquen y eleven en lugar de degradarlos y destruirlos.
Que Dios nos bendiga con el valor y la sabiduría de hacer todo lo que cada uno de nosotros pueda para ayudar a alejar a los medios de difusión de la oscuridad y orientarlos hacia la verdad y la luz. Y que Dios bendiga a nuestras familias para que sean fuertes y leales a los principios del Evangelio, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.