2000–2009
La responsabilidad del sacerdocio en forma personal
Octubre 2003


La responsabilidad del sacerdocio en forma personal

Cuando se les ordena a un oficio en el sacerdocio, se les concede autoridad; pero el poder procede del ejercicio recto de dicha autoridad.

Mis queridos hermanos del sacerdocio, aunque procedemos de muchas naciones, somos, como dijo Pablo, de “un Señor, una fe, un bautismo”1; sin embargo, la fortaleza de nuestra fe se desarrolla en nosotros de forma individual, no colectiva.

Por ejemplo, reflexionen sobre la fe de un niño de ocho años que tuvo que pasar por el quirófano a causa de una apendicitis aguda. Mientras se hallaba acostado en la mesa de operaciones, miró al cirujano y le dijo: “Doctor, antes de operarme, ¿puede orar por mí?”.

El cirujano le miró sorprendido y dijo: “¿Cómo? No, yo no puedo orar por ti”.

A lo que el pequeño respondió: “Si no va a orar por mí, aguarde un momento mientras yo oro”. Y allí, en la mesa de operaciones, el niño se arrodilló, juntó las manos y comenzó a orar, diciendo: “Padre Celestial, no soy más que un huérfano; estoy muy enfermo y estos médicos me van a operar. ¿Podrías ayudarles para que lo hagan bien? Padre Celestial, si me ayudas a mejorar, seré un niño bueno. Gracias por ayudarme a que me cure”. Después se acostó, miró a los ojos de los médicos y las enfermeras, humedecidos por las lágrimas, y les dijo: “Ya estoy listo”2.

Su recuperación física fue completa, y su fuerza espiritual se estaba desarrollando. Ustedes, hermanos, son mayores que ese niño y se les ha conferido el sacerdocio. Los quórumes del sacerdocio les conceden ocasiones para cultivar amistades, para prestar servicio y aprender, pero la responsabilidad de desarrollar poder en el sacerdocio es personal. La fe firme en Dios y el fervor por la oración personal sólo se pueden desarrollar individualmente; los mandamientos de Dios sólo se pueden guardar individualmente; el arrepentimiento sólo se lleva cabo individualmente. Sólo individualmente nos hacemos merecedores de recibir las ordenanzas de la salvación y la exaltación. Y cuando uno se sella a su esposa, el poder y el potencial de ella no hacen sino incrementar los nuestros.

Yo pertenezco a un magnífico quórum del sacerdocio. Disfrutamos de una hermosa hermandad. Oramos y servimos juntos; nos enseñamos, amamos y sostenemos los unos a los otros. Los Doce proceden de entornos diferentes (los negocios, la enseñanza, la abogacía o la ciencia), pero ninguno ha sido llamado a servir por causa de esos antecedentes. De hecho, todos los hombres que son llamados a cargos de responsabilidad en el sacerdocio son escogidos por ser quiénes son y por lo que pueden llegar a ser3.

A lo largo de la vida, ustedes contarán con una amplia variedad de deberes y responsabilidades, muchos de los cuales son temporarios y ya no los tendrán una vez que se les releve. (Probablemente no protesten al ser relevados del llamamiento de arrancar malas hierbas en una granja de bienestar.) Pero jamás se les relevará de las responsabilidades relacionadas con su desarrollo personal y familiar.

Cuando se les ordena a un oficio en el sacerdocio, se les concede autoridad; pero el poder procede del ejercicio recto de dicha autoridad.

Nuestra responsabilidad ante el Señor

Desde el Presidente de la Iglesia hasta el diácono más reciente, todos somos responsables ante el Señor. Debemos ser verídicos y fieles, y vivir de acuerdo con todo principio y doctrina que Él nos ha dado. No podemos transigir con una revelación o un mandamiento que hayamos recibido. Él nos confía la responsabilidad de “edificar el reino de Dios, y establecer su justicia”4.

Algún día, cada uno de nosotros deberá presentar un informe al Señor5. La percepción de este concepto se evidenció en una conversación formal que mantuve hace años con un querido amigo que se aproximaba al final de su existencia terrenal, cuando le pregunté si estaba preparado para morir. Jamás olvidaré su respuesta. Me dijo, lleno de valor y convicción: “Mi vida está lista para pasar la inspección”.

Cuando el profeta José Smith hizo frente a la muerte, dijo: “Voy como cordero al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los hombres”6.

Éste es el tiempo de prepararnos para la entrevista definitiva. Tal vez debieran preguntarse: “¿Pago el diezmo con un corazón dispuesto? ¿Obedezco la Palabra de Sabiduría? ¿Mi vocabulario se halla libre de obscenidades y blasfemias? ¿Tengo rectitud moral? ¿Estoy verdaderamente agradecido por la Expiación, la cual hace que la resurrección sea una realidad y la vida eterna una posibilidad para mí? ¿Honro los convenios del templo que me sellan para siempre a mis seres queridos?”. Si pueden contestar sinceramente que sí, quiere decir que están desarrollando poder en el sacerdocio.

El don del Espíritu Santo incrementa ese poder. Las Escrituras nos hablan de personas que recibieron el Espíritu Santo sin saberlo7. No dejen que eso les pase a ustedes. Cultiven ese don y prepárense para recibir la siguiente promesa de Dios: “…expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis confundidos delante de los hombres; “porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir”8.

La responsabilidad personal y el poder del sacerdocio

La autoridad del sacerdocio ha existido en muchas dispensaciones, como las de Adán, Noé, Enoc, Abraham, Moisés, la del Meridiano de los Tiempos, la de los jareditas, los nefitas, etc. Todas las dispensaciones anteriores duraron un tiempo limitado y cada una de ellas terminó en apostasía; además, estaban circunscritas a pequeñas partes de nuestro planeta. Sin embargo, nuestra dispensación, la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, no se verá limitada por el tiempo ni por el espacio. Llevará a cabo en todo el mundo una unión total, completa y perfecta, ligando en una todas las dispensaciones, llaves, poderes y glorias desde los días de Adán hasta el presente9.

Juan el Bautista restauró el Sacerdocio Aarónico el 15 de mayo de 1829; poco después, Pedro, Santiago y Juan restauraron el Sacerdocio de Melquisedec10. Hubo otros mensajeros celestiales que entregaron llaves específicas del sacerdocio: Moroni tenía las llaves del Libro de Mormón11; Moisés trajo las llaves del recogimiento de Israel y del liderazgo de las diez tribus12; Elías entregó las llaves de la restauración de todas las cosas13, incluso el convenio abrahámico14; y Elías el Profeta confirió las llaves del poder para sellar15.

Ustedes saben algo sobre llaves; puede que tengan en el bolsillo las llaves del auto o de la casa. Las llaves del sacerdocio, en cambio, son intangibles e invisibles y “abren” para nosotros la autoridad del sacerdocio. Algunas llaves incluso confieren el poder de atar tanto en los cielos como en la tierra16.

José Smith confirió las llaves del sacerdocio a los Doce17, las cuales se han ido transfiriendo a los sucesivos líderes. Hoy día, el presidente Gordon B. Hinckley posee la autoridad de toda llave restaurada que poseyeron “todos los que han recibido una dispensación en cualquiera ocasión, desde el principio de la creación”18.

Por esta historia doctrinal, resulta obvio que el sacerdocio no se puede comprar. Las Escrituras manifiestan que “nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón”19.

Poseer el sacerdocio significa que ustedes tienen la responsabilidad personal de magnificar su llamamiento. Permitan que cada ocasión de servir contribuya a desarrollar su poder en el sacerdocio. En cuanto al arreglo personal, sigan el ejemplo de los profetas actuales; de este modo manifestarán calladamente su plena comprensión de la importancia del “Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”20.

Hermanos, cuando se les presente una oportunidad de ejercer el Sacerdocio de Melquisedec, mediten sobre lo que van a hacer. Al imponer las manos sobre la cabeza de otra persona no están ofreciendo una oración, para lo cual, obviamente, no hace falta autoridad alguna. Ustedes cuentan con la autoridad para apartar, ordenar, bendecir y hablar en el nombre de Dios21. Recuerden las promesas del Señor: “A quien bendigas yo bendeciré”22 y “te daré de mi Espíritu… y entonces conocerás… todas las cosas… que corresponden a la rectitud, con fe, creyendo en mí que recibirás”23.

Jóvenes, para magnificar sus llamamientos en el Sacerdocio Aarónico, deben dirigir sus esfuerzos hacia cinco objetivos personales, que son:

  • Obtener conocimiento del Evangelio de Jesucristo.

  • Ser dignos del servicio misional.

  • Conservarse moralmente limpios y preparados para entrar en el santo templo.

  • Proseguir con sus estudios.

  • Ceñirse a las normas de la Iglesia y ser dignos de su futura compañera.

¿Cómo recordar estos cinco objetivos? Es fácil. Observen su mano. El índice debe señalar a las Escrituras, para de ellas lograr un mejor conocimiento del Evangelio de Jesucristo y vivir de acuerdo con las enseñanzas del Salvador; el dedo medio debe recordarles que tienen que ser dignos de servir como misioneros. El anular les recordará el matrimonio, la investidura, el sellamiento y las bendiciones del templo. Con el meñique recordarán que lograr una educación es una responsabilidad religiosa24. Levanten el pulgar para recordar su deber de ceñirse a las normas de la Iglesia y ser dignos de su compañera eterna. La consecución de estos cinco objetivos bendecirá sus vidas.

Ustedes, poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, deben ser dignos del grado más elevado de la gloria celestial. “Para [alcanzarlo], el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio (es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio); “y si no lo hace, no puede alcanzarlo”25.

Ese convenio se honra al honrar a nuestra esposa. La prioridad de todo marido debe ser el cuidado de su esposa. Séanle fieles. Nunca permitan que sus ojos contemplen pornografía y no empleen un lenguaje obsceno. Las mismas elecciones que hagamos en virtud del albedrío pueden limitar éste en el futuro. No se puede hacer uso del albedrío y al mismo tiempo escapar de las responsabilidades que conlleva cada elección.

Nunca olviden que “los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo” y este poder “no pued[e] ser gobernad[o] ni manejad[o] sino conforme a los principios de la rectitud”26. Si abusamos de ese poder para encubrir nuestros pecados, satisfacer nuestro orgullo o nuestra vana ambición, o dominar a otras personas en cualquier grado de injusticia, perderemos tanto la autoridad como el poder del sacerdocio27.

Hermanos, sirvan a todas las personas con persuasión, longanimidad, benignidad, mansedumbre, amor sincero, conocimiento puro y caridad28. Entonces, “la doctrina del sacerdocio destilará sobre [su] alma como rocío del cielo”29.

Sepan que les amamos y que estamos agradecidos por cada uno de ustedes. Les damos las gracias por su fe, su servicio y la fortaleza con que nos apoyan. Deseamos que ustedes, sus seres queridos y su posteridad sean bendecidos por la rectitud con que procuren el poder en el sacerdocio.

Dios vive. Jesús es el Cristo y dirige Su Iglesia por medio de Sus profetas y Apóstoles. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Efesios 4:5.

  2. Véase de George Albert Smith, Sharing the Gospel With Others, comp. por Preston Nibley, 1948, págs, 144–145.

  3. Véase Mateo 20:16; 22:14; 1 Pedro 2:9; Apocalipsis 17:14; Alma 13:3, 6, 9; 3 Nefi 12:1; D. y C. 3:10; 52:1; 95:5; 121:34, 40–46.

  4. TJS, Mateo 6:38.

  5. Véase Hebreos 13:17; Alma 5:18; 11:43; D. y C. 72:13–16.

  6. D. y C. 135:4.

  7. Véase 3 Nefi 9:20.

  8. D. y C. 100:5–6.

  9. Véase D. y C. 128:18.

  10. Véase José Smith—Historia 1:72; D. y C. 27:8, 12.

  11. Véase D. y C. 27:5.

  12. Véase D. y C. 110:11.

  13. Véase D. y C. 27:6.

  14. Véase D. y C. 110:12.

  15. Véase Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 416–418; véase también D. y C. 27:9; 110:13–16; 128:21.

  16. Véase Mateo 16:19; 18:18; D. y C. 124:93; 127:7; 128:8, 10; 132:46.

  17. Véase de Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, recopilación de Bruce R. McConkie, 3 vol., 1979, 3:145–146.

  18. D. y C. 112:31; véase también D. y C. 128:18.

  19. Hebreos 5:4.

  20. D. y C. 107:3; véase TJS, Hebreos 7:3; Alma 13:1.

  21. Véase D. y C. 1:20, 38; 84:19–22, 26–27; 107:18–20; 124:39–46; 133:6.

  22. Véase D. y C. 132:47.

  23. D. y C. 11:13–14.

  24. Véase D. y C. 130:18–19.

  25. D. y C. 131:2–3.

  26. D. y C. 121:36.

  27. Véase D. y C. 121:37.

  28. Véase 2 Tesalonicenses 1:3; D. y C. 121:41–42.

  29. D. y C. 121:45.