Las Santas Escrituras: El poder de Dios para nuestra salvación
Los sagrados registros dan testimonio del Salvador y nos conducen hacia Él.
Las Santas Escrituras son la palabra de Dios que se nos ha dado para nuestra salvación. Las Escrituras son de importancia primordial para recibir un testimonio de Jesucristo y de Su Evangelio. Las Escrituras que Dios nos ha dado en estos últimos días son: El Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Esos sagrados registros dan testimonio del Salvador y nos conducen hacia Él. Por esa razón, grandes profetas, como Enós, rogaron con fe al Señor que preservara sus escritos.
¿Serían tan amables de abrir el Libro de Mormón? Vean la portada. En ella dice que éste fue “escrito por vía de mandamiento, por el espíritu de profecía y de revelación”; que ha “[aparecido] por el don y el poder de Dios”, y que su interpretación es “por el don de Dios”: por el Espíritu Santo. Muestra “cuán grandes cosas el Señor ha hecho” y nos ha dado “para que [conozcamos] los convenios del Señor”, para que no seamos “desechados para siempre”. Y lo más importante, que se ha escrito para convencernos “de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios”.
Pasen la página y vean la introducción. Aquí aprendemos que este registro profético es “escritura sagrada semejante a la Biblia”. Éste contiene “la plenitud del evangelio eterno… describe el plan de salvación, y [nos] dice… lo que [debemos] hacer para lograr la paz en esta vida y la salvación eterna en la vida venidera”. Promete a cada uno de nosotros que “todos aquellos que quieran venir [al Salvador] y obedecer las leyes y las ordenanzas de su evangelio podrán salvarse”.
¿Cuál es la función primordial de este sagrado libro en nuestros días? ¿Cuál es su mensaje acerca del propósito de todas las Escrituras?
En la primera página del libro 1 Nefi —que es el primer libro del Libro de Mormón— leemos que, alrededor del año 600 a. de C., Dios le ordenó a Lehi que huyese al desierto junto con su familia. Pero Lehi no había llegado muy lejos cuando el Señor le mandó que hiciera regresar a sus hijos. ¿Para qué? Para recuperar las Escrituras, las planchas de bronce, las cuales eran tan importantes que los hijos de Lehi arriesgaron la vida y perdieron todas sus posesiones materiales con el fin de recuperarlas. Fue la ayuda del Señor y la fe de Nefi lo que hizo posible que las planchas llegaran de forma milagrosa a sus manos. Cuando Nefi y sus hermanos regre saron, Lehi, su padre, se regocijó. Comenzó a examinar las Santas Escrituras “desde el principio” y “descubri[eron] que eran deseables; sí, de gran valor… por motivo de que [Lehi y su posteridad podrían] preservar los mandamientos del Señor para [sus] hijos”1.
De hecho, las planchas de bronce constituían un registro de los antepasados de Lehi, de su idioma, de su genealogía y, más importante aún, del Evangelio que habían enseñado los santos profetas de Dios. Al examinar las planchas, Lehi aprendió lo mismo que todos nosotros aprendemos al estudiar las Escrituras:
-
Quiénes somos.
-
Quiénes podemos llegar a ser.
-
Las profecías que se han dirigido a nosotros y a nuestra posteridad.
-
Los mandamientos, las leyes, las ordenanzas y los convenios que debemos cumplir para lograr la vida eterna.
-
La forma en que debemos vivir para perseverar hasta el fin y regresar junto a nuestro Padre Celestial con honor.
Esas verdades resultan tan esenciales que el Padre Celestial concedió tanto a Lehi como a Nefi visiones en las que se representaba gráficamente la palabra de Dios como una barra de hierro. Tanto el padre como el hijo aprendieron que aferrarse a esa guía firme, recta y completamente digna de confianza es la única manera de permanecer en el sendero estrecho y angosto que conduce a nuestro Salvador.
Varios capítulos del Libro de Mormón están dedicados a la forma en la que Nefi y Lehi llevaron a la práctica esta lección, la de examinar las Escrituras y citarlas. No hay duda de que ellos deseaban que, tanto su familia como nosotros, comprendiéramos la importancia de las Escrituras, en particular la de las profecías de Isaías acerca de la restauración del Evangelio y de la salida a luz en nuestros días del registro de ellos, el Libro de Mormón.
El Libro de Mormón relata de qué manera ciertas civilizaciones tomaron en cuenta o hicieron caso omiso de las Escrituras, comenzando con la familia de Lehi. El Señor mandó a Lehi que huyese de Jerusalén, ya que la ciudad sería tomada por los babilonios, y que atravesara el mar en dirección a la tierra prometida en un barco diseñado según un modelo divino. No obstante, los hijos de Lehi se dividieron en dos grupos. Los que siguieron a Nefi, que era justo —los nefitas— conservaron las Escrituras cuando se separaron de los lamanitas, y “la luz de la sempiterna palabra [de Dios] iluminó sus almas”2.
Pero Lamán y Lemuel —y sus descendientes los lamanitas— rechazaron las Escrituras y caminaron en la oscuridad de la ignorancia, de la contención y la destrucción. Alrededor del año 400 d. de C., también los nefitas llegaron a rechazar la palabra de Dios, degeneraron en la incredulidad y fueron destruidos, concluyendo de ese modo aproximadamente 1.000 años de civilización nefita.
El libro de Éter narra la historia de otra civilización, la de los jareditas, quienes habían partido del Viejo Mundo en la época de la Torre de Babel, alrededor del año 2.200 a. de C. El Señor les indicó que atravesaran el mar en dirección a la tierra prometida en grandes embarcaciones, cuyo diseño siguió un modelo divino. Siempre que los jareditas eran justos, recibían bendiciones; pero cuando rechazaban la palabra de Dios y se negaban a arrepentirse, el Espíritu del Señor cesaba de luchar con ellos. Al fin, terminaron por abandonar las sendas del Señor y, alrededor del año 600 a. de C, se aniquilaron entre ellos, dando fin a unos 1.600 años de civilización jaredita.
Lehi llegó a la tierra prometida más o menos durante la época de la destrucción de los jareditas. Años después, otra civilización más, la de Mulek y sus seguidores, llegó también a la tierra prometida. Ese grupo encontró al último sobreviviente y registrador de los jareditas, un rey llamado Coriántumr. Los mulekitas no habían llevado consigo ningún tipo de escrituras, de modo que cuando Mosíah y los nefitas los encontraron, al cabo de 400 años, los mulekitas habían alterado el idioma y perdido la fe en su Creador. No sabían quiénes eran. Cuando los mulekitas supieron que el Señor había enviado a los nefitas con las planchas de bronce, que contenían los registros de las Escrituras de los judíos, se regocijaron y se unieron a la civilización nefita.
El destino de estas civilizaciones, tal como se registra en las Escrituras, es un testimonio a todo el mundo: si no tenemos la palabra de Dios, o si no la escuchamos ni nos aferramos a ella, nos desviaremos por sendas extrañas y nos perderemos como individuos, familias y naciones.
Al igual que una voz que clama desde el polvo, los profetas del Señor claman también en la tierra hoy día: ¡Aférrense a las Escrituras! Afiáncense a ellas, caminen según sus dictados, vivan de acuerdo con sus preceptos, regocíjense en ellas; deléitense en ellas; no sólo les den probaditas. Ellas son “el poder de Dios para salvación”3 y nos guiarán de regreso a nuestro Salvador Jesucristo.
Si el Salvador se hallase aquí presente en la carne, nos enseñaría basándose en las Escrituras, del mismo modo en el que enseñó cuando moró en la tierra. Mientras se hallaba en la sinagoga de Nazaret, “se le dio el libro del profeta Isaías… y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”4. Más adelante, cuando los saduceos y los fariseos le hicieron una pregunta de complicada respuesta, “respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios”5. Después de resucitado, en el camino de Emaús, Sus discípulos “se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”6. Tanto a los discípulos de ese entonces como a los de ahora, Sus palabras resuenan: “Escudriñad las Escrituras; porque…ellas son las que dan testimonio de mí”7: un testimonio fruto del Espíritu Santo, pues “por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todaslas cosas”8.
Hermanos y hermanas, les testifico que las Escrituras han sido “guardadas y preservadas [para nosotros] por la mano del Señor…para un sabio propósito suyo”9. Lehi profetizó “que estas planchas nunca perecerían, ni jamás el tiempo las empañaría”10. El Señor hizo convenio con Enós de que preservaría y sacaría a luz las Escrituras en el “debido tiempo de él”11. Acerca del Libro de Mormón, el profeta Moroni registró que estaba “escrito y sellado, y escondido para los fines del Señor, con objeto de que no fuese destruido”12. Las Escrituras que tenemos contienen profecías y promesas, y éstas se han cumplido en nuestros días.
¡Qué gloriosa bendición! Porque si deseamos hablar con Dios, oramos; y si deseamos que Él nos hable, escudriñamos las Escrituras, porque por medio de Sus profetas recibimos Sus palabras. De modo que Él nos enseñará a medida que prestemos atención a la inspiración del Espíritu Santo.
Si no han escuchado Su voz hablarles últimamente, diríjanse a las Escrituras con un nuevo enfoque y oídos prestos. Ellas son nuestro salvavidas espiritual. Durante el aislamiento provocado por la Cortina de Hierro, los Santos sobrevivieron porque escucharon Su voz mediante las Escrituras. Asimismo, en otras partes del mundo, cuando los miembros no podían asistir a la Iglesia por un tiempo, siguieron adorando a Dios porque oyeron Su voz por medio de las Escrituras. Durante las guerras que tuvieron lugar el siglo pasado y en los conflictos del presente, los Santos de los Últimos Días sobreviven porque oyen Su voz por medio de las Escrituras. El Señor ha dicho: “Se darán las Escrituras… para la salvación de mis escogidos; porque oirán mi voz y me verán, y no estarán dormidos, y soportarán el día de mi venida; porque serán purificados, tal como yo soy puro”13.
Hace más de dos milenios, Isaías escribió sobre la palabra de Dios: “Ve, pues, ahora, y escribe esta visión en una tabla delante de ellos, y regístrala en un libro, para que quede hasta el día postrero, eternamente y para siempre”14. Ese tiempo es ahora, este mundo necesita las Escrituras hoy. Antes de la venida del Salvador, fue necesario que se enseñara la ley preparatoria de Moisés a todos los hijos de Dios; la cual permitía: “ojo por ojo y diente por diente”15. Son muchos los que en este mundo todavía viven de acuerdo con ese temible código, y la prueba de ello está en todas partes.
Con firmeza declaramos que la respuesta al terror, la destrucción e incluso el genocidio de estos últimos días, se encuentra en las Escrituras. El Evangelio del Antiguo Testamento se cumplió en el Nuevo Testamento. Las profecías de la Biblia acontecieron en lo que es el Libro de Mormón. Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio dan testimonio de la plenitud del Evangelio que se halla ahora sobre la tierra.
Desde Génesis hasta Malaquías, y desde Moisés hasta Abraham, se ha profetizado la venida del Salvador. Desde el libro de Mateo hasta el de Apocalipsis; desde Nefi a Moroni y desde José Smith hasta nuestro amado profeta de hoy día, el presidente Gordon B. Hinckley, todos los profetas han testificado que Jesucristo, el tan esperado Mesías, ha venido y volverá a venir. En Él “las cosas antiguas han pasado, y todas las cosas se han vuelto nuevas”16.Por medio de las Santas Escrituras, Su nuevo y sempiterno Evangelio proclama: “…Amarás a tu prójimo como a ti mismo” 17; “…Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”18; y “…a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”19. Pues éste es el Evangelio de nuestro Salvador, quien es ungido para “sanar a los quebrantados de corazón… pregonar libertad a los cautivos y… poner en libertad a los oprimidos”20.
Al final del Libro de Mormón, Moroni contempla en sentido figurado al remanente de su pueblo. Él era consciente de que la extinción de ellos podría haberse evitado si no hubiesen olvidado la Santa Palabra de Dios y perdido el Espíritu del Señor. ¿Por qué es de extrañarse entonces que Moroni haya escrito dirigiéndose a nosotros, a ustedes y a mí, rogándonos que reclamáramos las bendiciones de las Escrituras?:
“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;
“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”21.
Hermanos y hermanas, vivimos en los últimos días, en la era del cumplimiento de los tiempos. Debemos recordar que tenemos control sobre lo que somos, independientemente de lo escarpado que pueda resultar este mundo. Al igual que aquellos de quienes se habla en 1 Nefi, los leales y fieles serán capaces de soportar los dardos encendidos del adversario cuando éste quede suelto sobre la tierra22. A pesar de toda la agitación del mundo, cuando el Salvador venga a Su templo, como lo hizo en la época del Libro de Mormón, quienes hayan sido leales y fieles estarán allí. Ruego que podamos estar entre ellos; en el nombre de Jesucristo. Amén.