2000–2009
El acercarnos más a Él
Octubre 2006


2:3

El acercarnos más a Él

El sacerdocio, mediante las obras del Espíritu, conduce a las personas más cerca de Dios a través de la ordenación, de las ordenanzas y del refinamiento de la naturaleza de las personas.

Hace años, nuestra joven familia se mudó a una casa situada en lo que entonces era la urbanización más nueva de nuestro vecindario, la cual tenía una vista de las montañas del este. Un lunes por la mañana, al terminar de vestirme y apresurarme para ir al trabajo, nuestro hijo de seis años, Craig, vino a verme trayendo de la mano a su hermano Andrew, de cuatro años. Con determinación, Craig me miró y dijo: “Papá, ayer en la Primaria la maestra nos dijo que si tienes el sacerdocio puedes mover montañas. Se lo he dicho a Andy pero no me cree. Tú tienes el sacerdocio, ¿verdad, papá?”. Entonces se volvió, señaló la ventana, me miró de nuevo y dijo: “¿Ves aquellas montañas de allí? ¡Demuéstraselo papá!”

Esto dio pie a una hermosa experiencia. Me sentí muy agradecido por tener hijos que estaban comenzando el proceso de aprendizaje sobre el sacerdocio que continuaría durante el resto de su vida.

Aunque el Señor verdaderamente enseñó a quienes Él otorgó el sacerdocio que moverían montañas1 por medio de la fe, y hay citas registradas de que esto sucedió2, lo que yo quisiera hacer es aportar más luz acerca de ese aspecto de la doctrina del sacerdocio que acerca más a las personas a Dios, concediéndoles la oportunidad de llegar a ser como Él y de vivir eternamente en Su presencia. Esta doctrina se aplica tanto a los hijos como a las hijas de Dios. Por lo tanto, es mi oración que lo que voy a compartir sea de ayuda para ambos.

En 1823, el ángel Moroni se apareció a José Smith y le citó varios pasajes de las Escrituras, entre ellos el siguiente de Malaquías: “He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por medio de Elías el profeta”3. Este es el primer registro con referencia al sacerdocio en esta dispensación que anticipó un proceso que se revelaría durante las décadas venideras.

En 1829, Juan el Bautista restauró el Sacerdocio Aarónico4 y poco después le siguieron Pedro, Santiago y Juan para restaurar el Sacerdocio de Melquisedec5.

En 1836, Moisés y Elías restauraron las llaves del recogimiento de Israel y de la dispensación del Evangelio de Abraham6, seguidos después por Elías, quien restauró las llaves del sellamiento. La revelación concluye con estas palabras dirigidas al profeta José: “Por tanto, se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación” 7.

Una vez que toda la autoridad, los oficios y las llaves del sacerdocio se encontraban de nuevo sobre la tierra, en 1841, el Señor recalcó al Profeta la importancia de construir templos, en los cuales el Señor pondría a disposición de Sus hijos e hijas las ordenanzas del sacerdocio mediante las cuales se prepararían para regresar a Su presencia8.

Él declaró: “Edifíquese esta casa… para que en ella pueda yo revelar mis ordenanzas a mi pueblo; porque me propongo revelar… cosas que pertenecen a la dispensación del cumplimiento de los tiempos”9.

Poco antes en Kirtland, el Señor había enseñado al profeta José acerca del juramento y el convenio del sacerdocio, le explicó las condiciones por medio de las cuales se logran las bendiciones prometidas10. En Nauvoo, se profundizó en la comprensión del alcance y poder eterno del sacerdocio11 para bendecir a todos Sus hijos fieles, ya sea en esta vida o en la venidera12. Si bien el sacerdocio se otorga a los hijos dignos de Dios, Sus hijas también forman parte de Su “pueblo”, al cual Él revela las ordenanzas de Su sacerdocio. Y la bendición prometida de “todo lo que [el] Padre tiene”13 está al alcance, tanto de los hombres como de las mujeres, que ejerzan la fe en Jesucristo, reciban las ordenanzas y perseveren en la fe hasta el fin. “Así que, en sus ordenanzas [del Sacerdocio de Melquisedec] se manifiesta el poder de la divinidad”14.

La ordenanza suprema del templo sólo está al alcance del hombre y de la mujer cuando se sellan para formar una unidad familiar eterna. En virtud de esta ordenanza del sacerdocio y de todas las demás, las familias de la tierra serán benditas15. Esta ordenanza selladora es tan esencial para los propósitos del Señor que Él ha prometido que los fieles que no se sellen en esta vida sin error alguno de su parte, recibirán esta bendición en la vida venidera16. Ninguna otra doctrina de la religión confirma más plenamente el amor inconmensurable de Dios por Sus hijos y Sus hijas.

El sacerdocio también tiene el poder de cambiar nuestra propia naturaleza. Tal como Pablo escribió: “Aquéllos a quienes se ordena a este sacerdocio llegan a ser a semejanza del Hijo de Dios” 17. Esta semejanza no sólo se basa en la ordenación y la ordenanza, sino también en el perfeccionamiento del corazón de las personas, algo que se produce “con el transcurso del tiempo”18 a medida que nos “somet[emos] al influjo del Santo Espíritu, y [nos despojamos] del hombre natural”19. Cuando se ordena a un hombre al Sacerdocio de Melquisedec, éste entra en un “orden”20 en el que puede refinarse mediante el servicio a los demás, especialmente al de su propia familia, y ser bendecido con la compañía constante del Espíritu Santo21.

El Señor nos instruyó a todos cuando Él enseñó que la injusticia de los poseedores del sacerdocio pone fin al poder o la influencia celestial, mientras que la rectitud los fortalece. Declaró que las cualidades que “ennoblece[n] grandemente el alma” son la “persuasión… longanimidad, benignidad, mansedumbre… amor sincero… bondad y… conocimiento puro”22. Después añadió estas instructivas palabras: “Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo”23.

Resulta significativo que, tras invitarnos a mostrar caridad “para con todos los hombres”, el Señor añadiera la frase “y para con los de la familia de la fe”. ¿Por qué? ¿Acaso “los de la familia de la fe” no estaban ya incluidos en “todos los hombres”? Reflexionen en las implicaciones que esto tiene cuando la frase se interpreta en el sentido más específico de “nuestros propios hogares de fe”. Lamentablemente, en la Iglesia hay algunas personas que demuestran mayor caridad hacia los que no son miembros de su familia que hacia su propio cónyuge e hijos, hermanos y padres. Quizás demuestren una bondad fingida en público mientras que en privado siembran y cultivan semillas de contención, rebajando a aquellos que deberían ser sus seres más allegados. Estas cosas no deberían existir.

Luego, el Señor habló acerca de los pensamientos que se engalanan, que se embellecen y que se preservan incesantemente mediante la virtud. Tales pensamientos aborrecen el pecado24, permiten que nuestro hablar sea “sí, sí; no, no”25, libres de la malicia. Perciben los aspectos positivos y el potencial de los demás, sin quedarse limitados a sus inevitables imperfecciones.

El versículo concluye con una hermosa e instructiva referencia al proceso de destilación. Para comprender mejor la aplicación de estos principios en el refinamiento de nuestra vida personal, piensen en dos vasos de agua con el mismo aspecto exterior que se colocan en un cuarto con una humedad elevada. Después de un periodo de tiempo, el agua comienza a condensarse en uno de los vasos porque se encuentra a una temperatura diferente, debido a unos preparativos previos que no eran evidentes en un principio, mientras que el otro vaso permanece seco y sin ningún efecto. Sin forzarla, la humedad “fluirá hacia”26 un vaso mientras que el otro no recibirá nada. De manera similar, las cualidades que ennoblecen grandemente el alma, la caridad hacia los demás, especialmente hacia nuestra familia, y los pensamientos engalanados mediante la virtud ajustan nuestra temperatura espiritual para que la doctrina del sacerdocio destile sobre nuestra alma.

Así es como el sacerdocio, mediante las obras del Espíritu, conduce a las personas más cerca de Dios a través de la ordenación, de las ordenanzas y del refinamiento de la naturaleza de las personas, lo que brinda a los hijos de Dios la oportunidad de llegar a ser como Él y vivir eternamente en Su presencia, haciendo de ésta una obra más gloriosa que mover montañas27.

Concluiré uniendo mi oración a la de Thomas Kelly como la editó Parley P. Pratt:

Cual rocío que destila

en la yerba del vergel,

Tu palabra salvadora

llega a tu pueblo fiel.

Deja, Padre bondadoso,

tu doctrina destilar,

bendecida para darnos

el eterno bienestar28.

En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Mateo 17:20.

  2. Éter 12:30, Moisés 7:13, véase también Jacob 4:6, Helamán 10:9.

  3. José Smith—Historia 1:38.

  4. Véase D. y C. 13.

  5. Véase D. y C. 18:9; 27:12.

  6. Véase D. y C. 110:11–12.

  7. D. y C.110:13–16.

  8. Considerando las instrucciones que el profeta José Smith dio en el cuarto del segundo piso de su almacén de Nauvoo, vemos que el Señor restauró las ordenanzas del templo sobre la tierra antes de revelarlas o ponerlas a disposición de Su pueblo en el Templo de Nauvoo, así como sigue haciéndolo en nuestros días en todos Sus templos, otorgando al mismo tiempo revelación e inspiración personales. (véase History of the Church, tomo V, págs. 1–2.)

  9. D. y C. 124:40–41 (cursiva agregada); véase también vers. 31–32, 34,39.

  10. Véase D. y C. 84:33–42.

  11. Véase D. y C. 128:8–9.

  12. Véase D. y C. 137:7–9; véase también Predicad Mi Evangelio, 2004, pág. 88.

  13. D. y C. 84:38.

  14. D. y C. 84:20.

  15. Véase Abraham 2:11.

  16. “Los profetas han declarado que, sin lugar a dudas, a los hijos e hijas de Dios no se les negará ninguna bendición si lo aman, tienen fe en Él, guardan sus mandamientos y perseveran fielmente hasta el fin”, M. Russell Ballard, “La igualdad a pesar de las diferencias”, Liahona, enero de 1994, pág. 105. “Todos los que se hagan merecedores de esas bendiciones [el sellamiento en el templo y una familia eterna] las tendrán en el tiempo preciso del Señor, ya sea aquí o en la vida venidera”, élder Richard G. Scott, “La fuerza de la rectitud”, Liahona, enero de 1999, pág. 81.

  17. Traducción de José Smith, Hebreos 7:3; véase también Moisés 1:6.

  18. Moisés 7:21.

  19. Mosíah 3:19.

  20. Alma 13:2, 16; D. y C. 107:3.

  21. Véase D. y C. 20:77, 79; 121:46.

  22. D. y C. 121:41–42.

  23. D. y C. 121:45.

  24. Véase Alma 13:12.

  25. Mateo 5:37.

  26. D. y C. 121:46.

  27. Moisés 1:39.

  28. “Cual rocío, que destila”, Himnos, Nº 87.