Seamos hombres
Nosotros, los que poseemos el sacerdocio de Dios… ¡Debemos levantarnos del polvo de la autocomplacencia y ser hombres!
Hace años, cuando mis hermanos y yo éramos niños, nuestra madre se sometió a una gran operación quirúrgica para erradicar un cáncer. Estuvo muy cerca de morir. Fue necesario extirparle mucho tejido del cuello y del hombro, y durante mucho tiempo fue muy doloroso para ella usar el brazo derecho.
Una mañana, a un año de la operación, mi padre la llevó a una tienda de artículos eléctricos y le pidió al gerente que le mostrara cómo usar una plancha para ropa que él tenía. Se llamaba Ironrite. La máquina se operaba desde una silla, para lo cual se presionaban unos pedales con la rodilla para bajar un rodillo acojinado contra una superficie caliente de metal y hacerlo girar, y por allí se hacían pasar las camisas, pantalones, vestidos y demás prendas de ropa. Como podrán imaginar, esto facilitaba el planchado (y era mucho, pues en nuestra familia éramos cinco varones), en especial para una mujer con un uso limitado de su brazo. Mi madre se sorprendió cuando papá compró la máquina y la pagó en efectivo. A pesar del buen ingreso que él tenía como veterinario, la operación de mamá y los medicamentos los habían dejado en una situación financiera difícil.
De camino a casa, mi madre estaba alterada: “¿Cómo podremos pagarla? ¿De dónde salió el dinero? ¿Cómo nos arreglaremos a partir de hoy?” Papá le contó que durante casi un año no había almorzado para ahorrar el dinero suficiente. “Ahora cuando planches”, le dijo, “no tendrás que dejar de hacerlo e ir al dormitorio a llorar hasta que se te pase el dolor del brazo”. Ella no sabía que él se había dado cuenta. En ese tiempo yo no me percaté del sacrificio y del acto de amor de mi padre por mi madre, pero ahora que lo sé, me digo a mí mismo: “He ahí a un hombre”.
El profeta Lehi suplicó a sus hijos rebeldes diciendo: “Levantaos del polvo, hijos míos, y sed hombres” (2 Nefi 1:21; cursiva agregada). Por su edad, Lamán y Lemuel eran hombres, pero en términos de carácter y madurez espiritual, aún se comportaban como niños. Murmuraban y se quejaban si se les pedía hacer algo difícil; no aceptaban la autoridad de nadie para corregirlos; no valoraban las cosas espirituales; y con facilidad recurrían a la violencia y eran buenos para hacerse las víctimas.
Actualmente vemos las mismas actitudes. Algunos actúan como si la meta del hombre debiera ser su propio placer. Las costumbres morales liberales permiten que el hombre se “libere” de la obligación, por así decirlo, por lo que muchos consideran que es aceptable tener hijos fuera del matrimonio y cohabitar en vez de casarse1. Se considera inteligente esquivar los compromisos, pero sacrificarse por el bien de otros es ingenuidad. Para algunos, una vida de trabajo y de logros es algo opcional. Un psicólogo que estudia el creciente fenómeno de lo que él llama “jóvenes en neutral” describe este panorama:
“Justin asiste a la universidad uno o dos años, malgasta gran cantidad del dinero de sus padres, pero se aburre y regresa a vivir con ellos nuevamente, a ocupar su antigua habitación, la misma habitación que tenía mientras asistía a la secundaria. Ahora trabaja 16 horas a la semana en una tienda o media jornada en otro lugar.
“Sus padres están desesperados. ‘Justin, tienes 26 años. No estudias, no tienes una carrera; ni siquiera tienes novia. ¿Qué piensas hacer? ¿Cuándo sentarás cabeza?’
“‘¿Cuál es el problema?’, pregunta Justin. “No me han arrestado, no les pido dinero. ¿Por qué no se tranquilizan?’2.
¿Qué me dicen en cuanto a las aspiraciones de él?
Nosotros, los que poseemos el sacerdocio de Dios, no podemos darnos el lujo de andar a la deriva. Tenemos trabajo por hacer (véase Moroni 9:6). ¡Debemos levantarnos del polvo de la autocomplacencia y ser hombres! Es una hermosa aspiración que un joven desee ser un hombre, fuerte y capaz; que pueda construir y crear cosas; que sea una contribución para el mundo. Para los que ya somos mayores, es una maravillosa aspiración convertir en realidad la visión de la verdadera hombría en nuestra vida y ser modelos para aquellos que busquen en nosotros un ejemplo.
En gran medida, la verdadera hombría se define en nuestra relación con las mujeres. La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles nos han mostrado el ideal que debemos buscar, con estas palabras:
“La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa… Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida”3.
Al paso de los años he visitado a los miembros de la Iglesia en muchos países, y a pesar de las diferencias en circunstancias y culturas, a donde he ido me ha impresionado la fe y la capacidad de nuestras mujeres, incluso de algunas muy jóvenes. Muchas de ellas poseen fe y bondad extraordinarias. Conocen las Escrituras. Son muy desenvueltas y tienen confianza. Me pregunto: ¿tenemos hombres que igualen a esas mujeres? ¿Nuestros hombres jóvenes se están convirtiendo en compañeros dignos que esas mujeres puedan admirar y respetar?
El presidente Gordon B. Hinckley, al hablar en una reunión similar a ésta en abril de 1998, dio un consejo específico a los hombres jóvenes:
“La joven con la cual se case se jugará la suerte con usted …En gran forma, [usted] determinará el resto de su vida…”
“Esfuércense por conseguir una instrucción académica. Obtengan toda la capacitación que puedan. El mundo les pagará mayormente según lo que piense que valen. Pablo no se anduvo con rodeos cuando le escribió a Timoteo: ‘…porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo’ (1 Timoteo 5:8)”4.
La integridad es fundamental para ser hombres. Integridad quiere decir ser veraces, pero también significa aceptar la responsabilidad y honrar los compromisos y convenios. El presidente N. Eldon Tanner, que fue consejero de la Primera Presidencia, y un hombre de gran integridad, comentó acerca de una persona que le fue a pedir consejo.
‘“No hace mucho tiempo, un joven se me acercó y me dijo: ‘Hice un trato con un hombre que requirió que yo le hiciera ciertos pagos anualmente. Estoy atrasado y no los puedo hacer, pues si los hago, perderé mi casa. ¿Qué debo hacer?’
“Yo lo miré y le dije: ‘cumple con tu compromiso’.
“‘¿Aún a costa de mi casa?’
“Entonces le dije: ‘No estoy hablando de tu casa. Estoy hablando de tu compromiso; y creo que tu esposa preferiría tener un esposo que cumple con su palabra, que cumple con sus obligaciones… y vivir en una casa alquilada que tener una casa propia con un esposo que no cumple con sus convenios y promesas’”5.
Los hombres buenos a veces cometen errores. Un hombre íntegro afrontará y corregirá sus errores honradamente, y ése es un ejemplo que respetamos. En ocasiones los hombres intentan pero fallan. No todos los objetivos dignos se alcanzan a pesar de los mejores y más sinceros esfuerzos. La verdadera hombría no siempre se mide por los frutos del trabajo de una persona, sino por el trabajo en sí: por el esfuerzo que uno hace6.
Aun cuando hará algunos sacrificios y se negará a sí mismo algunos placeres al tratar de honrar sus compromisos, un hombre verdadero vive una vida gratificante. Da mucho, pero recibe más, y vive feliz con la aprobación de su Padre Celestial. La vida de la verdadera hombría es la buena vida.
Pero más importante aún, cuando consideramos la admonición de ser hombres, debemos pensar en Jesucristo. Cuando Pilato hizo traer ante él a Jesús, quien llevaba la corona de espinas, él declaró: “¡He aquí el hombre!” (véase Juan 19:4–5). Tal vez Pilato no comprendía completamente el significado de sus propias palabras, pero el Señor efectivamente representó ante el pueblo de entonces y ante nosotros hoy, el máximo ideal de la hombría: ¡He aquí el hombre!
El Señor preguntó a Sus discípulos qué clase de hombres habían de ser y luego contestó: “En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27; véase también 3 Nefi 18:24). Esa es nuestra búsqueda final. ¿Qué hizo Él que nosotros, como hombres, podemos emular?
Jesús rechazó la tentación. Cuando lo enfrentó el gran tentador, Jesús “no [cedió] a [las tentaciones]” (Mosíah 15:5). Él rebatió con el pasaje de las Escrituras: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Los mandamientos del Evangelio y las normas son también nuestra protección y, al igual que el Salvador, podemos sacar fuerza de las Escrituras para resistir la tentación.
El Salvador fue obediente. Abandonó completamente al “hombre natural” (Mosíah 3:19) y cedió Su voluntad a la del Padre (véase Mosíah 15:7). Fue bautizado para mostrar “que, según la carne, él se humilla ante el Padre, y testifica al Padre que le sería obediente al observar sus mandamientos” (2 Nefi 31:7).
Jesús “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). Usó los poderes divinos del santo sacerdocio para bendecir a los necesitados, “como sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, hacer que los cojos anden, y que los ciegos reciban su vista, y que los sordos oigan, y curar toda clase de enfermedades” (Mosíah 3:5). Jesús dijo a Sus Apóstoles: “Y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10: 44, 45). Como Sus consiervos, podemos llegar a ser grandes en Su reino por medio del amor y del servicio.
El Salvador fue intrépido para oponerse al mal y al error. “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo… y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21:12–13). Llamó a todos a que se arrepintieran (véase Mateo 4:17) y fueran perdonados (véase Juan 8:11; Alma 5:33). De igual forma, nosotros debemos ser firmes para defender las cosas sagradas y para elevar la voz de amonestación.
Él dio Su vida para redimir a la humanidad; y seguramente, nosotros podemos aceptar la responsabilidad de quienes Él ha confiado a nuestro cuidado.
Hermanos, seamos hombres, tal como Él lo es. En el nombre de Jesucristo. Amén.